domingo, 6 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 45

 


Pedro fue depositando una hilera de besos ardientes que iba desde su cuello a las cumbres de sus pechos donde se detuvo a chupar y saborear hasta que se alzaron henchidos y orgullosos. Le abrió la bata.

Paula estaba desnuda y sus ojos azules relampaguearon al contemplarla. Le acarició el vientre y se detuvo justo encima de aquel punto que ardía necesitado de cuidados.

—Eres tan hermosa. Tan suave y hermosa.

Pedro

—¿Hum?

—No deberíamos.

—No, no deberíamos.

Le acarició los rizos castaños con los nudillos de una mano.

—Deberías irte —dijo ella mientras separaba las piernas.

Pedro no contestó y la acarició íntimamente. Sus dedos buscaron más profundamente y Paula jadeó acusando su entrada. Todo su cuerpo se cerró en torno a aquellos dedos. Pedro movió la mano con un ritmo lento y firme que dio paso a un calor líquido. Con cada movimiento, ella se dilataba y se retorcía de deseo.

Pedro observaba su rostro mientras ella se agitaba bajo sus caricias. Sus ojos tenían un poder azul e hipnótico.

—Dime que me vaya.

Paula tragó saliva. Sus manos dejaron de acariciarle el pecho para atraerle hacia sí.

—Vete —susurró.

Sin perder un segundo, él se desabrochó los pantalones.

—Dilo como si fuera verdad.

Paula le acarició el vientre hasta llegar a la cremallera. Se la bajó y le tocó. Estaba dolorosamente preparado y ardiente. Volvió a tragar saliva.

—Vete de… aquí.

Sus dedos se cerraron en torno su virilidad y todo el cuerpo de Pedro se puso tenso. Incapaz de seguir soportando el impedimento de las ropas, se levantó y se deshizo de los pantalones. Se quedó de pie, desnudo frente a ella, un perfecto espécimen de varón excitado en toda su gloria y magnificencia.

Le tendió la mano y ella aceptó que la levantara del sofá. La bata cayó de sus hombros y quedó sujeta de sus brazos.

—¿Me voy o me quedo, Paula? Dime lo que prefieres.

Paula se sorprendió, no tenía sentido. Desde el momento en que había abierto los ojos y le había visto la decisión estaba tomada.

—Quédate —musitó mientras dejaba que la bata cayera al suelo—. Te deseo, Pedro. Entero.



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