lunes, 15 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 48

 


A Paula le pasaba algo.


No había sido la misma desde que habían vuelto del rancho.


Él estaba deseando que pasase la gala. No podía seguir ocultándole la verdad. Cinco días más y se lo contaría todo.


Y, lo quisiese admitir ella o no, estaban muy bien juntos. Después de haberla llevado al rancho, había decidido que quería tenerla en su vida de manera permanente.


Llamaron a la puerta de la habitación y miró el reloj. No eran ni las cuatro.


Demasiado pronto para que fuese Paula, que no solía salir de trabajar hasta las siete. Cerró el ordenador y lo metió debajo de la cama. Abrió la puerta y la vio allí, y supo que le pasaba algo.


Estaba completamente blanca.


–¿Qué ocurre? Le preguntó.


–¿Tan mala cara tengo?


Él le hizo un gesto para que entrase y Paula entró y fue directa a sentarse en la cama.


–Tenemos que hablar.


–De acuerdo –dijo él, tomando una silla–. Hablemos.


–No sé cómo decírtelo, así que voy a decírtelo sin más. Estoy embarazada.


Pedro se quedó sin palabras. Aquello era lo último que había imaginado.


Paula iba a tener un hijo suyo. Iba a ser padre.


–Estás enfadado –le dijo ella, al ver que no respondía.


–Estoy sorprendido, no enfadado –contestó Pedro.


¿Por qué iba a estar enfadado? No era culpa de nadie. De hecho, poco a poco lo cierto era que se sentía más bien… feliz. Emocionado, incluso.


Iba a tener un bebé con Paula. ¿Por qué no?


–¿Estás segura? –le preguntó.


–Me he hecho un test de embarazo. Tengo entendido que son bastante fiables. Tengo un retraso. Y no sé si te has dado cuenta, pero últimamente he estado un poco… sensible.


Sí, se había dado cuenta.


–Entonces, estás segura.


–Sí, estoy segura.


Él respiró hondo, expiró.


–Qué noticia.


–Bueno –dijo ella nerviosa–, ¿qué piensas que debemos hacer?


Buena pregunta, para la que Pedro enseguida tuvo la respuesta.


–Pienso que deberías casarte conmigo.


Al parecer, aquello era lo último que Paula había esperado, porque se quedó boquiabierta.


–¿Casarme contigo?


–Y venirte a vivir al rancho. Ambos sabemos cómo es un hogar roto, y no queremos eso para nuestro hijo.


–Pero…


–Sé que es pronto, pero pienso que el bebé tiene derecho a tener una familia. Al menos, debemos intentarlo.


–¿Y dónde trabajaré yo? No creo que en Wild Ridge necesiten una asesora de imagen ni una organizadora de eventos. ¿Cómo voy a ganarme la vida?


–No te hará falta. Yo me ocuparé de eso. Me ocuparé de ti y del bebé.


Pedro supo que tenía que contarle la verdad, fuesen cuales fuesen las consecuencias. No podía seguir mintiéndole.


–Paula, tengo que contarte algo…


–No puedo, Pedro. No puedo vivir allí. He trabajado mucho para montar mi empresa. No puedo dejarlo todo.


–Ya no se trata de lo que tú y yo queremos, sino de lo que sea mejor para el bebé. Además, yo puedo darte todo lo que necesites.


–¿Estabilidad económica? ¿Puedes darme eso?


–¿Estás sugiriendo que no gano suficiente dinero? –inquirió él en tono frío.


–Es más complicado que eso. ¿Dónde vamos a vivir? Y, si yo no trabajo, ¿cómo vamos a vivir bien?


–¿Qué quieres decir, que lo que gano ahora no es suficiente para ti?


–No quiero decir eso. Ya sabes cómo fue mi niñez. No puedo volver a pasar por ello, ni hacer que mi hijo lo sufra.


–¿También piensas que no voy a ser un buen padre?


–¡No! Yo no he dicho eso, pero he trabajado muy duro para ser autosuficiente. No puedes pedirme que renuncie a ello.


–Entonces, ¿si yo dejase el rancho para trabajar en un despacho y llevar a casa un buen sueldo, y te pidiese que te casases conmigo, me dirías que sí?


Pedro


–¿Me dirías que sí?


–Yo jamás te pediría que dejases el rancho. Es el lugar al que perteneces. Allí eres feliz.


