viernes, 21 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 50





Paula tuvo problemas para concentrarse aquella tarde y pasó más tiempo mirando la pared que catalogando la colección de arte del profesor Alfonso. 

El inventario no era tan importante al estar mejorando él y habían hablado sobre ello durante la mañana. Joaquin había decidido que evaluar la colección era una buena idea y le había pedido que continuara.

—Venid todos —llamó Pedro desde el piso de abajo—. ¿Estáis listos para una sorpresa?

—¿Qué clase de sorpresa? —contestó Paula.

—Helados con refresco ¿Te acuerdas de cuando los hacían en el colegio?

—Me acuerdo —Paula no añadió que nunca tenía dinero para comprarlos.

—Entonces baja. Se hacen así —dijo mientras sacaba vasos largos del congelador—. Hay que tenerlo todo muy frío, porque parte del refresco se debería congelar al echar el helado. En el colegio nunca lo hacían bien porque el refresco estaba templado y el helado medio derretido antes de que los juntaran.

La diversión duró hasta que sonó el timbre y Paula recordó su visita al alcalde.

—Yo abriré —dijo Pedro.

Sus dudas se disiparon cuando siguió a Pedro al vestíbulo y vio a Guillermo Jenkins a través del cristal de la puerta de entrada.

—¿Qué demonios? —Pedro abrió la puerta sorprendido—. ¿Qué desean, señores?

—Buenas tardes. A lo mejor no me recuerdas, Pedro, soy Guillermo Jenkins, el alcalde de Divine.

—Te recuerdo. Os recuerdo a todos —dijo Pedro mirando a Teo Davis.

Paula no pudo aguantar los nervios y se fue al jardín.



jueves, 20 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 49




Paula y 
Pedro trabajaron la mañana siguiente en el huerto, pero luego ella puso la excusa de que tenía que hacer unos recados. El se ofreció a acompañarla, pero Paula respondió que iba a ser muy aburrido. La verdad era que se había pasado casi toda la noche en vela pensando en Pedro, en cómo éste había comenzado a abrirse a los demás en la residencia y en cómo ella podía ayudar a que él se desarrollase.

Algunas personas tenían dificultades para relacionarse con el resto del mundo, pero el ambiente de Divine favorecería a 
Pedro, ya que allí, los vecinos se metían en las vidas de los demás, a veces por curiosidad, pero, principalmente, porque se preocupaban los unos por los otros.

Paula sabía que 
Pedro se preocupaba por la gente, pero que le costaba demostrarlo y trabajar en algo que hiciera la vida de la gente más fácil, lo ayudaría a abrirse. Pedro podía salvar Divine. Era un agente inmobiliario y sabía hacer negocios y atraer a inversores. Sabía de estudios sobre terrenos y estrategias de marketing y de todo lo necesario. Cuando la ocasión lo requería, Pedro podía ser persuasivo y dar energía a la gente. Era lo que Divine necesitaba, alguien con la trayectoria y la inteligencia para hacer que las cosas sucedieran.

Salvar Divine significaba salvar hogares y a personas queridas. El corazón de Paula latía con fuerza cuando entró en la tienda de fotos de la calle principal.

—¿Hay alguien?

—Paula, hola —Guillermo Jenkins se apresuró a salir de la trastienda. Era un hombre digno, con canas en las sienes y una sonrisa amable. No extrañaba que lo hubieran elegido alcalde cinco veces seguidas—. ¿Estás de compras?

—Sí —Paula se colocó la bolsa de plástico que llevaba en el brazo. Le avergonzaba, pero disfrutaba comprando ropa. Algo era seguro, y es que no pasaba desapercibida, aunque quizá fuera más una cuestión de actitud. 
Pedro había hecho que se sintiera diferente, más viva y que se diera cuenta de que podía sentir.

—Te vi con Joaquin y 
Pedro Alfonso el domingo en la iglesia. No sabía que tenías contacto con esa familia.

—En realidad no es contacto. Les estoy haciendo un inventario de las obras de arte.

—Fuiste a la iglesia y a la conferencia con ellos y tengo entendido que los llevaste al bingo de la residencia. Eso suena a más que un inventario.

«Dios». La fábrica de rumores de Divine era la parte del pueblo que seguía en perfecto estado. No sería extraño que dijeran que estaban agarrados de la mano durante el sermón o que la había besado en el cobertizo.

