viernes, 1 de mayo de 2020
SU HÉROE. CAPÍTULO 6
La boca de Alfie sabía a polvo de ladrillo y a chocolate. Paula dejó escapar un gemido de protesta. Estaba comprometida con Benjamin.
No había pedido aquello. No lo deseaba. Aquel hombre era un desconocido.
Pero antes de que pudiera apartar la boca, o volver la cabeza, algo cambió.
Sus convulsivos temblores remitieron rápidamente y una intensa sensación de dulzura recorrió su cuerpo. Había algo vital en el contacto con aquella boca, en la imperiosa intensidad de su presión, y en su propia e instintiva respuesta.
En medio de aquella tumba de cemento, del dolor y el miedo, un beso era como la primera semilla germinando en una ladera desnuda de cenizas volcánicas. No tenía nada que ver con el sexo, o la traición. Solo tenía que ver con la vida.
El sonido de su garganta cambió. Ya no era de protesta, sino de reconocimiento. «Sí. Hazlo. Hazme sentir». No dolor e incomodidad, sino algo bueno.
Gradualmente, la presión de los labios de Pedro fue remitiendo. Paula habría podido hablar si hubiera querido, pero no le dijo que parara. En lugar de ello, esperó el momento en que él le hizo entreabrir los labios con la punta de la lengua.
Se exploraron mutuamente como viajeros en una tierra desconocida. Todos los sentidos de Paula estaban centrados en sus bocas unidas.
Era imposible ocultar la creciente y palpable excitación de Pedro en aquellas condiciones, y Paula sintió que sus pechos se endurecían a la vez que una intensa sensación de calor irradiaba desde su bajo vientre.
Podrían haber seguido así horas, pero entonces notaron que el ruido de las máquinas se acercaba más y más, hasta que lo sintieron muy próximo.
Alfie echó la cabeza atrás y Paula oyó cómo golpeaba contra el cemento que había tras él.
Abrió los ojos, aunque no recordaba cuándo los había cerrado, pero no supuso ninguna diferencia, porque no pudo ver nada. Debía haber anochecido.
—Tú cabeza—dijo.
—Estoy bien—contestó Alfie. Su voz sonó ligeramente ronca, legado del beso que acababan de compartir—. Pero escucha...
—Lo sé. Lo he oído.
Una sirena empezó a sonar en aquel momento.
—Deben haber encontrado a algún otro.
Escucharon en completo silencio durante unos minutos. Paula notó que su cuerpo volvía a enfriarse y empezó a temblar de nuevo.
Inclinó la cabeza y presionó la frente contra el pecho de Alfie para tratar de distanciarse, pero dio lo mismo. Sintió que quería decirle algo y esperó a que lo hiciera.
—Escucha, yo... —se interrumpió él y lo intentó de nuevo —. Eso ha sido... Inesperado. No ha sido planeado.
—Lo sé.
—Parece que ambos lo necesitábamos. Para sentirnos vivos, supongo.
—Yo estaba pensando exactamente lo mismo.
—Entonces, ¿no estás enfadada?
—¿Ha sugerido eso mi boca en algún momento?
—No. Tu boca es... —Alfie rio de repente—... lo mejor que he probado hace mucho. Estaba... haciendo poesía. Cantándola, más bien.
—En ese caso hemos hecho un dueto.
—Pero ahora tu frente está presionando contra mi clavícula. Eso no es poesía. He pensado que tal vez estabas lamentando que haya sucedido.
—No —contestó Paula—. No es eso. Pero puede que me alegre de que haya terminado. De hecho, me alegro —añadió con firmeza—. Voy a tener un bebé de mi prometido. No debería estar... disfrutando de la boca de otro hombre, incluso aunque no lleguemos a salir de esta.
—Saldremos, Paula. Van a rescatarnos. ¡Escucha!
—¿Y si se equivocan?
—No lo harán.
—El operario de la grúa se ha equivocado.
—Es un idiota. Cuando estaba en la oficina he oído murmurar al capataz que pensaba echarlo.
