sábado, 6 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 19

 


A juzgar por la sonrisa de Pedro era evidente que no iba a dejarla en paz.


¿Aquello era divertirse para él?


–Está bien –le respondió Paula a regañadientes–, pero que sepas que no me hace gracia.


–Lo harás genial –le dijo él, frotándose las manos–. Ponte a mi lado y haz exactamente lo mismo que yo.


Así dicho, parecía fácil, y era evidente que a él se le daba muy bien bailar.


Paula lo observó, pero cuando intentó repetir sus movimientos, no fue capaz.


Después de unos veinte minutos y de que no hubiese conseguido ningún progreso y hubiese vuelto a pisarlo, Pedro la miró con desconfianza y comentó:

–¿Lo estás haciendo adrede o de verdad tienes tan poca coordinación?


Paula reconoció:

–Soy un desastre.


Él suspiró y se rascó la barbilla.


–Creo que parte del problema reside en que te lo estás tomando demasiado en serio. Solo necesitas relajarte.


–Eso es fácil de decir cuando a ti se te da tan bien.


–No nací sabiendo bailar, ¿sabes? Observa mis pies y relájate. Se supone que tiene que ser divertido.


A ella se le ocurrían otras cosas mucho más divertidas para hacer con él.


Cada vez que la tocaba pensaba en el beso que le había dado esa mañana y en lo mucho que deseaba que se repitiese, pero Pedro parecía decidido a respetarla, tal y como ella le había pedido. Eso la aliviaba y la molestaba al mismo tiempo.


Necesitaba saber que no era la única que sufría. Que para él también era una tortura estar allí con ella.


Alrededor de las once y media, Pedro se limpió la frente con la manga y suspiró.


–¡Vaya! Está empezando a hacer calor.


Y, dicho aquello, se quitó la camisa y la echó a la parte trasera de la camioneta.


Y Paula se quedó sin aliento. Era perfecto. Tenía el torso moreno, musculoso y… maravilloso. Una fina capa de bello rubio cubría sus pectorales y desaparecía por la cinturilla de los pantalones. Y ella no pudo evitar preguntarse cómo sería acariciarla.


¿Cómo iba a relajarse, si casi no podía ni respirar? Se llevó la mano a la barbilla, por miedo a estar babeando.


–Vamos a repetir la última parte –le dijo él–. Solo una vez más. Ponte detrás de mí y observa mis pies.


¿Hablaba en serio? Iba a poder mirarlo sin que se diese cuenta. Tenía los hombros anchos, la espalda fuerte. Y un trasero…


Paula suspiró suavemente. Pedro era todo un hombre.


Él miró por encima del hombro.


–¿Me estás siguiendo? –le preguntó.


Paula levantó la vista a su rostro.


–¿Qué?


–Que si estás siguiendo los pasos.


–Lo siento, pero solo te estaba mirando.


–Pon las manos en mis hombros.


–¿Por qué?


–Para que puedas moverte a la vez que yo.


Ella tragó saliva y se acercó, pero era tan alto que no podía apoyar las manos en sus hombros sin pegarse a él. Tenía la piel caliente y suave, y si a Pedro le afectó que lo tocase, no se le notó. Ella, en cualquier caso, sí que estaba muy afectada.


Pedro dio un paso a la izquierda, otro más a la izquierda, uno adelante, otro adelante, y ella lo siguió.


Izquierda, izquierda, delante…


Paula fue hacia delante y él retrocedió, haciendo que chocasen. Estuvo a punto de caerse al suelo, pero Pedro se giró y la agarró del brazo.


–¿Estás bien?


–Sí, pero no quiero continuar –le contestó.


–Pues te estaba saliendo bien.


–Sí, pero si volvemos a chocar así voy a acabar con una contusión.


Pedro se cruzó de brazos, lo que acentuó sus fuertes músculos.


–Vamos a comer.





APARIENCIAS: CAPÍTULO 18

 


Pedro buscó el estrecho camino que había encontrado por casualidad un mes antes, cuando había empezado a ir allí. Estaba tan escondido entre la vegetación que estuvo a punto de no verlo. Giró a la izquierda y tomó una pista polvorienta.


