lunes, 7 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 49

 


Aquella mañana se sentía como un niño haciendo novillos. Se había metido en la ducha sonriendo al recordar las escenas que acababa de vivir. Tenía que acabar con aquello, tenía que librarse de las redes de Paula antes de que fuera demasiado tarde y le resultara imposible vivir sin ella.

Pedro se retiró, pero Paula se había quedado tan lánguida que tuvo que sujetarla para evitar que cayera al suelo. Su rostro tenía una expresión soñadora, satisfecha, la misma que tenía siempre que acababan de hacer el amor. Una oleada de placer atravesó como una daga su corazón dejándole temblando para sus adentros.

«Ya es demasiado tarde, muchacho. Demasiado tarde».

La gente se paraba a mirar. Pedro se dio cuenta aunque ella no podía. Parecía en trance. Él conocía aquella sensación. Siempre que la tocaba el mundo se convertía en una sombra pálida. Comenzó a andar arrastrándola consigo.

—Vamos. Ya hablaremos de esto más tarde —dijo cuidando de no definir lo que era «esto».

—Siempre estamos a punto de hablar de «esto» —dijo ella sonriendo—. Y siempre acaba pasando algo que nos lo impide.

Pedro se echó a reír y la abrazó.

—Tienes respuesta para todo, alcaldesa Wallace. Y buenas, además.

Se sonrieron. Pedro era incorregible y adorable. Con sólo mirar aquellos ojos azules, el corazón se le convertía en gelatina. Para cualquiera que mirara parecían dos enamorados.

Paula sintió un hueco en el estómago al darse cuenta de lo que estaba pensando. No podía seguir engañándose, uno de ellos lo estaba. Se había dado cuenta alrededor de las cuatro de la madrugada cuando habían hecho el amor en la silla de la cocina. Al amanecer, no había querido que se fuera. Aquel recuerdo le dio fuerzas para sobreponerse.

—Llegamos muy tarde. No pueden empezar el desfile sin nosotros.

—¿Crees que les importará si nos presentamos así. de lado? Como si bailáramos un tango por toda Main Street.

Paula se libró de su abrazo venciendo la tentación de quedarse allí todo el día. Tenía la profunda sensación de que era correcto. ¿De verdad no lo era?

—Me parece que sí les molestaría.



ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 48

 


Paula contempló Main Street desde la ventana de su despacho. Hacía un día espléndido para un desfile. Puestos a pensarlo, no había habido un día tan bueno en toda la creación. El cielo era más azul y el sol más brillante. ¿O sólo se lo parecían a ella después de una noche de locura erótica sublime? Una noche erótica que parecía haber durado una eternidad. De lo único que estaba segura era de que no se había sentido tan viva en toda su vida.

Había llegado temprano y despejada a la oficina, sobre todo porque casi no había pegado ojo. La noche anterior le parecía vivida e irreal al mismo tiempo. El amor era algo que se hacía una vez, quizá dos, ¿pero toda la noche? Se cubrió la cara con las manos. Después de haber satisfecho su fantasía personal, Pedro había realizado unas cuantas de su propia cosecha. Habían ido moviéndose por toda la casa para acabar en el dormitorio cuando amanecía.

Paula se desperezó. Estaba un poco entumecida por la falta de sueño y escocida en algunos lugares nuevos e interesantes. Sonrió con la picardía del gato de Alicia al recordar cómo se había ganado aquellas escoceduras. Ya nunca podría ver sus muebles con los mismos ojos.

Se había producido un cambio en ella, no sólo físico, sino mental también. Su actitud hacia Pedro había dado un giro decidido hacia la ambivalencia. Nada podría disipar las dudas que tenía acerca de él, pero se engañaría a sí misma de no admitir que lo sucedido había alterado drásticamente su visión de las cosas. Ayer buscaba pruebas con las que acusarle, hoy se preguntaba si su hermano no tendría razón. ¿No se estaba portando de un modo irracional? ¿Estaba el pasado ensombreciendo el presente, saboteando el futuro?

Aquella mañana dudaba de todo. No era de extrañar. Ninguna mujer puede pasarse la noche haciendo el amor y pretender que seguía siendo la misma. Al menos no una mujer como ella.

Bostezó mientras consultaba el reloj. Llegaba tarde. Salió de su oficina en el momento en que Jhoana llegaba a trabajar.