—El profesor Alfonso me influyó de una forma muy positiva cuando tomaba sus clases y ahora soy yo quien quiere ayudarlo de cualquier manera.

—Ya veo.

—De todas formas, he estado pensando que aunque Divine es un lugar estupendo, muchas de nuestras tiendas han cerrado o se han trasladado y hemos…

—¿Reducido existencias? El Ayuntamiento y yo hemos estado dando vueltas al tema durante años, pero nada de lo que hemos hecho ha cambiado la situación. Lo que necesitamos es dinero. Mucho dinero. Y a alguien que sepa qué hacer con ese dinero.

—Vale. Tú debes saber que 
Pedro Alfonso es un agente inmobiliario, ¿has pensado en pedirle ayuda?

—No lo sé, Paula. He oído que hay cierta tensión con Divine.

Precisamente los sentimientos que 
Pedro tenía hacia Divine eran la razón por la que Paula pensaba que ayudar al pueblo lo ayudaría a él también. La reacción de Divine a su accidente había hecho que no le gustaran los pueblos pequeños. Quizá, si tratara con esos sentimientos, podría resolver cómo se sentía por perder el sueño de su infancia de ser un deportista profesional. Después de todo, ¿cómo iba a poder avanzar si no se enfrentaba a sus fantasmas?

—Es un buen hombre, Guillermo. Ya se que parece distante, pero tiene razones para serlo.

—Lo sé. No puedo culpar a 
Pedro por no querer tener nada que ver con nosotros, especialmente después de los editoriales que se publicaron cuando se lesionó.
Fueron muy desagradables. Él era sólo un niño y los niños se lesionan, no es que hubiese quemado el Ayuntamiento o que pasara droga a otros niños.

Paula no recordaba los editoriales y sintió una punzada de recelo. En realidad no comprendía lo importante que había sido para 
Pedro perder su carrera como futbolista o cómo la furia temporal de Divine había herido su ego, pero sí sabía que si no hacía las paces con su vida, nunca sería feliz.

—Por lo menos considera hablar con 
Pedro. No sé qué te dirá, pero a lo mejor te sorprende.

—Vale. Hoy mismo si es posible, hablaré con el Ayuntamiento sobre una aproximación. Pero no esperes nada. Teo Davis está en el Ayuntamiento y todavía se siente fatal por haber escrito aquellas cosas en el periódico.



EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 48




La noche estaba fresca. A Paula le hubiera gustado proponer ir a bañarse al arroyo, pero no estaba preparada para lo que pudiera ocurrir después. El sexo era un paso importante y posiblemente significaría más para ella que para él.

Después de un rato aminoraron la velocidad de sus pasos. Iban por un camino y la luna cubría de plata los campos.

—¿Pasa algo? —murmuró ella.

—Sobre lo de los premios… Deberías saber que lo he hecho por ti y por nadie más. Ni siquiera me había dado cuenta de que había una razón para premiar, así que no tienes que pensar que lo he hecho por motivos altruistas.

Pedro Alfonso, eres un impostor —Paula besó su barbilla y apoyó la cabeza en su hombro—. No quieres que nadie vea lo que hay en tu interior para que no se sepa que tienes corazón y sueños por cumplir, pero no está funcionando.

La garganta de 
Pedro se cerró. Le hubiera gustado ser el hombre que ella parecía estar viendo y en el quizá se estuviera convirtiendo, poco a poco.

—¿Sí? —preguntó él.

—Sí.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 47



Desde su posición, Paula vio cómo 
Pedro ayudaba a la señora Batavia a colocar las fichas en su cartón. Lo había disimulado bien, pero Paula había percibido que él se sentía incómodo rodeado de tantos ancianos. Estos no recibían muchas visitas, así que su bienvenida podía abrumar. Pedro había estado encantador y en aquel momento estaba haciendo sentir a una amable dama que era el centro del universo.

Paula nunca había imaginado cómo era 
Pedro ni cómo había podido atrapar de esa manera su cuerpo y su alma. 

