lunes, 7 de diciembre de 2020

EL PRECIO DEL DESEO: CAPITULO 1

 


NO CREES que deberías vestirte?


Paula levantó la vista del periódico que llevaba más de una hora fingiendo leer. No tenía ganas de hablar, sobre todo porque la conversación siempre volvía al mismo tema; la decisión tan radical que había tomado ese año. Al principio su madre la había apoyado con la idea de tener un hijo por inseminación artificial, pero parecía estar cambiando de opinión. Y lo último que necesitaba Paula era que la desanimaran… Era cierto que el proceso no había funcionado las dos primeras veces, pero eso era normal, según le habían dicho en la clínica. Solo tenía que seguir intentándolo y más tarde o más temprano saldría bien. No tenía ningún problema físico, así que no había ningún impedimento que le imposibilitara quedarse embarazada.


–¿Qué hora es?


–Casi las doce de la mañana –le dijo su madre–. Deberíamos estar en casa de los Alfonso a la una menos cuarto. Sé que Carolina va a servir la comida a eso de la una y media.


Carolina y Martin Mitchell llevaban más de treinta años siendo sus vecinos y eran buenos amigos. Tenían dos hijos, Pedro, de la misma edad que Paula, y una chica, Melisa, cuatro años más pequeña. A lo largo de los años, Paula había llegado a conocer muy bien a la familia, aunque algunos miembros de la misma le caían mejor que otros. El señor Alfonso se había retirado recientemente y ese día cumplía cuarenta años de casado con su esposa… Una de esas parejas que ya no se veían…


El corazón de Julia Chaves se encogió al oír suspirar a su hija. Se había llevado una desilusión tan grande esa semana cuando le había venido el periodo… No era de extrañar que no tuviera ganas de ir a una fiesta.


–No tienes que ir si no quieres –le dijo con suavidad–. Puedo darles cualquier excusa. Les digo que no te sientes bien.


–No, no, mamá –dijo Paula con firmeza. Se puso en pie–. Estoy bien. Quiero ir. Me vendrá bien –se fue a su habitación, intentando convencerse de que sí le vendría bien.


Podría tomarse unas cuantas copas de vino… teniendo en cuenta que no estaba embarazada… Además, así no tendría que pasarse el resto del día defendiendo la decisión de tener un hijo sola, sobre todo porque nadie, aparte de su madre, sabía de su pequeño «proyecto bebé». Y estaba tan cansada de oírla decir lo difícil que era criar a un hijo sola…


No podía negar que tenía razón. Su padre había muerto en un accidente de coche cuando tenía tan solo nueve años de edad, y nadie sabía mejor que ella lo difíciles que habían sido las cosas para su madre en todos los sentidos.


Sin duda criar a un hijo sin la ayuda y el apoyo de un padre iba a ser complicado, pero tenía tantas ganas de tener un bebé… Siempre lo había deseado y solía soñar con conocer a un hombre maravilloso, un hombre tan cariñoso como su padre, alguien con quien pudiera casarse y formar una familia.


Siempre había creído que solo era cuestión de tiempo encontrar a esa persona tan especial, y querría haberse casado pronto para poder de disfrutar de sus hijos durante más tiempo… Jamás hubiera imaginado llegar a la edad de treinta y cuatro años sin ver cumplido su sueño. Era una romántica empedernida… No lo podía evitar. Pero su Príncipe Azul seguía sin aparecer.


Así le había salido la vida.


Algunas veces casi ni se lo podía creer.


Sacudiendo la cabeza, se quitó la bata de estar en casa y miró el vestido que había escogido para la ocasión. Lo había extendido sobre la cama esa mañana. Era un vestido tipo túnica color morado, de lana, con un polo de seda negro debajo, medias negras y botas negras hasta el tobillo. No le llevó mucho arreglarse. Ya se había duchado antes y se había secado el pelo… Fue hacia el cuarto de baño para peinarse y maquillarse. Nada más terminar, se miró en el espejo y frunció el ceño. ¿Por qué le habían salido tan mal las cosas? No era que fuera fea. En realidad era una chica bastante atractiva; una cara bonita, una nariz respingona, labios carnosos, pelo rubio, buena figura… Tenía los pechos más bien pequeños, pero la ropa solía sentarle bien, al ser alta y esbelta… Además, siempre había tenido una personalidad animada y extrovertida. Caía bien. Les gustaba a los hombres…


A pesar de eso, no obstante, había tenido muchos problemas para encontrar un novio estable a lo largo de los años. Retrospectivamente, podía ver que su profesión tampoco había ayudado mucho, pero eso no se le había ocurrido antes. Como no quería irse lejos de casa, ni de Central Coast, había entrado como aprendiz en un salón de belleza en el que su madre había trabajado, una decisión que había desconcertado a mucha gente. Después de todo, había sacado muy buenas notas en los exámenes y habría podido ir a la universidad si hubiera querido.


