martes, 12 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 32

 


Abrió y entró, sorprendida de que todas las luces estuvieran apagadas. Por el resplandor de la chimenea, pudo distinguir la forma de Pedro en el sofá. Había parecido extenuado al llegar. Debía de haberse quedado dormido.


Como se tambaleaba con los tacones altos, se quitó las botas y cruzó la habitación para no despertarlo. Pero al acercarse, vio que Matías estaba acurrucado contra su pecho, con la cabeza bajo su barbilla y profundamente dormido.


Unas lágrimas súbitas afloraron a sus ojos y un nudo le atenazó la garganta.


Era, de lejos, lo más dulce que había visto en su vida.


Se sentó en el borde del sofá, y acarició la mejilla suave de su hijo. Estaba frío, igual que Pedro. Le frotó el brazo para despertarlo.


Él abrió los ojos y la miró somnoliento.


–¿Qué hora es?


–Poco más de medianoche. Doy por hecho que Matias no podía dormir.


Pedro acarició la espalda del pequeño.


–Se despertó a eso de las diez –musitó–. Creo que lo inquietaba que tú no estuvieras aquí. No volvió a dormirse, así que me lo traje otra vez aquí conmigo.Supongo que los dos nos quedamos dormidos.


–Espero que no te haya planteado muchos problemas.


–En absoluto. ¿Te lo has pasado bien?


–Sí, ha sido estupendo –mintió–. Siempre es agradable pasar una noche con las chicas.


–Supongo que debería llevarlo a la cama.


Paula se puso de pie y los siguió a la habitación de Matías. Lo observó acostarlo sin que Matías moviera siquiera una pestaña. Ella lo arropó y le apartó el pelo de la frente.


–Buenas noches, cariño. Que tengas felices sueños.


Cerraron la puerta y regresaron al salón.


–Gracias por cuidar de él.


–No ha sido ningún problema. Nos divertimos –miró su reloj de pulsera–. Debería irme a casa. Tienes que madrugar.


Tuvo ganas de invitarlo a quedarse. Ofrecerle una copa, quizá arrojarse a sus brazos y suplicarle que le hiciera el amor.


Mayor razón para dejar que se marchara.


Fueron al recibidor.


–Quizá podría venir mañana por la tarde para ver a Matías –dijo Pedro–. Podríamos cenar juntos.


Verlo dos días seguidos era una mala idea, pero se oyó responder:

–Claro. Llegaremos de la casa de mi padre a eso de la una.


–Te llamaré entonces –se puso el abrigo, dio media vuelta y con la mano en el pomo, se detuvo. Dejó caer la mano y giró hacia ella–. No quiero irme.


Debía decirle que tenía que hacerlo. No podía tentar al destino.


–Iba a prepararme una taza de té –explicó a cambio–. ¿Te apetece una?


–Me encantaría.


–¿Qué habéis hecho Beatriz y tú esta noche? –preguntó.


–Fuimos con un par de amigas a un local que está de moda en la parte baja de la ciudad.


–¿Y qué tal?


–Tenían un DJ decente y las copas no estaban aguadas.


–Pero, ¿os lo pasasteis bien?


–Fue… divertido.


La tetera comenzó a hervir.


–¿Con qué quieres el té?


–Azúcar –quizá había conocido a alguien, pensó. O lo más probable era que estuviera dejando volar su imaginación. No había visto atisbo alguno de un hombre en la vida de Paula… aparte de Matías. ¿Vas a menudo a bares? –preguntó sin quererlo.


Puso la taza, el azucarero y una cuchara ante él sobre la encimera.


–Últimamente, no, pero estoy pensando que es hora de volver al juego.


–¿Qué juego?


–El de las citas.


¿Le estaba diciendo que se largara o quería ponerlo celoso? ¿O llevaba eso de la amistad demasiado lejos, confiándole cosas que él no quería oír?


–¿Crees que ir a bares es un buen sitio para conocer hombres?


Ella se encogió de hombros y respondió:

–Supongo que no. A ti te conocí en un lugar de esos y mira lo que me dejó.


No cabía duda de que sabía dar golpes bajos.


–Aunque pudiera no cambiaría nada –añadió Paula–. Matías es lo mejor que jamás me ha pasado.


–Es a mí a quien te gustaría eliminar de la ecuación –dijo él.


