lunes, 7 de diciembre de 2020

EL PRECIO DEL DESEO: CAPITULO 1

 


NO CREES que deberías vestirte?


Paula levantó la vista del periódico que llevaba más de una hora fingiendo leer. No tenía ganas de hablar, sobre todo porque la conversación siempre volvía al mismo tema; la decisión tan radical que había tomado ese año. Al principio su madre la había apoyado con la idea de tener un hijo por inseminación artificial, pero parecía estar cambiando de opinión. Y lo último que necesitaba Paula era que la desanimaran… Era cierto que el proceso no había funcionado las dos primeras veces, pero eso era normal, según le habían dicho en la clínica. Solo tenía que seguir intentándolo y más tarde o más temprano saldría bien. No tenía ningún problema físico, así que no había ningún impedimento que le imposibilitara quedarse embarazada.


–¿Qué hora es?


–Casi las doce de la mañana –le dijo su madre–. Deberíamos estar en casa de los Alfonso a la una menos cuarto. Sé que Carolina va a servir la comida a eso de la una y media.


Carolina y Martin Mitchell llevaban más de treinta años siendo sus vecinos y eran buenos amigos. Tenían dos hijos, Pedro, de la misma edad que Paula, y una chica, Melisa, cuatro años más pequeña. A lo largo de los años, Paula había llegado a conocer muy bien a la familia, aunque algunos miembros de la misma le caían mejor que otros. El señor Alfonso se había retirado recientemente y ese día cumplía cuarenta años de casado con su esposa… Una de esas parejas que ya no se veían…


El corazón de Julia Chaves se encogió al oír suspirar a su hija. Se había llevado una desilusión tan grande esa semana cuando le había venido el periodo… No era de extrañar que no tuviera ganas de ir a una fiesta.


–No tienes que ir si no quieres –le dijo con suavidad–. Puedo darles cualquier excusa. Les digo que no te sientes bien.


–No, no, mamá –dijo Paula con firmeza. Se puso en pie–. Estoy bien. Quiero ir. Me vendrá bien –se fue a su habitación, intentando convencerse de que sí le vendría bien.


Podría tomarse unas cuantas copas de vino… teniendo en cuenta que no estaba embarazada… Además, así no tendría que pasarse el resto del día defendiendo la decisión de tener un hijo sola, sobre todo porque nadie, aparte de su madre, sabía de su pequeño «proyecto bebé». Y estaba tan cansada de oírla decir lo difícil que era criar a un hijo sola…


No podía negar que tenía razón. Su padre había muerto en un accidente de coche cuando tenía tan solo nueve años de edad, y nadie sabía mejor que ella lo difíciles que habían sido las cosas para su madre en todos los sentidos.


Sin duda criar a un hijo sin la ayuda y el apoyo de un padre iba a ser complicado, pero tenía tantas ganas de tener un bebé… Siempre lo había deseado y solía soñar con conocer a un hombre maravilloso, un hombre tan cariñoso como su padre, alguien con quien pudiera casarse y formar una familia.


Siempre había creído que solo era cuestión de tiempo encontrar a esa persona tan especial, y querría haberse casado pronto para poder de disfrutar de sus hijos durante más tiempo… Jamás hubiera imaginado llegar a la edad de treinta y cuatro años sin ver cumplido su sueño. Era una romántica empedernida… No lo podía evitar. Pero su Príncipe Azul seguía sin aparecer.


Así le había salido la vida.


Algunas veces casi ni se lo podía creer.


Sacudiendo la cabeza, se quitó la bata de estar en casa y miró el vestido que había escogido para la ocasión. Lo había extendido sobre la cama esa mañana. Era un vestido tipo túnica color morado, de lana, con un polo de seda negro debajo, medias negras y botas negras hasta el tobillo. No le llevó mucho arreglarse. Ya se había duchado antes y se había secado el pelo… Fue hacia el cuarto de baño para peinarse y maquillarse. Nada más terminar, se miró en el espejo y frunció el ceño. ¿Por qué le habían salido tan mal las cosas? No era que fuera fea. En realidad era una chica bastante atractiva; una cara bonita, una nariz respingona, labios carnosos, pelo rubio, buena figura… Tenía los pechos más bien pequeños, pero la ropa solía sentarle bien, al ser alta y esbelta… Además, siempre había tenido una personalidad animada y extrovertida. Caía bien. Les gustaba a los hombres…


A pesar de eso, no obstante, había tenido muchos problemas para encontrar un novio estable a lo largo de los años. Retrospectivamente, podía ver que su profesión tampoco había ayudado mucho, pero eso no se le había ocurrido antes. Como no quería irse lejos de casa, ni de Central Coast, había entrado como aprendiz en un salón de belleza en el que su madre había trabajado, una decisión que había desconcertado a mucha gente. Después de todo, había sacado muy buenas notas en los exámenes y habría podido ir a la universidad si hubiera querido.


