De camino adonde Pedro la estuviese llevando, detuvo la camioneta delante de una cafetería del centro, donde Paula compraba también a veces la comida o se tomaba un café.
–Espérame aquí –le dijo él.
Y unos minutos después salía de la cafetería con una enorme bolsa.
¿Cómo podía haberlo hecho tan deprisa, si a través de la ventana se veía que había mucha cola?
Paula recordó que Pedro había salido a hacer una llamada mientras ella se ponía los zapatos, debía de haber encargado la comida.
–¿Qué tienes ahí? –le preguntó.
–La comida –respondió él, dándole la bolsa.
A Paula le sorprendió que pesase tanto y miró dentro. No era la comida, sino todo un banquete. Había sándwiches, ensaladas y fruta, además de varios bollitos, botellas de agua y refrescos bajos en calorías.
Paula, que tenía un presupuesto muy ajustado, sabía que esa cafetería no era precisamente barata, así que aquel festín tenía que haberle costado a Pedro una pequeña fortuna.
–No hacía falta comprar tantas cosas –le dijo.
Él se encogió de hombros y arrancó la camioneta, como si no fuese nada del otro mundo.
–No se puede hacer un picnic sin comida.
–Al menos, deja que te pague la mitad –le pidió, tomando el bolso–. ¿Cuánto te debo?
–Te invito yo –le dijo él, empezando a conducir.
–Eso no es justo. Ya me invitaste anoche. Y ahora que trabajas menos, seguro que estás más justo de dinero.
–Mi sueldo no ha cambiado.
–Pues debes de tener un jefe muy generoso.
–Sí. Me ve como una inversión, supongo, porque quiere que sea su capataz.
Ella se preguntó si ganaría mucho más dinero como capataz que como peón, pero no se atrevió a preguntárselo. Aun así, seguía pensando que podía hacer mucho más en la vida, pero quién era ella para entrometerse en sus asuntos.
No obstante, le importaba lo que hiciese con su vida porque le gustaba. El corazón le daba un vuelco cada vez que lo miraba.
No sabía lo que le estaba pasando.
–¿No vas a decirme adónde vamos? –le preguntó.
Pedro se limitó a sonreír.
–¿Sabes al menos adónde vamos?
–Sí.
–¿Está muy lejos?
–A veinte minutos.
Parecía relajado, sin prisa. Ella siempre iba corriendo a todas partes y, aunque a veces se sentía agotada, era una costumbre que le resultaba difícil de cambiar.
Tal vez Pedro pudiese enseñarla. O tal vez no quisiese cambiarla.
Quizás le gustasen las mujeres emprendedoras y con éxito.
Aunque eso daba igual, porque solo iban a ser amigos.
–¿Cómo era tu prometida? –le preguntó.
–¿Por qué me lo preguntas? –le dijo él, sorprendido.
–Tengo curiosidad, pero si no quieres hablar de ello…
–No pasa nada. Es solo que me ha sorprendido la pregunta –le dijo Pedro, respirando profundamente–. Alicia era… ambiciosa, pero de una manera negativa.
–¿Ser ambicioso puede ser algo malo?
–Supongo que depende de lo que ambiciones. A mí me parecía la mujer perfecta, hasta que dejó de parecérmelo.
–No te entiendo.
–Me decía siempre lo que quería oír, se comportaba como creía que yo quería que se comportase. Lo que tuvimos fue como un sueño, pero ella me confesó después que nunca me había querido.
–¿Y por qué quería casarse con alguien a quien no quería?
–Seguro que tenía sus motivos.
Paula tuvo la sensación de que Pedro no se lo estaba contando todo. Tal vez porque no quería que Paula lo supiera, o porque no se sentía cómodo abriéndose a ella. Se conocían desde hacía menos de veinticuatro horas y el hecho de que ella sintiese una conexión especial con él no significaba que esta fuese recíproca.
–Menos mal que me enteré antes de la boda, aunque fuese poco antes.
–¿Cuándo te enteraste?
–Dos días antes de casarnos, cuando los sorprendí en los establos en una situación… comprometedora.
Paula imaginó que debía haber sido horrible y no entendió que una mujer con un novio tan dulce y atractivo necesitara a otro. Tuvo que recordarse a sí misma que casi no conocía a Pedro.
Tal vez tuviese un lado oscuro. Todo el mundo tenía defectos, ¿no?
–¿Y tú? –le preguntó él–. ¿Has tenido alguna relación seria?
–La verdad es que no. En el instituto no tenía tiempo para novios y no quería terminar como muchas, embarazadas y casadas con dieciséis años.
–¿Tan mal iban las cosas en casa?
–Mis padres se casaron nada más terminar el instituto y mi madre no tenía ninguna preparación. Cuando se terminó el dinero del seguro de vida, perdimos la casa y tuvimos que irnos a vivir a una pequeña caravana en la zona más pobre de la ciudad. Una época tuvimos que irnos incluso a un piso de acogida para mujeres. Fue la experiencia más humillante de mi vida.