–No me refería a eso. La cuestión es que los hombres no van a los bares en busca de relaciones largas y monógamas. Lo único que tengo que hacer es mencionar que tengo un hijo para que huyan despavoridos. Luego están los hombres que fingirían que son los mejores amigos de Matias con tal de tener acceso a mi fideicomiso. Cuesta saber en quién confiar.


–Hasta que Matías se hiciera un poco mayor, quizá sería mejor que solo te concentraras en cuidarlo.


Ella rio, pero fue un sonido amargo y frío.


–Para ti es muy fácil decirlo.


–¿Cómo lo sabes? ¿Por qué das por hecho que para mí sería más fácil?


Era evidente que había tocado un punto delicado. Ella lo miró furiosa.


–Tú puedes hacer lo que quieras, cuando quieras y estar con quien te apetezca. Con un bebé al que cuidar las veinticuatro horas de los siete días de la semana, yo no dispongo de ese lujo.


Él se acercó un paso.


–Para que quede constancia, solo hay una mujer con la que quiero estar. Pero ella cree que sería demasiado complicado.


–Por favor, no digas cosas así –se volvió hacia la oscuridad de la ventana.


Se situó detrás de ella y sintió que los hombros se le tensaban al apoyar las manos sobre ellos.


–¿Por qué no?


–Porque sabes que no puedo.


Bajó las manos por sus brazos y luego las volvió a subir.


–¿Ya no me deseas?


Sabía que sí, pero quería oírselo decir. Quizá… quizá en ese momento las cosas podían ser diferentes. Tal vez realmente había cambiado.


–Te deseo –susurró ella– Demasiado. Pero sé que volverás a hacerme daño.


–Al fin estás dispuesta a reconocer que te hice daño. Es un comienzo.


–Creo que deberías marcharte.


–No quiero hacerlo –le apartó el cabello y le besó el cuello. Ella gimió suavemente y moldeó el cuerpo contra el suyo.


–No puedo dormir contigo, Pedro.


Le apartó el jersey y le dio un beso en el hombro.


Sintió que se derretía, que cedía.


–¿Quién ha mencionado algo sobre dormir?


–Por favor, no hagas esto.


–¿Y si las cosas pudieran ser diferentes esta vez?


La hizo girar hacia él.


–Quiero estar contigo, Paula. Contigo y con Matías.


–¿Y qué me dices de tu trabajo? De tu carrera.


–Durante un tiempo deberíamos mantener nuestra relación en secreto. Al menos hasta que me ofrezcan el puesto de presidente ejecutivo. Una vez que esté bajo contrato, les costará mucho deshacerse de mí. Además, no tardarán en darse cuenta de que en lo referente al trabajo, mi lealtad es para ellos.


–¿Cuándo?


–Adrian va a dimitir a principios de primavera. Doy por hecho que el nuevo presidente ejecutivo se anunciará con un mes de antelación.


–¿O sea que estamos hablando de tres o cuatro meses de movernos a hurtadillas?


–En el peor de los casos, sí. Pero podría ser antes –le acarició la mejilla–. Pasado eso, me importa un bledo quién lo sepa. Creo que al menos le debemos a Matías intentarlo, Paula. ¿No estás de acuerdo?


–Imagino que si lo hacemos por Matías… –le rodeó el cuello con los brazos–. Siempre que prometas no volver a hacerme daño.


–Lo prometo –y era una promesa que pensaba cumplir. Mientras la besaba, la alzó en vilo y la llevó al dormitorio.




AVENTURA: CAPITULO 31

 


A pesar de la música, el baile, los deliciosos margaritas, por no mencionar a los hombres que la habían invitado a bailar, no dio la impresión de poder relajarse.


–Supongo que lo de esta noche no fue una idea tan buena –dijo Beatriz de camino a casa.


Su prima sonaba tan decepcionada, que a Paula la invadió la culpa.


–Lo siento. Supongo que echo de menos a Matias.


–Desde que tuviste a Matias hemos salido muchas veces, y echarlo de menos jamás te impidió pasarlo bien –la miró–. Creo que tiene que ver más con el canguro de Matías.


–Me acosté con Pedro –ni siquiera había tenido intención de contárselo. Simplemente, lo soltó.


Beatriz hizo una mueca.