Pero hacerse periodista o abogado no era lo que ella quería en la vida.


Tenía otras prioridades que no incluían años de estudio, trepando por la pirámide profesional hasta conseguir aquello que otros llamaban éxito.


Además, le gustaba tener un trabajo interesante del que podía disfrutar.


A pesar de todas las advertencias de sus profesores, siempre le había encantado ser peluquera, disfrutaba de la amistad que surgía con sus compañeras, las clientas… Le encantaba esa sensación de felicidad que llegaba al terminar de dar un tinte o de hacer un corte de pelo original. No había tardado mucho en labrarse una buena reputación como estilista y cuando tenía veinticinco años de edad, su madre y ella habían abierto su propio salón de belleza en un pequeño centro comercial cerca de Erina Fair. Hubieran querido tener el local en Erina Fair, la zona comercial de Central Coast, pero los alquileres eran demasiado altos. Sin embargo, gracias a esa clientela fiel, el negocio había resultado todo un éxito de todos modos.


Pero todo tenía sus desventajas… Y tener un salón de belleza con una clientela primordialmente femenina no la ayudaba mucho a conocer miembros del sexo opuesto. Además, ser hija única también la condicionaba bastante. A lo mejor si hubiera tenido un hermano mayor…


Intentaba conocer a hombres de otras formas, no obstante. Tenía un grupo de amigas a las que conocía desde el colegio y con ellas solía ir a fiestas, discotecas, pubs… pero por alguna razón, siempre se le acercaban esos guaperas que solo estaban interesados en una cosa… No se había dado cuenta de ello, no obstante, hasta después de quemarse unas cuantas veces.


Una a una, sus amigas habían ido encontrado a chicos guapos y agradables con los que se iban a casar. Solían conocerlos a través del trabajo, o de la familia… Había hecho de dama de honor tantas veces que ya empezaba a aborrecer las bodas, por no hablar de la fiesta de después, cuando sus amigas recién casadas intentaban emparejarla con algún borracho que solo buscaba acostarse con alguna de ellas.


Cuando su última amiga soltera encontró pareja a través de un portal de citas de Internet, Paula decidió intentarlo por esa vía también, pero la cosa resultó un desastre absoluto. Por alguna razón, seguía atrayendo a los tipos inadecuados, esos que solo buscaban lo que buscaban.


Ella nunca había sido de las que querían tener sexo por tenerlo. Cuando era más joven, sí que lo había hecho, algunas veces, pero la experiencia nunca le había resultado muy placentera, y así, a la edad de veintiún años había decidido reservarse para un hombre que realmente le gustara.


Desafortunadamente, no obstante, algunos de esos guaperas con la cabeza hueca con los que había ligado sí que le habían gustado mucho, pero en la cama las campanas no habían sonado… Después de tantos encuentros fallidos solo podía sacar una conclusión: o bien necesitaba estar realmente enamorada para disfrutar del sexo, o llevaba toda la vida siendo una frígida.


Al cumplir treinta años, empezó a sentir cierta desesperación por enamorarse y ser correspondida, y entonces decidió dar un giro a su vida.


Empezó a ir a la universidad por las tardes, se sacó la licencia de agente inmobiliario y consiguió un trabajo en una de las agencias más grandes y prestigiosas de Central Coast.


En aquel momento, parecía una buena decisión. De repente se había visto rodeada de hombres jóvenes que la veían con muy buenos ojos; la última novedad. Tenía admiradores por todos sitios, pero uno de ellos destacaba entre los demás. Jeremías trabajaba para una inmobiliaria rival y era un chico del pueblo, como ella. Era un tipo encantador y muy guapo que provenía de una familia de la zona, y no había tratado de llevársela a la cama en la primera cita.


Cuando finalmente se habían acostado, el sexo no había estado nada mal y Paula había creído que por fin estaba enamorada, un sentimiento que había creído mutuo…




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