Estaba perdida. Menudo par, a ella le asustaba entregarle su corazón y él no quería entregar su corazón a nadie. Pero era un hombre bueno y decente. Bajo su avasalladora confianza había alguien a quien le afectaban tanto las cosas que se había intentado aislar del resto del mundo para protegerse del dolor y de los sentimientos que pensaba que no podía controlar. Pero aquello no era vivir.

Si se involucrara en algo que no estuviera relacionado con el dinero, encontraría él mismo la verdad. Ellos ya habían hablado sobre Divine y la ayuda que el pueblo necesitaba para despegar de nuevo. Quizá ésa era la respuesta.

Paula continuó pensando en ello mientras leía los números y como varios de los residentes ganaron, ella seleccionó artículos del premio que sabía que cada uno de ellos disfrutaría o necesitaría.

—Última partida —anunció. La administradora prefería que terminaran la fiesta para las nueve, así ninguno de ellos se cansaría demasiado.

Cuando hubo un último ganador, sonaron las habituales protestas.

—Otra, otra —suplicaba un coro de voces. Pero Paula sonrió y dijo que no con la cabeza firmemente.

—No. Estoy cansada. Me habéis agotado —declaró.

Todos rieron y comenzaron a dirigirse hacia sus habitaciones. Ella se unió a 
Pedro y al profesor Alfonso en la mesa de los refrigerios, donde conversaban con Elena Gordon, la administradora. 

Pedro, inmediatamente, rodeó la cintura de Paula con el brazo y una emoción que no quería reconocer le recorrió el cuerpo. Una cosa era besarse en la privacidad del jardín de su abuela y otra distinta era mostrar afecto en público.

—El señor Alfonso nos estaba diciendo que a partir de ahora quiere pagar los refrigerios y los premios —dijo Elena y miró a 
Pedro de una forma que Paula conocía muy bien… puro agradecimiento femenino que no tenía nada que ver con su oferta de financiar los juegos de bingo dos veces al mes—. Agradecemos su generosidad.

—No es nada —dijo claramente incómodo.

—Sí que es algo. Algunos de los residentes no tienen dinero para comprarse pequeñas cosas. Paula sugirió que se le dieran premios para hacerlos disfrutar y que no pareciera caridad.

«Eso parece idea de Paula». pensó 
Pedro. «Ella es la generosa». Él se había ofrecido a pagar los premios, más que nada para hacerla sonreír. Y había funcionado. Lo miró como si le hubiera puesto en las manos un millón de diamantes y un calor que nada tenía que ver con el deseo se apoderó del pecho de Pedro.

—Será mejor que volvamos a casa —dijo Paula unos minutos más tarde—. Estoy realmente cansada. El trabajo en el jardín hace que esté durmiendo estupendamente estos días. Algún día tendré que comprarme una casa con jardín para mí.

No parecía cansada, pero cuando 
Pedro siguió la dirección de su mirada, se dio cuenta de que era la cara de su abuelo la que estaba fatigada.

—Yo también —dijo—. ¿Estás listo, abuelo?

—Cuando queráis. Gracias por su hospitalidad, señorita Gordon. Lo he pasado bien —dijo Joaquin.

—Vuelva cuando quiera, señor Alfonso y si no es mucho pedir, quizá pueda darnos alguna clase.

—Quizá —aunque su respuesta no lo había comprometido, elevó los hombros con orgullo y sonrió.

Pedro quería gritar de emoción. Era como si el reloj hubiera vuelto a cuando vivía su abuela. Por supuesto que nunca sería como entonces, pero no se podía negar que su abuelo seguía mejorando.

Cuando volvieron a casa, 
Pedro convenció a Paula para que se quedara un rato. Quería confesarle que no había hecho nada amable al ofrecerse a pagar los premios del bingo. 

Paula se estaba convirtiendo en algo más importante para él de lo que podía haber imaginado y no la quería engañar. 

Todavía no era muy distinto del adolescente egoísta que un día la había besado y al siguiente había hecho como si no existiera.

—Aquel hombre había perdido también a su mujer —dijo el abuelo, que se había sentado en el sofá—. El hombre con el que hablaba durante la partida… se llama Jose. Es viudo desde hace diez años. ¡Diez años!

—Era Jose Conroy. No habla de Luisa con cualquiera —dijo Paula.

—Sí. Me recordó que éramos afortunados por haber amado tanto a una persona y por haber compartido la vida con ella. Sé que suena a tópico, pero es verdad.

