Pedro sonrió con sequedad.
–No te escandalices tanto, Paula. Llevo queriendo hacerlo desde que te vi por primera vez esta mañana, por no hablar de esa época cuando estábamos en el instituto.
Paula se sonrojó hasta la médula. Sin embargo, en el fondo estaba encantada de descubrir que los sentimientos que la habían cegado por completo esa mañana llevaban tanto tiempo siendo recíprocos.
–Pero no empieces a pensar que hago esto por eso solamente, porque no es así, aunque estoy seguro de que voy a disfrutar mucho acostándome contigo –admitió–. Sin embargo, no es esa la razón por la que te he sugerido esta solución. En realidad creo que tienes muchas más posibilidades de quedarte embarazada de esta forma que con la inseminación. Y eso es lo que quieres, ¿no? Tener un bebé, ¿verdad?
Al oírle pronunciar la palabra «bebé», Paula volvió al presente. Estaba en la Luna desde el momento en que él le había confesado que había querido acostarse con ella desde el instituto.
–¿Qué? Oh, sí. Sí. Eso es lo que quiero. Un bebé.
–Bueno, ¿entonces qué me dices, Paula?
–No lo sé…
Él suspiró.
–¿Qué es lo que no sabes?
–¡No sé lo que no sé!
–Mira, entiendo que esta propuesta te ha sorprendido mucho, así que… ¿Por qué no vamos a tomarnos un café a algún sitio y hablamos de ello tranquilamente?
–No creo que sea capaz de hablar de esto tranquilamente. Me has dejado de piedra. Tengo que pensar en esto sola.
Pedro asintió. Deseaba que dijera que sí, casi con desesperación, y eso lo asustaba mucho… Pero también era cierto que ella necesitaba pensarlo bien.
–Te llevo a casa.
Paula suspiró. La idea de irse a casa y enfrentarse a su madre mientras trataba de decidir algo tan importante tampoco sonaba muy estimulante.
–¿Y si vamos a Erina Fair y vemos una película? Puedes escoger cualquier peli que te guste, una de esas de acción para machotes que os gustan a los chicos, cargada de persecuciones en coche y asesinos. Tú ves la película y yo me dedico a pensar un poco.
Él se rio.
–Eres toda una sexista, Paula. Resulta que me gustan muchos tipos de películas, no solo las pelis de acción para machotes, como dices tú.
–Oh, claro que sí. Seguro –dijo ella en un tono de escepticismo.
–Te lo demostraré.
La sorprendió escogiendo una comedia romántica con uno de esos argumentos de amigos que terminan enamorándose, un tema muy de moda en la industria del cine. Paula habría podido disfrutarla mucho si no hubiera tenido tantas escenas de sexo; todas eran de lo más explícitas. Se quitaban la ropa cada cierto tiempo y los dos amigos tenían sexo salvaje en todos los lugares y de todas las formas posibles. En el sofá, en el ascensor… Incluso en una pradera.
Los dos protagonistas, como no podía ser de otra manera, tenían cuerpos perfectos, ideales para la pantalla, y sin duda debían de estar fingiendo esos orgasmos tan estruendosos… ¿La gente hacía esos ruidos de verdad mientras hacían el amor? Ella nunca había tenido ganas de hacerlos.
No tardó en empezar a preocuparse… Quizá Pedro esperara que fuera una amante explosiva, como esa chica de la película. Pero ella no se parecía en nada. Tenía los pechos muchísimo más pequeños, su cuerpo no parecía recién sacado de un gimnasio y, desde luego, no llegaba al clímax siempre. En realidad, casi nunca llegaba. El final también fue una estupidez: pura ficción de Hollywood en la que los personajes se enamoraron y vivieron felices para siempre. Como si eso pasara en la realidad…
–¿Es eso lo que te da miedo? –le preguntó él cuando salieron del cine–.¿Tienes miedo de enamorarte de mí si te acuestas conmigo?
Paula se echó a reír. No lo pudo evitar.
–Ya. Bueno, es evidente que no es eso lo que te da miedo.
–No –dijo ella. Los miedos que sentía no tenían nada que ver con el amor. Dejó de andar, se volvió y lo miró a la cara con ojos pensativos–. Tienes que reconocer que no conozco al adulto que hay en ti, Pedro. Parece que te has vuelto todo un hombre misterioso últimamente.
–Bueno, no seré tan misterioso como ese estudiante universitario.
–Cierto. Pero me gustaría saber algo más sobre tu vida en América del Sur antes de aceptar que seas el padre de mi hijo. Después de todo, tu propuesta no es la misma clase de trato que hubiera tenido con mi estudiante universitario. Él no quiere ser parte de la vida de mi hijo. Pero tú sí, aunque solo sea de forma limitada.
–Muy bien. Vamos a buscar un sitio donde tomar un café, y te cuento cosas de mí.
No tenía pensado contarle gran cosa, no obstante. Le hablaría del trabajo, le aseguraría que podía mantener a su hijo económicamente… Pero de ninguna manera le hablaría de Bianca. Apenas soportaba pensar en ella.
Sin embargo, tendría que decirle algo sobre su vida privada, así que le hablaría de esa lista de novias que había tenido a lo largo de los años, esas chicas de las que no se había enamorado, y que habían roto con él por su incapacidad para el compromiso. Con eso tendría que bastar.
–Parece que esa pizzería está abierta –le dijo, agarrándola del brazo.
Paula se puso tensa al sentir el tacto de su mano. Si llegaba a hacerle el amor, entonces tendría que tocar muchas otras partes de su cuerpo… Con solo imaginarse desnuda frente a él, sentía un revoloteo de mariposas en el estómago.
De repente sintió que no podía hacerlo.
–No, Pedro –le dijo, apartándose bruscamente.
–¿No qué?
–No. He decidido no aceptar tu oferta. Gracias por decírmelo. Es muy generoso de tu parte. Pero no va a funcionar para mí. Por favor, no discutas conmigo sobre esto ni me digas que estoy siendo irracional, porque si lo haces, sé que voy a echarme a llorar de nuevo.
No podía saber qué pasaba por la mente de él en ese momento. Su rostro siempre había sido totalmente hermético.
–Entiendo. Bueno, es tu vida, Paula. Tienes que hacer lo que crees que es mejor para ti.
–Gracias –dijo ella, intentando contener las lágrimas.
–Entonces no vamos a tomarnos el café, ¿no? –le dijo él con una prisa repentina–. Te llevo a casa.