jueves, 3 de diciembre de 2020

VENGANZA: CAPÍTULO 29

 


El día siguiente transcurrió con subidas de adrenalina, momentos de aprensión y una gran alegría por el simple hecho de estar con Pedro.


Por la mañana dieron de comer a los peces en el tanque del vestíbulo y luego fueron a dar un largo paseo por la isla. Después de comer, Paula insistió en visitar el parque acuático. Protegida por el traje de neopreno, no sintió frío hasta varías horas después.


—Bueno, ya está bien. Tenemos invitados para cenar —rió Pedro—. Te gustarán, son los Makrides, buena gente.


De vuelta en la suite, Paula se dio una ducha caliente para relajar los músculos y, después de secarse el pelo, se hizo un elegante moño alto, dejando algunos rizos sueltos.


Eligió un sencillo vestido sin mangas, se maquilló un poco, se puso unos aros de plata en las orejas y estaba lista para Pedro y sus invitados.


Entró bailando en el salón, pero el sonriente Pedro de antes había desaparecido.


—¿Qué ocurre?


—¿Por qué no me habías contado que habías visto a Jean-Paul Moreau en la piscina?


A Paula se le encogió el corazón. Había querido olvidar su conversación con Jean-Paul. Y, si era sincera, tampoco había querido hablarle a Pedro de su encuentro con el francés.


—¿No tienes nada que decir? ¿Sabías que Jean-Paul estaría aquí? ¿Es por eso por lo que decidiste venir?


—¡No! Jean-Paul no significa nada para mí…


Quizá había llegado el momento de contarle la verdad, pensó. Si no lo hacía, él no dejaría de sospechar. Y no era justo. Pero cuando vio su amarga expresión supo que no habría perdón.


Era demasiado tarde.


Oyeron entonces la campanita del ascensor, y Pedro se dirigió al vestíbulo para recibir a sus invitados. Paula dejó escapar un suspiro de alivio. Era una cobarde, desde luego. Pero no podía decirle nada ahora. Tendría que esperar a que los invitados se fueran.


Daphne y Basil Makrides eran una pareja reservada. Los dos parecían preocupados por algo, pero poco a poco se relajaron. Pedro, sin embargo, permaneció frío.


Dos camareros sirvieron los cócteles y una selección de entrantes. Paula hablaba con Daphne sobre el hotel, sobre el parque acuático… pero la tensión que había entre Pedro y ella hacía que tuviese un nudo en el estómago. Cuando él fue a cambiar la música, se acercó y le habló en voz baja:

—De verdad no sabía que Jean-Paul estuviera aquí. No tenía ni idea.


—Quizá no fue un accidente por parte de Moreau.


—Cuando me lo encontré en la piscina estaba con una rubia, y sólo hablé con él un momento. No me apetecía nada estar con ese hombre.


Pedro dejó escapar un suspiro.


—Perdona. Creo que te he juzgado mal.


Había confusión en sus ojos. Y cierta vulnerabilidad que no había visto antes.


Había creído que iba a traicionarlo otra vez con Jean-Paul. Y era lógico. Tenía que decirle la verdad.


—No volveré a verlo, te lo prometo.


—Gracias. Hablaremos más tarde.


Sí, hablarían más tarde, pensó Paula. Había mucho que decir. Y no iba a ser una conversación agradable.


—¿Tienen hijos, Daphne? —preguntó Paula cuando volvieron a la mesa.


Ella miró a su marido, incómoda.


—Sí, dos hijos, Chris y Marco —contestó por fin.


Paula decidió cambiar de tema inmediatamente y, sin saber qué decir, empezó a hablar del tiempo. No sabía por qué, pero el tema de los hijos parecía ser delicado.


—Cada vez que intento hablar de Chris, la gente cambia de conversación —dijo Daphne entonces—. Es como si tuviera una enfermedad de la que nadie pudiese hablar.


—¿Está enfermo? —preguntó Paula.


—No, no está enfermo. Pero tiene un problema muy grave.


—Ah.


—Está en rehabilitación —dijo Daphne por fin—. En una clínica para drogadictos y alcohólicos. Es su tercer intento y esperamos que esta vez funcione.


—Lo siento mucho. No sabía nada.


—Nadie me deja hablar de él. Es como si Chris ya no existiera…


—A mí puede contarme lo que quiera, lo entiendo.


—¿Cómo va a entenderlo? —le espetó Daphne, furiosa.


—Mi hermana murió de una sobredosis —dijo Paula entonces.


La mujer se llevó una mano al corazón.