—La abuela era muy especial. ¿De qué más hablasteis?

—De que admiramos a las mujeres. Tienen tanto aguante… Tu abuela era el eje de esta casa, 
Pedro. Y ella siempre confió en mí y en el Todopoderoso. Eso se me olvidó durante un tiempo. Me voy a la cama —expuso el abuelo levantándose. Sus miradas se cruzaron y Pedro vio reminiscencias del hombre que había conocido de niño, la fuerza y la sabiduría que habían estado escondidas algún tiempo.

Pedro dio gracias a Dios en silencio y cuando se volvió, encontró a Paula colgando un cuadro en la pared. Era muy pesado y la ayudó a colocarlo.

—No podías pedir ayuda, ¿verdad?

—Te quejas mucho.

Pedro se echó hacia atrás para contemplar el paisaje de un estanque del bosque que había estado en la pared más tiempo del que podía recordar. 

Estaba bien devolver los cuadros a su sitio, aunque no sabía cómo se sentiría su abuelo al verlos de nuevo.

—Vale. Él me pidió que lo colgara otra vez —dijo Paula antes de que 
Pedro expresara su temor.

—¿Quieres dar un paseo? —preguntó él. 

Ella asintió y salieron a caminar por la oscura calle.



miércoles, 19 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 46




—Le encantan los hombres altos —dijo la señora Koswolski mientras agarraba a Paula por el brazo y miraba con profundo aprecio a 
Pedro—. Cariño, eres un auténtico bombón.

—Gracias… señora —
Pedro parecía avergonzado.

—No vienen muchos hombres de visita —comentó Ruth Jamison, una mujer de pelo corto y de una naturaleza romántica que quería mantener en secreto.

—Pues no saben lo que se pierden —dijo él sonriendo—. Yo no sabía que iba a conocer a tantas damas encantadoras jugando al bingo.

—También hay unos cuantos hombres aquí, pero ellas siempre buscan carne fresca —se quejó Bart desde su silla de ruedas. Era el hombre más viejo de Divine y había sobrevivido a tres esposas. Paula sabía que tenía el ojo echado a la cuarta, Ruth. 

Desafortunadamente, también era el hombre más gruñón del pueblo, así que no había conseguido que ella le prestase atención.

—No le hagas ni caso —dijo Ruth mirando seriamente a Bart.

Pedro echó un vistazo a su abuelo, quien también estaba rodeado de mujeres y se dio cuenta de que todavía era un hombre guapo. Era alto y distinguido, tenía una gruesa mata de pelo blanco y era la atracción del bingo. Las mujeres hablaban con él sobre todos los temas, desde arte a noticias.

—Será mejor que me prepare para el juego —comentó Paula.

Ella había estado con 
Pedro desde que habían llegado y su brazo se quedó solo cuando se ella dirigió a la parte delantera de la habitación.

—Bueno, amigos, prepárense —dijo mientras hizo girar el bombo con los números—. Presiento que tenemos jugadores con suerte esta noche.

Todos se sentaron en sus mesas colocando los cartones frente a ellos. 

Pedro se puso delante dos cartones, más que nada para aparentar, puesto que estaba más interesado en mirar a Paula, muy popular entre los inquilinos de la residencia. La habían abrazado, regañado porque, según ellos, había perdido peso, y aconsejado sobre cómo encontrar a su hombre. Además, lo habían hecho cuando Pedro estaba junto a ella y se había puesto colorada.

En cuanto a la pérdida de peso, 
Pedro trató de decidir si tenían razón. Sabía que ella estaba trabajando mucho, pero se tomaría cualquier comentario sobre su pérdida de peso como una crítica si viniera de él. 

Aparentemente, «flaca» era un insulto, al igual que plana. Pero Paula no estaba plana y Pedro sólo quería que ella estuviera bien. Se sentiría fatal si le ocurriera algo, quería protegerla y asegurarse de que siempre estaría segura y feliz. Nada de eso lo convertía en un príncipe, sólo significaba que, por fin, Pedro había reconocido algo valioso que tenía que preservar.

—El primer número de la noche es el 10 B —dijo Paula al sacar una bola del bombo.

