jueves, 22 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 35

 


Convencer a Pedro de que no lo deseaba era muy, pero que muy difícil. Tan imposible, de hecho, que Paula había decidido que era mejor darse por vencida.


¿Cómo empeñarse en afirmar que no quería tener nada que ver con él, cuando bastaba una caricia de sus manos o sus labios para derretirse por dentro como chocolate fundido?


Pedro presentó a su familia el proyecto de la Fundación Soñar es Posible y le pidió a Paula que redactara una propuesta oficial. Se ocupó de indagar por su parte, para informarse del funcionamiento de la fundación existente en Estados Unidos, de modo que pudiera convencerlos del resultado que podría tener su esfuerzo.


La reacción hasta el momento había sido positiva, y los dos habían estado trabajando codo con codo, para cerrar todos los cabos sueltos. Una vez obtuviera la aprobación de los reyes, así como de la junta de funcionarios que supervisaban ese tipo de asuntos de estado, Paula tendría libertad para constituir la fundación.


Las horas diurnas no le preocupaban. Estaba demasiado ocupada y se aseguraba de no quedarse a solas con Pedro, más tiempo del necesario.


Trabajaban en su despacho personal con la puerta abierta, y si por alguna razón se cerraba, ella siempre encontraba la manera de volver a abrirla. Si estaban a solas y la situación se volvía demasiado tensa y peligrosa, buscaba alguna excusa para requerir la presencia de una tercera persona en el despacho.


Eran las horas nocturnas las que la ponían nerviosa. Después de cenar, cuando Pedro la acompañaba a su habitación… y la tomaba de la mano, inclinándose sobre ella al llegar a la puerta, demasiado cerca.


La besaba en la mejilla y a veces en los labios. Le acariciaba la mano o el hombro. Y sus ojos siempre evidenciaban su ardiente deseo de tomarla en brazos y llevarla a la cama.


Paula rezaba porque Pedro no averiguara cuántas veces, lo único que deseaba ella era que hiciera precisamente eso.


Era obvio que cerca de él no estaba segura y no sabía cómo iba a conseguir pasar los diez días que tenía por delante, sin rendirse a la evidencia so pena de perder la cordura.


Diez largos y arduos días y estaría a salvo en casa.


Sin embargo, por alguna razón la certeza de su marcha no la reconfortaba tanto como habría esperado. De hecho, casi la entristecía.


Pero no quería entrar a valorar ese sentimiento. Su completa existencia estaba patas arriba y en cuanto llegara a casa, su vida recuperaría la normalidad.


Pero por el momento era tarde y daba las gracias por haber sobrevivido a otro día, otra cena, otro largo e insoportable paseo hasta su suite. Se había puesto un cómodo pijama de raso negro y se disponía a meterse en la cama, cuando oyó que llamaban a la puerta con suavidad.


Una chica joven vestida con el uniforme del personal de palacio estaba al otro lado.


—Señorita —dijo, haciendo una leve inclinación—. El príncipe Pedro envía este mensaje y requiere su respuesta inmediata —le tendió un sobre lacrado.


Se trataba del papel de carta oficial de Pedro. Éste había escrito con su expansiva caligrafía el nombre de ella en la parte de delante.


Lo que hubiera dentro tenía que ser o muy importante, o muy íntimo, pensó.


Rompió el lacre, pasando el dedo por debajo de la solapa del sobre y sacó una hoja de papel doblado.


Paula:

Se requiere tu presencia en una reunión de suma importancia, relacionada con Soñar es Posible. Tomaremos un avión mañana por la mañana con destino al otro extremo de la isla. Prepara el equipaje necesario para pasar fuera una noche por lo menos. Saldremos de aquí a las siete de la mañana.

Pedro


Dobló la nota y la metió nuevamente en el sobre antes de dirigir su atención a la criada.


—Dile al príncipe que estaré en el vestíbulo a las siete. Gracias.