Pero hacerse periodista o abogado no era lo que ella quería en la vida.


Tenía otras prioridades que no incluían años de estudio, trepando por la pirámide profesional hasta conseguir aquello que otros llamaban éxito.


Además, le gustaba tener un trabajo interesante del que podía disfrutar.


A pesar de todas las advertencias de sus profesores, siempre le había encantado ser peluquera, disfrutaba de la amistad que surgía con sus compañeras, las clientas… Le encantaba esa sensación de felicidad que llegaba al terminar de dar un tinte o de hacer un corte de pelo original. No había tardado mucho en labrarse una buena reputación como estilista y cuando tenía veinticinco años de edad, su madre y ella habían abierto su propio salón de belleza en un pequeño centro comercial cerca de Erina Fair. Hubieran querido tener el local en Erina Fair, la zona comercial de Central Coast, pero los alquileres eran demasiado altos. Sin embargo, gracias a esa clientela fiel, el negocio había resultado todo un éxito de todos modos.


Pero todo tenía sus desventajas… Y tener un salón de belleza con una clientela primordialmente femenina no la ayudaba mucho a conocer miembros del sexo opuesto. Además, ser hija única también la condicionaba bastante. A lo mejor si hubiera tenido un hermano mayor…


Intentaba conocer a hombres de otras formas, no obstante. Tenía un grupo de amigas a las que conocía desde el colegio y con ellas solía ir a fiestas, discotecas, pubs… pero por alguna razón, siempre se le acercaban esos guaperas que solo estaban interesados en una cosa… No se había dado cuenta de ello, no obstante, hasta después de quemarse unas cuantas veces.


Una a una, sus amigas habían ido encontrado a chicos guapos y agradables con los que se iban a casar. Solían conocerlos a través del trabajo, o de la familia… Había hecho de dama de honor tantas veces que ya empezaba a aborrecer las bodas, por no hablar de la fiesta de después, cuando sus amigas recién casadas intentaban emparejarla con algún borracho que solo buscaba acostarse con alguna de ellas.


Cuando su última amiga soltera encontró pareja a través de un portal de citas de Internet, Paula decidió intentarlo por esa vía también, pero la cosa resultó un desastre absoluto. Por alguna razón, seguía atrayendo a los tipos inadecuados, esos que solo buscaban lo que buscaban.


Ella nunca había sido de las que querían tener sexo por tenerlo. Cuando era más joven, sí que lo había hecho, algunas veces, pero la experiencia nunca le había resultado muy placentera, y así, a la edad de veintiún años había decidido reservarse para un hombre que realmente le gustara.


Desafortunadamente, no obstante, algunos de esos guaperas con la cabeza hueca con los que había ligado sí que le habían gustado mucho, pero en la cama las campanas no habían sonado… Después de tantos encuentros fallidos solo podía sacar una conclusión: o bien necesitaba estar realmente enamorada para disfrutar del sexo, o llevaba toda la vida siendo una frígida.


Al cumplir treinta años, empezó a sentir cierta desesperación por enamorarse y ser correspondida, y entonces decidió dar un giro a su vida.


Empezó a ir a la universidad por las tardes, se sacó la licencia de agente inmobiliario y consiguió un trabajo en una de las agencias más grandes y prestigiosas de Central Coast.


En aquel momento, parecía una buena decisión. De repente se había visto rodeada de hombres jóvenes que la veían con muy buenos ojos; la última novedad. Tenía admiradores por todos sitios, pero uno de ellos destacaba entre los demás. Jeremías trabajaba para una inmobiliaria rival y era un chico del pueblo, como ella. Era un tipo encantador y muy guapo que provenía de una familia de la zona, y no había tratado de llevársela a la cama en la primera cita.