—¡Ah, Jhoana! Me alegro de que hayas llegado. He firmado las cartas, están sobre mi mesa. Puedes darles salida hoy. No sé cuánto va a durar el desfile, pero intentaré llamar después.

—¿Tienes un minuto antes de salir corriendo?

—Pero sólo uno. Se suponía que ya debía estar en la tribuna.

—No nos llevará mucho tiempo. Quiero que veas algo interesante que descubrí…

—¿Paula? —llamó Pedro desde abajo.

—Estoy aquí arriba —contestó ella.

Pedro subió la escalera y saludó a Jhoana con un gesto de la cabeza. Después se quedó inmóvil mirando a Paula intensamente. Ella sintió que se sonrojaba mientras la razón de que llegara tarde, por no hablar de sus escoceduras, la confrontaba.

Estaba muy atractivo vestido con un traje gris, el epítome de un hombre de negocios de éxito. Pero la imagen que tenía de él era la de un hombre moviéndose sobre ella a la luz del amanecer.

—Hola —dijo ella con voz débil.

—Hola —dijo él levantándole el cabello y besándola en el oído—. ¿Cómo estás esta mañana?

Paula sintió que se moría de vergüenza. No se atrevía a mirar a Jhoana. Sabía que su amiga debía estar observándolos como si fueran dos extraterrestres con tentáculos de colores.

—Bien —respondió apartándose ligeramente de él—. ¿Y tú?

—Muy bien —dijo sonriendo—. ¿Has pasado una buena noche?

—Muy buena.

«Como si tú no lo supieras».

—He venido para acompañarte a la tribuna —dijo él.

—Nos vemos abajo —dijo Paula con la esperanza de librarse de él y tener tiempo para reponerse.

—De acuerdo. Pero date prisa. Ya sabes que la gente murmura cuando llegamos tarde.

Paula movió la cabeza con desaprobación. Él bajó las escaleras riendo, sin importarle la incomodidad de Paula ni el asombro de Jhoana. Ella suspiró antes de volverse a su secretaria.

—¿Sí? ¿Qué decías?

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Jhoana completamente aturdida.

—Nada.

—A mí no me ha parecido que fuera «nada».

—Es la verdad, Jhoana. Pedro sólo trataba de mostrarse cariñoso. Tanto si me gusta como si no, tengo que tratar con él.

Jhoana alzó una ceja escéptica.

—¿Cariñoso? Yo creo que ha sido un poco más…

—¿No tenías que enseñarme algo?

Jhoana se mordió el labio y sacudió la cabeza lentamente.

—Olvídalo.

—Lo veremos más tarde, ¿de acuerdo? —dijo Paula bajando las escaleras.

—Sí, puede que más tarde.

Paula corrió hacia la calle y a punto estuvo de arrollar a Pedro en sus prisas. Echaron a andar por Main Street hacia donde estaba instalada la tribuna.

—¿Por qué has tenido que hacerlo? —preguntó ella.

—¿Qué he hecho ahora?

—Ponerme en evidencia delante de Jhoana.

—¿En evidencia? Pensaba que había sido un beso para desearte buen día. Creía que después de anoche podía hacerlo sin pedirte permiso.

—Pero no en público.

—¡Ah, vaya! En privado podemos retozar desnudos por el suelo y hacer el amor como locos, pero en público tengo que mantener las distancias, ¿correcto? Intenta ser clara porque no quiero volver a ponerte en evidencia.

Paula se detuvo y le tiró del brazo para conseguir que la mirara.

—Si no te conociera mejor, Pedro Alfonso, diría que te sientes herido.

—Quizá.

—Para salir herido, a uno ha de importarle la otra persona.

—¿Y quién dice que no?

—Tú lo dijiste.

—Puede que mintiera.

Paula echó a andar. Pedro le dio un tirón y la abrazó besándola. Un beso duro, a plena luz del día en Main Street. Fue un acto impulsivo, como los de toda su vida. Había creído que lo tenía superado, había creído controlarlo, pero no era verdad. Al menos en lo que se refería a Paula.

Pedro combatía en aquel beso, luchaba por su vida. El beso se profundizó evocando una mezcla de emociones. Había dolor allí, e ira, deseo, y algo más que no le era totalmente desconocido. En algún momento de la noche anterior se había colado a hurtadillas en su alma. Y le tenía mortalmente asustado.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 47

 


La atrajo hacia su pecho para mecerla entre sus brazos. Al cabo de un momento, sintió que sus hombros se movían.

