Una vez en su habitación, Paula puso agua a calentar, parpadeando para controlar las lágrimas. Se sentía enferma y necesitaba una taza de tila para calmar los nervios.
No podía quedarse allí.
Se iría de Strathmos al día siguiente… aunque eso significara romper el contrato. No podía seguir viendo a Pedro Alfonso.
Nunca se le había ocurrido pensar que se derretiría bajo sus caricias. Pero Pedro era un playboy. Nadie sabía eso mejor que ella.
¿Cómo se había metido en aquel lío? Angustiada, Paula se pasó una mano por el pelo.
Tenía que controlarse, analizar lo que había pasado para intentar entenderlo. Sí, muy bien, ella lo había provocado. De forma intencionada. Pero no había esperado que Pedro reaccionase de forma tan fiera.
Sí, era mucho más peligroso de lo que había pensado.
¿Por qué lo había provocado? ¿Qué había esperado conseguir con eso? ¿Quería demostrarle que no era la mujer que él pensaba que era?
Si era así, había fracasado miserablemente.
Suspirando, echó una bolsita de té en la taza y se dejó caer en el sofá. La foto que había sobre la mesa parecía reírse de ella. Sí, una familia modelo. Mamá y papá flanqueando a una joven sonriente, Mariana, y de fondo, un precioso rosal. Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. Ojalá ella tuviera el sentido común de su madre…
Mirando el reloj, comprobó que en Nueva Zelanda sería por la mañana, de modo que tomó el teléfono y marcó el número de su casa.
—¿Dígame?
—Soy yo, mamá.
—Cariño, cuánto me alegro de que llames. Estaba muy preocupada por ti.
—Debería haber llamado antes, ya lo sé. Pero tú sabes que tenía que venir, mamá.
—Sí —suspiró su madre, resignada—. Lo sé, hija. ¿Ha servido de algo?
Su psicóloga la había ayudado a convencer a sus padres. Tenía que cerrar aquella etapa de su vida, y ésa era la razón del viaje a Strathmos: cerrar por fin una etapa.
—No lo sé, mamá. Estoy muy confusa. A veces creo que voy a perder la cabeza.
Pero al día siguiente todo aquello terminaría. Se iría de la isla y no volvería a ver a Pedro Alfonso nunca más. Era lo mejor, aunque eso significara que nunca sabría la verdad.
—¿Cómo está papá?
—Bien.
—Quiero decir, ¿cómo está llevando mi viaje a Strathmos? Estaba muy disgustado cuando me fui.
Su madre dejó escapar un suspiro.
—Está preocupado. Ese viaje ha reabierto las heridas de la muerte de tu hermana. Tiene miedo de lo que pueda pasarte.
—Dile que estoy bien y que le quiero.
—Ha vuelto a hacer terapia. El médico dice que ya ha pasado lo peor de la depresión. Para él, como para ti, lo más terrible fue saber por qué había muerto Mariana.
Paula volvió a mirar la foto de su hermana gemela como buscando respuestas. Mariana había muerto infeliz y perdida. Pero nadie sabía por qué. Sólo Pedro Alfonso. Y hasta que sus padres y ella no supieran la verdad no podrían vivir en paz.
Y por eso no podía mandarlo al infierno y darse la vuelta. No podía irse de Strathmos.
—Cariño, vuelve a casa.
—No puedo. Tengo que averiguar qué le pasó a Mariana. Sólo así podremos seguir adelante con nuestras vidas.
—Paula, tu hermana no querría que sufrieras así.
—Lo sé, pero tengo que entender qué le pasó… qué le hizo ese canalla y por qué reaccionó ella como lo hizo. Papá y tú también tenéis que saberlo.
—Ni tu padre ni yo queremos que te mezcles con ese hombre. Es muy rico, muy poderoso. Podría hacerte daño.
Como le hizo daño a Mariana.
Paula sabía lo que su madre estaba pensando.
—¿Has hablado con él? ¿Te ha dicho algo?
Paula no quería confesar que no le había preguntado nada sobre la muerte de Mariana. Y mucho menos que le había dejado creer que era su hermana.
—No, antes tenía que saber qué clase de hombre era.
—¿Y qué clase de hombre es?
—No sé… es difícil de explicar.
Atractivo, apasionado. Irresistible.
—Paula, ten cuidado. Tú no eres Mariana. Meterse en líos era su especialidad, pero no la tuya. Tú siempre has sido la más sensata.
Su madre tenía razón. Mariana siempre había sido una irresponsable. Llevarse su pasaporte y su tarjeta de crédito a Strathmos y asumir su identidad sólo había sido una de sus bromas. Una broma trágica, al final.
«Oh, Mariana, ¿qué pasó?».
Paula no podía dejar de pensar en su familiaridad con aquel hombre, Jean-Paul. Y tampoco podía dejar de recordar el calor de los labios de Pedro, la emoción de sentir aquel cuerpo tan masculino apretado contra el suyo…
¿Cómo iba a darle una lección si le temblaban las piernas cada vez que se acercaba?
¿Y cómo iba a mirarlo a la cara después de lo que había pasado?
Paula cerró los ojos. ¿Cómo podía haberse dejado besar y tocar por el hombre que había destruido a su hermana?