Cuando finalmente se habían acostado, el sexo no había estado nada mal y Paula había creído que por fin estaba enamorada, un sentimiento que había creído mutuo…




EL PRECIO DEL DESEO: SINOPSIS

 


Él podía darle todo lo que siempre había deseado…


Paula Chaves era una novia radiante, pero la vida iba a darle un duro golpe...


Poco menos de un año después, estaba sola, y deseaba tener un bebé desesperadamente, aunque tampoco necesitaba tener a un hombre a su lado para ello. Pedro Alfonso, el soltero de oro del vecindario, aprovecharía la oportunidad para llevarse a la mujer que siempre había deseado. Pero su proposición tenía un precio muy alto… Para conseguir ese bebé, tendría que hacerlo a su manera, a la vieja usanza. Pedro le recordó todos esos placeres que se había perdido durante tanto tiempo. Le enseñó un mundo hasta entonces desconocido para ella.




domingo, 6 de diciembre de 2020

VENGANZA: CAPÍTULO FINAL

 


Pedro estaba en la puerta de la pequeña iglesia de Strathmos en la que había sido bautizado, esperando a su novia.


Connie y los padres de Paula estaban sentados en el primer banco. Frente al altar estaban Zaid y Pandora, que habían aceptado ser el koumbaro y la koumbara de la ceremonia, algo parecido a los padrinos en la ceremonia ortodoxa.


Por fin, Pedro oyó el motor de un coche que se acercaba. Una limusina blanca con el escudo de la familia acababa de detenerse frente a la iglesia.


—Parece que ha llegado la novia, hijo —sonrió el sacerdote—. Espera, no, deja que salga sola del coche.


El chófer abrió ceremoniosamente la puerta…


El vestido blanco que llevaba Paula era tan precioso que lo dejó mareado. Ni siquiera se percató de que el sacerdote intentaba sujetarlo, sólo tenía ojos para ella.


Paula le ofreció su mano, sonriendo, y Pedro se la llevó a los labios.


—Te quiero. Te quiero con todo mi corazón.


Ella le recompensó con una brillante sonrisa. Una sonrisa que Pedro sabía iluminaría el resto de su vida.


NOTICIA DE ÚLTIMA HORA

La boda del playboy y empresario hotelero Pedro Alfonso con la cantante Paula Chaves se ha celebrado en la capilla de Strathmos esta mañana. Cuando se le ha pedido que hiciera algún comentario, el señor Alfonso ha afirmado que su flamante esposa y él pasarían la luna de miel en Australia, donde acaba de adquirir un nuevo hotel de lujo.

«En el futuro intentaré trabajar menos», ha dicho. «Pretendo delegar parte del trabajo para pasar más tiempo con mi esposa y mi familia».

Hay rumores de que, tras dejar atrás el título de soltero más cotizado del planeta, el señor Alfonso pretende formar una familia lo antes posible.





VENGANZA: CAPÍTULO 38

 


El día de Navidad amaneció gris y lluvioso. El repiqueteo de la lluvia en los cristales la entristecía, aunque no sabía por qué. Cuando entró en la cocina, se encontró a Pedro preparando el desayuno.


—Buenos días. Y feliz Navidad.


—Feliz Navidad —sonrió ella.


—Ha llamado mi madre. Vendrá a comer con nosotros, pero tenemos un rato para estar solos.


Desayunaron en el salón, con las luces del árbol encendidas.


«Alégrate por mí, Mariana», pensó Paula, cerrando los ojos un momento. Cuando los abrió, las luces del árbol parecieron hacerle un guiño, como diciendo que Mariana se alegraba.


«Gracias».


Pedro estaba frente a ella con un paquete en la mano. Era una caja envuelta en un precioso papel de colores. Afortunadamente, a Paula se le había ocurrido comprar a última hora un libro sobre mitos griegos y su influencia en la cultura occidental para él.


—Es preciosa —murmuró, al ver la túnica de seda salvaje—. Venga, abre el mío.


—Ah, éste no lo he leído —sonrió Pedro—. Gracias.


Luego sacó un paquetito del bolsillo y lo puso en su mano.


—¿Qué es esto?


Él se encogió de hombros. Pero sus ojos estaban más brillantes que de costumbre.


—Ábrelo.