–¿Dónde estamos? –le preguntó Paula.


–En el Canyon Trail Park, descubrí este camino de casualidad.


–¿Y vienes mucho por aquí?


–De vez en cuando, cuando estoy por la ciudad y necesito un lugar en el que estar solo.


Siguió por el camino hasta llegar a un pequeño claro cubierto de hierba donde nunca había nadie. Aparcó a la sombra de los árboles y salieron de la camioneta.


Paula miró a su alrededor con el ceño fruncido.


–Tal vez te parezca una pregunta tonta –le dijo–, pero ¿y si uno de los dos necesita ir al baño?


–Hay unos aseos públicos aproximadamente a medio kilómetro de aquí. Y si no quieres andar tanto, hay muchos arbustos por aquí.


Pedro sacó la gruesa manta de lana que tenía debajo del asiento del conductor y la extendió en el suelo, a la sombra de un árbol.


Paula se sentó y aspiró el aire limpio. Había mucha tranquilidad.


–Es un sitio muy bonito.


Él se sentó a su lado.


–Es un poco pronto para comer.


–¿Y qué hacemos hasta entonces?


–Relajarnos.


–¿Relajarnos?


Paula lo miró como si no supiese qué significaba esa palabra.


–Creo que no sé hacerlo. ¿No podemos ir a dar un paseo o algo así? O, si quieres, podemos hablar de la gala.


Pedro pensó que le iba a costar mucho trabajo seducirla si no aguantaba sentada ni dos minutos.


–También podemos quedarnos aquí, disfrutando del entorno.


–¿Por qué estar aquí sentados, cuando podemos hacer cosas?


Era cierto, no sabía relajarse. Y Pedro se dio cuenta de que no podía obligarla.


–En ese caso, tengo una idea –le dijo, poniéndose en pie y tendiéndole la mano para ayudarla a levantarse–. Ven.


Ella le dio la mano y se puso en pie también.


–¿Qué vamos a hacer?


–Voy a enseñarte a bailar en línea.


Ella abrió mucho los ojos.


–¿Es una broma, no?


–No.


–Brandon, no puedo.


–Anoche me dijiste que no sabías bailar y al final lo conseguiste.


–Esto es diferente. Bailar en línea requiere coordinación, y yo no tengo.


–En cuanto aprendas los pasos solo será cuestión de práctica. Y aquí no te puede dar vergüenza, porque no te ve nadie.


Eso no pareció consolarla.


–Primero te enseñaré algunos pasos fáciles –continuó Pedro–. Cuando los hayas pillado, pondré música.


–¿Cuánto tiempo tienes? Porque podría llevarnos mucho.


–No te preocupes, tengo todo el día.


Ella seguía sin parecer convencida.


–O eso, o nos sentamos y nos relajamos. Tú elijes.


Y si conseguía salirse con la suya, bailar no sería la única actividad física que harían ese día.






APARIENCIAS: CAPÍTULO 17

 


De camino adonde Pedro la estuviese llevando, detuvo la camioneta delante de una cafetería del centro, donde Paula compraba también a veces la comida o se tomaba un café.


–Espérame aquí –le dijo él.


Y unos minutos después salía de la cafetería con una enorme bolsa.


¿Cómo podía haberlo hecho tan deprisa, si a través de la ventana se veía que había mucha cola?


Paula recordó que Pedro había salido a hacer una llamada mientras ella se ponía los zapatos, debía de haber encargado la comida.


–¿Qué tienes ahí? –le preguntó.


–La comida –respondió él, dándole la bolsa.


A Paula le sorprendió que pesase tanto y miró dentro. No era la comida, sino todo un banquete. Había sándwiches, ensaladas y fruta, además de varios bollitos, botellas de agua y refrescos bajos en calorías.


Paula, que tenía un presupuesto muy ajustado, sabía que esa cafetería no era precisamente barata, así que aquel festín tenía que haberle costado a Pedro una pequeña fortuna.


–No hacía falta comprar tantas cosas –le dijo.


Él se encogió de hombros y arrancó la camioneta, como si no fuese nada del otro mundo.


–No se puede hacer un picnic sin comida.