—¿Tienes frío?

Ella negó con un gesto de la cabeza.

—¿Paula?

Le hizo incorporarse para poder verle el rostro. Paula estaba llorando. Las lágrimas caían por sus mejillas y los músculos de su vientre se convulsionaban. Pedro sintió que le azotaban el pecho con un látigo de acero. Aquella visión le dejó sin defensas.

—¿Qué pasa?

—Nada.

—No me vengas con que no pasa nada. ¿Te he hecho daño?

Pedro, no…

Pedro, no, ¿qué? ¿Que no pregunte? —dijo él sentándose y llevándola consigo—. ¿Por qué demonios estás llorando?

—No lo sé. Tengo ganas de llorar.

Paula le miró a los ojos y las lágrimas volvieron a brotar.

Pedro le acarició la cara.

—¿Por qué, pequeña? Cuéntamelo.

—Ha sido muy hermoso.

Pedro supo que se refería a lo que acababan de compartir. Asintió.

—Sí, muy bonito.

Los sentimientos por tanto tiempo reprimidos se liberaron y alcanzaron la superficie. Intentó descartarlos pero, al contrario que en el pasado, no tuvo éxito. Acunándola entre sus brazos, se apoyó en el sofá y cerró los ojos.

—Siempre es así entre nosotros.

Se quedaron un momento quietos, abrazándose. Paula se secó los ojos y apoyó la cabeza sobre su hombro para contemplar el fuego moribundo. La chimenea había perdido su ferocidad inicial para transformarse en una mezcla de brasas y cenizas al rojo. Paula pensó que se parecían a ellos dos, ardientes y feroces al principio y toda confusión e inseguridad al final.

—Yo te amaba, Pedro —dijo suavemente en medio del silencio y la oscuridad—. Dime que me crees.

Pedro luchó contra las emociones que le embotaban la mente. No quería desenterrar aquellos viejos sentimientos. Ya era bastante malo que no pudiera resistirse a tocarla. No quería pensar en ella en términos de amor, no lo hubo entonces, no lo había ahora. Sin embargo, no podía negar el impacto que habían tenido sus palabras.

La música sonaba dulcemente. Era Yesterday de los Beatles. Muy a propósito. La abrazó con más fuerza.

—Te creo —dijo al fin.

Y lo peor era que lo decía de verdad.




domingo, 6 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 46

 


Se abrazaron, cayeron de rodillas debatiéndose por permanecer los más juntos posible. Pedro le sujetó la cabeza mientras recorría con los labios todos los rasgos de su cara. Después comenzó un beso lento, mordisqueándole el labio inferior, luego pasándole la lengua hasta que ella abrió la boca invitándole a entrar.

Cuando sus lenguas se tocaron, el control que habían mantenido hasta entonces saltó hecho pedazos. Sus besos se volvieron ardientes, violentos. Pedro oyó la voz del sentido común que le conminaba a no apresurarse, pero no podía detenerse. La dulzura de aquella boca le abrumaba, ahogando toda excusa, todo pensamiento.

Aquella era la verdadera razón que le había sacado de un sueño profundo, la razón por la que le hervía la sangre cada vez que pronunciaba su nombre, la razón que le había impulsado a ir a su casa y romper la puerta si hubiera sido preciso.

Sí, quería hablar con ella, pero también quería saborearla, sentirla, olería. Le tomó los senos y los apretó contra su pecho velludo.

—¡Ah, pequeña! Siénteme.

—Te siento —jadeó ella—. También quiero tocarte, Pedro. Quiero…

La cara de Pedro se suavizó al oírla. Su cuerpo se relajó gradualmente.

—¿Qué es lo que quieres? Dímelo.

Paula apartó la mirada de aquellos ojos penetrantes. Se sentía avergonzada, lo que bien pensado era bastante ridículo.

—No sé qué quieres que te diga.

Pedro le puso las manos en las caderas e hizo que se recostara sobre la alfombra.

—Háblame de tus fantasías. Tendrás alguna, supongo.

—Como todo el mundo.

—Pues eso.

Pedro se tumbó de espaldas con las manos en la nuca. El fuego arrancaba reflejos dorados de su cuerpo. Contemplándole, ciertos pensamientos secretos pasaron chispeando por su mente. Paula se sonrojó. Pedro sonrió. Casi podía ver lo que estaba pensando.

—Ánimo, pequeña. Soy todo tuyo.