La chica asintió y se fue a toda prisa a dar el mensaje al príncipe, claramente. O más bien a confirmarle su sumisión, pensó Paula con desagrado, al tiempo que cerraba la puerta.


Pese a que no le hacía demasiada gracia el viraje que habían tomado los acontecimientos, sacó una pequeña bolsa de viaje de uno de los armarios y se dispuso a meter algo de ropa para pasar un día fuera.


Exhausta al terminar, se metió en la cama con la esperanza de caer rendida en un reparador sueño.


Necesitaría descansar bien, si iba a pasar una noche fuera del palacio, a solas con Pedro.


EN SU CAMA: CAPÍTULO 34

 



Paula elevó el pecho al tomar aire, cerró los expresivos ojos castaños un momento y bajó la cabeza en señal de derrota.


—Por favor, no lo hagas —dijo con la respiración entrecortada—. No me hagas hacer algo por lo que me odiaré después.


Entreabrió los ojos y levantó la cabeza para mirarlo a los ojos. Había determinación en su rostro, pero también tristeza.


—No quiero ser la amante secreta del príncipe Pedro, un entretenimiento pasajero mientras estoy en Glendovia, de quien te despedirás una vez termine mi trabajo y en quien no volverás a pensar más.


Algo en sus palabras le retorció el corazón de forma muy dolorosa, y por un momento Pedro reconsideró su inquebrantable determinación de tenerla, sin pensar en las consecuencias.


No quería hacerle daño, no quería ser el culpable de que lo mirara con tanta tristeza. Lo que quería era abrazarla, besarla, saborearla como se hace con el brandy más exquisito.


¿Por qué tenía que ser más complicado? Los dos eran adultos, capaces de tomar sus propias decisiones y hacer con su tiempo libre lo que les viniera en gana.


Se inclinó ligeramente sobre ella hasta quedar a escasos milímetros de sus voluptuosos labios, acariciándole las mejillas con su cálido aliento.


—No quiero que te odies —murmuró en voz baja—. Sólo quiero estar contigo. Y aunque no pueda cambiar lo que soy, ni la prudencia que requiere mi comportamiento en esta familia, no creo que eso tenga que influir necesariamente en el tiempo que pasemos juntos. Lo que hagamos cuando estemos solos, lejos del ojo público, no le incumbe a nadie más que a nosotros.


Introdujo los dedos en su cabello y la sujetó por detrás de manera que tuviera el acceso perfecto a su boca. Le rozó los labios con los suyos, sintiendo el contacto, el sabor, absorbiendo su energía y su espíritu.


—Sólo quiero estar contigo —repitió sin romper el contacto con ella—. Y después de anoche, creo que tú quieres lo mismo. Tendrás que esforzarte mucho, si quieres convencerme de que no es verdad.


Paula no respondió, no se apartó. Pedro no sabía si seguía respirando siquiera. Aprovechó su ventaja para besarla nuevamente, más profundamente, hasta que notó que Paula relajaba la espalda y arqueaba el cuerpo contra el de él, y hasta le clavaba las uñas a través del tejido de la chaqueta.


Cuando Pedro levantó por fin la cabeza, los dos tenían la respiración entrecortada. Sintió cómo lo invadía una profunda satisfacción, al ver la mirada borrosa y desenfocada de Paula.


—Mucho —le susurró.




EN SU CAMA: CAPÍTULO 33

 


Pedro la observó detenidamente, durante un minuto que se hizo eterno. Se fijó en la rigidez de su postura y la severidad de su rostro, y se preguntó cuánto se enfadaría si le dijera lo atractiva que estaba cuando trataba de mostrarse autoritaria.


Decidió no tentar la ira de Paula, puesto que estaba a punto de hacer algo que iba a ofenderla aún más, cerró la puerta y lentamente cubrió la poca distancia que los separaba.


—Me temo que no puedo aceptarlo —replicó, tendiendo la mano para acariciarle el cabello que le caía en una sedosa cortina por encima de los hombros.