Paula rasgó el papel dorado. Dentro había una cajita de terciopelo negro…


—¿Te gusta?


Sin habla, Paula miraba el elegante anillo, con diamantes baguette.


—Si no te gusta, podemos cambiarlo…


El tiempo pareció quedar suspendido. Paula no podía dejar de mirar el anillo. Un anillo de pedida debía ser regalado con amor. ¿Y si Pedro no la amaba nunca? ¿Cómo podría sobrevivir si sólo se casaba con ella porque iban a tener un hijo?


Por fin, levantó la mirada.


—No creo que pueda hacerlo.


—¿Qué, casarte conmigo?


—Sólo vas a casarte por el niño…


—Quiero ser parte de la vida de mi hijo.


—Eres un empresario famoso, Pedro. Vas de hotel en hotel, de reunión en reunión. No quieres tener una familia. No habías planeado tenerla.


—¿Sabes una cosa? He estado pensando mucho en algo que me dijo Basil Makrides. Voy a empezar a delegar. La familia es importante y quiero ser parte de la vida de mi hijo. Quiero que nos casemos, Paula, que lo criemos juntos.


—No saldrá bien.


—¿De qué tienes miedo?


«De que no me quieras nunca».


—No tengo miedo, es que…


—Sé que tienes miedo, Paula. ¿De qué? ¿Temes que siga confundiéndote con tu hermana?


—No —contestó ella. Eso había dejado de preocuparla.


—Me alegro. Porque Mariana y tú no os parecíais en nada. Sabía que habías cambiado, pero no se me ocurrió pensar que fueras otra persona. Pensé que eras única, Paula. Pero dime de qué tienes miedo.


—No quiero estar con un hombre que… que ha tenido mil mujeres.


Pedro la miró, pensativo.


—¿Por qué aceptaste casarte conmigo entonces?


—No lo sé.


—Dime la verdad, Paula.


—Muy bien, de acuerdo. Tengo miedo.


—¿De qué?


—De que si te lo digo, tú… —Paula temía que se riera de ella. O peor, ver compasión en sus ojos.


—¿Te ayudaría saber por qué te pedí que te casaras conmigo?


—¿Por el niño?


—No, por mí —murmuró Pedro, apretando su mano—. Cuando te marchaste de Grecia nada fue lo mismo. Mi vida estaba vacía. Te necesitaba para que me completases. Te quiero, Paula. El niño fue una excusa perfecta, una manera de conseguir lo que quería de verdad: a ti.


Paula lo miró con los ojos llenos de lágrimas.


—Yo también te quiero.


—¡Por fin! —exclamó Pedro, tomándola entre sus brazos—. Y debo admitir que no me gustaba la idea de casarme con alguien que sólo me quería por mi cuerpo, bruja.


Ella rió.


—Podría haber sido peor. Podría haberte dicho que me casaba contigo por tu dinero. Para pagar la deuda de mi tarjeta de crédito.


—Yo sabía que eso ya no era un problema. El contrato de Sidney…


—¿Qué?


—He adquirido ese hotel recientemente —rió Pedro—. No pensaba dejarte escapar, cariño. Quería saber dónde estabas en cada momento.


—¿Has sido tú?


—Cuando por fin se me pasó la sorpresa de saber que tú no eras tu hermana… decidí trazar un plan para recuperarte. Y te pido disculpas por lo mal que me porté contigo. Ya sabes que yo siempre tardo un poco en pedir disculpas… ¿Me perdonas?


—¡Debería haberlo imaginado! Estuve a punto de rechazar el contrato porque quería quedarme en Nueva Zelanda, con mis padres. Pero la posibilidad de pagar esa deuda era demasiado tentadora.


Pedro le dio un beso en la frente.


—Ahora pasaremos nuestra luna de miel allí, y yo estaré unos meses vigilando que las reformas van exactamente como yo quiero.


—Hablando de trabajo… quiero seguir cantando. Pero algo que dijo Daphne sobre crear una fundación para advertir a los más jóvenes sobre los peligros de la droga… la verdad es que me gustaría ayudarla.


—Haz lo que quieras. Yo te apoyaré en todo.


Las cosas ya no eran «a su manera». Paula sonrió.


—Me gustaría que otra chica como Mariana pudiera salvarse. O alguien como el hijo de Daphne, Chris.