Los ojos de Paula se oscurecieron aún más. Se inclinó sobre su cuerpo y le acarició con los labios. Él no se movió. Le besó las mejillas, los labios, el hoyuelo de la barbilla y Pedro siguió sin moverse.

—¿Vas a quedarte quieto?

—Si es lo que quieres…

—¿Me lo prometes?

—Tienes mi palabra.

Paula sonrió. Ebria de aquel poder que tenía sobre él, le puso ambas manos en el pecho y lo montó a horcajadas. Pedro sonrió pero no dijo nada. Ella pensó que parecía pasárselo bien. Era justo, porque a ella le ocurría lo mismo.

Con caricias lentas y juguetonas, se rozó ligeramente, sintiendo la textura de su piel bajo el vello dorado. Bajó hacia el vientre. Pedro tensó los músculos del estómago pero se mantuvo fiel a su promesa y no se movió.

Paula se inclinó para besarle, para hacer que sus labios siguieran el camino que habían trazado sus manos, cubriéndole de besos húmedos que bajaban por su cuerpo. Tenía la piel caliente, tensa y suave. Le excitaba acariciarle con las mejillas antes de pasar al punto siguiente.

Detuvo los besos justo al lado de su sexo y fue a apoyar la cabeza sobre su muslo. No le tocó. Se limitó a calentarle con su aliento, observando cómo se excitaba más con cada bocanada cálida. Le complacía sentir cómo se contraían sus músculos intentando controlarse. Continuó su ataque aéreo hasta que Pedro alzó una rodilla.

—Creía que no ibas a moverte —bromeó ella.

—Lo siento —dijo él bajando la pierna.

Paula cedió a la tentación de coger el miembro entre sus dedos. Le acarició por todos lados. Pedro era como terciopelo, su carne dura y ardiente entre sus manos. Paula lo sabía porque podía sentir la tensión de su cuerpo. También ella estaba excitada. El placer que le proporcionaba le era devuelto multiplicado por diez. Las respuestas a sus caricias eran tan evidentes que el pulso se le aceleró mientras su necesidad se convertía en urgencia.

De repente ya no tuvo bastante con tocarle. Los labios reemplazaron a las manos y Paula disfrutó con su capacidad para dejar a un lado las inhibiciones y gozar de él como siempre había soñado.

El cuerpo de Pedro comenzó a temblar. Hacía tiempo que había quitado las manos de la nuca para clavar las uñas en la alfombra en un vano intento de controlarse y no penetrarla a la fuerza. Al principio había parecido una buena idea prometerle que no la iba a tocar, pero se estaba volviendo loco. Y su boca… Se ordenó no pensar en lo que Paula estaba haciendo. Ya lo pensaría al día siguiente. Tenía que pensar en el banco, en su plan…

Lanzó una gruesa maldición. Buscó sus pantalones para sacar un paquete antes de sentar a Paula sobre él. La sujetó por los cabellos y buscó su boca para demostrarle cómo besaba un hombre desesperado. Temblaba de deseo sin poder hacer nada por evitarlo. Tampoco le importaba. Estaba a salvo, estaba con Paula.

La alzó cogiéndola de la cintura y la hizo sentarse directamente encima de él. Con un poderoso empuje de nalgas entró en ella. Paula estaba tan caliente, tan húmeda, tan lista para recibirle que tuvo que cerrar con fuerza los párpados y quedarse inmóvil para recuperar el poco control que le quedaba antes de perderse por completo.

Paula le puso las manos a ambos lados de la cabeza y le miró fijamente a los ojos. Su pelo desordenado era una visión de pura gloria. Se le habían hinchado los labios y la expresión de su rostro era la de una mujer preparada para la pasión.

—Has roto tu promesa —susurró.

—Demándame.

La besó al mismo tiempo que empujaba. Paula gimió su aceptación y se acopló a su ritmo. Él la acarició en todos los lugares al alcance de sus manos. Cuando jugueteó con sus pezones, sus entrañas reaccionaron. Era excesivo. Paula aceleró el ritmo esforzándose por que entrara más en su cuerpo. Estaba cerca, muy cerca…

Pedro llevó su mano entre sus cuerpos y la acarició con la yema del pulgar trazando círculos íntimos. Paula empezó a sacudirse y Pedro sintió que sus espasmos la impulsaban al abismo… Pedro se dejó arrastrar con ella. Aunque intentó resistir hasta el último minuto y prolongar el placer, no pudo. La estrella era Paula, había llevado las riendas desde el principio hasta el final.