—Lo siento, perdone.


—No hay nada que perdonar. Lo peor fue no saber que era drogadicta hasta que ya era demasiado tarde —Paula parpadeó para contener las lágrimas—. Los últimos meses de su vida fueron horribles. Se estaba destruyendo delante de mis ojos y yo no me daba cuenta. Estaba tan furiosa con ella… ahora la echo mucho de menos.


—Hay veces que yo me enfado con Chris. Me gustaría darle una bofetada, preguntarle por qué me hace esto, por qué se lo hace a sí mismo. Y me pregunto qué hemos hecho mal Basil y yo. Le dimos todo lo que quería…


—No es culpa suya.


Daphne la miró, los ojos empañados, llenos de angustia.


—¿Usted cree?


—No puede culparse a sí misma —insistió Paula—. Siempre intentamos culpar a otros en estas situaciones. Es natural intentar encontrar una excusa para las cosas terribles que pasan en la vida.


Ella había culpado a Pedro. De forma completamente injusta. No había sido culpa suya que Mariana muriese. No era el ogro que ella había imaginado.


Paula lo miró. Estaba hablando con Basil y, como si hubiera intuido su mirada, giró la cabeza y sus ojos se encontraron. A Paula se le paró un momento el corazón.


Y en ese momento se dio cuenta de que estaba enamorada de él.


—¿Las señoras quieren café? —preguntó Pedro, con una sonrisa en los labios.


Daphne y Paula asintieron con la cabeza, cada una perdida en sus pensamientos.


Media hora después la cena había terminado, y Daphne abrazó a Paula calurosamente.


—Gracias por compartir conmigo lo que sintió por la muerte de su hermana. Me ha ayudado más de lo que usted imagina. Al menos Chris está vivo, aún tiene una oportunidad de recuperarse. Y he tomado una decisión: voy a crear una fundación para advertir a los más jóvenes del peligro de las drogas. Basil ha hablado de ello muchas veces, pero yo estaba demasiado angustiada como para hacer nada.


Basil miró a Paula, sorprendido. Estaba claro que el tema de Chris y su adicción era algo de lo que no solían hablar con nadie. Paula, sin embargo, no se atrevió a mirar a Pedro.


Se decía a sí misma que no podía haber adivinado la verdad… ¿o sí?


Cuando se quedaron solos, Pedro no perdió un momento.


—No sabía que tuvieras una hermana.


—Sí, la tuve. Pero murió.


—Pero me dijiste que eras hija única…


¿Mariana había negado su existencia? ¿Era eso lo que, secretamente, había deseado siempre su hermana? ¿Ser hija única, el centro de atención? ¿Se sentía engañada por tener que compartirlo todo con otra niña que era idéntica a ella?


—¿Cómo se llamaba?


—Mariana —contestó ella.


—¿Te duele hablar de tu hermana?


—Mucho.


—Lo siento.


La compasión que había en sus ojos aumentó su dolor. Lo quería. Y el engaño le dolía aún más por eso. ¿Cómo podía contarle la verdad? ¿Cómo iba a arriesgarse a que la odiara?


Pedro la abrazó, apoyando la cara en su pelo.


Paula quería estar a su lado. Lo más cerca posible. Por última vez. Entonces se lo diría. Y todo habría terminado.




VENGANZA: CAPÍTULO 28

 


Pedro estaba estrechando la mano de Basil Makrides.


—Me alegra que esté satisfecho con nuestro acuerdo.


El hombre asintió con la cabeza.


—Quiero pasar más tiempo con Daphne y con nuestros hijos. He pasado demasiado tiempo construyendo un imperio… demasiado tiempo.


Pedro conocía la trágica situación del hijo pequeño de Basil.


—Siento mucho lo de Chris. Espero que se recupere, de verdad.


El hombre dejó escapar un suspiro.


—Cuidaremos de él lo mejor posible. Por el momento, está recibiendo el mejor tratamiento que existe. Y Daphne y yo estaremos a su lado cuando salga de la clínica.


Pedro caminaba con paso alegre mientras iba a buscar a Paula. Las negociaciones con Makrides habían durado mucho menos de lo que esperaba, y ahora poseía un grupo de pequeños pero exclusivos hoteles en Australia que pensaba convertir en los siguientes en la lista de la cadena Poseidón.


Pero, por el momento, lo que le apetecía era tomarse un par de días libres con Paula.


Aquella mujer lo volvía loco. Cada día lo intrigaba más. Paula había cambiado por completo, y tenía una conexión con ella que no había tenido nunca con otra mujer.