—¡Lástima que no lo hiciera la semana pasada!
Ambos rieron.
—Dime cómo te llamas. Tu nombre completo, Alfie. Quiero saber quién eres.
—No, querida. No voy a hacerlo. No quiero que averigües nada más sobre mí.
Fue como suspender un examen en el que uno esperaba sacar un sobresaliente. Y Paula estaba acostumbrada a sacar sobresalientes en muchas facetas de la vida.
—¿Por qué? —preguntó, tensa.
Pedro volvió a reír con pesar.
Pensó en todo lo que habían hablado antes del beso. Hacía horas. Pensó en la larga confesión de Paula, en la suya. «Culpa más que pesar». Barby no merecía que alguien se enterara de que su marido no había llorado suficientemente su muerte.
Sintió el dolor de Paula, pero supo que no iba a retractarse.
—Porque cuando despiertes mañana en el hospital vas a lamentar muchas de las cosas que has dicho esta noche —dijo, y para suavizar sus palabras la besó en la sien. Ella movió la cabeza y le devolvió el beso en la barbilla—. Las personas suelen lamentar haber abierto su corazón a la persona equivocada —continuó—. Puede resultar perjudicial. Yo también lamento haber dicho un par de cosas esta noche.
Una cosa. Tal vez Paula la había olvidado.
Esperaba que así fuera.
—No lo lamentaré —dijo Paula—. Necesitaba contarle todo eso a alguien. Sobre el bebé y todo lo demás. Llevaba demasiado tiempo guardándomelo.
—Lo del bebé, sí. Pero no el resto.
—Dime quién eres.
—No, porque no quiero que esta noche empeore aún más para ninguno de los dos, ¿de acuerdo? Lo digo en serio. Y cuando salgamos de esta, no te sorprendas si no me quedo.
—¿Cómo no ibas a quedarte? Habrá ambulancias y el equipo de rescate. Querrán saber si estás herido.
—Creo que eres tú la que está herida, corazón.
Pedro se preguntó qué diablos le pasaba. No había querido decir aquello. Estaba claro que necesitaba una mordaza.
—¿Te refieres a mi pierna? —Preguntó Paula con calma—. ¿Cómo lo has notado?
—He sentido que algo espeso me mojaba el pantalón. Sabía que tenía que ser sangre, y no era la mía. Si lo sabías, ¿por qué no me has dicho nada?
—No tenía sentido preocuparte más —contestó Paula, y Pedro no tuvo más remedio que admirarla por su valor. Aquella mujer no era ninguna frívola dispuesta a vivir a costa del dinero de su padre. Todo el mundo sabía que Otis Chaves tenía intención de cederle el control de la corporación familiar en unos pocos años.
—Se me ha entumecido muy pronto —continuó Paula—. Y no podías hacer nada al respecto. Ahora di me cómo te llamas.
—No. Hablemos de otra cosa.
—¿De qué?
—¿Cuál es tu comida favorita?
Paula suspiró.
—De acuerdo, lo haremos a tu manera. Mi comida favorita son los guisantes y la sopa de jamón con montones de apio y zanahoria. Mi madre, que murió hace quince años, solía hacerla las tardes de invierno y la acompañábamos con galletas saladas.
—No me vendría mal algo así ahora mismo.
—Dime la tuya.
—¿Mi comida favorita? Cualquier cosa que pueda convertirse en papilla y con la que se pueda alimentar a un niño.
—Eso es perverso.
—No, porque he pasado el último año con papilla de niño por toda la ropa.
—Supongo que en ese caso tiene sentido.
—Mi comida favorita de verdad es la pizza de New York, con champiñones y cebolla, recién sacada de la caja.
SU HÉROE. CAPÍTULO 5
«Dios mío, ¿cómo voy a lograr que pare?», se preguntó Pedro. «Sufre alguna clase de conmoción. Va a odiarse por haber dicho todo lo que ha dicho».
Cada dolorosa palabra. Estaba seguro de ello porque él ya se odiaba por haber pronunciado aquellas cuatro palabras: «Culpa más que pena».