–De acuerdo. Supongo que lo vi venir.


–No se repetirá.


–Claro que no –su prima la miró.


–Lo digo en serio. Los dos acordamos que era algo que debíamos quitarnos de encima, y ahora se ha acabado.


–Es lo más idiota que he oído. ¿Quitártelo de encima? ¿Con sexo? Si tú lo amas. Acostarte con él solo hará que lo desees más –al llegar a la puerta de la casa de ella, recogió el bolso que se había caído al suelo y se lo dio junto con un beso en la mejilla–. Te quiero. Hablaremos por la mañana.


Con cierta inseguridad, se dirigió hacia la entrada de su casa. Esa noche solo había bebido tres margaritas y apenas era capaz de caminar en línea recta. Qué poco aguante había demostrado tener… en nada parecido a sus buenos tiempos.




AVENTURA: CAPITULO 30

 


Solo después de colgar y comprobar su agenda para la próxima reunión, comprendió el error que acababa de cometer. El sábado por la noche se suponía que debía asistir a una fiesta que daban Adrián y Katy. Había quedado tan encantado por la idea de pasar tiempo con su hijo, que ni siquiera se le había pasado por la cabeza la idea de poder tener otro compromiso.


Emilio y su novia estarían allí, y conocía lo bastante bien a su hermano como para saber que jamás perdería la oportunidad de ganar puntos a su favor. Haciendo que él quedara como el raro. Podía volver a llamar a Paula y decirle que le sería imposible ocuparse de Matías, pero algo le dijo que eso no saldría bien.


Sabía que ser padre requeriría sacrificios. Además, Adrián le había asegurado que no pasaba nada si no iba, que era muy precipitado.


Solo esperó que lo creyera de verdad. Estaba demasiado cerca de conseguir todo lo que quería como para tirarlo por la borda.


A pesar de que Paula no había parado de repetirse de que todo iría bien, cuando sonó el timbre se levantó del sofá como impelida por un resorte. «Cielos, relájate». Se obligó a ir despacio hacia la puerta. No salía mucho, así que se había tomado su tiempo en arreglarse.


Con un nudo en la garganta, abrió. Pedro se hallaba en el porche, con un aspecto condenadamente sexy. Por lo general, cuando iba a ver a Matías vestía de manera informal, pero en ese momento aún llevaba puesto el traje.


La estudió, asimilando el ceñido jersey negro de cachemira, las mallas y las botas de tacón alto.


–Estás estupenda –alabó con sinceridad.


–Gracias –dijo, retrocediendo para que él pudiera entrar del frío. Una vez dentro, se dio cuenta del aspecto cansado que mostraba, como si llevara despierto varios días seguidos.


–Lamento llegar tarde –se disculpó él–. La reunión se prolongó demasiado. Ni siquiera he tenido tiempo de ir a casa a cambiarme.


–Pareces exhausto.


Pedro se quitó el abrigo.


–Ha sido una semana larga. Vamos a iniciar la producción de una nueva campaña publicitaria. Y todo lo que podía salir mal ha salido mal. Por suerte vamos a cerrar para las fiestas. Necesito un descanso.


Desde el otro lado del salón Matias lanzó un grito y se puso a saltar entusiasmado al ver a Pedro.


–Hola –Pedro cruzó el salón para ir a saludarlo, y lo alzó, abrazándolo–. Te he echado de menos.


Paula sintió que se le derretía el corazón.


–Hoy ha dormido más tiempo, así que podrá quedarse un rato más despierto. Solo asegúrate de que esté en la cama a las nueve. Tenemos que levantarnos temprano para ir a desayunar a la casa de mi padre.


–¿Lo hacéis a menudo?


–Un par de veces al mes. Mi padre está ocupado la mayor parte del tiempo, pero le gusta ver a su nieto.


–Y a ti, no me cabe ninguna duda.


–No, casi todo se centra en Matías. Mi padre y yo apenas nos hablamos. A menos que esté dándome un discurso sobre cómo educar a Matías, no tiene más que decir. Pero es una conversación unilateral.


–Se parece a mi madre –comentó Pedro–. Le encanta oírse hablar. ¿Tu padre está soltero? Quizá deberíamos presentarlos.


–¿Para que puedas ser mi hermanastro? Sería divertido explicarle eso a Matias.