–Pero no es lo suficientemente bueno para ti, ¿verdad?


Y él que había pensado que Paula era diferente. En realidad, no lo consideraba suficientemente bueno para ella. Solo había estado fingiendo.



APARIENCIAS: CAPÍTULO 47

 


Cerró los ojos, respiró hondo e intentó mantener la calma. ¿Cómo podía haberle pasado algo así? No formaba parte del plan. Siempre había imaginado que tendría hijos algún día, pero cuando encontrase al hombre adecuado. Y cuando su negocio estuviese establecido. No era un buen momento.


¿Y qué pensaría Pedro? Teniendo en cuenta su situación económica y laboral, no le iba a hacer gracia la idea de formar una familia. En especial, con una mujer que nunca había pretendido tener una relación seria con él.


Tal vez se sintiese aliviado cuando le dijese que no esperaba nada de él.


Ella se apretaría el cinturón un par de años y, con un poco de suerte, saldría adelante.


Pero lo primero era saber si realmente estaba embarazada. Todavía cabía la posibilidad de que fuese otra cosa.


Oyó la puerta y a Camila gritar:

–¡Ya estoy aquí!


Y se le aceleró el corazón.


–¿Estás preparada? –le preguntó Camila, asomándose por la puerta con una bolsa en la mano.


No lo estaba, pero no tenía elección.


Tomó la bolsa con mano temblorosa, fue al cuarto de baño y cerró la puerta con cerrojo.


Abrió la caja, sacó el aparato y leyó las instrucciones. Solo tardó un par de segundos en hacerse la prueba. Luego esperó.


Treinta segundos después tenía la respuesta.


Estaba embarazada.


Se quedó allí sentada un par de minutos más, esperando a ver si cambiaba el resultado.


Luego oyó que llamaban a la puerta.


–¿Estás bien, cielo?


No. No estaba bien. Abrió la puerta y le enseñó el resultado a Camila.


Esta suspiró.


–Vaya.


–Sí.


¿Qué le iba a decir a Pedro? Porque tenía que contárselo. Sintió pánico.


–¿Qué vas a hacer? –le preguntó Camila.


–Voy a tener un bebé –fue lo único que pudo responder ella.




domingo, 14 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 46

 


Desde que la había dejado en su casa el domingo, Paula no había parado de llorar. Y eso que ella nunca lloraba. Había roto con chicos con los que había estado meses saliendo y no se había sentido nunca tan mal. ¡Y eso que todavía no había roto con él!


Había estado preparándose durante todo el viaje, pero, al despedirse, no había tenido valor para decirle lo que le tenía que decir.


Y había pasado tres días intentando reunir el coraje necesario para hacerlo, evitando sus llamadas para no venirse abajo al oír su voz.


El miércoles por fin había decidido ir a su hotel para decirle que lo suyo se había terminado, pero cuando Pedro le había abierto la puerta y lo había visto tan contento, solo había podido besarlo y ponerse otra vez a llorar.


Pedro la había mirado confundido al ver sus lágrimas, pero no le había hecho preguntas. Sólo se las había secado a besos y le había hecho el amor con tanta dulzura, con tanta pasión, que Paula se había dado cuenta que no podía romper con él. Todavía no.


De eso habían pasado cinco días y habían pasado juntos casi todas las noches. Faltaban otros cinco días para la gala, para que aquello se terminase de verdad, pero cada vez que Paula lo pensaba, se le hacía un nudo en el estómago y le costaba respirar.


Se echó a llorar por enésima vez aquel día y Camila se acercó a consolarla.


–No sé qué me pasa –le dijo ella–. Me conoces. Sabes que yo no lloro nunca. Y mira cómo estoy.


–Tal vez sean las hormonas. O que vas a tener el periodo.


Eso era posible. Aunque no solían entrarle ganas de llorar.


–Quizás sea eso.


–¿Cuándo te toca?


–Pronto, creo.


Había estado tan ocupada que no se había parado a pensarlo. Abrió el calendario que tenía en el ordenador y contó los días, volvió a contarlos, segura de que lo había hecho mal. Y los contó una tercera vez.


–No puede ser.


–¿Qué pasa? –le preguntó Camila con el ceño fruncido.


–Que han pasado treinta y un días desde mi último periodo.


–¿Y eso es mucho para ti?