¿Cómo era posible que hubieran alcanzado aquel nivel emocional tan rápido?
Paula Chaves había llegado a la obra hacía una media hora. Él la había visto desde la ventana de las oficinas, donde estaba examinando los planos del sistema de seguridad del edificio.
Sabía que se trataba de Paula Chaves, hija y heredera del dueño de la empresa de mobiliario y maquinaria Chaves. Había acudido a ver la construcción de la nueva tienda de la empresa y su visita había sido programada hacía una semana.
Pedro sentía curiosidad respecto a ella y había buscado una buena excusa para acudir a la obra a echarle un vistazo de cerca. Su padre había sido sargento en la compañía del padre de Paula en Corea, y aunque apenas se habían mantenido en contacto, la relación era lo suficientemente fuerte como para que Otie Chaves hubiera oído hablar de la creciente empresa de Pedro y le hubiera encargado el sistema de seguridad para el nuevo edificio.
Paula había aparcado su caro coche junto a la acera y había avanzado animadamente por el abrupto terreno de la obra, marcado por las profundas huellas de docenas de camiones pesados. Le había parecido muy guapa con su blusa roja de seda y sus elegantes pantalones negros, que realzaban el castaño brillante de su pelo y su piel blanca. Llevaba una mochila de diseño a su espalda y alguien le entregó un casco de protección, aunque no tuvo tiempo de ponérselo.
Un minuto más tarde, el hombre que manejaba la grúa no se había fijado lo suficiente en lo que estaba haciendo y Pedro había llegado justo a tiempo de arrojarse junto a ella en la cavidad en la que se encontraban.
En aquellos momentos, su pecho estaba presionado con fuerza contra dos generosos senos, hinchados y especialmente sensibles.
Sus muslos aprisionaban los de ella. También notaba una incómoda sensación de inflamación justo debajo del cinturón, pero esperaba con toda su alma que ella no lo hubiera notado.
Más abajo aún notaba cierta humedad espesa empapando la tela de sus vaqueros.
Sospechaba que era sangre, sangre de Paula, pero no quiso decir nada. Ella no lo había mencionado, de manera que era posible que no supiera que estaba herida.
Era tan agradable estar junto a ella, sentir su calidez, su delicioso olor... ¿Cuánto tiempo hacía que no estaba tan cerca de una mujer? Aquello explicaba la hinchazón en sus vaqueros. Solo hacía cuatro meses que Barby había muerto, pero antes ya llevaban meses sin tocarse.
Un hombre lo necesitaba. Lo echaba de menos.
Los abrazos y achuchones que intercambiaba con sus pequeños no eran lo mismo. Pero los chicos eran estupendos. Sí, quería a sus hijos con todo su corazón, y le hubiera gustado que supieran que estaba vivo, aunque dudaba que su madre se hubiera enterado ya del accidente.
Niños...
No dejaba de pensar que le habría gustado echar el guante al tal Benjamin para soltarle unas cuantas verdades.
« ¡Estás comprometido con ella, amigo! Vas a casarte en menos de una semana, y esa no es forma de reaccionar cuando tu prometida te dice que está embarazada. Por muchas dudas que tengas, por malo que sea el momento, lo primero que debes hacer es abrazarla y hacer que se sienta bien, decirle que eres feliz, de manera que ella no sienta que es la única a la que le está pasando. Incluso si después empiezas a echar humo por la cabeza y a maldecirte por haber dejado la protección exclusivamente en manos de ella...»
Notó que Paula estaba temblando de nuevo. Le habría gustado abrazarla mejor, con más fuerza, pero no era posible.
No creía que ella supiera quién era y se preguntó si le habría dicho que se llamaba Alfie por algún instinto de autoprotección. Todos sus amigos lo llamaban así. Incluso su madre solía llamarlo así ocasionalmente. Sin embargo, su nombre oficial era Pedro Alfonso, nombre que Paula habría reconocido. Entonces habría sabido que el hijo del viejo camarada de guerra de su padre no lamentaba la muerte de su esposa.
