sábado, 5 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 43

 


Cuando conducía de camino a su casa le dio un vuelco el corazón. Pedro también estaría en la tribuna, a su lado, pues era el invitado de honor y gran maestro de ceremonias. Paula había optado por no protestar, por guardarse sus sospechas. Pedro era la admiración de todo el mundo, ella la arpía, la mujer burlada que no podía superar el pasado.

Al día siguiente, Pedro Alfonso y Paula Wallace estarían hombro con hombro, sonriendo y saludando. Sacudió la cabeza ante lo absurdo de aquella situación. Guardarían la apariencia de ser dos viejos amigos, mientras que, en su interior, se consumían de resentimiento, de hechos si aclarar.

Al pasar por su casa se dio cuenta de que el Jaguar estaba aparcado en la puerta. Las luces del salón estaban encendidas pero no se veía movimiento dentro. Aceleró sin querer echar otro vistazo. Suspiró al llegar a su casa y sin más preámbulos, se cambió de ropa y abrió los grifos del baño. Mientras la bañera se llenaba, encendió la chimenea.

El frío había llegado al día siguiente de la fiesta en casa de Pablo. La mayoría de las tardes, Pablo encendía fuego en la chimenea. Le daba una sensación de calor natural que no podía igualar la calefacción.

Se quedó en la bañera hasta casi caer dormida. Después se hizo un té de hierbas y se sentó frente al fuego con las luces apagadas. Era demasiado temprano para meterse en la cama. Puso la radio, una emisora de rock and roll. Se tumbó en el sofá y a los pocos momentos estaba dormida.



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