Y él había gozado cada segundo de su estrellato.


ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 45

 


Pedro fue depositando una hilera de besos ardientes que iba desde su cuello a las cumbres de sus pechos donde se detuvo a chupar y saborear hasta que se alzaron henchidos y orgullosos. Le abrió la bata.

Paula estaba desnuda y sus ojos azules relampaguearon al contemplarla. Le acarició el vientre y se detuvo justo encima de aquel punto que ardía necesitado de cuidados.

—Eres tan hermosa. Tan suave y hermosa.

Pedro

—¿Hum?

—No deberíamos.

—No, no deberíamos.

Le acarició los rizos castaños con los nudillos de una mano.

—Deberías irte —dijo ella mientras separaba las piernas.

Pedro no contestó y la acarició íntimamente. Sus dedos buscaron más profundamente y Paula jadeó acusando su entrada. Todo su cuerpo se cerró en torno a aquellos dedos. Pedro movió la mano con un ritmo lento y firme que dio paso a un calor líquido. Con cada movimiento, ella se dilataba y se retorcía de deseo.

Pedro observaba su rostro mientras ella se agitaba bajo sus caricias. Sus ojos tenían un poder azul e hipnótico.

—Dime que me vaya.

Paula tragó saliva. Sus manos dejaron de acariciarle el pecho para atraerle hacia sí.

—Vete —susurró.

Sin perder un segundo, él se desabrochó los pantalones.

—Dilo como si fuera verdad.

Paula le acarició el vientre hasta llegar a la cremallera. Se la bajó y le tocó. Estaba dolorosamente preparado y ardiente. Volvió a tragar saliva.

—Vete de… aquí.

Sus dedos se cerraron en torno su virilidad y todo el cuerpo de Pedro se puso tenso. Incapaz de seguir soportando el impedimento de las ropas, se levantó y se deshizo de los pantalones. Se quedó de pie, desnudo frente a ella, un perfecto espécimen de varón excitado en toda su gloria y magnificencia.

Le tendió la mano y ella aceptó que la levantara del sofá. La bata cayó de sus hombros y quedó sujeta de sus brazos.

—¿Me voy o me quedo, Paula? Dime lo que prefieres.

Paula se sorprendió, no tenía sentido. Desde el momento en que había abierto los ojos y le había visto la decisión estaba tomada.

—Quédate —musitó mientras dejaba que la bata cayera al suelo—. Te deseo, Pedro. Entero.



ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 44

 


Pedro llamó con los nudillos a la puerta trasera. No hubo respuesta, pero alcanzaba a ver el resplandor vacilante del fuego en la chimenea. Llamó otra vez antes de decidirse a entrar. La puerta estaba cerrada, pero como todas aquellas viejas puertas correderas, no hacía falta ser un profesional para hacer saltar el pestillo.

La encontró dormida en el sofá a la luz de un fuego que se apagaba y con la radio puesta. Se quedó mucho tiempo mirándola mientras trataba de decidir si lo mejor sería marcharse. Pero parecía dormir tan profundamente que terminó acercándose. Su piel brillaba a la luz de los rescoldos. Su aroma dulce y limpio le embargó y su cuerpo respondió con una erección.

No debería estar allí. Sin embargo le había estado evitando sin tapujos, mostrándose abiertamente hostil delante de todo el mundo. Al día siguiente era la maldita fiesta. Necesitaba una demostración de apoyo y no una de confrontación. Por ese motivo había ido a verla. Al menos, era la razón que se había dado a sí mismo por visitarla a aquellas horas de la noche.

Pedro había pasado el día fuera, pensando más en Paula que en el negocio que se llevaba entre manos. Todo el viaje de regreso a la costa lo había dedicado a analizar uno a uno los pasos que había dado desde su vuelta.

No le habían satisfecho los resultados. Tenía que admitir que no la había tratado demasiado bien. La culpaba por despertar su deseo y eso no le agradaba a su sentido de la justicia. A pesar de lo que le había hecho en el pasado, era evidente que los unía un vínculo primordial que nada tenía que ver con su familia o la sed de venganza de Pedro.

Había algo intangible entre ellos que transcendía todos los problemas y les hacía volver a lo básico cuando se encontraban a solas. Podía tratarse de química, de lujuria, no sabía cómo llamarlo. Todo lo que sabía era que la tenía incrustada en el alma como una fuerza lo bastante poderosa como para despertarle en mitad de la noche y hacerle ir a su casa.