Pedro deseó no saber la mitad de lo que le estaba contando Paula sobre sus oscuros secretos. Resultaba doloroso. Nunca hubiera esperado que una mujer como ella poseyera tal vulnerabilidad interna. La desnuda honestidad de sus afirmaciones resultaba devastadora.
¿Y pensaba que era culpa suya que su prometido y ella no lo pasaran bien en la cama? ¿Que era demasiado cerebral en ciertos aspectos? Desde el punto de vista de Pedro, consciente de cada deliciosa parte de su cuerpo en aquellos momentos, aquello no parecía muy probable.
—Tranquilízate, cariño... tranquilízate —rogó con ternura.
—Lo único que me importa es no perder al bebé —susurró Paula—. Papá ni siquiera lo sabe todavía, y lleva tanto tiempo deseando un nieto...
—Para, por favor... no hablemos más de eso.
—Ayúdame... No logro dejar de temblar...
—Lo sé. Lo sé, cariño.
—No dejo de pensar que, tal vez, Benjamin se sentiría aliviado si... si lo perdiera. —De pronto, Pedro supo que solo podía hacer una cosa para silenciarla. Movió su boca un par de centímetros hacia abajo y otro par hacia delante y apagó las descarnadas palabras de Paula con un beso.
SU HÉROE. CAPÍTULO 4
Alfie logró llevar la botella de agua hasta sus labios para que bebiera. Luego, acurrucada contra él, Paula se lo contó todo. No se preocupó por las palabras que utilizó ni por cómo sonaban. No le importó no haber contado antes a nadie lo sucedido, ni siquiera a sus amigos más cercanos.
¿Por qué no lo había hecho?, se preguntó. ¿Por qué no se lo había dicho a Connie Alexander, por ejemplo?
Connie le había presentado a Benjamin Deveson, del que se consideraba amiga, de manera que aquel debía ser el motivo por el que no se había animado a decirle nada. No le había dicho que a menudo sentía que la mujer comprometida con Benjamin y embarazada de él no era realmente ella, que sentía que había dos Paula, una, la que se mostraba excitada y centrada organizando los preparativos de la boda, y otra, la que observaba todo aquello en silencio, gritando por dentro.
¿Cuál de las dos Paula era la real?
Paula hizo aquella pregunta a un completo desconocido y no se cuestionó qué estaba traicionando al hacerlo.
A fin de cuentas, ¿quién sabía si iban a sobrevivir el tiempo suficiente como para volver a hablar con otro ser humano? Aquel hombre grande de voz grave y tierna era todo lo que le importaba en aquellos momentos. Amargas verdades, remordimientos exagerados, oscuros temores. Todo estaba apilado y oculto en su corazón y en su mente, y todo surgió a borbotones.
Pero su pánico y su terror a perder al bebé resultaban irónicos, porque Benjamin no quería tenerlo. Y eso era lo que más le dolía. No había dejado de pensar en ello toda la semana, desde que se lo había contado pocas horas después de hacerse la prueba.
Paula vio en su mente el rostro de su prometido con tanta claridad que casi pudo tocarlo.
—Debería haberlo sabido —dijo—. Al menos debería haber intuido que Benjamin iba a reaccionar de esa forma, porque no se lo dije cuando me vinieron las primeras sospechas. Solo se lo dije después de hacerme la prueba y confirmar que era cierto. Entonces...
Paula recordaba las palabras exactas de Benjamin.
—¡Dios santo! —había exclamado—. ¿Cómo has podido permitir que pasara? Me habías dicho que estabas utilizando algo.
—Sé que es un poco antes de lo que habíamos planeado...
—¡Desde luego que sí! Habíamos hablado de esperar tres o cuatro años, de disfrutar antes de la vida.
—Supongo que habrá que adaptarse un poco, pero... Oh, Benjamin, hemos hecho un bebé. ¿No te parece un milagro?