–Es verdad –rio y señaló el árbol de Navidad–. Ha quedado bonito.


–Beatriz llegará pronto. ¿Por qué no te muestro dónde está todo para no tener que hacerla esperar? –aunque la idea de quedarse en casa con ellos ya le resultaba más atractiva.


Después de mostrarle dónde estaban los pañales limpios, las toallitas y los pijamas en caso de que el pequeño ensuciara los que llevaba, agregó:

–Te he dejado instrucciones en la cocina de cómo preparar un biberón, pero ya me has visto hacerlo –le dijo–. Tienes el número de mi móvil, así que no dudes en llamar si necesitas algo.


–Seguro que me arreglaré.


Se puso el abrigo y recogió el bolso de la mesa del recibidor. Pensó en darle un beso a Matías, pero con Pedro sosteniéndolo en brazos, podría resultar un poco incómodo. Le sopló un beso y dijo:

–Adiós, cariño, te quiero.


–Diviértete –comentó Pedro.


–Tú también –cruzó la puerta en dirección al coche de Beatriz.





lunes, 11 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 29

 


Aunque al regresar a su despacho, se preguntó si el hecho de que investigaran a Julián significaba que también hacían lo mismo con él. Pero no veía el motivo. Podía contar con los dedos de una mano las veces que había estado en la refinería. Sin embargo, como saliera a la luz la relación que tenía con Paula y Matías, no solo podría socavar sus posibilidades para llegar a ser presidente ejecutivo, sino que también lo colocaría en una posición dudosa.


Si pudiera ocultar a Paula solo unos meses más, hasta que hubiera tenido tiempo de considerar de verdad lo que hacía, al menos hasta que se hubiera tomado la decisión de la sucesión…


Al volver a su despacho vio que en el teléfono móvil que había dejado sobre la mesa tenía dos llamadas perdidas. Una de un número que no reconocía y otra de Paula. Sin mensajes.


Marcó el número de ella y contestó a la segunda llamada. De fondo podía oír los balbuceos felices de Matías. En apenas una semana el pequeñajo se había ganado el camino hacia su corazón.


–¿Has llamado? –le preguntó a Paula.


–Sí. Lamento molestarte mientras trabajas, pero había algo que quería preguntarte. ¿Tienes un minuto?


–Claro.


–Se puede decir que necesito un favor, pero quiero dejarte bien claro que nada te obliga a hacérmelo. No se lo puedo pedir a Juana. Pensé que tal vez querrías hacerlo tú a cambio.


–¿Hacer qué?


–Cuidar de Matías el sábado por la noche. Me han invitado para una noche de chicas con Beatriz y algunas amigas.


–¿Te refieres a estar él y yo solos?


–Sí. Yo no me marcharé hasta las siete y media y él se acuesta a las ocho y media, de modo que estará dormido casi todo el tiempo.


El hecho de que le confiara a Matías lo dejó sin habla unos momentos.


–Si no quieres… –agregó ella.


–No es que no quiera. Es que… estoy un poco sorprendido de que me lo pidas, teniendo en cuenta mi amplio desconocimiento de los niños.


–Bueno, Matias te adora y tú ya conoces su rutina. Además, es fácil de llevar. No puedo imaginar que te dé algún problema. Y si decides formar parte permanente de su vida, no puedes estar de visita para siempre. Tendrás que acostumbrarte a estar a solas con él. A veces por la noche.


La idea lo fascinaba y al mismo tiempo lo aterraba. No eran cosas que hubiera tomado en consideración.


–Me gustaría hacerlo –dijo al final, y a pesar de todas sus dudas, era verdad.


–¡Estupendo! ¿Puedes pasar por mi casa a las siete y media? Eso me dará tiempo de mostrarte dónde está todo antes de que Beatriz pase a recogerme.


–Sí.


–No sé lo que haréis esta noche, pero Matías y yo íbamos a decorar el árbol a eso de las siete.


Con una cena programada con su equipo de trabajo para las seis y media era imposible que pudiera terminar antes de las ocho. De modo que tal vez solo lo viera diez minutos antes de que se fuera a acostar. Lo que significaba que iría a verla a ella, no a Matías, lo que no creía que fuera una buena idea después de lo sucedido la noche anterior.