No quería pensar demasiado en lo que le estaba pasando. Sólo quería disfrutar de Paula, de su compañía… y de su cuerpo.


Cuando la vio delante de él, con una toalla al hombro, apresuró el paso.


—¡Paula! —la llamó, tomándola del brazo—. Perdona, no quería asustarte —dijo después al ver su expresión.


—No, no… pensé que tenías una reunión.


—He terminado antes de lo que esperaba —sonrió Pedro.


Paula se dio cuenta de cómo le gustaba su sonrisa. Y de que ella misma, sin darse cuenta, había empezado a sonreír a pesar de todo. Ése era el efecto que Pedro Alfonso ejercía en ella.


—Bueno, cuéntame qué ha pasado en esa reunión tan importante.


Pedro pensó que Paula Chaves era diferente a las demás mujeres que había conocido. Era tan transparente, tan cálida.


Paula era única.




VENGANZA: CAPÍTULO 27

 


La Caverna de Poseidón, el hotel de Kalos, era sencillamente magnífico. En el centro del vestíbulo había un gigantesco tanque de cristal lleno de peces que nadaban tranquilamente de un lado a otro.


—Es precioso. Nunca había visto nada así.


—Pero has estado aquí antes. ¿No recuerdas nada?


—No —contestó Paula, apartando la mirada. Odiaba la red de mentiras en la que estaba metida.


—No te preocupes. Más tarde te enseñaré el resto del hotel. Hay un restaurante con una fabulosa vista del tanque. Además del teatro y el cine, también hay un parque acuático con tiburones y todo…


Paula lo oía hablar, pero no dejaba de pensar en su problema. Una semana, se dijo. Pasaría una semana con él y luego se lo diría.


Esa noche le hizo el amor con el fervor de los condenados. Después, Pedro la miró a los ojos con cara de sorpresa.


Cuando desapareció a la mañana siguiente para ir a una reunión, Paula pasó un par de horas examinando las criaturas marinas que nadaban en el tanque y leyendo las plaquitas informativas. Más tarde decidió ir a la piscina climatizada, donde tuvo un encuentro inesperado. Jean-Paul Moreau al lado de una rubia.


—Chérie —la saludó él alegremente—. ¿Alfonso te ha permitido salir de tu jaula?


—Yo nunca he estado en una jaula —replicó ella—. Pero veo que tú estás muy bien acompañado.


—No es nadie. La dejaría ahora mismo si tú mostrases algún interés.


—Eres perverso —dijo Paula.


—Y me gusta hacer cosas perversas, ¿recuerdas?


—No, no quiero recordar.


—Ah, claro, el tiburón grande paga mejor. Te entiendo. Ven, vamos a charlar un rato —sonrió Jean-Paul, llevándola aparte—. Ahora vuelvo, chérie —le dijo a la rubia.


Paula no quería charlar con aquel hombre, pero necesitaba averiguar algo sobre Mariana y, si Pedro no había tenido nada que ver con su muerte, quizá Jean-Paul…


—Me temo que Alfonso aparecerá de un momento a otro y no le gustará nada verte conmigo.


Pedro no es mi dueño —contestó ella.


—Si paga tus facturas, es tu dueño, chérie. Así es como piensa un hombre.


—Qué horror —murmuró Paula—. Pero hablando de facturas… después de mi último encuentro contigo hace tres años, mi tarjeta de crédito sufrió un daño inesperado. Supongo que debí de jugar más de lo que tenía…


—¿Ahora lo llamas jugar? —rió él.


—¿Y cómo lo llamarías tú?


—Chérie, será mejor no decir nada. A Alfonso no le haría ninguna gracia conocer tu pequeño «hábito».


De modo que Pedro no lo sabía…


—¿Y tú tenías ese mismo hábito?


Jean-Paul la miró con gesto de recelo.


—¿Por qué me haces esas preguntas? —murmuró, alargando una mano para abrir su camisa…


—¿Qué haces? ¡No me toques!


—Ah, perdona, pensé… no importa, da igual.


Pero Paula acababa de entender.


—Fuiste tú. ¡Tú la metiste en el mundo de la droga!


—¿Cómo que la metí? ¿A quién te refieres? ¿Y por qué hablas de drogas? —preguntó Jean-Paul, mirando alrededor.


—Tú eras quien la abastecía de drogas.


—Pero chérie, tú sabes que…


—Yo no sé nada. Tuve un accidente y perdí la memoria. Y no te preocupes, no llevo un micrófono oculto. No tengo nada que ver con la policía.