Hacía frío, Pedro puso otro leño al fuego. Restalló y varias chispas cayeron en la alfombra. Pedro las aplastó con el tacón de sus zapatos. Cuando se dio la vuelta vio que ella le estaba observando. Le mantuvo la mirada preguntándose si estaba despierta o soñando.

—¿Quién está…?

—Soy yo.

No cabía duda de que estaba despierta.

—¿Cómo has entrado?

—He forzado la cerradura. Quería hablar contigo.

—¡Qué! —exclamó ella viendo que eran las dos de la madrugada—. ¿A estas horas?

Paula tenía envuelto el pelo en una toalla. Pedro extendió una mano y se la quitó. Estaba húmeda. La hizo una pelota y la tiró a un rincón para sentarse junto a ella en el borde del sofá.

—No podía dormir —dijo con suavidad.

La bata se abrió mostrando la curva suave de su pecho. Sin pensarlo dos veces, Pedro metió la mano y se lo acarició. Ella le agarró de la muñeca para detenerlo, tenía que hacerlo. No estaba del todo despierta y se sentía débil. No estaba preparada para digerir la alegría de abrir los ojos y verle, por no mencionar que su caricia había acelerado los latidos de su corazón.

—¿De qué querías hablar?

Pedro retiró la mano, pero enredó los dedos en su cabello húmedo.

—De mañana.

Empezó a masajearle la nuca. Paula cerró los ojos y se dejó llevar por la sensación.

—¿Qué… qué pasa mañana?

Pedro empleó las dos manos. Como una gatita afectuosa, ella movió la cabeza al ritmo del masaje.

—El desfile. Tenemos que hablar.

Oyó sus palabras y asintió para sus adentros. No tenía nada que hablar. Paula alzó una mano para apartarle, pero cuando tocó los duros músculos de su pecho y sintió los latidos de su corazón, no pudo completar el gesto. Al contrario, su mano empezó a moverse en círculos lentos y sensuales.

—Habla —dijo ella, o lo intentó porque se le quebró la voz traicionando sus pensamientos.

Con un solo movimiento rápido, Pedro se quitó la sudadera que llevaba. Le tomó la mano a Paula y se la colocó en el pecho.

—No te pares.

Paula utilizó las dos manos para acariciarle. Encontró su pezón y jugueteó con él. Pedro jadeó y ella se le quedó mirando.

—Creí que querías hablar —dijo ella con dulzura.

—Luego.

La besó y ella se lo permitió. Cuando le rozó los labios con la lengua, Paula abrió la boca. Al principio él sabía a algo frío que pronto se convirtió en caliente, suavemente mentolado y dulce. Paula comenzó a temblar.



sábado, 5 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 43

 


Cuando conducía de camino a su casa le dio un vuelco el corazón. Pedro también estaría en la tribuna, a su lado, pues era el invitado de honor y gran maestro de ceremonias. Paula había optado por no protestar, por guardarse sus sospechas. Pedro era la admiración de todo el mundo, ella la arpía, la mujer burlada que no podía superar el pasado.

Al día siguiente, Pedro Alfonso y Paula Wallace estarían hombro con hombro, sonriendo y saludando. Sacudió la cabeza ante lo absurdo de aquella situación. Guardarían la apariencia de ser dos viejos amigos, mientras que, en su interior, se consumían de resentimiento, de hechos si aclarar.

Al pasar por su casa se dio cuenta de que el Jaguar estaba aparcado en la puerta. Las luces del salón estaban encendidas pero no se veía movimiento dentro. Aceleró sin querer echar otro vistazo. Suspiró al llegar a su casa y sin más preámbulos, se cambió de ropa y abrió los grifos del baño. Mientras la bañera se llenaba, encendió la chimenea.

El frío había llegado al día siguiente de la fiesta en casa de Pablo. La mayoría de las tardes, Pablo encendía fuego en la chimenea. Le daba una sensación de calor natural que no podía igualar la calefacción.

Se quedó en la bañera hasta casi caer dormida. Después se hizo un té de hierbas y se sentó frente al fuego con las luces apagadas. Era demasiado temprano para meterse en la cama. Puso la radio, una emisora de rock and roll. Se tumbó en el sofá y a los pocos momentos estaba dormida.