La mujer que estaba sentada al lado de 
Pedro no podía agarrar una ficha para ponerla en la casilla del 10 B de su cartón, así que Pedro la ayudó a hacerlo y recibió una tímida sonrisa a cambio.

—Gracias, cariño —murmuró.

—Aquí hay una buena. B17. ¿Tú no pilotaste B17 durante la guerra, Bart?

—¿Qué guerra? —refunfuñó Bart, aunque parecía complacido—. La Segunda Guerra Mundial —añadió.

—Bart se guarda estas cosas para él —dijo Paula con ironía—, así que quizá no sepáis que tiene dos Corazones Púrpura, una Estrella de Plata y una Medalla al Valor. Damas y caballeros, es todo un héroe.

Un sonido de aprobación recorrió la sala y algunas de las mujeres presentes se volvieron para sonreír a Bart, quien estaba tieso en su silla de ruedas y con la cara iluminada.

Paula prosiguió leyendo números, mientras hacía algún comentario sobre alguien en la sala. La mujer sentada al lado de 
Pedro había sido una profesora de música con mucho talento. Otra mujer sentada al fondo, había acogido temporalmente a diez niños en su casa y todos ellos se habían licenciado, vivían en Illinois y la iban a visitar con devoción.

A través de los ojos de Paula, Pedro comenzó a verlos, no como ancianos sin rostro confinados en la residencia, sino como individuos. Una vez fueron los granjeros, profesores y padres que habían mantenido todo en funcionamiento y no merecían menos respeto simplemente porque sus cuerpos tuvieran años y enfermedades.

Una mujer situada en el centro de la sala cantó bingo y recibió una bolsa de caramelos y una bata rosa como premio. 

Sonreía como si se hubiera convertido en millonaria. Cuando comenzó el siguiente juego, Pedro buscó a su abuelo, que no estaba jugando porque mantenía una profunda conversación con otro hombre. 

Estaban sentados en una esquina y asentían a la vez que conversaban. En un momento dado, el otro hombre, sin ninguna vergüenza, se secó una lágrima. Pedro tragó saliva y volvió a concentrarse en Paula.

—Creo que eso ha sido un récord de rapidez en ganar. Limpien sus cartones y a ver si alguien tiene el G 27.

La vecina de 
Pedro lo tenía y él ya tenía una ficha en la mano para que la colocaran juntos.



EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 45




Pedro no sabía qué esperar cuando entró en casa. Su abuelo había sonado como el antiguo Joaquin Alfonso, el hombre que siempre había ayudado a llenar la ausencia de su padre, el abuelo que ocasionalmente había pillado a Pedro haciendo algo malo y lo había asustado para que volviera al buen camino. No es que besar a Paula estuviera mal, pensó Pedro. Aunque sabía que no era totalmente cierto. 

Besarla no estaba mal si esos besos significaran algo.

Aquel pensamiento hizo que se retorciera. Paula no era un juego o una conquista, era real y él no sabía qué hacer al respecto.

—Abuelo, no tienes que decir nada —dijo.

—¿Cómo que no? ¿Dónde están mis cuadros?

—Los quitaste.

—Sí, claro y también dejé que el jardín se fuera al infierno. El Pequeño Sargento me hubiera regañado por ello.

—Cuéntame otra vez por qué llamabas a la abuela el Pequeño Sargento —dijo 
Pedro. Paula tenía razón, el abuelo tenía que enfrentarse a su pérdida. Si tenía una depresión tendrían que hacer algo al respecto, no hacer como si no pasara nada. Ser capaz de hacer algo era infinitamente mejor que ver a alguien a quien se amaba consumirse delante de uno mismo.

—¿No te acuerdas? —preguntó el abuelo sonriendo—. Era porque cuando nos conocimos, tu abuela estaba pensando ingresar en el ejército como enfermera.

—Lo recuerdo, pero cuéntamelo otra vez —pidió 
Pedro al acordarse de lo impresionado que se había quedado la primera vez que había oído que su abuela había considerado algo así. A su abuela la habrían enviado a Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial o, incluso, al Pacífico.

—Cuando yo le pedí matrimonio, ella sintió que tenía que elegir entre su trabajo o yo, así que le dije que siempre podía ser mi Pequeño Sargento si se casaba conmigo. Quizá eso suene políticamente incorrecto hoy día, pero era otra época. Tu abuela era una mujer fuerte, 
Pedro. Me eligió a mí y yo bendije esa elección todos los días de nuestra vida en común.