–Hoy me es imposible ayudaros con el árbol, pero tal vez pueda pasarme mañana al mediodía.


–Claro. Sería estupendo. A propósito, ¿has recibido alguna carta de Leo y Beatriz ya?


Echó un vistazo al correo del día y vio un sobre con el remitente de Leo y Beatriz. Lo abrió, pero no se trataba de una tarjeta. Era una invitación para su fiesta anual de Fin de Año. Pedro iba cada año, salvo el anterior, y solo porque supuso que se toparía con Paula. Sabía que estaba embarazada, y la idea de verla preñada con el bebé de otro hombre…


De haber sabido que era su hijo, quizá hubiera actuado de otra manera.


–Doy por hecho que tú también has recibido una invitación –comentó.


–Sí. Me preguntaba si pensabas ir.


–No podemos eliminar nuestra vida social solo por el hecho de que nos vamos a encontrar el uno con el otro. No es justo para ninguno de los dos.


–Supongo que no. Entonces, ¿vas a ir?


–Sí, iré –aunque solo fuera para probar que eso que había entre ellos no tenía por qué ser nada del otro mundo.


–Entonces, yo también –confirmó ella.




AVENTURA: CAPITULO 28

 


A la mañana siguiente, Pedro estaba sentado en su despacho sintiéndose más relajado y feliz que en mucho tiempo. Dieciocho meses, para ser exactos.


El único problema radicaba en que la felicidad jamás duraba. Dejar que esa situación fuera más lejos sería un error. De modo que la próxima vez que ella se le insinuara, y conociendo a Paula, probablemente habría una próxima vez, él sería la persona racional. Sin importar que quisiera creerlo o no, él sabía lo que era mejor para ella.


Sonó el interfono.


–El señor Blair necesita verlo en su despacho.


Se levantó y fue a la oficina de Adrian.


–Lo están esperando –le indicó la secretaria de este, indicándole la puerta abierta del despacho.


Entró algo desconcertado, ya que no tenía ni idea de esa reunión y su secretaria no le había informado de nada al respecto.


Adrian estaba sentado ante su mesa y lo sorprendió ver a Emilio de pie junto a los ventanales. Si era una reunión planeada, Julian aún no había llegado.


–Cierra la puerta –pidió Adrian.


–¿Y Julián?


–Lo envié a la refinería.


Solo había una razón por la que Julian pudiera ser excluido de una reunión. Se había descubierto algo acerca de la explosión.


Cerró la puerta y se sentó frente a la mesa de Adrian.


–Así que doy por hecho que hay novedades.


Adrian y Emilio intercambiaron miradas.


–Algo así –confirmó el segundo.


No estaba seguro de que le gustara que Adrián lo hablara con Emilio presente. Hasta que el puesto de presidente ejecutivo no se llenara, se suponía que todos estaban al mismo nivel.


Se sentó más erguido en el sillón y miró a uno y luego al otro.


–Sea lo que sea, veo que ya lo habéis hablado sin mí.


–Teníamos algunas preguntas para ti –dijo Adrian con solemnidad.


–Pues formuladlas –indicó.


–Sé que Julián y tú no sois muy cercanos –dijo Emilio–. Pero, ¿sabes algo acerca de sus finanzas personales?


–No compartimos precisamente consejos bursátiles. ¿Por qué?


–¿Eres consciente de algún motivo por el que tenga que depositar o retirar alguna suma importante de dinero en efectivo?


¿Estaban investigando las finanzas de Julián? ¿Habrían hecho lo mismo con las suyas? A pesar de toda la animosidad que sentía hacia Julián, el instinto arraigado de defender a su hermano salió a la superficie.


–¿Estáis acusando a mi hermano de algo?


–Una semana antes del accidente, alguien depositó doscientos mil dólares en la cuenta de Julian, y unos días después él transfirió treinta mil.


–¿A quién?


–Me temo que no tenemos acceso a esa información –expuso Emilio.


–Pero lo que estáis diciendo es que lo consideráis responsable del sabotaje.


–No puedes negar que parece sospechoso.


Los estudió.


–¿Creéis que alguien le pagó y que él pagó a alguien para que manipulara el equipo?


–Es una posibilidad –confirmó Adrián.


–¿Por qué?


