martes, 16 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 51

 


Pedro pasó el resto del fin de semana en el rancho. Se ocupó de los caballos, cortó madera, fue al pueblo a por provisiones, cualquier cosa con tal de tener la mente ocupada y no pensar en algo que era ya un hecho.


Era un cretino.


El sábado por la tarde, en vez de prepararse para la gala, se sentó en la hierba delante de la tumba de su madre, que estaba a medio kilómetro de la casa.


Era consciente de que había condenado a Paula sin tan siquiera molestarse en ver las cosas desde su punto de vista. Sin dejar que se explicase. 


Aunque no hubiese sido necesario.


Tal vez él hubiese tenido una niñez difícil, pero nunca había tenido que preocuparse por perder la casa, ni por si iba a tener para comer. Nunca había estado en una casa de acogida ni, mucho menos, había tenido que vivir en ella.


No tenía ni idea de lo que era no tener dinero. Así que cuando Paula le había dicho que necesitaba seguridad económica, él había dado por hecho que se refería a vivir por todo lo alto. A tener grandes casas y lujosos coches. Cuando, en el fondo, había sabido que Paula era una de las mujeres menos materialistas que había conocido.


A pesar de saber lo que había sufrido y lo mucho que había trabajado para conseguir lo que tenía, había esperado que lo dejase todo para irse a vivir con un peón de rancho al que hacía menos de tres semanas que conocía.


¿Acaso le había dado algún motivo para que quisiera casarse con él?


¿Para que dejase todo lo que le importaba?


Además, le había dicho que quería casarse con ella por el bien del bebé. Ni siquiera había tenido la decencia de arrodillarse a sus pies. No le había dicho que la quería. Así que, si ella le hubiese dicho que sí, posiblemente en esos momentos estuviese cuestionándose el motivo, y su cordura.


Sintió que Elisa se acercaba y vio que se sentaba a su lado en la hierba y le daba uno de los dos botellines de cerveza que llevaba en la mano.


–Gracias.


–Hace buen día –comentó ella.


–Umm.


Estuvieron en silencio, bebiendo la cerveza, hasta que Pedro no soportó más la tensión.


–Supongo que quieres saber qué ha pasado –le dijo a Elisa.


–Solo si estás preparado para contármelo.


No lo estaba, sobre todo porque sabía que si Elisa pensaba que se había comportado como un idiota, se lo diría.


Y se había comportado como un idiota.


–Hemos discutido.


–¿Te ha roto el corazón?


–No, pero estoy casi seguro de que yo se lo he roto a ella.


Elisa lo miró confundida.


–¿Ha sido un ataque preventivo? Porque esa chica estaba loca por ti.


–Está embarazada.


Pedro se preparó para recibir una charla acerca del sexo seguro o algo parecido, pero Elisa le sonrió y dijo:

–Abuelita Elisa. Suena bien.


Aquella mujer nunca dejaba de sorprenderlo.


–¿No te he decepcionado?


–Un niño es una bendición –contestó ella con cierta tristeza, ya que no había tenido hijos, aunque hubiese sido como una madre para Pedro.


–Le he pedido que se case conmigo.


Ella asintió, como si lo hubiese esperado.


–Y te ha dicho que no.


–No pareces sorprendida. ¿No decías que estaba loca por mí?


–Es una chica lista. ¿Por qué iba a casarse con un hombre al que casi no conoce? ¿Y por qué se lo pides tú cuando ni siquiera sabe cuál es tu verdadero nombre?


–Pensé que te alegraría oír que he intentado hacer lo correcto.


–El matrimonio no es siempre lo correcto. Mira a tus padres.


Elisa tenía razón. Pedro miró la tumba de su madre:

«Esposa y madre cariñosa».


Ni mucho menos. Había sido una esposa neurótica y desconfiada. Y una madre, como mucho, ausente.


–Uno de estos días vas a tener que perdonarla, ¿sabes? –comentó Elisa–. Y perdonarte a ti mismo.


–Si hubiese subido a su habitación diez minutos antes…


–Tal vez la habrías salvado. En esa ocasión. Pero habría habido otra, Pedro.


–Fue muy mala madre y sigo furioso con ella por haberme abandonado. Por haber pensado solo en ella, por haber sido tan narcisista…


–Tu madre estaba enferma, Pedro. Tienes que perdonarla.


–Lo intento.


Elisa le dio un sorbo a su cerveza.


–Dice Claudio que te ha llamado el contable que estaba examinando las cuentas de la fundación.


–Me llamó ayer por la tarde.


–¿Y te dijo lo que esperabas oír?


–Sí.


–Entonces, ¿vas a seguir adelante con tu plan?


–Sí.


Había llegado demasiado lejos como para echarse atrás.


Elisa asintió pensativa, luego lo miró y sonrió.


–¿Qué?


Ella alargó la mano y le dio suavemente en la mejilla recién afeitada.


Después de haberse cortado también el pelo, parecía diez años más joven.


–Que me alegro de tener de vuelta al Pedro de siempre.


–Yo también me alegro.


Aunque ya no se sentía igual y tenía la sensación de que no lo haría hasta que no tuviese a Paula a su lado.


Así que había llegado el momento de dejar de compadecerse de sí mismo y hacer algo.



 

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