Con retraso, Benjamin adoptó la sonrisa adecuada, el tono adecuado, y dijo las palabras que Paula esperaba escuchar desde el principio. Sí, era un milagro. Sí, por supuesto que era feliz. Solo tendrían que acostumbrarse. Era importante planear las cosas, y ella debería saberlo, pero por supuesto que se sentía feliz
.
—Y lo dijo todo con el mismo tono que utiliza cuando me dice lo bien que lo hemos pasado en la cama.
Solo que no se lo pasaban bien en la cama, y así se lo hizo saber a Alfie. Le contó lo decepcionante que siempre resultaba para ella, y que desde el principio no se había sentido preparada para acostarse con Benjamin.
—Pero las cosas se fueron poniendo más y más serias —continuó—, y parecía que Benjamin tenía derecho a esperarlo, sobre todo desde que nos comprometimos. Formaba parte del paquete. Yo no dejaba de decirme que la cosa mejoraría, que debía seguir intentándolo. Debería haberme dado cuenta de que no... —se interrumpió y luego continuó precipitadamente—. No, por supuesto que lo amo. Pero nadie es perfecto. A fin de cuentas, este es el mundo real.
Pero aquello era algo que la Paula silenciosa, la Paula que gritaba por dentro, no parecía comprender.
—Es buena persona y... vamos a casarnos dentro de cinco días. ¡Quiero casarme! Quiero tener una familia. Quiero tenerla. ¿Pero cómo pudo mirarme de aquella manera cuando le dije que iba a tener un bebé? ¡Oh, el bebé!
Gimió desconsoladamente.
jueves, 30 de abril de 2020
SU HÉROE. CAPÍTULO 3
Finalmente, cuando tuvo que apoyar la cara contra el pecho de Alfie para que pudiera abrir la barra de chocolate, se encontró pensando: «Así se está bien. Sigamos así. No quiero chocolate. No quiero moverme».
La camisa y la piel que había debajo olían bien.
A seguridad. Más allá del olor a polvo y ladrillo detectó un jabón de aroma masculino. Sándalo, tal vez, o tal vez pino. Era fresco y reconfortante.
Finalmente, aunque no pareció lógico, le llegó un inconfundible aroma a sirope de manzana.
—¡Ya está! —dijo Alfie.
—Tengo sed. Deberíamos haber sacado el agua primero.
—Tendrás más sed después del chocolate. Deberíamos reservar el agua para después de comer.
—Sí, tienes razón.
El estómago y las papilas gustativas de Paula no parecieron reaccionar a la idea del chocolate.
Oyó el sonido de la barra al partirse.
—Toma —dijo Alfie —. Lo siento, Paula. No hay otra opción.
Paula sintió que le metía un trozo de chocolate en la boca y lo empujaba con el pulgar. El sabor resultó demasiado fuerte y rico. ¿Por qué había echado al bolso aquella mañana la barra de chocolate en lugar de una bolsa de patatas?
Logró tragar el chocolate, pero pareció quedarse pegado a su garganta y sintió náuseas.
—Agua... por favor —dijo, a la vez que trataba de tragarlo—. ¡Por favor!
—No puedo —Alfie pareció adivinar lo que estaba a punto de pasar—. No vas a devolver, ¿de acuerdo? —ordenó—. ¡Respira hondo! No pienses en nada más. Inspira despacio y luego expira con la boca semicerrada.
Paula hizo lo que le decía varias veces y sintió que funcionaba.
—Gracias —dijo.
—¿Estás bien?
—Estoy embarazada —dijo Paula de pronto, y empezó a temblar. La euforia inicial de encontrarse viva y acompañada había remitido, dejándole una profunda sensación de frío temor—. Dios santo. Estoy embarazada. ¿Qué le va a pasar al bebé?
La temblorosa pregunta fue puntuada por el sonido de sirenas, suave al principio, luego más y más cercanas.
—¿De cuántos meses estás embarazada? —preguntó Alfie—. No pareces embarazada.