–Julián es ambicioso –expuso Emilio–. Sucedió antes de que todo el mundo supiera que el puesto de presidente ejecutivo quedaría vacante. Quizá creyó que había llegado a su techo.


–Su entrega a la empresa y su dedicación a los hombres en la refinería han sido ejemplares –les recordó Pedro . De hecho, era realmente notable, a pesar de las diferencias sociales y económicas, lo mucho que los hombres de la refinería respetaban y confiaban en Julian. Era uno más del grupo.


–Quizá alguien le hizo una oferta que no pudo rechazar –dijo Emilio–. Pero primero esperaba algo a cambio.


–Sea o no ambicioso, no lo veo poniendo la vida de alguien en peligro para impulsar su carrera.


–Quizá nadie tenía que resultar herido, pero algo salió mal –sugirió Adrian–. Tienes que admitir que él fue quien peor encajó lo sucedido. Tal vez se siente culpable.


–Si es así, ¿por qué sigue aquí?


–¿Para evitar sospechas? O quizá ahora que el puesto de presidente ejecutivo va a quedar vacante tiene una razón para quedarse.


–O tal vez –aportó Emilio–, al haber heridos, eso rompió el trato al que había llegado.


–Escuchad, ya sabéis que mi hermano y yo no mantenemos la mejor de las relaciones, pero me está costando mucho aceptar algo así –o tal vez no quería creer que su propio hermano podía ser responsable o tan egoísta.


–Créenos, a nosotros tampoco nos gusta –convino Adrian–. Pero no podemos soslayar la posibilidad. Si de algún modo ha estado involucrado, y luego sale a la luz que teníamos pruebas y no hicimos nada al respecto…


–Podéis planteárselo a él –sugirió Pedro .


Emilio rio.


–Estamos hablando de Julian. Si es culpable, ¿de verdad crees que iba a reconocerlo?


Era verdad. Antes se cortaría un brazo.


–Su secretaria va a iniciar su permiso de maternidad en unas semanas y la agencia de investigación ha sugerido que pusiéramos a una agente de incógnito en el despacho de Julián –dijo Adrian–. Él va a pensar que solo se trata de una empleada temporal.


–Como se enteré, se va a irritar.


–Así que debemos cerciorarnos de que no se entere –dijo Adrián–. Y hasta entonces debemos encontrar otra manera. Quizá tú podrías tratar de hablar con él. Tal vez se le escape algo.


–Con sinceridad, yo soy la última persona con la que se abriría. No hablamos. Nunca. De hecho, eso solo ayudaría a despertar sus sospechas.


–Hemos corrido un riesgo al confiarte esto –expuso Emilio–. Yo también tengo hermanos, así que sé que es mucho pedir. Pero solo podemos llevar a cabo esto si estás con nosotros en un cien por cien.


Sabía que tenían razón. Y bajo la necesidad de defender a su hermano, estaba la persistente sospecha de que podía ser verdad. Fuera como fuere, necesitaban saberlo.


–Estoy dentro –afirmó.


Sabía que hacía lo correcto, pero lo sentía como una traición.




AVENTURA: CAPITULO 27

 


Lo que le daba a esa situación el potencial no solo de volverse demasiado complicada, sino también peligrosa. Y cuando Paula aferró su erección y lo acarició lentamente, su autoimpuesta insensibilidad se desvaneció. Las palabras no podían describir de forma apropiada lo fantástico que era.


–Bien, ¿qué va a ser? –preguntó ella sin dar una impresión vulnerable–. ¿Sexo o un potencial traumatismo físico?


Concisa y al grano. Siempre le había gustado eso en ella. Jamás había contenido sus sentimientos. No le había dado miedo.


Pedro sacó su cartera del bolsillo de atrás de los vaqueros y extrajo un preservativo. Ella se lo arrebató y abrió el envoltorio.


–¿Tienes prisa? –le preguntó.


–¿Qué parte de no he tenido sexo en dieciocho meses no has entendido?


Quizá también a Paula le hubiera sorprendido saber que después de ella solo había habido otra mujer para él. Y eso había sido hacía un año. Una relación de rebote que había sido breve y, francamente, poco excitante. Desde luego, comparadas con Paula, pocas mujeres lo eran. Esa había sido la clase de mujer que había preferido. Alguien que no lo excitara ni lo estimulara. Pero estar con Paula lo había cambiado. Más o menos, lo había estropeado para estar con otras mujeres, dentro y fuera del dormitorio.