–Siempre lo tengo cada veintiocho días, soy como un reloj –le contestó, con el corazón en la garganta–. Camila, tengo un retraso.


Paula maldijo al preservativo que se había roto mientras Camila iba a la farmacia a por un test de embarazo.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 45

 



Pedro le tomó de la mano y le enseñó los dos establo. Y ella se quedó impresionada con la limpieza y las instalaciones.


Luego fueron al granero y Paula se fijó en un edificio alargado que había en la parte de atrás.


–¿Es ahí donde duermen los hombres?


–Sí.


–¿Puedo verlo?


Él se encogió de hombros.


–Claro. No creo que haya nadie a estas horas.


Si Paula necesitaba una dosis de realidad, el barracón le hizo bajar de las nubes. El edificio estaba formado por una cocina con dos mesas largas, un salón con sofás, sillones y una vieja televisión, y el dormitorio. Al final de este había varias puertas, que debían de ser los baños.


Se parecía demasiado a la casa de acogida en la que había estado con su madre, y solo de verlo se puso nerviosa, le trajo malos recuerdos.


No se podía imaginar volviendo a vivir en un lugar así. Solo la idea le dio miedo.


–¿Y has dicho que el capataz tiene su propio alojamiento?


–Está detrás. Si quieres, puedo enseñártelo, aunque ahora lo está utilizando Claudio. Se parece a tu apartamento, pero todo en una habitación. Y con la mitad de tamaño.


Eso significaba que la vivienda era como su salón. Y era suficiente para un hombre solo, pero ¿y si el capataz decidía casarse?


A ella le daba igual porque, a pesar de lo que sentía por Pedro, después de ver aquella parte de su vida supo que su relación no iría más allá.


Pedro debió de darse cuenta de que estaba incómoda, porque le puso la mano en el hombro y le dio un cariñoso apretón.


–¿Estás bien?


Ella se obligó a sonreír.


–Sí. Solo un poco cansada.


–Bueno, pues vamos. Puedes dormir en el viaje si quieres.


–Sí.


Recogieron sus cosas, las metieron en la camioneta y se fueron antes de las diez. Paula cerró los ojos, pero no podía dormir. Tampoco podía hablar, así que se quedó inmóvil, para que Pedro pensase que estaba dormida y lo escuchó cantar con la radio. ¿Sabría que cantaba muy bien? Era un hombre perfecto en todos los aspectos. En todos, menos en el que más le importaba a ella.


Y lo irónico de la situación era que, aunque hubiese podido cambiarlo, no lo habría hecho. El problema era suyo, no de él. No se lo merecía, así que, aunque aquella semana hubiese sido maravillosa, tenía que terminar con aquello lo antes posible.



 

APARIENCIAS: CAPÍTULO 44

 


Cuando volvieron al rancho eran más de las doce. Paula estaba un poco mareada por la cerveza y agotada, así que se metió en la cama y esperó a que Pedro saliese del baño.


Cuando volvió a abrir los ojos ya era de día.


–Buenos días, bella durmiente.


Paula se sentó y se frotó los ojos. Pedro estaba al lado del armario, vistiéndose. Tenía el pelo mojado y había una toalla a los pies de la cama.


–¿Qué hora es?


–Poco más de las ocho y media. Anoche, cuando me metí en la cama, ya estabas frita.


–Pues haberme despertado.


Él se encogió de hombros antes de ponerse una camiseta.


–Creo que ambos necesitábamos descansar.


–Pero era mi última noche aquí.


Pedro se acercó y se sentó en el borde de la cama.


–No tiene por qué ser así.


–Sabes que tengo que volver a trabajar.


Él le acarició la mejilla y le metió un mechón de pelo detrás de la oreja.


–Podrías volver después de la gala.


Paula contuvo la respiración un instante.


–¿Te gustaría? Pensé que habíamos dicho que lo nuestro se terminaría después de la gala.


–¿Es eso lo que quieres?


No era lo que quería, pero sabía que no tenían futuro. Sus vidas eran demasiado diferentes.


–Será mejor que no hagamos planes a largo plazo –le dijo–. Ya veremos cómo van las cosas.


–Me parece bien –le dijo Pedro.


Y su respuesta la decepcionó.


Lo vio ponerse los calcetines y las botas. Entonces, levantó la cabeza y la miró.


–¿Estás bien?


Debía de notársele en la cara que estaba confundida.