Observó que ella apartaba un poco la cabeza, como queriendo huir del contacto, y a continuación se le tensaban los tendones de la garganta y se relajaban un poco después de tragar, rehuyéndole la mirada en todo momento.


—No me importa si te parece bien o no —afirmó ella—. Me limito a decirte cómo van a ser las cosas a partir de este momento. Lo de anoche no volverá a pasar.


Parecía decidida. Tanto que Pedro no pudo evitar sonreír.


No pensaba tomárselo en cuenta. Al fin y al cabo, Paula no lo conocía desde hacía tanto tiempo, como para saber que era un hombre que siempre conseguía lo que se proponía. Y en este caso, no tenía intención de rendirse tan fácilmente; no pensaba dejarla escapar sólo porque se empeñara en decir que acostarse con él había sido un error.


Él no pensaba lo mismo. Ni muchísimo menos.


Sin dejar de sonreír, le acarició levemente la mejilla y le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.


—Lamento discrepar. Lo de anoche fue magnífico.


Paula desvió la mirada, al tiempo que sus mejillas se teñían de rojo.


—Te quedan menos de dos semanas para volver a tu país, y tengo la intención de disfrutarlas al máximo. De disfrutar contigo. Sé que durante el día tendrás que trabajar, sobre todo si vas a embarcarte en este nuevo proyecto que me has propuesto. Pero estarás libre por las noches, y quiero que las pases conmigo, en mi cama.


—De eso nada —contestó ella, sacudiendo la cabeza.


Retrocedió un paso, rompiendo así todo contacto.


Por mucho que quisiera cubrir la distancia que se abría entre los dos, tomarla en sus brazos y borrar la reticencia de sus adorables labios rojos con un beso, Pedro permaneció donde estaba, permitiéndole creer que unos centímetros de espacio la mantendrían a salvo de él.


Se insinuó en sus labios una sonrisa ladeada, cargada de ironía.


—¿Crees que te atraje hacia aquí y creé un puesto de trabajo a tu medida, sólo para acostarme contigo una noche? Paula —susurró, y adoptó un tono juguetón—, aunque no me conocieras muy bien a estas alturas, seguro que eres consciente de que ningún príncipe llegaría tan lejos sólo por una noche de sexo, por muy espectacular que fuera.


Llevado por la determinación, irguió la espalda y echó los hombros hacia atrás.


—Soy un poco más entregado que eso —añadió, avanzando lentamente hacia ella, alentado al ver que Paula no apartaba sus grandes ojos de los suyos, y que no hacía ademán de separarse—. Y ahora que te he tenido en mis brazos, no tengo intención de dejarte escapar. Quería hacerte el amor, y lo he hecho, pero no estoy, ni mucho menos, saciado de ti.


Bajó la voz, hasta que no fue más que un susurro intenso y seductor, al tiempo que empezaba a acariciarle el cuerpo. Primero la cintura, la curvatura que marcaba el inicio de su pecho, después la tierna carne de la parte superior del brazo. Fue un contacto breve y leve como una pluma, tan sólo las yemas de los dedos contra el tejido de su vestido o la piel descubierta.


Y pese a casi no tocarla, notó el escalofrío de excitación que la recorrió por dentro, lo que a su vez produjo en él una sensación de calor abrasador, que se le concentró en la entrepierna. Notó la rigidez de su sexo al instante, una excitación tal que a punto estuvo de tirarla al suelo y hacerle el amor allí mismo.


No lo haría, claro, pero no porque corriera sangre azul por sus venas. Cuando se encontraba a solas en una habitación con Paula Chaves, poco le importaba su sangre real.


No, fue la propia Paula la que hizo que contuviera sus instintos básicos. Bastante nerviosa, cohibida y arrepentida estaba ya por lo ocurrido la noche anterior. Lanzarse sobre ella sólo serviría para que se replegara aún más en su burbuja protectora, en un intento por alejarse de él.


Sabía que lo que tenía que hacer era ir poco a poco, retomar su plan original, y hacerla objeto de un ejercicio de seducción intachable.