–Al menos, deja que te pague la mitad –le pidió, tomando el bolso–. ¿Cuánto te debo?


–Te invito yo –le dijo él, empezando a conducir.


–Eso no es justo. Ya me invitaste anoche. Y ahora que trabajas menos, seguro que estás más justo de dinero.


–Mi sueldo no ha cambiado.


–Pues debes de tener un jefe muy generoso.


–Sí. Me ve como una inversión, supongo, porque quiere que sea su capataz.


Ella se preguntó si ganaría mucho más dinero como capataz que como peón, pero no se atrevió a preguntárselo. Aun así, seguía pensando que podía hacer mucho más en la vida, pero quién era ella para entrometerse en sus asuntos.


No obstante, le importaba lo que hiciese con su vida porque le gustaba. El corazón le daba un vuelco cada vez que lo miraba.


No sabía lo que le estaba pasando.


–¿No vas a decirme adónde vamos? –le preguntó.


Pedro se limitó a sonreír.


–¿Sabes al menos adónde vamos?


–Sí.


–¿Está muy lejos?


–A veinte minutos.


Parecía relajado, sin prisa. Ella siempre iba corriendo a todas partes y, aunque a veces se sentía agotada, era una costumbre que le resultaba difícil de cambiar.


Tal vez Pedro pudiese enseñarla. O tal vez no quisiese cambiarla.


Quizás le gustasen las mujeres emprendedoras y con éxito.


Aunque eso daba igual, porque solo iban a ser amigos.


–¿Cómo era tu prometida? –le preguntó.


–¿Por qué me lo preguntas? –le dijo él, sorprendido.


–Tengo curiosidad, pero si no quieres hablar de ello…


–No pasa nada. Es solo que me ha sorprendido la pregunta –le dijo Pedro, respirando profundamente–. Alicia era… ambiciosa, pero de una manera negativa.


–¿Ser ambicioso puede ser algo malo?


–Supongo que depende de lo que ambiciones. A mí me parecía la mujer perfecta, hasta que dejó de parecérmelo.


–No te entiendo.


–Me decía siempre lo que quería oír, se comportaba como creía que yo quería que se comportase. Lo que tuvimos fue como un sueño, pero ella me confesó después que nunca me había querido.


–¿Y por qué quería casarse con alguien a quien no quería?


–Seguro que tenía sus motivos.


Paula tuvo la sensación de que Pedro no se lo estaba contando todo. Tal vez porque no quería que Paula lo supiera, o porque no se sentía cómodo abriéndose a ella. Se conocían desde hacía menos de veinticuatro horas y el hecho de que ella sintiese una conexión especial con él no significaba que esta fuese recíproca.


–Menos mal que me enteré antes de la boda, aunque fuese poco antes.


–¿Cuándo te enteraste?


–Dos días antes de casarnos, cuando los sorprendí en los establos en una situación… comprometedora.


Paula imaginó que debía haber sido horrible y no entendió que una mujer con un novio tan dulce y atractivo necesitara a otro. Tuvo que recordarse a sí misma que casi no conocía a Pedro.


Tal vez tuviese un lado oscuro. Todo el mundo tenía defectos, ¿no?


–¿Y tú? –le preguntó él–. ¿Has tenido alguna relación seria?


–La verdad es que no. En el instituto no tenía tiempo para novios y no quería terminar como muchas, embarazadas y casadas con dieciséis años.


–¿Tan mal iban las cosas en casa?


–Mis padres se casaron nada más terminar el instituto y mi madre no tenía ninguna preparación. Cuando se terminó el dinero del seguro de vida, perdimos la casa y tuvimos que irnos a vivir a una pequeña caravana en la zona más pobre de la ciudad. Una época tuvimos que irnos incluso a un piso de acogida para mujeres. Fue la experiencia más humillante de mi vida.


–¿Tu madre no se volvió a casar?


–No, gracias a Dios.


–¿Por qué dices eso?


–Porque siempre salía con hombres parecidos a ella.


–¿Alcohólicos, quieres decir?


–Alcohólicos, drogadictos. Gracias a uno de ellos nos desahuciaron y tuvimos que irnos al piso de acogida. Le robó a mi madre el dinero que tenía guardado en el bolso para pagar el alquiler de la caravana y se lo gastó en droga.


