Más tarde, aquella misma mañana, Paula se encontró empujando un carrito de la compra al lado de Pedro.
—¿Qué dice aquí? —preguntó él, impaciente, mientras señalaba algo en una lista que a ella le parecían jeroglíficos. Paula recordó que él había mencionado que necesitaba jabón para el lavavajillas, así que le sugirió que eso podía ser.
—Ah, sí. Gracias. He debido darme mucha prisa, no puedo leer una maldita palabra.
Paula tenía su propia opinión sobre lo que la casa Alfonso necesitaba y metió en el carro algunos artículos sin que Pedro, demasiado ocupado descifrando su letra, se diera cuenta. Ella no era la mejor cocinera, pero pensó que una lasaña casera era mejor que una pizza congelada para la cena de su abuelo.
Estaba sorprendida por verse allí con Pedro. Después de haber vuelto a la casa de los Alfonso tras haberse duchado y cambiado de ropa, él había dicho que necesitaba hacer compra. Paula se había ofrecido a quedarse con el profesor Alfonso o a ir ella, pero el profesor había murmurado que no necesitaba una niñera y lo último que recordaba era que Pedro le pedía que leyera su ilegible letra.
—Hola, Pau—saludó el encargado—. Estás guapísima.
—Gracias, Martin.
—Acabamos de recibir unas cerezas muy buenas de California. Se agotarán enseguida, así que date prisa en comprar algunas.
Se le hizo la boca agua. Le encantaban las cerezas. Llenó dos grandes bolsas de plástico y las puso en un rincón del carro.
—¿Quieres que compre algunas para ti? —preguntó mirando a Pedro.
—¿Quieres decir que todas ésas son para ti?
—Me gustan las cerezas.
—Ya. ¿Cómo te mantienes tan flaca?
El comentario burlón borro la sonrisa de sus labios. Estaba flaca y su nueva ropa, probablemente, lo marcara. Pedro no parecía estar criticándola, pero su ex marido se solía quejar por su delgadez, particularmente a la altura de su busto, así que no podía fingir que le había hecho gracia.
—Supongo que es suerte —llenó otra bolsa aunque Pedro no se lo había pedido—. Necesito crema protectora— murmuró adelantándose antes de que él pudiera responder.
—¿Qué he dicho? —preguntó Luke al alcanzarla.
—No me digas eso. ¿Qué?
—Nada.
—Las mujeres siempre decís «nada» cuando estáis enfadadas. Dímelo directamente.
—¿Paula?
—Mi ex siempre decía eso —farfulló deseando no haber tenido ese impulso para decir la verdad—. No sobre las mujeres o hablar directamente, sino sobre lo otro.
—¿Qué otro?
—Que estoy muy delgada. Bueno, ¿y qué? No soy la fantasía de un hombre, con unos pechos enormes y un solo dígito en la nota del test de inteligencia, pero ése es tu problema, no el mío.
Pedro hizo una mueca de dolor al oír el eco de sus propias palabras. Cuando eran niños, también solía decirle que estaba flaca, pero había caído en la cuenta de que la belleza tenía formas diferentes. Paula, con su esbelta elegancia tenía una belleza que quitaba el sentido y no podía comprender por qué la escondía bajo tanta ropa o, por qué su ex marido, que la conocía mejor que él, había sido incapaz de verla.
—Yo no he dicho que estuvieras demasiado flaca. Es diferente.