–Eso no significa que no podamos tomarnos nuestro tiempo –dijo él.


Ella pasó una pierna por encima de sus muslos y se puso a horcajadas sobre Pedro. Este supo entonces que no tenía sentido discutir. Paula sacó el preservativo del envoltorio y él se preparó, porque sabía lo que sucedería a continuación. Ella lo había hecho docenas de veces con anterioridad.


Con una sonrisa traviesa, ella dijo:

–Entra mejor húmeda –entonces se inclinó y lo tomó en la boca. Él gimió y apretó la manta mientras Paula usaba la lengua para humedecerlo desde la punta hasta la base.


Como siguiera de esa manera, todo se terminaría en diez segundos.


Ella se apoyó sobre los talones y exhibió esa sonrisa que daba a entender que sabía muy bien lo que hacía y que era hora de la retribución. Le puso el preservativo como una profesional, luego se centró sobre él. Su cuerpo era un poco más curvilíneo que antes, los pechos más plenos y las caderas más suaves, y no creyó haberla visto alguna vez más hermosa.


–¿Listo? –preguntó ella.


Como si dispusiera de elección.


Paula apoyó las manos sobre su torso y bajó despacio, centímetro a atormentador centímetro. Pedro soltó un suspiro cuando las paredes calientes y resbaladizas se cerraron en torno a él. Aunque habría considerado que lo opuesto sería lo normal. Mantener incluso un vestigio de control iba a ser prácticamente imposible.


–Oh, Pedro –gimió ella con los ojos cerrados al tiempo que lo montaba–. No te creerías la sensación asombrosa que me produce esto.


Quiso decirle que en realidad sí lo creía, pero apenas estaba aguantando. Como emitiera un simple sonido, perdería al poco control que aún le quedaba.


La situó debajo de él. Ella soltó un jadeo sorprendido cuando su espalda contactó con el suelo. Abrió la boca para protestar, pero a medida que se hundía en ella, solo fue capaz de emitir un gemido de placer. Arqueándose hacia ese embate, con las piernas rodeándole la cintura, le clavó las uñas en la espalda. Él apenas tuvo la posibilidad de establecer un ritmo antes de que el cuerpo de Paula comenzara a temblar, cerrándose en torno a la enorme erección, y no habría sido capaz de contenerse ni aunque en ello le fuera la vida. En ese instante el tiempo se detuvo y solo hubo conciencia de placer.


Cuando el tiempo se reanudó, la miró, tumbada debajo de él con los ojos cerrados, respirando con dificultad, el cabello como un abanico abierto sobre la almohada. Esa mujer era puro sexo.


–¿Estás bien? –le preguntó.


Ella abrió los ojos lentamente, en esa ocasión sin un atisbo de lágrimas, sino de una satisfacción que se reflejaba en la mirada de él. Asintió y casi sin aliento dijo:

–Sé que probablemente no deberíamos haberlo hecho, y que va a complicar mucho las cosas, pero… maldita sea… ha valido la pena.


Él bajó la vista y ella siguió la dirección a su entrepierna.


Bueno, no era un gran problema. Ya estaban tumbados desnudos, así que Paula no veía ningún daño en hacerlo una vez más. O dos si era lo que hacía falta. Y como Pedro solía tener la libido de un joven de dieciocho años, algo que parecía no haber cambiado, era una clara posibilidad.


Pero pasada esa noche, el fin sería definitivo.




domingo, 10 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 26

 


Se apartó de él, tomó una manta del sofá y la extendió sobre la alfombra delante de la chimenea. Pedro la observó mientras se quedaba únicamente en braguitas y sujetador y se echaba sobre la manta. El pulso se le desbocó al ver que la miraba como si quisiera devorarla.


Él se quitó el polo y luego se desprendió de los vaqueros. Era perfecto.


Delgado, fuerte y hermoso. El resplandor del fuego danzó en su piel al tumbarse y extenderse a su lado. Se apoyó en un codo y la miró.


–Mi cuerpo es un poco diferente que la última vez que lo viste.


Él le acarició el estómago y sintió el aleteo de la piel bajo los dedos.


–¿A ti te molesta? –preguntó.


Se encogió de hombros.


–Es un hecho.


