miércoles, 9 de diciembre de 2020

EL PRECIO DEL DESEO: CAPITULO 8

 


Paula no tuvo más remedio que mirar las imágenes y pasar por todo el repertorio de exclamaciones apropiadas para la ocasión. ¿Cómo iba a hacer otra cosa, sin hacer el ridículo? Melisa insistió en enseñárselas a su hermano también y este no tuvo más remedio que echarles un vistazo.


Por suerte, no hizo comentario alguno, no obstante. En algún momento sus madres volvieron a entrar en la cocina. Paula se preparó para soportar el discurso entusiasta de Carolina Alfonso…


–Me alegro tanto de que vayas a tener una niña, cariño –le dijo a su hija, radiante de felicidad–. Y los abuelos estamos encantados de tenerte viviendo tan cerca…


Después añadió que era más que evidente que Pedro no iba a darles nietos y que, si por algún extraño milagro los hacía abuelos, probablemente nunca llegarían a conocerlos, puesto que él prefería vivir en Brasil.


Pedro no sabía qué había puesto tan nerviosa a Paula, pero, a juzgar por la cara que tenía, estaba deseando salir de allí; al igual que él. Y cuanto antes, mejor.


–Siento tener que dejaros… –dijo Pedro cuando su madre dejó de hablar un momento–. Pero le pregunté a Paula si salíamos esta noche y me dijo que sí. Así que… si no os importa, nos vamos.


La agarró de la mano sin más dilación y se dirigió hacia la puerta de entrada.


–No nos esperéis –les dijo, hablando por encima del hombro–. Nos llevamos tu coche, pero no te preocupes, yo puedo conducir –le dijo a Paula al oído–. Solo me he tomado dos cervezas sin alcohol en toda la tarde.


Paula hubiera accedido a cualquier cosa en ese momento. Sentía un alivio tan grande al poder escapar de Melisa y sus fotos de bebés…


Cinco minutos más tarde, Pedro estaba sacando el coche del garaje.


–Buen coche, Paula –le dijo, cuando ya estaban en camino–. La última vez que estuve por aquí, conducías un montón de chatarra.


–Bueno, he decidido darme algún capricho que otro este año.


Un coche nuevo, un bebé…


De repente esas lágrimas que llevaban tanto tiempo amenazando con salir rodaron por sus mejillas. Paula no tuvo más remedio que echar la cabeza adelante y esconderla entre las manos.


Pedro no supo qué hacer durante una fracción de segundo. Sabía que le pasaba algo, pero tampoco había esperado algo así. No era propio de ella en absoluto.


Seguir conduciendo parecía un poco cruel, así que se echó hacia el arcén y paró el motor.


Se quedó quieto, en silencio. De repente le pareció la mejor opción.


Cuando dejó de llorar por fin, ella misma abrió la guantera y sacó una cajita de pañuelos. Se sonó la nariz y entonces le dedicó una mirada sufrida.


–Gracias.


–¿Por qué?


–Por sacarme de allí.


–¿Te puedo preguntar por qué estás así?


–No –ella arrugó el pañuelo y apartó la mirada de él.


–¿No? Paula Chaves, no nos vamos a mover de aquí hasta que me digas qué te pasa.


De repente se le encendió la bombilla. Melisa había bajado con las fotos de la ecografía, y después había llegado su madre, quejándose de que él nunca le daría nietos, lo cual era más que probable.


–A lo mejor es por el embarazo de Melisa –le dijo con esa arrogancia masculina tan típica que venía después de haber adivinado algo.


Paula lo miró de golpe. Sus ojos echaban chispas.


–Sí. Claro. Por supuesto. Fue el embarazo de tu preciosa hermanita. Y la forma en que me restregó todas esas fotos en la cara. ¿Cómo crees que me sentí cuando me dijo que va a tener a una niña preciosa para acompañar al nene encantador que ya tiene, cuando yo daría lo que fuera por tener un bebé, fuera del sexo que fuera?


–Pero lo tendrás, Paula. Algún día.


–Oh, ¿de verdad? ¿Me lo puedes garantizar tú, Pedro? Tengo treinta y cuatro años y sigo sin tener éxito en los temas del amor. Bueno, probablemente dentro de poco ya empiece a tener problemas para quedarme embarazada. Si no lo tengo pronto, todo se va a poner muy difícil.


–No digas tonterías, Paula. Hoy en día hay un montón de mujeres que tienen hijos con cuarenta años y más.


–No es ninguna tontería, y las mujeres de cuarenta años no tienen hijos todo el tiempo. La mayoría de las madres mayores de las que se oye hablar son celebridades y actrices que tienen acceso a las mejores clínicas de fertilidad del mundo. ¿Te has fijado en cuántas tienen gemelos? No creerás de verdad que esos niños son concebidos de forma natural, ¿no?


Pedro nunca había reparado en eso.