Se obligó a sonreír.


–Supongo que todavía medio dormida.


–Bueno, pues levántate. Tenemos que ponernos en marcha –le dijo él, dándole un rápido beso–. He estado tan ocupado que no te he enseñado los establos. ¿Quieres verlos antes de que nos marchemos?


–Sí.


–Te esperaré fuera.


–No tardaré.


Paula se levantó, se aseó, se vistió e hizo la maleta. Le hubiese gustado quedarse unos días más, pero tenía que volver a su vida real. Bajó la maleta y la dejó al lado de la puerta, y luego fue a la cocina a despedirse de Elisa y darle las gracias por su hospitalidad, pero no la encontró.


De hecho, debía de ser porque era domingo, pero no había nadie por ninguna parte. Fue hacia los establos y encontró a Pedro en lo que debía de ser el despacho, sentado delante del ordenador, concentrado en la pantalla y escribiendo a una velocidad increíble para alguien que acababa de aprender a leer.


–Eres muy rápido –comentó.


Pedro se sobresaltó al oír su voz.


–Me has asustado. No te he oído entrar.


Le dio a un par de teclas más y cerró el ordenador.


–¿Cómo has aprendido a escribir así?


Él se levantó del sillón.


–Con un programa de ordenador de la biblioteca. Practico en mi tiempo libre.


Parecía nervioso, así que Paula prefirió dejar el tema.


–¿Has visto a Elisa? –le preguntó–. Quería despedirme de ella.


–Está en la iglesia. Como casi todos los hombres. Los obliga a ir. Dice que eso hace que sean buenas personas.


Paula se preguntó si también lo obligaría a ir a él. No se lo imaginaba.


–Supongo que por eso está todo tan tranquilo.


–Los domingos son así. ¿Damos ese paseo?


–Sí.





sábado, 13 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 43

 


Paula se tumbó en la manta, con el sol calentándole el rostro y la tripa llena después de haber comido varios sándwiches de carne y ensalada de patata.


Estaba siendo un día perfecto. Cada vez entendía mejor que Pedro no quisiese marcharse de allí, por qué jamás lo haría.


Intentó imaginarse cómo sería si no fuese un trabajador del rancho, sino el dueño. Si se casasen y viviesen allí. ¿Estaría dispuesta a sacrificar su carrera por aquello?


Era una tontería darle vueltas. Pedro no era el dueño del rancho ni iba a pedirle que se fuese a vivir allí con él. No quería compromisos.


Pero, ¿y si lo hacía? ¿Y si cambiaba de opinión y le pedía que fuese a vivir con él? La respuesta sería tajante: no, y eso la sorprendió un poco.


No se imaginaba dejándolo todo y confiando su seguridad a otra persona.


Sobre todo, tratándose de alguien con una carrera tan inestable. Había buscado en Internet información acerca del trabajo de capataz, cuáles eran sus tareas y su sueldo. No era mucho y, aunque no le gustase reconocerlo, le importaba.


–Eh, ¿te estás quedando dormida?


Paula abrió los ojos y vio a Pedro tumbado boca abajo, con los codos apoyados en el suelo.


–Solo estaba pensando –le respondió.


–¿En qué?


–En que está siendo un día perfecto.


–Pues todavía no se ha terminado –le dijo él, acercándose más.


Paula le acarició el rostro y se preguntó cómo sería sin barba.


–Ahora mismo, estoy demasiado relajada como para moverme.


–No pasa nada –le contestó Pedro, jugando con uno de los botones de su camisa–. Solo tienes que quedarte como estás mientras yo te hago sentir bien.


–¿Aquí?


–¿Por qué no? –le dijo, desabrochándole la camisa–. Estamos solos.


–¿Estás seguro de que no va a venir nadie?


Él negó con la cabeza.


–No hay ningún motivo –le aseguró, abriéndole la camisa y dándole un beso en la curva de los pechos–, pero si lo prefieres, podemos dejarnos casi toda la ropa puesta.


En teoría era buena idea, pero Paula pronto se dio cuenta de que lo que quería era tenerlo en su interior, cosa que no iba a ser posible con la ropa puesta.


Y, para entonces, estaban tan excitada que ya le daba igual todo.


Después de hacer el amor se taparon con la manta y estuvieron abrazados, pero empezó a hacer demasiado calor al sol. Pedro sugirió volver al rancho a refrescarse y cenar después en Wild Ridge.