Pedro la abrazó.


—Tienes todo mi apoyo con una condición: que nos casemos antes de Año Nuevo.


—¡Trato hecho!


Pedro tenía una sorpresa final para Paula: sus padres, a los que llevó a Strathmos un día antes de la boda. Paula vio la cara de felicidad de su padre y pensó que el círculo se había cerrado. Todo era perfecto.


—¿Cansada? —le preguntó Pedro por la noche, después de haber cenado en El Vellocino De Oro.


—Más bien agotada.


El puso una mano sobre su abdomen, pensativo.


—¿Ya notas algo?


—No, todavía no —sonrió Paula.


—Nuestro hijo…


—Nuestro hijo.


—Te quiero, Paula. Sólo a ti. Nada más que a ti.


—Lo sé —murmuró ella—. Y para mí sólo existes tú.


—Te creo. Y estoy seguro, absolutamente seguro, de que no me traicionarás nunca.




sábado, 5 de diciembre de 2020

VENGANZA: CAPÍTULO 37

 


Después del espectáculo, Pedro había organizado una fiesta, y Lucie se acercó a ella con una bandeja llena de copas de champán.


—Me estás haciendo sentir como una celebridad —rió Paula.


—¡Pero es que lo eres! ¿Cómo no me lo habías contado?


Pedro sonrió.


—Le pedí que se casara conmigo ayer, Lucie. No pensaba darle la oportunidad de decirme que no.


—¿En serio? ¿Entonces lo del escenario fue una emboscada? Qué malo eres.


Pedro apretaba a Paula por la cintura con gesto posesivo, y ella empezó a pensar que aquello podría funcionar. Que, aunque no la quisiera, su amor, y el del niño, serían suficiente para unirlos.


Pedro fue a buscar otra copa y Mauricio apareció a su lado enseguida.


—Te preocupaba decepcionar al público, pero se han ido encantados. La proposición de Pedro ha sido un espectáculo inolvidable.


Paula sonrió.


—Al menos no han malgastado su dinero.


—Paula, quiero presentarte a mi madre, Connie —dijo Pedro entonces.


Connie parecía recién salida de un salón de belleza. Era una mujer bajita, bronceada. Inmaculada. Sin un cabello fuera de su sitio. Y, desde luego, no parecía tan mayor como para ser la madre de Pedro.


—Encantada de conocerla.


—Lo mismo digo. Pedro me ha hablado mucho de ti.


Paula lo miró, desconcertada. ¿Qué le habría contado a su madre?


—Conocí a tu hermana, y el parecido es increíble.


De modo que Pedro debía de haberle hablado del engaño…


—Nos queríamos mucho… aunque éramos muy diferentes. Teníamos poco en común.


—Sólo a mi hijo.


—Mamá…


—Lo siento, lo siento. Ay, nunca puedo tener la boca cerrada.


—Pero puedes intentarlo, mamá. Al menos hasta que Paula te conozca un poco mejor.


—Lo siento, cariño. Discúlpame. Ven, vamos a sentarnos un rato, Paula. ¿Quieres que hablemos de los nombres que has pensado para el niño?


De modo que también le había contado lo del embarazo. Y su madre parecía habérselo tomado muy bien. Increíblemente bien.


Paula dejó escapar un suspiro de alivio. Afortunadamente, su futura suegra parecía una mujer encantadora.


Pedro, una copa de champán para mí, por favor… ¿y tú qué quieres tomar?


—Un vaso de agua.


—Que sea Perrier, cielo.


Pedro se alejó hacia el bar, y Connie se volvió hacia ella.


—Bueno, háblame de Nueva Zelanda. Nunca he estado allí. ¿Los hombres son guapos?


Paula soltó una carcajada.


—No lo sé, ya casi no me acuerdo.


—Me alegro mucho de que Pedro vaya a casarse contigo —dijo Connie entonces—. Aunque solía decir que no se casaría nunca.


—Es por el niño. Si yo no estuviera embarazada, no habría boda.


—¿Tú sabes que Pedro es hijo ilegítimo?