–¿Tu madre no se volvió a casar?
–No, gracias a Dios.
–¿Por qué dices eso?
–Porque siempre salía con hombres parecidos a ella.
–¿Alcohólicos, quieres decir?
–Alcohólicos, drogadictos. Gracias a uno de ellos nos desahuciaron y tuvimos que irnos al piso de acogida. Le robó a mi madre el dinero que tenía guardado en el bolso para pagar el alquiler de la caravana y se lo gastó en droga.
–Sé lo que es que tu padre te decepcione –comentó él.
–A mí me gusta pensar que todo aquello me convirtió en una persona más fuerte. Tal vez mi madre hiciese muchas cosas mal, pero gracias a eso sé cuidarme sola.
Pedro alargó la mano y tomó la suya, se la apretó y Paula sintió que se le encogía el corazón. Deseó que no la soltase nunca, pero tenía que agarrar el volante.
–Así que no tuviste novios serios en el instituto –continuó él–. ¿Y en la universidad?
–Salí con algunos chicos, pero no me enamoré perdidamente de ninguno. El primer año estuve a punto de irme a vivir con uno, pero al final no lo hice. Y después encontré trabajo en Chicago y la relación no era tan buena como para aguantar la distancia.
–¿Estabas enamorada de él?
Paula se encogió de hombros.
–No lo sé. Quizás, en cierto modo. Lo quería como amigo, de eso estoy segura, pero creo que nunca he estado enamorada de verdad.
Por eso le resultaba tan extraño sentir tanto por Pedro.
–Y ahora no tienes tiempo –le dijo él.
–No, además, ¿quién querría salir con una mujer que trabaja ochenta horas a la semana?
Él la miró y sonrió y a ella se le aceleró el corazón.
–Supongo que dependerá de la mujer. Y del hombre.
–Para mí es más fácil estar sin pareja en estos momentos.
–¿No te sientes nunca sola?
–No tengo tiempo –le dijo, aunque no fuese del todo verdad.
A veces echaba de menos tener a alguien con quien compartir las cosas, y con quien tener relaciones íntimas, aunque pudiese vivir sin sexo.
No obstante, cuando estaba con Pedro no podía pensar en otra cosa.
–¿Significa eso que no quieres casarte? –le preguntó Pedro. Solo por curiosidad porque él, después de lo de Alicia, tampoco estaba interesado en el tema.
–Quizás algún día.
–¿Y tener hijos?
–Todavía no tengo esa necesidad, ya llegará el momento.
–¿Y cuándo será eso?
–Cuando mi negocio esté establecido. Soy joven, no tengo prisa.
–¿Cuántos años tienes? –le preguntó él, arriesgándose a ofenderla.
–Cumplí veintiocho el veintidós de enero.
Él la miró con incredulidad. Tal vez había consultado su archivo.
–No es verdad.
–Claro que sí.
–¿De verdad cumples años el veintidós de enero?
–Sí.
–Yo también.
Paula arqueó las cejas.
–¿En serio?
–En serio.
–Qué raro.
Era la primera vez que Pedro conocía a alguien que cumpliese años el mismo día que él.
–Tal vez sea el destino.
–No lo creo.
–¿Por qué no?
–Porque no creo en el destino. Pienso que las personas controlan su propio destino. Mi vida es como yo la he hecho. No hay fuerzas cósmicas que determinen qué va a pasar o no.
–No estoy de acuerdo. ¿Crees que fue coincidencia que dos días antes de la boda, al volver antes de tiempo de un viaje de negocios, viese luz en los establos y fuese a dar una vuelta? ¿Y que sorprendiese a Alicia con el capataz?
–¿Tu jefe te manda de viajes de negocios? –le preguntó ella.
–¿Viajes de negocios?
–Acabas de decir que volviste antes de tiempo de un viaje de negocios.
¿Eso había dicho? Pues debía tener más cuidado. Estaba demasiado cómodo con ella y había bajado la guardia.
–Mi jefe quería comprar unos caballos nuevos y lo acompañé a verlos.
–¿Y volviste antes de tiempo?
–El destino, ya te lo he dicho.
–Eres el primer hombre que conozco que cree en esas cosas o, al menos, que lo admite.
Pedro se echó a reír.
–Vaya, ¿he metido la pata? Pensé que a las mujeres os gustaban los hombres con un lado sensible.
–Tal vez sea solo que los hombres con los que he salido eran más… prácticos.
–En otras palabras, aburridos.
–A veces. Pero prefiero salir con hombres poco peligrosos.
–Pues anoche dijiste que salías con hombres que no te convenían.
–¿Eso dije?
–¿En qué quedamos entonces?
–Tal vez estuviese bien encontrar a uno que tuviese una mezcla de ambas cosas –contestó ella, mirando por la ventanilla–. ¿Hemos llegado?
–Casi.