Claro que volvería a tenerla en su cama, esa misma noche en lo que a él concernía. Pero tendría que persuadirla.




miércoles, 21 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 32

 


Cuando llegó a Glendovia y descubrió quién era en realidad el príncipe Pedro Alfonso, amenazó con darse media vuelta y volver a Texas, aunque eso significara incumplir el contrato que había firmado con la casa real. Pero ahora que llevaba allí un tiempo y se había metido de lleno en el trabajo, estaba disfrutando realmente con su estancia. Disfrutando con el palacio y también con el país y su gente.


Echaba mucho de menos a su familia y tenía ganas de volver a Texas para verlos, pero ya no estaba deseando que llegara el momento de marcharse, como le ocurriera un par de semanas atrás.


—¿Crees que te dará tiempo a establecer la organización y prepararlo todo para que otros puedan retomar tu labor cuando te marches? —preguntó Pedro.


—Sí.


—¿A pesar de lo cerca que están las fiestas?


—Trabajaré durante las vacaciones navideñas. Tenía intención de hacerlo de todas formas.


Como no iba a poder compartirlas con su familia y el ejército de criados ya se había encargado de decorar el palacio de arriba abajo, sospechaba que este año el día de Navidad iba a ser como cualquier otro día del año.


Había decidido que lo pasaría sola en su habitación, en vez de entrometerse en las celebraciones que llevara a cabo la familia real. Al menos ahora, tendría un jugoso proyecto del que ocuparse que la mantendría ocupada.


Le pareció que oyó que Pedro mascullaba algo así como: «Eso ya lo veremos», pero de pronto se levantó y dijo con voz más firme: —Está bien. Hablaré con mi familia y te daré una respuesta.


Paula asintió y se levantó, mientras Pedro se dirigía a la puerta y la abría. Paula avanzó un par de pasos en su dirección y de pronto se detuvo.


—¿Querías hablar de algo más? —preguntó Pedro al verla vacilar.


Paula, que tenía los brazos estirados a lo largo de los costados, apretó los puños una vez y los soltó, removiéndose con nerviosismo mientras se debatía entre confesarle el motivo de su preocupación o no.


—Paula —murmuró él con suavidad, al tiempo que se acercaba a ella.


Paula enderezó los hombros y lo miró a los ojos, haciendo que Pedro se detuviera en seco.


—Es sobre lo que pasó anoche… —comenzó, armándose de valor para mantener una conversación que le daba verdadero pánico.


—¿Sí? —preguntó él, sin imprimir inflexión alguna a su voz.


Era evidente que no tenía intención de ponérselo fácil.


—No puede volver a ocurrir —dijo ella sin pensárselo más, como cuando tiras de una esparadrapo para que no te haga tanto daño.


—Ya —dijo él, con el mismo tono carente de emoción, aunque elevó una ceja, única muestra de que le interesaba el tema.


—No. Soy consciente de que es exactamente lo que querías conseguir, el motivo por el que me invitaste a venir desde el principio, pero ha sido un error y no volverá a ocurrir.


EN SU CAMA: CAPÍTULO 31

 

Los cálidos rayos del sol se colaban a través de las ventanas francesas, rayando el suelo enmoquetado y parte de la cama. Paula se fue despertando poco a poco.


Se estiró y bostezó mientras tendía la mano hacia un lado de la cama esperando encontrar a Pedro dormido a su lado. Al no hallar nada más que las frías sábanas, abrió los ojos y bostezó varias veces hasta que se le aclaró la vista.


Estaba desnuda y sola entre las sábanas revueltas.


Se sentó de golpe en la cama y miró a su alrededor, pero no lo vio por ninguna parte.


La decepción le revolvió un poco el estómago. Tal vez había sido demasiado optimista, al creer que despertaría entre sus brazos. Al fin y al cabo, no estaría bien que lo pillaran en la cama con una persona que trabajaba para él.


Con un suspiro salió de la cama y se cubrió con la bata. Mientras se la ataba a la cintura miró el reloj y el corazón le dio un vuelco cuando vio la hora: pasaban de las diez de la mañana.