–Bueno –se inclinó y le besó la parte generosa que sobresalía del pecho por encima del encaje del sujetador–, creo que incluso eres más sexy que antes.


Mientras siguiera tocándola, no le importaba su aspecto. Pedro apartó la copa del sujetador y dejó el pecho al aire, haciendo que el pezón se contrajera. Lo provocó levemente con la lengua, luego lo tomó con la boca y succionó. Paula gimió débilmente y cerró los ojos. Él la rodeó con los brazos para quitarle la prenda con dedos hábiles.


Durante un tiempo pareció satisfecho solo con tocarla, besarla y explorarla, haciendo cosas asombrosas con la boca. El problema era que solo las hacía por encima de la cintura. Lo deseaba tanto que se salía de su propia piel. Pero cada vez que ella intentaba avanzar las cosas, él la detenía.


–Sabes que me estás volviendo loca con tanta estimulación sexual –le dijo.


La sonrisa que esbozó reveló que sabía exactamente lo que hacía.


–No hay prisa, ¿verdad?


–Yo no llamaría a esto velocidad, Pedro.


–Porque sé que en cuanto te toque, tendrás un orgasmo –como si quisiera demostrar lo que afirmaba, deslizó la mano por el estómago e introdujo los dedos unos centímetros por debajo de las braguitas.


Ella se mordió los labios para no gemir y le clavó las uñas en los hombros.


–Bueno, ¿qué esperas después de tres horas de juego amoroso?


Él rio.


–No han sido tres horas.


Desde luego que lo parecía.


–Solo me gustaría hacer que esto durara –musitó él.


–¿Te he mencionado que han sido dieciocho meses? Francamente, creo que ya he esperado bastante.


Clavó los ojos en los de ella y volvió a introducir la mano bajo las braguitas. En cuanto sus dedos se deslizaron en el calor resbaladizo, ella quedó en el borde del precipicio y lista para caer al vacío. Solo necesitaba un empujoncito…


–Aún no –susurró Pedro, retirando la mano.


Ella gimió como protesta. Él se sentó y le quitó las braguitas, haciendo que casi sollozara de tan preparada que se encontraba. Le separó los muslos y se arrodilló entre ellos. Le aferró los tobillos y lentamente subió las manos por las piernas, acariciándole la parte posterior de las rodillas, luego más arriba, abriendo aún más los muslos. Con las yemas de los dedos pulgares rozó el pliegue donde la pierna se unía con su cuerpo, luego se lanzó dentro…


–Estaba tan cerca… cayendo…


Con las piernas de ella aún separadas, bajó la cabeza… y Paula sintió su aliento cálido… el calor húmedo de la lengua…


Su cuerpo se cerró en un placer tan intenso, tan hermoso y perfecto que de su garganta se escapó un sollozo. Pedro la miró preocupado.


–¿Estás bien? –preguntó–. ¿Te he hecho daño?


Ella movió la cabeza.


–No, ha sido perfecto.


–Entonces, ¿qué sucede?


Ella se secó los ojos.


–Nada. Creo que, simplemente, fue muy intenso. Quizá porque hace mucho. Ha sido como una enorme liberación emocional, o algo parecido.


No dio la impresión de creerle.


–Tal vez deberíamos parar.


¿Iba a parar en ese momento? ¿Es que hablaba en serio?


–No quiero que pares. Estoy bien –se irguió y lo miró fijamente a los ojos–. Digámoslo así. Si no me haces el amor de inmediato, voy a tener que hacerte daño.


Tendría que ser un absoluto idiota para no darse cuenta de que Paula se sentía emocional y vulnerable. Estaba llorando. Habían tenido un sexo bastante intenso en el pasado y jamás había soltado una lágrima. Quizá fuera un canalla insensible, pero le estaba costando decirle que no. O quizá le costaba pensar con claridad si Paula le metía la mano dentro de los calzoncillos.


–Te deseo, Pedro –susurró ella, poniéndose de rodillas a su lado.


Y cuando él la besó sabía salada, a lágrimas. A pesar de ello, no trató de pararla cuando lo tumbó sobre la manta. Quizá estuviera mal, pero por primera vez en mucho tiempo, no sentía que debía ser el chico bueno y responsable. Estar con Paula hacía que solo quisiera sentir.


Siempre había sido así.