—Puedes decir lo que quieras, yo lo negaré todo. Eres una tonta por meterte donde no te llaman. Tienes a Alfonso comiendo de la palma de tu mano… la verdad, pensé que jamás volvería a acostarse contigo después de lo que pasó. Debe de estar loco por ti. Qué curioso, nunca pensé que fueras tan especial para él.


A Paula se le encogió el estómago.


«Oh, Mariana, ¿cómo pudiste…?».


Pero las palabras de Jean-Paul lo dejaban claro: Mariana había dejado a Pedro por el francés. Y, según él, había habido otros hombres. Y Pedro la creía Mariana…


Todo aquello era culpa suya. Cuando llegó a Strathmos, Pedro le importaba un bledo. Sólo quería saber qué le había pasado a su hermana y si era él quien la había metido en el mundo de la droga.


Pero estaba equivocada.


No era Pedro, sino Jean-Paul. Fue Jean-Paul quien mató a Mariana. Aquel hombre repugnante que la miraba con una sonrisa en los labios…


Tenía que alejarse de él.


Murmurando algo ininteligible, Paula salió de la piscina, desesperada por encontrar un sitio en el que estar a solas.


Pero había algo dando vueltas en su cabeza: ¿Cómo iba a contarle a Pedro la verdad?



miércoles, 2 de diciembre de 2020

VENGANZA: CAPÍTULO 26

 


La llevó al Vellocino De Oro, un restaurante decorado con murales de Jasón y los argonautas. Aunque también había una mujer de largos cabellos que debía de ser Medea.


—Era un peligro Medea. Una bruja, una hechicera.


—Sí, bueno, pero Jasón no se portó nada bien con ella —sonrió Paula—. Medea lo ayudó a recuperar el vellocino de oro y, a cambio, él la llevó de vuelta a Corinto y se casó con ella. Pero luego decidió que era demasiado difícil estar casado con una mujer que era una bruja… y una extranjera, además. Así que decidió dejarla y casarse con otra.


—Pero Medea tenía otro plan —sonrió Pedro—. Veo que conoces bien la mitología griega.


—Mi padre es experto en los clásicos. Crecí rodeada por los antiguos mitos romanos y griegos.


Él la miró, sorprendido.


—No me lo habías contado.


—Sí, bueno, parece que no te había contado nada de mi vida.


—¿Y por qué terminaste siendo cantante?


—Mi madre toca el piano razonablemente bien, así que me enseñó a tocarlo cuando era niña. Me gustaba mucho cantar, de modo que empecé a tomar clases…


—Y lo de bailar… ¿Qué decía tu madre sobre eso?


Paula respiró profundamente. ¿Debía contárselo? Pedro estaba sonriendo de una forma tan encantadora. No, lo haría más tarde.


—En realidad, mi madre es responsable de eso también. Fue bailarina profesional de ballet y tuvo una academia durante muchos años. ¿Y tú? ¿Cuándo decidiste qué querías ser en la vida?


—Cuando cumplí trece años mi abuelo me llevó a comer y me dijo que un día heredaría su cadena de hoteles y que debía prepararme para dirigirlos. Mi primo Zaid heredaría la empresa naviera Kyriakos, y Tiziano, las refinerías de petróleo…


—No sabía que tu familia poseyera todo eso.


—¿No?


—Bueno… no me acuerdo —Paula carraspeó.


—Mi abuelo me prometió también que heredaría las tres islas que le pertenecían: Strathmos, Kalos y Dellinos. Pasé los primeros cinco años de mi vida en Strathmos, así que es la isla que mejor conozco. Intenté aprender todo lo que pude sobre el negocio…


Siguieron charlando durante la cena y, después, Pedro la acompañó a su habitación. El corazón de Paula latía dentro de su pecho.


—¿Quieres un café?


—¿Por qué no? —sonrió él. Paula se calmó un poco, pero el nerviosismo reapareció cuando Pedro volvió a mirar la fotografía de su hermana—. Sin azúcar, ¿verdad?


—Sí, gracias. ¿Cuándo piensas marcharte?


—Mañana. Pasaré un par de días en Atenas y luego tomaré un avión para Auckland.


—Es demasiado pronto, ¿no?


«Díselo. Díselo ahora».


—No voy a acostarme contigo.


—¿Quién ha dicho nada de acostarse? Es muy temprano —rió él, tomándola por la cintura—. Sólo quiero un beso.