Santo Dios, ¿cómo podía haber dormido hasta tan tarde?


Sin querer pensar en el recibimiento que le dispensaría la familia real cuando por fin bajara, Paula se duchó, se cepilló los dientes y se vistió. Optó por un sencillo vestido-camiseta, ceñido a la cintura con una cadena plateada, y sandalias blancas con plataforma. No era demasiado provocativo, pero tampoco soso.


Quería parecer despreocupada y segura de sí misma, cuando se encontrara con Pedro.


Acostarse con él, un príncipe, el hombre que la había contratado y el mismo que le había propuesto que se acostara con él nada más conocerla, no era lo más inteligente que había hecho en la vida. Debería haber resistido más.


Porque lo que no estaba dispuesta a hacer, era convertirse en su amante durante el resto del tiempo de estancia en Glendovia que le quedaba.


Firmemente decidida, recorrió los corredores del palacio con paso tranquilo y bajó la amplia escalinata de mármol. No se encontró con nadie, ni siquiera con un criado, y Paula se sintió aún más violenta por haberse quedado dormida.


Se dirigió al comedor, lugar en el que había coincidido con la familia real casi todo el tiempo hasta el momento, y se lo encontró vacío. Hacía tiempo que habían recogido la mesa del desayuno. Regresó entonces al vestíbulo y siguió por el corredor en dirección opuesta hacia el despacho de Pedro. No es que tuviera demasiada prisa por encontrarse con él, pero al fin y al cabo era a quien le daba cuentas de su trabajo y llegaba tarde.


La puerta estaba cerrada y llamó suavemente con los nudillos, casi con la esperanza de que no estuviera allí. Pero Pedro la invitó a entrar al primer toque.


Paula tomó aire para tranquilizarse, antes de entrar y cerró la puerta tras de sí. Pedro estaba sentado detrás de su escritorio, trabajando, pero levantó la cabeza para saludarla.


Una intimidad abrasadora brilló en sus ojos. Paula se quedó sin respiración.


—Buenos días —saludó, dejando en la mesa el bolígrafo, y se puso en pie—. Confío en que hayas dormido bien.


Lo dijo con tono formal, más de lo que habría esperado del hombre que había compartido su cama unas pocas horas antes, desprovisto de burla o doble sentido. Así y todo, su mirada la consumía, derramándose sobre ella como miel caliente, haciendo que sólo deseara dejarse llevar, rendirse en cuerpo y alma a sus deseos nuevamente.


—Muy bien, gracias —si él podía mostrarse decoroso, ella también—. Lamento haber bajado tan tarde esta mañana. Que la fiesta navideña de anoche en el hogar infantil fuera un éxito, no significa que pueda dormirme en los laureles. Hay otras muchas organizaciones benéficas que requieren mi atención.


Evitó mencionar a propósito lo que habían estado haciendo al llegar de la fiesta de Santa Claus, manteniendo en todo momento una actitud profesional. Sería lo mejor.


Pedro levantó una de las comisuras de los labios, como si le hubiera adivinado las intenciones.


—Yo no diría que quedarte dormida unas horas sea desatender tus obligaciones. Aun así, si tienes algún otro proyecto en mente, soy todo oídos.


Le hizo un gesto con la mano invitándola a sentarse, en uno de los sillones que había delante de su escritorio y, en cuanto se hubo sentado, retomó su asiento.


—Lo cierto es que sí se me ha ocurrido algo —dijo ella, notando cómo desaparecía la tensión de su cuerpo. Hablar de trabajo le resultaba mucho más fácil, que hablar de lo ocurrido la noche anterior—. No se trata de un evento para recaudar dinero propiamente, sino de. crear un organismo nuevo.


—¿De veras? —Pedro levantó ambas cejas, al tiempo que se reclinaba en el sillón y unía las yemas de los dedos de ambas manos, escuchando atentamente.