—Según la cuenta del doctor, de cinco semanas y media —Paula se aferró a la camisa del hombre—. No me lo han confirmado hasta este fin de semana. ¡No quiero perder a mí bebé!
—Shhh, no lo perderás. No lo perderás —Alfie se las arregló para abrazarla. La presión de sus musculosos brazos fue reconfortante—. Con ese tiempo es muy pequeño, solo un montón de células creciendo, y te aseguro que ahí está muy protegido. No te has hecho daño en el estómago. Está presionado contra el mío. ¿Sientes algún calambre?
—No.
—Te aseguro que los bebés de cinco semanas y media no saltan del barco solo porque su madre se asuste un poco. Ni siquiera porque se asuste mucho.
—¿Cómo lo sabes? —dijo Paula con aspereza—. ¿Cómo puedes saberlo? ¿Eres médico?
El sonido de las sirenas se acercaba.
—No, pero tengo hijos. Unos chicos gemelos a punto de cumplir dieciocho meses. Te aseguro que lo sé.
—Gemelos... —Paula pensó que aquello explicaba el olor a sirope de manzana en su camisa—. Tu esposa estará frenética.
—Mi esposa murió hace unos meses.
—Oh, cuánto lo siento. Debió ser terrible para ti.
—Fue... sí —Alfie sonó incómodo, reacio. Enseguida añadió—Fue bastante... feo. Culpa más que pena.
Por el áspero sonido que dejó escapar un segundo después, Paula supo que había dicho las últimas palabras sin pretenderlo. Solo habían sido cuatro palabras, pero habían traicionado mucho y habían generado más preguntas que respuestas. ¿De qué tenía que sentirse culpable aquel hombre?
—Pero sí —dijo él al cabo de un momento—. Mi madre tiene hoy a los chicos y se pondrá frenética cuando vea que no aparezco.
—Que Dios nos ayude...
—Ese ruido es por nosotros —dijo Alfie cuando el sonido de las sirenas empezó a apagarse—. Están aquí. Escucha.
—¿Cómo van a saber que estamos vivos?
—Voy a gritar con todas mis fuerzas en cuanto apaguen todos esos motores y las sirenas. Más vale que te cubras los oídos con los brazos.
—Yo también puedo gritar.
—Nos ensordeceríamos mutuamente. Deja que lo haga yo. Si pudiera estirar más el cuello y llenar bien mis pulmones de aire...
A pesar de que gritó con todas sus fuerzas durante cinco minutos, no hubo evidencia de que lo hubieran escuchado.
—Hay algunos giros en esta cavidad y el cemento no conduce bien el sonido —dijo finalmente, y entonces oyeron el sonido de unos ladrillos al caer no muy lejos de ellos—. Mala señal. Si el sonido de mi voz ha bastado para eso... No sabemos lo estable que es la obra en estos momentos.
—Tampoco lo sabrá la cuadrilla de rescate.
—No.
Oyeron ruidos de maquinaria poniéndose en marcha. El poder oír pero no ser oídos hizo que la sensación de aislamiento de Paula se intensificara.
—Puede que tengamos que pasar aquí un buen rato —dijo Alfie—. Toda la noche. O más.
Paula se preguntó cómo estaría su pierna herida, de la que aún no había hecho mención. ¿Cuánta sangre podía permitirse perder una mujer embarazada? ¿Qué pasaría si su temperatura o el azúcar de su sangre bajaban demasiado? No lo sabía, y la ignorancia era una sensación que no le gustaba.
Empezó a temblar.
—¿Toda la noche? ¡Eso es demasiado! Mi bebé...
—Tranquila, tranquila...
En aquella ocasión, la profunda voz de Alfie no bastó para tranquilizarla, ni para detener sus lágrimas, ni el borbotón de palabras que siguieron a estas cuando se calmó un poco.
SU HÉROE. CAPÍTULO 2
El tono del hombre relajó a Paula como si fuera un animal nervioso. Si estiraba el cuello podía ver vagamente el contorno de su rostro, pero desde tan cerca resultaba demasiado borroso.
