lunes, 7 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 48

 


Paula contempló Main Street desde la ventana de su despacho. Hacía un día espléndido para un desfile. Puestos a pensarlo, no había habido un día tan bueno en toda la creación. El cielo era más azul y el sol más brillante. ¿O sólo se lo parecían a ella después de una noche de locura erótica sublime? Una noche erótica que parecía haber durado una eternidad. De lo único que estaba segura era de que no se había sentido tan viva en toda su vida.

Había llegado temprano y despejada a la oficina, sobre todo porque casi no había pegado ojo. La noche anterior le parecía vivida e irreal al mismo tiempo. El amor era algo que se hacía una vez, quizá dos, ¿pero toda la noche? Se cubrió la cara con las manos. Después de haber satisfecho su fantasía personal, Pedro había realizado unas cuantas de su propia cosecha. Habían ido moviéndose por toda la casa para acabar en el dormitorio cuando amanecía.

Paula se desperezó. Estaba un poco entumecida por la falta de sueño y escocida en algunos lugares nuevos e interesantes. Sonrió con la picardía del gato de Alicia al recordar cómo se había ganado aquellas escoceduras. Ya nunca podría ver sus muebles con los mismos ojos.

Se había producido un cambio en ella, no sólo físico, sino mental también. Su actitud hacia Pedro había dado un giro decidido hacia la ambivalencia. Nada podría disipar las dudas que tenía acerca de él, pero se engañaría a sí misma de no admitir que lo sucedido había alterado drásticamente su visión de las cosas. Ayer buscaba pruebas con las que acusarle, hoy se preguntaba si su hermano no tendría razón. ¿No se estaba portando de un modo irracional? ¿Estaba el pasado ensombreciendo el presente, saboteando el futuro?

Aquella mañana dudaba de todo. No era de extrañar. Ninguna mujer puede pasarse la noche haciendo el amor y pretender que seguía siendo la misma. Al menos no una mujer como ella.

Bostezó mientras consultaba el reloj. Llegaba tarde. Salió de su oficina en el momento en que Jhoana llegaba a trabajar.

—¡Ah, Jhoana! Me alegro de que hayas llegado. He firmado las cartas, están sobre mi mesa. Puedes darles salida hoy. No sé cuánto va a durar el desfile, pero intentaré llamar después.

—¿Tienes un minuto antes de salir corriendo?

—Pero sólo uno. Se suponía que ya debía estar en la tribuna.

—No nos llevará mucho tiempo. Quiero que veas algo interesante que descubrí…

—¿Paula? —llamó Pedro desde abajo.

—Estoy aquí arriba —contestó ella.

Pedro subió la escalera y saludó a Jhoana con un gesto de la cabeza. Después se quedó inmóvil mirando a Paula intensamente. Ella sintió que se sonrojaba mientras la razón de que llegara tarde, por no hablar de sus escoceduras, la confrontaba.

Estaba muy atractivo vestido con un traje gris, el epítome de un hombre de negocios de éxito. Pero la imagen que tenía de él era la de un hombre moviéndose sobre ella a la luz del amanecer.

—Hola —dijo ella con voz débil.

—Hola —dijo él levantándole el cabello y besándola en el oído—. ¿Cómo estás esta mañana?

Paula sintió que se moría de vergüenza. No se atrevía a mirar a Jhoana. Sabía que su amiga debía estar observándolos como si fueran dos extraterrestres con tentáculos de colores.

—Bien —respondió apartándose ligeramente de él—. ¿Y tú?

—Muy bien —dijo sonriendo—. ¿Has pasado una buena noche?

—Muy buena.

«Como si tú no lo supieras».

—He venido para acompañarte a la tribuna —dijo él.

—Nos vemos abajo —dijo Paula con la esperanza de librarse de él y tener tiempo para reponerse.

—De acuerdo. Pero date prisa. Ya sabes que la gente murmura cuando llegamos tarde.

Paula movió la cabeza con desaprobación. Él bajó las escaleras riendo, sin importarle la incomodidad de Paula ni el asombro de Jhoana. Ella suspiró antes de volverse a su secretaria.

—¿Sí? ¿Qué decías?

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Jhoana completamente aturdida.

—Nada.

—A mí no me ha parecido que fuera «nada».

—Es la verdad, Jhoana. Pedro sólo trataba de mostrarse cariñoso. Tanto si me gusta como si no, tengo que tratar con él.

Jhoana alzó una ceja escéptica.

—¿Cariñoso? Yo creo que ha sido un poco más…

—¿No tenías que enseñarme algo?

Jhoana se mordió el labio y sacudió la cabeza lentamente.

—Olvídalo.

—Lo veremos más tarde, ¿de acuerdo? —dijo Paula bajando las escaleras.

—Sí, puede que más tarde.

Paula corrió hacia la calle y a punto estuvo de arrollar a Pedro en sus prisas. Echaron a andar por Main Street hacia donde estaba instalada la tribuna.

—¿Por qué has tenido que hacerlo? —preguntó ella.

—¿Qué he hecho ahora?

—Ponerme en evidencia delante de Jhoana.

—¿En evidencia? Pensaba que había sido un beso para desearte buen día. Creía que después de anoche podía hacerlo sin pedirte permiso.

—Pero no en público.

—¡Ah, vaya! En privado podemos retozar desnudos por el suelo y hacer el amor como locos, pero en público tengo que mantener las distancias, ¿correcto? Intenta ser clara porque no quiero volver a ponerte en evidencia.

Paula se detuvo y le tiró del brazo para conseguir que la mirara.

—Si no te conociera mejor, Pedro Alfonso, diría que te sientes herido.

—Quizá.

—Para salir herido, a uno ha de importarle la otra persona.

—¿Y quién dice que no?

—Tú lo dijiste.

—Puede que mintiera.

Paula echó a andar. Pedro le dio un tirón y la abrazó besándola. Un beso duro, a plena luz del día en Main Street. Fue un acto impulsivo, como los de toda su vida. Había creído que lo tenía superado, había creído controlarlo, pero no era verdad. Al menos en lo que se refería a Paula.

Pedro combatía en aquel beso, luchaba por su vida. El beso se profundizó evocando una mezcla de emociones. Había dolor allí, e ira, deseo, y algo más que no le era totalmente desconocido. En algún momento de la noche anterior se había colado a hurtadillas en su alma. Y le tenía mortalmente asustado.




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