—Sí. En mi país existe una organización a nivel nacional, que se encarga de hacer realidad los deseos de niños enfermos que están en fase terminal. Me he dado cuenta de que no existe nada parecido aquí, y creo que sería fantástico que la familia real fomentara el proyecto. Os proporcionaría una prensa magnífica y al mismo tiempo harían realidad las necesidades de unos niños que están enfermos, ya sea en el hospital o en casa, y no tienen esperanza de recuperación. Había pensado que el proyecto podría llamarse Soñar es Posible.


Pedro consideró la proposición durante unos segundos y finalmente preguntó:—¿Y qué tipo de sueños podríamos hacer realidad?


—Cualquier cosa que se les ocurra. Su deseo más íntimo, siempre y cuando sea factible. En mi país, esta organización se ocupa, por ejemplo, de hacer que los niños conozcan a su personaje famoso favorito, o de que pasen un día entero en un parque de atracciones, alquilado sólo para ellos y sus amigos, paseos en globo o aprender a pilotar un avión. Cosas que los niños siempre han querido hacer, pero que nunca podrán debido a su enfermedad.


Pedro le sonrió.


—Supongo que podría ocuparme de ello.


—Entonces ¿lo tomarás en consideración? —Paula se inclinó hacia delante entusiasmada—. Se trata de algo más complejo que la simple organización de un acto para recaudar fondos. Se necesitará una oficina desde la que trabajar, empleados, enormes inversiones en publicidad a nivel nacional y posiblemente internacional, y hasta es posible que ruedas de prensa. Y la organización requerirá un soporte continuado, cuando yo regrese a Estados Unidos.


Le pareció ver algo en el rostro de Pedro que delataba cierto malestar, al mencionar su partida de Glendovia, pero fue sólo un instante.


—Es un esfuerzo muy loable —dijo él, cambiando levemente de postura, de manera que pudiera apoyar nuevamente los codos en la mesa—. Una buena causa y algo que reforzaría la reputación de Glendovia y la estima de sus habitantes. Tendré que someterlo a la opinión del resto de la familia, por supuesto, pero yo estoy a favor de emprender el proyecto.


—Excelente —dijo ella, sonriendo ampliamente, complacida de haber encontrado en Pedro un aliado en un proyecto, con el que había empezado a apasionarse.


—Sólo falta poco más de una semana para que te vayas —observó él, de manera cortante.


Apretó los labios formando una delgada línea, como si le resultara un hecho particularmente desagradable. Aquello le provocó a Paula una sensación de malestar en el estómago, prueba de que a ella tampoco le gustaba la idea.




EN SU CAMA: CAPÍTULO 30

 


—Y ahora dime cómo has llegado a los veintinueve años, con la virginidad intacta —exigió saber Pedro.


Se había hecho tarde, el cielo estaba más oscuro que antes. Estaban en la cama, medio dormidos después de hacerlo apasionadamente por segunda vez.


Él había argumentado que dos veces en una noche sería demasiado para ella, y que tendría molestias a la mañana siguiente. Pero ella no había hecho caso y había procedido a convencerlo de otra manera.


Ahora que conocía los placeres del sexo, no tenía intención de dormir. De hecho, tenía la sensación de que la tercera vez iba a ser especialmente agradable.


Sin embargo, de momento se contentaba con estar en sus brazos, saciada y envuelta entre las sábanas de raso.


—¿No te parece suficiente mi altura moral? —respondió ella, adormilada.


—Tal vez, si no fueras más hermosa que una supermodelo, y no te hubieran acusado públicamente de tener una aventura con un hombre casado.


Con un suspiro, Paula se irguió apoyándose en un brazo mientras se sujetaba las sábanas contra el pecho con la otra mano. Ya que no parecía que Pedro tuviera intención de dejar el tema, decidió que sería mejor contárselo todo y quitarse el tema de encima.