—Sí, me lo contó él. Pero no tiene que hablarme de eso…


—Sí tengo que hacerlo. Tienes que conocer al hombre con el que vas a casarte, Paula —sonrió Connie—. Su padre era un hombre muy guapo, un cantante. Yo me enamoré de él como una loca. Entonces tenía dieciocho años, era una heredera famosa… Me convertí en su amante porque me parecía una aventura maravillosa. Me quedé embarazada enseguida, pero la relación duró poco, así que volví a Atenas y le di un disgusto terrible a mis padres.


—Eran otros tiempos.


—Sí, desde luego. Mi padre arregló un matrimonio a toda prisa con el hijo de uno de sus amigos, pero apenas duró unos meses y yo fui muy infeliz. Mi hijo no conoció ni a su padre ni a mi marido, pero sabe que lo pasé muy mal. Y sabe que esos matrimonios arreglados son un desastre. Así que ya ves, Pedro nunca se casaría sólo por darle un apellido al niño.


Paula miró a Connie, sorprendida. ¿Qué estaba intentando decirle?


¿Pedro no le había pedido que se casara con él sólo por el niño?




VENGANZA: CAPÍTULO 36

 



Paula seguía intentando decidir cuál debía ser su respuesta al día siguiente, cuando fueron al teatro para ver el espectáculo que la compañía había preparado para celebrar la Nochebuena.


Pedro había insistió en que se quedase a dormir en la suite… pero en la habitación de invitados, claro. Y, como no había llevado un vestido adecuado para la ocasión, Pedro también se encargó de que una de las elegantes boutiques del hotel le enviase uno a la suite.


Al abrir la caja, Paula vio una tela que brillaba como el cristal. El vestido era de su talla y le quedaba como hecho a medida. La tela, tornasolada, cambiaba del blanco al plateado más reluciente. Un par de sandalias y un bolsito plateado completaban el atuendo.


Ahora, mientras iba hacia la parte trasera del escenario con Pedro, Paula no se sentía embarazada en absoluto. De hecho, se sentía más guapa que nunca.


Hasta que se encontró con un par de ojos negros llenos de maldad.


Pedro —dijo Stella, tomándolo posesivamente del brazo—. Lo siento mucho, pero no sabes cómo me duele la garganta. No puedo cantar.


—¡Dios mío! —exclamó Mauricio—. Deberías habérmelo dicho antes. Ya hemos vendido todas las entradas…


—No quería molestar a nadie —se disculpó ella, bajando los ojos—. Pensé que se me pasaría.


Stella podía ser una bruja, pero si tenía una infección de garganta no podría cantar.


—Quizá si me tumbo un rato se me pasará…


—Mauricio, ¿dónde está el programa? —preguntó Pedro.


El gerente se lo entregó de inmediato.


—Cancelaremos el solo de Stella y lo reemplazaremos con un numerito de Lucie. Seguro que tiene alguna historia divertida que contar sobre Santa Claus. Y Aletha… —Pedro nombró a otra de las artistas de la compañía— puede cantar Oh, Christmas Tree. Paula, ¿te importaría mucho cantar SilentNight?


—Pero yo…


—Sé que no estás preparada, pero te lo pido por favor. Hazlo por mí.


Paula haría cualquier cosa por él. Y cantar su villancico favorito no sería nada.


—Muy bien. De acuerdo —murmuró.


—Stella, vete a la cama. Llamaremos al médico de inmediato.


—Pero no es necesario…


—Sí lo es. Paula puede cantar hoy por ti, pero mañana espero que estés recuperada. Hemos vendido todas las entradas y la gente viene a verte a ti —sonrió Pedro, que conocía bien su oficio—. Vamos, vete a tu suite. Y cuídate esa garganta.


—Pero…


—Paula, tienes que maquillarte —siguió él, sin prestarle la menor atención a su cantante—. Siento estropearte la noche, pero…


—¿Pero que dirá el publico cuando Stella no salga a cantar? Han pagado para oírla a ella.


Mauricio se encogió de hombros.


—Es demasiado tarde para preocuparse por eso.


Los siguientes minutos pasaron sin que se diera cuenta. Todo eran prisas y nervios. Luego, una vez en el escenario, empezó a calmarse, como le ocurría siempre.


Paula se llevó una mano al abdomen mientras oía los aplausos detrás del telón.


«¿Estás oyendo eso, cariño? El año que viene tú mismo verás el espectáculo».