Un beso, un beso de despedida. Paula se echó en sus brazos y fue como llegar a casa. Y eso creó en su interior una extraña mezcla de emociones: culpa, confusión, remordimiento y rabia por no haberlo conocido antes que Mariana.


—Tengo que irme a Kalos mañana —dijo Pedro entonces—. Ven conmigo. Puedes quedarte el tiempo que quieras.


—Pero…


—Quiero estar contigo… y no me refiero sólo a la cama.


Había un brillo de sorpresa en sus ojos, y Paula supo que Pedro sentía lo mismo que ella. Había un lazo entre los dos que ninguno quería romper, un lazo que la obligaba a reevaluar quién era y qué quería de la vida.


—Muy bien. Iré contigo.


Los ojos de Pedro se iluminaron.


—No lo lamentarás.


Paula lo miró, incrédula. Claro que iba a lamentarlo. Pero no podía dejar pasar la oportunidad de estar unos días más con él.




VENGANZA: CAPÍTULO 25

 


Era su última actuación, su último día en Strathmos. Paula llevaba un vestido negro de lentejuelas que hacía que su pelo pareciese más rojo que nunca. El escote revelaba un bronceado cuidadosamente conseguido, y se había tomado su tiempo con el maquillaje. Cuando terminó, sabía que estaba más guapa que nunca.


Mientras estaba en el escenario miraba de un lado a otro, pero no veía a Pedro. Por fin, dejó de buscarlo y se concentró en la canción, pero había perdido algo de lustre.


Paula salió del escenario con el corazón encogido. Su tiempo en Strathmos había terminado. Y Pedro había desaparecido.


Pero cuando entró en su camerino lo encontró esperándola, tumbado en el sofá.


—¿Qué haces aquí?


—Esperándote. Desde esta mañana ha sido imposible encontrarte. Y no pienso dejar que te escapes esta noche.


La noche anterior había sido tan especial que Paula no había querido verlo por la mañana. Necesitaba estar sola para entender lo que había pasado.


—No voy a escaparme.


Tenían que hablar. Pedro se pondría furioso con ella, pero…


—¿Quieres que cenemos juntos?


—En cualquier sitio… menos en tu suite.


No quería hacer el amor. Eso la distraería, y lo que tenía que decirle era demasiado importante.


—Endaxi —sonrió Pedro—. Muy bien.




VENGANZA: CAPÍTULO 24

 


Pedro llevó a Paula al dormitorio y la tumbó sobre la cama.


—Ahora me toca a mí.


Le quitó el tanga y empezó a acariciarla con unos dedos que parecían tener un toque mágico. Una tensión nueva empezó a crecer en el vientre de Paula. Cuando se movió, la seda de la colcha creaba una deliciosa fricción contra su espalda, contra sus muslos.


Pedro tocó el diminuto botón en el centro de su ser, y ella abrió aún más las piernas, dejando escapar un suspiro de placer. Él movía los dedos y se quedaba sin aliento. Cerrando los ojos, decidió olvidarse de todo. No existía nada más que aquella habitación, aquel hombre… aquellas caricias.


Y entonces sintió el calor de su boca, de su lengua. Pedro volvió a lamerla, y Paula tomó su cabeza entre las manos.


—Quiero más…


Él debió de haberla entendido porque un segundo después oía cómo rasgaba un paquetito que había sacado de la mesilla. Enseguida se colocó encima, el torso cubierto de sudor contra sus pechos hinchados, besándola de forma tan apasionada que Paula empezó a levantar las caderas, impaciente.


Pedro se movió. Podía sentir la punta de su erección deslizándose sobre ella. Estaba preparada.


Él empujó un poco y se deslizó en su interior por completo. Paula dejó escapar un gemido, un sonido primitivo, extraño incluso a sus oídos. Luego enredó las piernas en su cintura, apretándose contra él todo lo que le era posible.


Durante un momento, Pedro se quedó parado, llenándola por completo. Pero enseguida se apartó un poco y volvió a hundirse en ella. La fricción era intensa, el ritmo aumentaba poco a poco.


Paula cerró los ojos, concentrándose en esa fricción, la sensación viajando desde su vientre hasta sus piernas, sus pechos, su lengua…


Hubo un momento de oscuridad, el mundo se volvió negro y, de repente, estaba temblando en medio de la luz.


Pedro dejó escapar una especie de rugido, y Paula lo sintió latiendo dentro de ella.


—Nunca había sido así —dijo con voz ronca—. Nunca.