—Que quede claro que no fue una aventura. Bueno, tal vez sí en la mente de Bruno. Bruno Winters —aclaró—. Así se llama. Lo conocí hace casi dos años en una gala benéfica. Era atractivo y encantador, y admito que me sentí atraída. Empezó a llamarme y a enviarme flores y regalos. Salimos un par de veces, y fue muy amable, pero a mí no me pareció que congeniáramos tan bien como, al parecer, pensó él. Y yo no sabía que estaba casado y que tenía hijos —dijo esto último con gran énfasis, encontrando finalmente el valor de mirarlo a los ojos—. Decidí que no quería verle más, pero él no me dejaba en paz. Seguía llamándome y enviándome cosas. Asistía a los actos que yo organizaba y hacía todo lo posible por que nos quedáramos a solas. Cuando su interés en mí empezó a rozar el acoso, dejó de llamarme.


Se removió incómoda y se recolocó la sábana que le cubría el torso, mientras miraba a cualquier parte menos a los ojos de Pedro.


—Pensé que se había terminado, pero entonces aparecieron las fotografías en la prensa. Probablemente las sacaran en alguno de los actos benéficos, pero eran lo bastante sugerentes, como para que la gente empezara a murmurar, sobre todo cuando una supuesta «fuente» filtró la información de que habíamos mantenido una relación íntima. Yo creo que fue el propio Bruno. Creo que quería que la gente creyera que estábamos teniendo una aventura, puede que hasta creyera, de una forma un tanto morbosa, que así me atraería hacia él.


Sacudió la cabeza y tomó aire profundamente, apartando los malos recuerdos y cualquier resquicio de la vergüenza que había sentido cuando la historia saltó a la prensa, por falsa que fuera.


Se le erizó el pelo en la nuca cuando Pedro tendió una mano y le acarició el brazo desnudo. Sintió la aspereza de sus nudillos contra la piel, lo que le puso la carne de gallina allí donde la acariciaba.


—Pobre Paula, esforzándose siempre tanto por ocuparse de los demás y sin nadie que la defienda cuando más lo necesita.


Sus palabras, y también el tono empleado, la sorprendieron, y por un momento se permitió creerlas. Pero segundos después, la autocompasión dio paso a esa independencia que la caracterizaba y dejó escapar un soplido de impaciencia muy poco femenino.


—Claro que tuve mucha gente que me defendió —le dijo—. Desafortunadamente, mi familia no fue suficiente contra toda la alta sociedad de Texas. En situaciones como ésa, lo mejor que puedes hacer es ocultarte y tratar de no llamar la atención hasta que pase la tormenta.


Pedro pasó a acariciarle la espalda. La leve caricia la calmó y le hizo desear acurrucarse contra él de nuevo.


—¿Por eso viniste a Glendovia? —le preguntó él con suavidad—. ¿Para ocultarte?


Ella se acurrucó contra él, abrazándose cómodamente a su fibroso cuerpo. Posó la cabeza en la curva que formaba el hombro de Pedro y le preguntó:—¿Crees que aquí contigo estaré bien oculta?


Pedro se rió suavemente y a continuación se removió un poco, de forma que pudiera estrecharla aún más fuerte entre sus brazos, recolocando las sábanas de manera que los dos quedaron cubiertos de cintura para abajo.


El silencio se hizo sobre ellos, hondo pero cómodo. Paula escuchó la respiración de Pedro y el latido rítmico de su corazón.


—Eso explica el escándalo —dijo Pedro finalmente, dibujando círculos al azar en la parte superior del cuerpo de Paula—. Sin embargo, no explica cómo te las has arreglado para mantenerte virgen hasta ahora.


Ella torció la boca con ironía, aunque sabía que él no podía verle la cara.


—Soy una buena chica, ¿no crees?


—Creo que eres muy buena chica —murmuró él, queriendo decir otra cosa claramente—. Pero mirándote nadie se creería jamás que fueras virgen.


Ella echó la cabeza hacia atrás y lo miró con el ceño fruncido.


—¿Por qué? ¿Porque se me olvidó ponerme mi jersey con una enorme V roja delante?