La vuelta al rancho fue tranquila, aunque justo al llegar al valle, Lucifer se puso nervioso.


–Quiere galopar –le explicó Pedro a Paula.


–Pues ve delante si quieres.


–¿Estás segura? Buttercup te llevará directamente a los establos.


–Estoy segura, vete.


Pedro hizo girar al animal y golpeó los flancos para que se pusiese a correr.


Paula observó maravillada cómo montaba. Era evidente que estaba hecho para vivir en un rancho.


Cuando lo perdió de vista, golpeó suavemente a Buttercup con los talones, como Pedro le había enseñado, y el animal echó a andar en dirección al rancho.


Acababa de llegar a los establos cuando Pedro apareció a su lado, desmontó y la ayudó a bajar.


–Ve yendo a la casa. Yo voy a darle un masaje a Lucifer y ahora subo.


Paula estaba sudando, así que decidió darse una ducha rápida. Cuando Pedro llegó al cuarto de baño, se metió con ella debajo del agua y le dio un masaje también.


Luego se vistieron y fueron en la camioneta a Wild Ridge. Allí, Pedro la llevó a una cervecería donde la camarera lo conocía y les dio una mesa inmediatamente, a pesar de haber gente esperando.


Bebieron cerveza, comieron unas hamburguesas y hasta bailaron un poco.






APARIENCIAS: CAPÍTULO 42

 


Pedro le explicó cómo tenía que montar y luego llevó al caballo con ella encima de un lado a otro para que se acostumbrase a la sensación.


Cuando la vio más cómoda y relajada, montó a Lucifer y fueron en dirección al valle por el paso que había en el Este. Una vez allí se adentraron en las montañas.


Después de media hora, se dio cuenta de que Paula estaba demasiado callada.


–¿Estás bien? –le preguntó.


–Sí. Estoy maravillada con todo lo que veo. ¿Todo esto es de tu jefe?


–Todo esto y mucho más.


–¿Y adónde vamos exactamente?


Él le sonrió.


–Ya lo verás.


–¿Cuánto vamos a tardar en llegar?


–A este paso, más o menos otra hora. Tal vez un poco más.


Siguieron avanzando en silencio, deteniéndose de vez en cuando para mirar alguna planta o animal. Paula se sobresaltó cuando dos alces, madre y cría, cruzaron velozmente delante de ellos.


–No habrá nada peligroso por ahí, ¿verdad? –le preguntó a Pedro.


–Los animales no suelen hacer nada si tú no los molestas a ellos.


–Pero, ¿y si alguno intentase atacarnos?


Pedro tocó un rifle que llevaba en la silla.


–Con un disparo de advertencia suele ser suficiente.


–No me había dado cuenta de que llevabas eso.


–Hay que estar preparado, pero no te preocupes, que conmigo estás segura.


La sonrisa de Paula le dijo que confiaba en él.


Siguieron charlando del terreno y de los animales.


Pedro quería contarle muchas cosas acerca de sus veranos y vacaciones allí.


Algún día lo haría. Pronto podría contárselo todo. Solo faltaban un par de semanas.


El camino se abrió y llegaron a un valle cubierto de hierba, dividido en dos por un río.


Paula miró a su alrededor maravillada.


–Ya hemos llegado –anunció él.


–¡Es precioso! ¡Y hay hasta una cascada!


Aquel había sido uno de sus lugares favoritos de niño. Desmontó cerca de un pinar y ayudó a bajar a Paula, que se estiró e hizo una mueca.


–¿Te duele el trasero?


–Un poco.


–Ya te acostumbrarás.


Ató a los caballos y tomó la manta y el cesto con la comida mientras Paula se acercaba a la orilla del río.


–¿Nos podemos bañar? –le preguntó.


–Si quieres congelarte, sí. Esta agua está muy fría, pero hay una zona, más o menos a medio kilómetro de aquí, donde está más caliente. Hay que subir andando.


–De todos modos, no he traído bañador.


Él tampoco habría dejado que se lo pusiera.


–¿Qué hacemos ahora? –quiso saber Paula después de sentarse en la manta.


Pedro se puso a su lado.


–Lo que tú quieras.


No tenían nada que hacer y de qué preocuparse.


Podían hacer lo que les apeteciese, aunque eso significase no hacer nada.