–Sé lo que es que tu padre te decepcione –comentó él.


–A mí me gusta pensar que todo aquello me convirtió en una persona más fuerte. Tal vez mi madre hiciese muchas cosas mal, pero gracias a eso sé cuidarme sola.


Pedro alargó la mano y tomó la suya, se la apretó y Paula sintió que se le encogía el corazón. Deseó que no la soltase nunca, pero tenía que agarrar el volante.


–Así que no tuviste novios serios en el instituto –continuó él–. ¿Y en la universidad?


–Salí con algunos chicos, pero no me enamoré perdidamente de ninguno. El primer año estuve a punto de irme a vivir con uno, pero al final no lo hice. Y después encontré trabajo en Chicago y la relación no era tan buena como para aguantar la distancia.


–¿Estabas enamorada de él?


Paula se encogió de hombros.


–No lo sé. Quizás, en cierto modo. Lo quería como amigo, de eso estoy segura, pero creo que nunca he estado enamorada de verdad.


Por eso le resultaba tan extraño sentir tanto por Pedro.


–Y ahora no tienes tiempo –le dijo él.


–No, además, ¿quién querría salir con una mujer que trabaja ochenta horas a la semana?


Él la miró y sonrió y a ella se le aceleró el corazón.


–Supongo que dependerá de la mujer. Y del hombre.


–Para mí es más fácil estar sin pareja en estos momentos.


–¿No te sientes nunca sola?


–No tengo tiempo –le dijo, aunque no fuese del todo verdad.


A veces echaba de menos tener a alguien con quien compartir las cosas, y con quien tener relaciones íntimas, aunque pudiese vivir sin sexo.


No obstante, cuando estaba con Pedro no podía pensar en otra cosa.


–¿Significa eso que no quieres casarte? –le preguntó Pedro. Solo por curiosidad porque él, después de lo de Alicia, tampoco estaba interesado en el tema.


–Quizás algún día.


–¿Y tener hijos?


–Todavía no tengo esa necesidad, ya llegará el momento.


–¿Y cuándo será eso?


–Cuando mi negocio esté establecido. Soy joven, no tengo prisa.


–¿Cuántos años tienes? –le preguntó él, arriesgándose a ofenderla.


–Cumplí veintiocho el veintidós de enero.


Él la miró con incredulidad. Tal vez había consultado su archivo.


–No es verdad.


–Claro que sí.


–¿De verdad cumples años el veintidós de enero?


–Sí.


–Yo también.


Paula arqueó las cejas.


–¿En serio?


–En serio.


–Qué raro.


Era la primera vez que Pedro conocía a alguien que cumpliese años el mismo día que él.


–Tal vez sea el destino.


–No lo creo.


–¿Por qué no?


–Porque no creo en el destino. Pienso que las personas controlan su propio destino. Mi vida es como yo la he hecho. No hay fuerzas cósmicas que determinen qué va a pasar o no.


–No estoy de acuerdo. ¿Crees que fue coincidencia que dos días antes de la boda, al volver antes de tiempo de un viaje de negocios, viese luz en los establos y fuese a dar una vuelta? ¿Y que sorprendiese a Alicia con el capataz?


–¿Tu jefe te manda de viajes de negocios? –le preguntó ella.


–¿Viajes de negocios?


–Acabas de decir que volviste antes de tiempo de un viaje de negocios.


¿Eso había dicho? Pues debía tener más cuidado. Estaba demasiado cómodo con ella y había bajado la guardia.


–Mi jefe quería comprar unos caballos nuevos y lo acompañé a verlos.


–¿Y volviste antes de tiempo?


–El destino, ya te lo he dicho.


–Eres el primer hombre que conozco que cree en esas cosas o, al menos, que lo admite.


Pedro se echó a reír.


–Vaya, ¿he metido la pata? Pensé que a las mujeres os gustaban los hombres con un lado sensible.


–Tal vez sea solo que los hombres con los que he salido eran más… prácticos.


–En otras palabras, aburridos.


–A veces. Pero prefiero salir con hombres poco peligrosos.


–Pues anoche dijiste que salías con hombres que no te convenían.