—No —respondió él con calma—. Porque eres una de las mujeres más hermosas que he conocido en mi vida, y emanas sexualidad por todos los poros de tu piel. Ningún hombre heterosexual podría estar en la misma habitación que tú y no desearte, y me cuesta creer que ninguno lograra convencerte para que te acostaras con él hasta ahora.


Paula suspiró y se acomodó nuevamente contra Pedro.


—No sé cómo explicarlo. Sólo puedo decir que ningún hombre me había atraído lo suficiente. He salido con muchos, cierto. Hombres ricos y atractivos. Y he estado a punto de hacerlo muchas veces, algunas llegué a creer que me había enamorado. Pero siempre había algo que me detenía.


—Hasta ahora.


Paula tenía la cabeza sobre el pecho de Pedro y le pareció notar que el corazón de éste daba un salto y redoblaba la intensidad de sus latidos. Paula cerró por completo los párpados ya entornados y dejó que el pulso de Pedro actuara como una nana.


—Hasta ahora —convino ella, con un hilo de voz conforme se dejaba llevar por el sueño—. Supongo que se podría decir que tu invitación ha sido muy beneficiosa. Por muchas razones.


—Una de ellas es que me ha dado la oportunidad de tenerte donde quería —dijo él, levantándola con uno de sus fibrosos brazos por la cintura de manera que pudiera verle la cara, lo cual la espabiló por completo.


Paula podría rebatirle el tema o reprenderse a sí misma por haber caído en la trampa con tanta facilidad, pero en esos momentos, en las horas centrales de la noche, pegada a aquel cuerpo cálido y sólido, no fue capaz de enfadarse.


Tal vez más tarde.




martes, 20 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 29

 


Dicho y hecho, Pedro comenzó a explorar. Le agarró las nalgas con las palmas de las manos y se las apretó ligeramente antes de ascender por su torso hasta los pechos. Empezó a atormentarla frotándole nuevamente los pezones y con un gemido, Paula se inclinó y lo besó.


Sensaciones de inmenso placer la invadían, elevándole la presión arterial y tensando sus músculos internos como las cuerdas de un violín bien afinado. Por muy bueno que hubiera imaginado que podía ser el sexo, jamás había esperado que llegara a ser como aquello. Que un hombre, cualquiera, pudiera hacerle sentir calor y frío al mismo tiempo; que la hiciera jadear y ronronear, estremecerse y sacudirse de aquella manera.


Empezó a moverse llevada por el instinto, como si su cuerpo supiera perfectamente lo que quería. Sus caderas se mecían hacia delante y hacia atrás, haciendo que su cuerpo se deslizara arriba y abajo por el miembro erguido.


Pedro la llenaba por completo, presionando profundamente y fomentando una placentera fricción con los pliegues hinchados de ella. El placer se fue concentrando dentro de Paula, desde los labios hasta el vértice que se formaba entre sus muslos, intensificándose a medida que aumentaban la velocidad de sus movimientos.


Sintiéndose como si fuera a explotar, Paula irguió el cuerpo y quedó sentada sobre él, inspirando profundamente. Cerró los ojos y le clavó las uñas en el torso.


Debajo de ella, Pedro parecía invadido por la misma necesidad frenética de empujar y hundirse en ella para alcanzar el orgasmo. Así, levantó las caderas para recibir cada embestida, hundiéndose profundamente cada vez que ella dejaba caer su cuerpo sobre él. Hasta que la tensión que se había ido concentrando dentro de ella se desbordó. La sujetó con más fuerza y dejó escapar un gemido gutural al alcanzar finalmente el orgasmo al mismo tiempo que ella.


Paula se estremeció con el clímax, experimentó una fuerte sacudida que le llegó hasta el alma y acto seguido se derrumbó, exhausta y saciada, sobre él. Pedro le rodeó la cintura con los brazos. En aquella postura, podía oír el latido firme de su corazón.


Lo último que pensó antes de que la venciera el sueño, fue que se alegraba de haber esperado tanto tiempo para estar con un hombre, y de que ese hombre hubiera sido Pedro.