La expresión de pena del abuelo hizo que a 
Pedro se le partiera el corazón, aunque vio algo más, una paz que no había visto antes y no dudó en pensar que su abuelo estaba alcanzando esa paz gracias a Paula.

Pedro suspiró. Sus sentimientos por Paula eran difíciles de ignorar. No pudo recordar la última vez que había deseado tanto que llegara un día, ver una sonrisa o, simplemente, estar con alguien que lo hacía una persona mejor al ser ella tan buena. ¿Era aquélla la elección de la que hablaba su abuelo? ¿Elegir entre lo que se puede llegar a tener todos los días, con alguien que ilumina tu mundo con una sonrisa, o vivir en un mundo sin color sin ese alguien? ¿Merecía aquello tomar los riesgos que él siempre había evitado tomar? ¿Era tan peligroso perder el control si se podía confiar en la persona que se amaba?

—Nunca imaginé que Maria se fuera primero —murmuró Joaquin—. No estaba preparado para eso. Ella era más fuerte que yo, 
Pedro.

—Tú eres fuerte. Eres el hombre más fuerte que conozco.

Quizá el abuelo había intentado ser demasiado fuerte, sin permitir que nadie lo consolara, sin querer recurrir a nadie cuando las cosas iban mal y fingiendo que todo seguía igual. Una extraña sensación invadió a 
Pedro al darse cuenta de que él también era así.

—Esto se está poniendo difícil para ambos y creo que una escena emotiva al día es suficiente —dijo el abuelo mientras le daba unas palmaditas en el hombro, refiriéndose a la conversación que habían tenido por la mañana—. Quizá debamos hablar de Paula.

—¿Qué pasa con ella?

—Podías haber elegido un lugar mejor que el cobertizo. Paula merece lo mejor. No es como las mujeres con las que siempre has salido y quiero estar seguro de que entiendes eso.

—Lo entiendo —era verdad, 
Pedro lo entendía. Y se sentía como si estuviera a punto de descubrir algo maravilloso, como si todo en su vida hubiera sido dispuesto para ponerlo en aquel punto. 
Lo único que necesitaba era un poco más de tiempo para asimilarlo.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 44





Pedro la besó otra vez dulcemente y la miró a la cara. Ahí estaba otra vez esa mirada cálida y de aprecio que le hacían sentir que era especial. Eso le hizo sentir algo extraño. Una mujer a la que un hombre mirara de esa manera frecuentemente, podía llegar a ser vanidosa.

Pero Paula tenía un espejo y sabía cómo era. Su apariencia había mejorado desde que se ponía ropa de su talla y trataba de ayudar a amigos y vecinos, pero eso no la hacía especial o mejor que nadie. Era difícil creer que si realmente era especial, buena y bella, no hubiera encontrado a nadie que la quisiera.

Pero era tentador. Y estúpido.

Siempre había deseado el amor incondicional, ese tipo de amor que nunca recibió de su padre y 
Pedro era el menos indicado para dárselo. Aunque… ¿Sería posible? Quizá los ex deportistas no eran todos iguales… quizá Pedro era diferente. A lo mejor el amor con él no era imposible.

—¡Pedro! —dijo una voz severa y ellos se separaron. El profesor Alfonso salió al jardín y miró a su nieto con desaprobación.

—¿Sí, abuelo?

—Quiero hablar contigo.

—Dios, soy adulto y me van a sermonear como a un joven delincuente. Me va a echar la charla sobre respetar a las mujeres y ser un caballero.

—Deberías intentar alegrarte porque recuerda la charla —bromeó Paula sonrojada.

—Me alegro, créeme —se dirigió hacia su abuelo—. ¡Ah! Paula, mantente lejos de la escalera. No quiero volver y tener que recoger tus pedazos.

Paula se sentó en los escalones del cobertizo sin saber si reír o morirse de vergüenza.

Pedro había anulado sus defensas en menos de un mes. Pedro, el mismo chico que le había roto el corazón cuando era niña. Pero él había cambiado y ella ya estaba medio enamorada de él aunque no sabía qué hacer. Sinceramente, no era mejor amante de lo que había sido a los quince años.