A Paula le pasaba algo.
No había sido la misma desde que habían vuelto del rancho.
Él estaba deseando que pasase la gala. No podía seguir ocultándole la verdad. Cinco días más y se lo contaría todo.
Y, lo quisiese admitir ella o no, estaban muy bien juntos. Después de haberla llevado al rancho, había decidido que quería tenerla en su vida de manera permanente.
Llamaron a la puerta de la habitación y miró el reloj. No eran ni las cuatro.
Demasiado pronto para que fuese Paula, que no solía salir de trabajar hasta las siete. Cerró el ordenador y lo metió debajo de la cama. Abrió la puerta y la vio allí, y supo que le pasaba algo.
Estaba completamente blanca.
–¿Qué ocurre? Le preguntó.
–¿Tan mala cara tengo?
Él le hizo un gesto para que entrase y Paula entró y fue directa a sentarse en la cama.
–Tenemos que hablar.
–De acuerdo –dijo él, tomando una silla–. Hablemos.
–No sé cómo decírtelo, así que voy a decírtelo sin más. Estoy embarazada.
Pedro se quedó sin palabras. Aquello era lo último que había imaginado.
Paula iba a tener un hijo suyo. Iba a ser padre.
–Estás enfadado –le dijo ella, al ver que no respondía.
–Estoy sorprendido, no enfadado –contestó Pedro.
¿Por qué iba a estar enfadado? No era culpa de nadie. De hecho, poco a poco lo cierto era que se sentía más bien… feliz. Emocionado, incluso.
Iba a tener un bebé con Paula. ¿Por qué no?
–¿Estás segura? –le preguntó.
–Me he hecho un test de embarazo. Tengo entendido que son bastante fiables. Tengo un retraso. Y no sé si te has dado cuenta, pero últimamente he estado un poco… sensible.
Sí, se había dado cuenta.
–Entonces, estás segura.
–Sí, estoy segura.
Él respiró hondo, expiró.
–Qué noticia.
–Bueno –dijo ella nerviosa–, ¿qué piensas que debemos hacer?
Buena pregunta, para la que Pedro enseguida tuvo la respuesta.
–Pienso que deberías casarte conmigo.
Al parecer, aquello era lo último que Paula había esperado, porque se quedó boquiabierta.
–¿Casarme contigo?
–Y venirte a vivir al rancho. Ambos sabemos cómo es un hogar roto, y no queremos eso para nuestro hijo.
–Pero…
–Sé que es pronto, pero pienso que el bebé tiene derecho a tener una familia. Al menos, debemos intentarlo.
–¿Y dónde trabajaré yo? No creo que en Wild Ridge necesiten una asesora de imagen ni una organizadora de eventos. ¿Cómo voy a ganarme la vida?
–No te hará falta. Yo me ocuparé de eso. Me ocuparé de ti y del bebé.
Pedro supo que tenía que contarle la verdad, fuesen cuales fuesen las consecuencias. No podía seguir mintiéndole.
–Paula, tengo que contarte algo…
–No puedo, Pedro. No puedo vivir allí. He trabajado mucho para montar mi empresa. No puedo dejarlo todo.
–Ya no se trata de lo que tú y yo queremos, sino de lo que sea mejor para el bebé. Además, yo puedo darte todo lo que necesites.
–¿Estabilidad económica? ¿Puedes darme eso?
–¿Estás sugiriendo que no gano suficiente dinero? –inquirió él en tono frío.
–Es más complicado que eso. ¿Dónde vamos a vivir? Y, si yo no trabajo, ¿cómo vamos a vivir bien?
–¿Qué quieres decir, que lo que gano ahora no es suficiente para ti?
–No quiero decir eso. Ya sabes cómo fue mi niñez. No puedo volver a pasar por ello, ni hacer que mi hijo lo sufra.
–¿También piensas que no voy a ser un buen padre?
–¡No! Yo no he dicho eso, pero he trabajado muy duro para ser autosuficiente. No puedes pedirme que renuncie a ello.
–Entonces, ¿si yo dejase el rancho para trabajar en un despacho y llevar a casa un buen sueldo, y te pidiese que te casases conmigo, me dirías que sí?
–Pedro…
–¿Me dirías que sí?
–Yo jamás te pediría que dejases el rancho. Es el lugar al que perteneces. Allí eres feliz.
–Pero no es lo suficientemente bueno para ti, ¿verdad?
Y él que había pensado que Paula era diferente. En realidad, no lo consideraba suficientemente bueno para ella. Solo había estado fingiendo.