–¿Eso dije?


–¿En qué quedamos entonces?


–Tal vez estuviese bien encontrar a uno que tuviese una mezcla de ambas cosas –contestó ella, mirando por la ventanilla–. ¿Hemos llegado?


–Casi.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 16

 


Paula se sintió obligada a darle una explicación, pero tuvo la sensación de que él no la esperaba ni la necesitaba. Así que le hizo un gesto para que la siguiese hasta la minúscula cocina.


–¿Quieres leche o azúcar?


–No gracias.


Paula abrió un armario para sacar el azúcar.


–Bueno, ¿qué te trae por aquí esta mañana?


–Te dije que te pasaría a recoger.


Ella lo miró por encima del hombro.


–¿Sí?


–Para ir a por tu coche. Lo dejaste en el trabajo ayer, ¿recuerdas?


–Ah, es verdad.


Se le había olvidado. Algo poco habitual en ella. Entonces, ¿él tampoco estaba interesado en una relación?


En ese caso, tenía que sentirse aliviada, ¿por qué se sentía decepcionada?


«A ti te pasa algo, cielo», se dijo a sí misma mientras se ponía azúcar en el café.


–También quería darte algo –le dijo Pedro.


Paula dejó la cucharilla y cuando se giró vio que lo tenía detrás, vio su mirada y lo vio inclinarse hacia delante, y supo lo que iba a darle. Antes de que le diese tiempo a impedirlo, la estaba besando.


Al principio fue un beso suave y dulce, pero pronto se volvió más apasionado. Pedro la abrazó y la apretó contra su cuerpo, le metió la lengua en la boca y consiguió que se excitase.


Paula había tenido la esperanza de que la sensación de que el beso de la noche anterior había sido embriagador hubiese sido fruto de su embriaguez, pero en esos momentos se estaba dando cuenta de no era una ilusión, de que era cierto.


Era todavía mejor de lo que recordaba.


En un momento, volvió a tener ganas de acariciarle todo el cuerpo.


Y eso que había querido establecer límites con él. Aquello estaba mal, pero no podía evitarlo. Era como un tsunami de emociones encontradas.


Se separaron muy despacio, como si ninguno de los dos quisiera hacerlo.


Pedro suspiró y apoyó su frente en la de ella.


–Me había prometido a mí mismo que no iba a hacerlo, pero te he visto… y no he podido resistirme.


Ella deseó que lo hubiese hecho.


–Yo estaba a punto de decirte que lo de anoche fue un error, que no podemos volver a vernos para nada que no sea de trabajo.


–Sí, pero aquí estamos.


–No va a funcionar, Pedro.


–Lo sé.


–Queremos cosas completamente distintas en la vida.


–Lo sé.


–Y en estos momentos no tengo tiempo para una relación.


–Pues no la tengamos.


–Entonces, ¿qué?


Él se encogió de hombros.


–¿Por qué no… tenemos algo informal, solo para divertirnos?


Paula se quedó pensativa.


Ella no tenía tiempo para diversiones, aunque la noche anterior lo había pasado muy bien. Y tampoco le haría ningún daño relajarse de vez en cuando.


–Tengo una idea –le dijo él, acariciándole la mejilla con el dorso de la mano–. ¿Por qué no pasas de ir a trabajar hoy?


–No puedo.


Pero quería. Quería estar con él. Era diferente de los demás hombres a los que había conocido.


Tal vez fuese porque vivía de manera despreocupada, pero estar con él era demasiado… fácil.


–Claro que puedes –le dijo Pedro–. Es solo un día.


–La gala es dentro de tres semanas y queda mucho por hacer.


–Pero es sábado, ven a dar una vuelta conmigo.


–¿Adónde?


–Adonde sea. Podríamos ir de picnic.


Paula no había ido de picnic desde… bueno, no recordaba la última vez.


Era una idea tentadora, pero no quería que Pedro se hiciese ilusiones con ella.


Aunque eso no significaba que no pudiesen ser amigos.


–Iré, pero solo si vamos como amigos.


–¿Y si yo quiero más?


Ella retrocedió para apartarse de sus brazos.


–Entonces, nuestra relación tendrá que ser solo profesional.