La luz desapareció, y Paula sintió un escalofrío de aprensión.




martes, 1 de diciembre de 2020

VENGANZA: CAPÍTULO 23

 


Pedro y Paula comieron juntos y luego fueron a navegar un rato en su catamarán. La tarde pasó entre risas y bromas.


Esa noche, el aplauso después del espectáculo fue abrumador, mucho más que otras veces. Paula sabía que el público sentía la energía y la emoción de aquel día pasado con Pedro.


Pero también sabía que aquello no podía durar, que terminaría pronto. Sin embargo, cuando Pedro la invitó a tomar algo en su suite, decidió aceptar. Quizá como despedida. Era su última oportunidad de pasar un rato con Pedro en la burbuja que ella misma había creado.


Durante la cena charlaron sobre muchas cosas, las velas de la mesa creando un halo dorado a su alrededor. Pero detrás de esas palabras mundanas algo vibraba entre ellos, una fuerza inexorable. Y Paula sabía que Pedro lo sentía también.


—No te he ayudado a recuperar la memoria, ¿verdad? Tu regreso a Strathmos no ha servido de nada.


Debería confesarle la verdad, pensó Paula. Pero no lo hizo. No quería extinguir el brillo de sus ojos, un brillo que parecía existir sólo para ella. Quería disfrutar aunque sólo fuese unas horas. Cuando la burbuja se rompiera, no habría vuelta atrás.


—No, no ha sido en vano. El trabajo ha sido estupendo. Y te he conocido a ti… otra vez.


Pedro se levantó y le ofreció su mano.


—Ven aquí.


Paula sabía lo que le estaba pidiendo. Si le daba la mano, todo cambiaría. Si le decía que sí… tendría que aceptar que ya no creía que hubiese destruido a Mariana.


Que no era el canalla que su hermana había pintado. Que, por alguna razón, Mariana había mentido.


—Ven —repitió Pedro.


Lentamente, Paula se levantó. Él la llevó al sofá y la sentó sobre sus rodillas.


Pedro deseaba verla sonreír de nuevo, borrar aquellas sombras de sus ojos, deseaba tocarla…


¿Qué le estaba pasando? ¿Cómo podía haber olvidado su traición? Pero la única verdad era que la semana que había pasado fuera de Strathmos había sido una tortura.


—Pídeme que te haga el amor —dijo en voz baja—. Para que no tenga que romper la promesa que te hice.


La observó tragar saliva. Y cuando la miró a los ojos vio en ellos el mismo deseo que debía haber en los suyos.


—Hazme el amor, Pedro.


Algo parecido a un río de lava empezó a moverse dentro de su pecho. Inclinándose hacia delante, Pedro buscó sus labios de seda. Era tan suave, tan dulce.


Se besaron durante largo rato y después, sin decir nada, él empezó a desabrochar su vestido. No llevaba sujetador, y una sola mirada reveló unos pechos altos, firmes, con pezones oscuros…


Pedro inclinó la cabeza y buscó uno con los labios. El pezón se endureció inmediatamente al contacto de su lengua y, cuando empezó a tirar de él, Paula cerró los ojos y tomó su cara entre las manos, como para que no la soltase. Pedro aprovechó para quitarle el vestido y deslizar las manos por su espalda, por sus nalgas, metiendo una bajo el tanga.


Estaba húmeda y la penetró con los dedos sin esfuerzo alguno. Sabía por sus jadeos que estaba excitada, que lo deseaba tanto como él.


Mientras metía y sacaba los dedos, tiraba con los labios del pezón hasta que ella dejó escapar un gemido de placer.


Pedro


Antes de que él pudiera objetar, Paula se puso de rodillas entre sus piernas. Pero cuando vio que iba a desabrochar su cinturón, sujetó sus manos.


—No.


—Sí.


—No —repitió él. Tenía la sensación de que si dejaba que pasara aquello su mundo no volvería a ser el mismo. Que estaba a punto de descubrir un universo nuevo.


Y no podía hacer nada para evitarlo.


Paula bajó la cremallera del pantalón y lo sacó, duro y potente.


—Paula…


Ella empezó a acariciarlo y, rindiéndose, Pedro apoyó la cabeza en el respaldo del sofá. Pero cuando sintió el calor de su boca, intentó apartarla de nuevo.


—¡Paula!


Estaba chupándolo, llevándolo al fondo de un oscuro y desconocido precipicio donde no pudo aguantar más. Veía sombras ante sus párpados mientras se convulsionaba una y otra vez, atrapado en un placer que iba más allá de lo que nunca hubiera imaginado.