–Bueno, seguro que sabes más que yo del tema, pero todavía no tienes cuarenta años, Paula. Te falta mucho. No hay motivo para sucumbir al pánico.


–Tengo todos los motivos para dejarme llevar por el pánico.


–Mira, si estás tan desesperada por tener un bebé, ¿por qué no sales por ahí y te quedas embarazada? Eres guapísima. Seguro que te harán muchas ofertas.


Scarlet le miró con ojos perplejos.


–¿Pero crees que me voy a quedar embarazada del primero que me encuentre? Y ya no hablemos del riesgo de contraer enfermedades. No, gracias. No tengo intención de hacer algo así.


–¿Entonces vas a seguir esperando al Príncipe Azul?


–En realidad, Pedro, tampoco tengo intención de hacer eso.


–Oh… Bueno, entonces dime… ¿Qué quieres hacer?


–Bueno, ya que preguntas, ya lo estoy haciendo.


–¿Qué estás haciendo?


Paula se dio cuenta de que se había metido en la trampa ella sola.


¿Por qué tenía que ser incapaz de mantener la boca cerrada?


–El caso es que… –le dijo, dudando todavía–. Yo… Um… He decidido tener un bebé por inseminación artificial.


Al ver que él no contestaba nada, Paula se volvió hacia él. Tenía el ceño fruncido, como si no entendiera nada.


–Lo he buscado todo perfectamente en Internet. Lo he pensado y lo he investigado todo perfectamente. He encontrado una clínica cercana donde tienen un buen catálogo de donantes de esperma. Tienes acceso a toda la información; rasgos personales, historial de salud, cociente intelectual… Escogí al que mejor me pareció. Es americano, alto, guapo, con pelo oscuro, ojos azules, y un cociente de ciento treinta. Algunos los tienen más altos… Casi todos los donantes son estudiantes universitarios, pero yo no quiero un bebé que sea un genio. Solo quiero que sea lo bastante listo como para desenvolverse bien en la vida sin pasarlo mal.


–Si ya lo has decidido, Paula, ¿por qué te pusiste así con lo del embarazo de Melisa?


Paula suspiró.


–Bueno, supongo que es mejor que te diga todo lo demás. El caso es que hasta ahora no ha funcionado. Ya lo he intentado dos veces, pero no me he quedado embarazada y… Yo… Yo… Bueno, cuando Melisa me enseñó las fotos de la ecografía, empecé a preocuparme y a pensar que me pasa algo, que nunca podré ser madre… Yo… –su voz se quebró.


–La verdad es que… –dijo Pedro, rellenando el silencio repentino–. Admiro que hayas decidido dar un paso para conseguir lo que quieres en la vida. Eres valiente. Pero al mismo tiempo no puedo evitar pensar que estás siendo egoísta al querer tener un hijo al que le niegas la posibilidad de tener una figura paterna en su vida.


Paula se sorprendió. Enfureció.


–Yo no diría que tener una figura paterna en la vida lo resuelve todo. Yo pensaba que tú serías la primera persona que lo entendería.


–Vaya. Ahí me has dado. Pero sí que tuve abuelo. Tu bebé ni siquiera tendrá eso.


–A lo mejor no, pero sí va a tener a una abuela que lo querrá mucho.


–Cierto. ¿Pero qué pasa cuando ella no esté? ¿Qué pasará entonces?


–No quiero pensar en esto ahora. Ya lo pensaré… mañana.


–Igual que tu tocaya en la ficción.


Ella le fulminó con la mirada.


–Yo pensaba que tú lo entenderías.


Pedro se encogió de hombros. No sabía muy bien por qué le inquietaba tanto que Paula tuviera un bebé de ese donante con un cociente de ciento treinta, pero lo cierto era que todo su cuerpo parecía resistirse a la idea.


–Querer un bebé no es muy complicado. Es un instinto natural en la mayoría de las mujeres. Y en muchos hombres también, según he oído – añadió en un tono incisivo.


–Supongo que debes de tener razón. Mira, es evidente que estás empeñada en hacer esto, pero tengo una sugerencia que hacerte que quizá sea mucho mejor que quedarte embarazada por un completo extraño que no le aportará nada a tu hijo, excepto un pack de genes que a lo mejor no son tan deseables como dice en los papeles. Al fin y al cabo, ¿qué sabes de ese donante de esperma? Todo es muy superficial. No sabes nada de su familia, ni de su estado mental. A lo mejor deberías alegrarte de no haber concebido a ese hijo todavía.


Paula no podía creerse que Pedro pudiera ser tan negativo. La vida siempre tenía un riesgo. Los planes perfectos no existían, ni tampoco las parejas perfectas…


–Bueno, Paula, en aras de la felicidad futura de tus descendientes, te propongo que dejes a ese donante de esperma y escojas a otro… a mí.





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