–De acuerdo, amigos.


Paula tuvo la sensación de que había sido demasiado fácil convencerlo.


–¿Podemos marcharnos ya? –le preguntó él.


–¿De picnic?


Pedro asintió.


–¿Adónde?


–Conozco un lugar. Creo que te gustará.


Ella pensó que no debía ir, pero quería hacerlo.


Y nunca hacía lo que le apetecía.


Tal vez se mereciese tener un día de diversión.


–Iré a calzarme.




viernes, 5 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 15



Pedro se quedó sentado en la camioneta con el motor encendido, agarrando el volante con fuerza e intentando calmar su corazón. ¿Qué era lo que acababa de ocurrir? Era consciente de que Paula había estado bebiendo y de que él había estado calentándola en la pista de baile, pero no había esperado que se lanzase a sus brazos así. Y cuando lo había besado… Había sido increíble. Jamás había conectado tan bien con una mujer. Tanto física como emocionalmente. Por eso le había costado mucho decirle que no. Y había estado a punto de volver después.


Si hubiese estado sobria habría aceptado su invitación sin dudarlo y en esos momentos estaría en su cama, pero, por suerte, había bebido. Eso le había servido de excusa para no continuar.


¿En qué había estado pensando? ¿De verdad había pensado que tener una aventura con Paula podía ser buena idea? No tenía tiempo para algo así. No tenía tiempo para ella, ni para nadie. Tenía una misión: desenmascarar a Rafael Cameron, y no podía distraerse.


Aunque Paula habría sido una distracción muy estimulante. Y había estado en lo cierto al pensar que debajo de aquel traje de chaqueta había una mujer apasionada y salvaje deseando liberarse. Pero debía mantenerse alejado de ella, por el bien de ambos.


Al día siguiente la llevaría al trabajo y, después de eso, su relación sería estrictamente profesional.


************************************


Paula se despertó a la mañana siguiente con una horrible resaca, pero, sobre todo, avergonzada por su comportamiento del día anterior.


¿Cómo podía haber bebido tanto?


Y todavía peor que la humillación era tener que reconocer que se había divertido mucho. Charlando y bailando. Y coqueteando. No recordaba la última vez que había estado tan relajada, haciendo algo que no fuese trabajar. No podía olvidar cómo había bailado con Pedro, ni la suavidad de sus labios ni la fuerza de su erección.


Si no hubiese sido tan caballeroso y no hubiese echado él el freno, habría terminado acostándose con él. Y lo tendría allí tumbado en esos momentos, adormilado, despeinado…


Intentó apartar la imagen de su mente y le dolió más la cabeza.


Salió de la cama y fue a la cocina, donde se tomó tres pastillas y un vaso de agua fría. En el baño se asustó al ver su reflejo en el espejo. Menos mal que Pedro no estaba allí para verla, porque daba miedo.


Se duchó, se lavó los dientes y se vistió para ir a trabajar con sus pantalones vaqueros favoritos y una camisa de algodón. Los fines de semana siempre iba mucho más informal que durante la semana. Se secó el pelo y se lo recogió en una cola de caballo, se pinto los ojos y los labios. Y estaba pensando si poner la cafetera cuando llamaron a la puerta. No tenía ni idea de quién podía ser, dado que no solía tener visitas los sábados a las nueve y media de la mañana.


¿A quién pretendía engañar? Nunca iba nadie a verla. Últimamente no había tenido tiempo para amigos.


Abrió la puerta y se encontró con Pedro al otro lado.


–Buenos días –la saludó este sonriendo.


Iba vestido como el día anterior, con vaqueros, camisa y botas, pero había añadido un sombrero de cowboy al conjunto. Y estaba muy guapo.


Llevaba en las manos dos vasos de café de la cafetería favorita de Paula y cuando el aroma le llegó a la nariz no pudo evitar que la boca se le hiciese agua.


No se molestó en preguntarle qué hacía allí, dio por hecho que, después de lo sucedido la noche anterior, debía de pensar que estaban saliendo juntos. Le gustó que le hubiese llevado café, pero tendría que dejarle las cosas bien claras y decirle que lo de la noche anterior había sido un error que no volvería a repetirse.