Era tan difícil de creer…


Cuando llegó el momento de cantar Silent Night, Holy Night, Paula lo dio todo. Pedro estaba en la primera fila y cantó sólo para él. Después, se sentía terriblemente agotada y emocionada a la vez. Pero cuando estaba saludando volvió a buscar a Pedro con la mirada… y había desaparecido.


Paula notó que el público empezaba a murmurar, y sólo entonces se dio cuenta de que Pedro estaba en el escenario, a su lado, con un ramo de rosas en las manos.


Un ramo de rosas rojas para ella.


Pero entonces recordó. Aquel tributo era para Stella.


Las rosas no significaban nada.


—Ha sido una interpretación muy hermosa —dijo Pedro, acercándose al micrófono—. Ayer le pedí a Paula Chaves que fuese mi mujer. Ahora, quiero que todos ustedes celebren su respuesta conmigo.


Y luego le pasó el micrófono.


El silencio era absoluto. El público esperaba. Pedro esperaba también, tenso.


Paula lo miró, atónita. ¿Qué podía decir? ¿Cómo podía casarse con un hombre que no la querría nunca?


Entonces una mujer que estaba en la primera fila se levantó.


—¡Di que sí, Paula!


Sorprendida, ella guiñó los ojos para ver a quién pertenecía la voz. Era una mujer rubia a la que no había visto nunca.


—No le hagas caso a mi madre —sonrió Pedro.


—¿Tu madre?


Sin darse cuenta, había hablado por el micrófono y el público soltó una carcajada. Pero Paula sabía lo que iba a hacer.


Iba a decirle que sí. Iba a casarse con Pedro por el niño. Y por ella misma… porque lo amaba.


—Sí —dijo por fin con voz clara.


Las rosas se le cayeron de las manos cuando Pedro la tomó entre sus brazos para buscar sus labios con ansia… y cierta desesperación.


Pero Paula no estaba actuando cuando le echó los brazos al cuello y ofreció la mejor, y la más pública, interpretación de su vida.



VENGANZA: CAPÍTULO 35

 



—¿Qué? —exclamó Paula, incrédula.


Las facciones de Pedro podían haber estado esculpidas en mármol.


—¿Ésta es tu venganza? ¿Tu manera de castigarme porque pensabas que yo era el causante de la muerte de tu hermana? ¿Lo habías planeado desde el principio?


—¡No!


—Entonces, ¿por qué dejaste que te hiciera el amor sabiendo que yo te creía Mariana?


Aquélla era una pregunta que Paula no podía contestar sin confesarle la verdad: que estaba enamorada de él. Que lo había estado desde el principio.


—Porque… me gustabas. Me gustabas más de lo que me había gustado nunca un hombre.


—¿Ésa es la única razón?


—Sí, la única.


—Porque te gustaba. Nada más.


—Bueno, ésa es la razón por la que tú te acostaste conmigo, ¿no?


—Es posible. O no. Quizá pensé que había encontrado a la mujer de mis sueños —replicó Pedro, irónico.


—Mira, yo sólo quería decirte que estoy embarazada. Me pareció lo más correcto. Pero si no quieres, ni siquiera le pondré al niño tu apellido.


—¿Por qué no?


—¿Quieres que lo haga?


—Por supuesto. Ningún hijo mío va a ir por la vida sin mi apellido.


—¿Y qué le diremos a la gente? ¿Qué pasa con… tu amante?


—¿Qué amante?


—La mujer morena con la que te vi en el bar.


—¿Stella? Es la cantante que ocupa tu puesto. Nada más.


—¿Estás diciendo que no hay nada entre vosotros?


—Absolutamente nada —contestó Pedro.


—¿No te has acostado con ella?


—No. Y no tienes que preocuparte de otras mujeres porque tú y yo vamos a casarnos.


—¿Cómo dices? —exclamó Paula—. ¿Por qué iba a casarme contigo?


—No quiero que un hijo mío crezca como niño ilegítimo.


—Muchas parejas tienen hijos sin casarse —replicó ella.


—Yo no quiero eso —dijo Pedro—. Mira, cuando yo era pequeño la gente criticaba esas cosas de la manera más cruel. Tuve que escuchar muchos comentarios cuando era un niño… y no quiero que eso le ocurra a mi hijo.


Cualquier noción romántica que Paula pudiera haber tenido sobre aquella proposición murió de inmediato. Pedro no la quería. No la querría nunca.