Química sexual aparte, no estaban hechos el uno para el otro.


¿Por qué, entonces, tenía el corazón acelerado? ¿Por qué no podía dejar de mirarle los labios?


–¿No vas a invitarme a entrar?


Por norma, Paula no invitaba a nadie a su casa. En especial, a clientes, porque siempre intentaba guardar las apariencias lo máximo posible.


Pero de todas las personas que conocía, Pedro debía de ser una de las que menos importancia daba a las apariencias. Además, le estaba sonriendo de manera muy sexy y el café olía estupendamente. No podía decirle que no. Así podrían hablar de lo de la noche anterior y establecer límites.


Se apartó y se preguntó qué estaría pensando Pedro mientras miraba a su alrededor. Qué le parecerían los muebles de segunda mano y la moqueta roída. No era un apartamento fuera de lo normal, pero el alquiler era asequible y la zona, tranquila, y tal vez los muebles fuesen viejos, pero eran suyos.


–Muy acogedor –comentó Pedro.


–Quieres decir que es pequeño –replicó ella, cerrando la puerta.


Él se giró a mirarla.


–No, quiero decir acogedor. Me gusta. Me gusta que no se parezca en nada a tu imagen profesional.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 14

 


Paula suspiró al notar los labios de Pedro en los suyos, besándola despacio, con ternura. Su barba le hizo cosquillas. Era la primera vez que besaba a un hombre que no estuviese afeitado, pero le gustó. De hecho, era el mejor beso que le habían dado. Con diferencia. Y eso que no había hecho más que empezar.


Pedro llevó una de las manos a su rostro y luego la enterró en su pelo antes de besarla más profundamente. Ella gimió al notar que le metía la lengua en la boca. Solo podía pensar en que quería más. Era tan maravilloso que no quería que terminase nunca.


Notó que la apretaba contra su cuerpo y cuando se dio cuenta de que estaba excitado, sintió calor por todo el cuerpo. Y tardó solo dos segundos en decidir que aquel beso tampoco iba a ser suficiente. Quería acariciarlo, sentirlo.


Quería acostarse con él. Quería notar el peso de su cuerpo apretándola contra el colchón mientras se movía en su interior.


No podía desearlo más.


Le sacó la camiseta de la cinturilla de los pantalones y metió las manos por debajo para apoyarlas en su estómago, y él gimió contra su boca. Todavía no había visto su cuerpo, pero estaba segura de que era perfecto. Empezó a retroceder, haciéndolo entrar en su apartamento, pero Pedro se detuvo de repente y rompió el beso.


–Paula, no puedo.


¿Cómo era posible? ¿No la deseaba? Pues la estaba besando como si la desease.


–No pienses que es porque no te deseo –le dijo él–. Te deseo más de lo que puedas imaginar, pero has bebido más de la cuenta. Me sentiría como si me estuviese aprovechando de ti.


«Aprovéchate de mí, por favor», quiso decirle ella, pero tenía razón. Había bebido demasiado. Y era probable que el alcohol le estuviese nublando el juicio.


¿Cómo que era probable? Claro que tenía nublado el juicio. Estaba invitando a un cliente a entrar en su apartamento con la intención de acostarse con él. Un hombre que no cumplía ni uno solo de los requisitos que, para ella, debía tener un hombre para salir con él. Aunque no tenía intención de salir con él.


Solo quería tener sexo con él.


–Tienes razón –admitió, retrocediendo y apartándose de él, agarrándose al marco de la puerta para poder guardar el equilibrio–. No sé qué estaba pensando.


–Si te sirve de consuelo, yo estaba pensando exactamente lo mismo.


Eso hizo que Paula se sintiese todavía peor.


–Gracias por haberme convencido para que saliese contigo esta noche –le dijo–. Me lo he pasado muy bien.


–Yo también.


–Espero que podamos ser amigos. Podríamos repetirlo algún día.


Pero sin el beso. Y con menos alcohol.


–Me encantaría.


Paula pensó que si no cerraba la puerta pronto, corría el riesgo de volver a lanzarse a sus brazos.


Él debió de pensar lo mismo, porque le dijo:

–Tengo que marcharme.


–Gracias por la cena, y el vino, y por haberme enseñado a bailar.


–De nada. Gracias a ti por haberme hecho compañía.


La miró como si fuese a volver a besarla. De hecho, dio un paso hacia ella, pero algo en su mirada debió de advertirle lo que ocurriría si lo hacía, porque se dio la vuelta y desapareció por el pasillo.


Cuando oyó el motor de la camioneta arrancando, Paula cerró la puerta y entró en casa.


Había estado a punto de cometer un enorme error. Había cruzado una línea que se había prometido que jamás cruzaría. Por suerte, Pedro había echado el freno, pero ¿por qué en vez de sentirse aliviada se sentía tan mal?



APARIENCIAS: CAPÍTULO 13

 


Paula miró el reloj que había encima de la barra y vio sorprendida que eran casi las doce de la noche, pero lo estaba pasando tan bien que no le apetecía marcharse. Aunque, si la llevaba a casa, tal vez le diese un beso de buenas noches. Sabía que no debía permitírselo. Lo suyo no tenía futuro, pero solo la idea hizo que le temblasen las rodillas.


Se puso los zapatos y la chaqueta y salieron al aparcamiento. Iba tan inestable con los tacones por la gravilla que Pedro tuvo que sujetarla.


–Tengo el coche en el despacho –le contó.


–Sí, pero no estás en condiciones de conducir.


–¿Y cómo iré a trabajar mañana?


–Me pasaré por tu casa por la mañana y te llevaré.


Aquella parecía la solución perfecta, porque, de ese modo, tendría que volver a verlo. Quizás él también quisiese volver a verla.


La ayudó a subir a la camioneta y luego dio la vuelta para sentarse al volante.


–¿Adónde vamos?


Ella le dio la dirección de su apartamento y, por el camino, pensó en lo raro que era que se sintiese tan a gusto en su compañía, teniendo en cuenta que solo se habían conocido unas horas antes. Normalmente le costaba acercarse a la gente y bajar la guardia. Le costaba confiar. Era una persona reservada por naturaleza, pero esa noche le había contado a Pedro cosas que no había compartido ni con sus mejores amigos. Incluso su secretaria, que llevaba trabajando para ella desde que había montado la empresa, no sabía nada de su niñez. Tal vez se había sentido cómoda confiando en Pedro porque él también había tenido un pasado complicado.


–Estás demasiado callada –le dijo este–. ¿Todo bien?


–Sí. La verdad es que me siento bien. De hecho, hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien. Me he divertido mucho esta noche.


–Yo también.


Al llegar a su casa, Pedro aparcó delante del edificio y salió a abrirle la puerta. Al bajar, Paula estuvo a punto de perder el equilibrio.


–¡Cuidado! –le dijo él, sujetándola del brazo–. ¿Estás bien?


–Creo que estoy un poco más contenta de lo que pensaba –respondió ella, aferrándose a su brazo y sintiendo su músculo duro y su calor.


No pudo evitar preguntarse cómo sería el resto de su cuerpo. Y cómo reaccionaría Pedro si intentaba averiguarlo.


Llegaron a su puerta y Pedro le quitó las llaves de la mano para abrirla, luego, se volvió hacia ella.


–Lo he pasado muy bien esta noche.


–Yo también.


«Ahora, bésame y hazme feliz».


–Gracias por hacerme compañía.


–De nada.


«Venga. Bésame», siguió pensando Paula.


Lo vio inclinar la cabeza y levantó la barbilla. Cerró los ojos y contuvo la respiración mientras esperaba a notar sus labios. ¿Le daría un beso lento y dulce, o apasionado y salvaje? ¿Tendría los labios tan suaves como parecían? ¿A qué sabrían?


Notó su aliento en la boca, el olor a limpio de su aftershave, y notó la caricia de sus labios… ¿en la mejilla?


Pedro estuvo así un par de segundos y luego se apartó, pero después de haber pasado toda la noche en un perpetuo estado de excitación, Paula supo que no iba a poder conformarse con tan poco.


Olvidándose por completo de su sentido común, lo agarró por el cuello y le hizo bajar la cabeza para darle un beso en los labios.