Cuando relajó los músculos del cuello y dejó de mirarlo, su boca y su frente presionaron contra la tela de su camisa.
—Se me está durmiendo el brazo —dijo.
También se le estaba durmiendo la pierna herida, pero esta se encontraba demasiado lejos como para preocuparse por ella.
—Tratemos de movernos.
—¿Cómo?
—Planificación y comunicación. Las claves de cualquier operación conjunta.
Paula trató de reír, pero lo que surgió fue más parecido a un sollozo.
—Ya que estamos en ello, ¿por qué no nos planteamos también una meta definida? —logró decir.
—Buena idea. Mi meta fundamental en estos momentos es sacar los dedos de debajo de tus costillas. Las tienes muy duras.
—He... He perdido peso últimamente. Me llamo Paula.
—Ah, sí, bueno... no hace falta que te disculpes, Paula. No habríamos encajado aquí si pesaras quince kilos más.
—¿Y tú? ¿Cómo te llamas?
—Alfie.
—Alfie —repitió Paula, y saboreó el viril sonido—. Alfie, ¿puedo mover mi brazo? —Lo sentía frío y duro como el mármol—. ¿Y mi mochila?
—¿Es eso lo que palpo con los dedos? Cuero, ¿no?
—Sí.
—¿Tienes algo útil dentro? ¿Comida, o algo de beber?
—Un poco de agua mineral y una barra de chocolate —Paula había sido exploradora. Siempre, o casi siempre, estaba preparada.
—De manera que he rescatado a la persona adecuada, ¿no?
—Solo que no me has elegido. Solo ha sido...
—No, no te he elegido. Ha sido instintivo. He gritado a los otros y te he hecho rodar hasta esta cavidad porque eras la única a la que podía alcanzar. Tú y yo éramos los únicos que estábamos bajo la maldita grúa y su estúpido operador.
—¿Trabajas en esta obra?
—No, solo estaba de visita. Menuda bienvenida.
—Yo también acababa de llegar. Estaba buscando al capataz. ¿Se ha librado el resto de la gente?
—No lo sé. Un par de ellos ya estaban lo suficientemente apartados, pero no creo que se hayan librado todos.
—Yo tampoco.
Permanecieron un momento en silencio. No se oían voces, ni gritos, ni se percibía movimiento.
Se escuchaba una sirena en la distancia, pero debía estar sonando en algún otro sitio. No había pasado suficiente tiempo como para que hubiera llegado algún auxilio, pero ambos sabían que llegaría pronto.
—¿Cuánto tiempo tardarán en sacarnos? —Paula no sabía por qué sentía la necesidad de pedir la opinión de su compañero. Aquella experiencia tenía que ser tan nueva para él como para ella, y no había muchas personas en su vida a las que pidiera su opinión.— No sabemos cuánto ha caído, ni quién más está bajo los escombros.
—No, claro que no. Lo siento; no tienes por qué tener todas las respuestas.
—No importa. ¿Por qué no nos centramos en tratar de sacar ese chocolate?
Resolvieron el asunto como habían acordado.
Se propusieron una meta, planearon una estrategia y se comunicaron. Primero, Alfie tenía que sacar los dedos de debajo de Paula. Ella notó como los deslizaba por su costado y acababan apoyados contra la parte baja de su estómago. Oyó que Alfie gruñía.
—Espero que esto no vaya a ser peor —dijo—. ¿Puedes volver a colocar tu brazo?
—Creo que sí —Paula rozó el cemento con el codo—. Pero no sé dónde ponerlo —rio y en su risa hubo un matiz de histeria que ambos captaron.
—Tranquilízate —dijo él —. En torno a mi hombro, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —fue agradable apoyar la mano allí. La camisa de franela de Alfie era suave, y los músculos que había debajo grandes y cálidos.
—De acuerdo. Ahora voy a tratar de retirar esa mochila de tus hombros.
—¡Sí, por favor! Dime qué necesitas que haga.
Les llevó varios minutos de dolor y esfuerzos, y sus cuerpos tuvieron que entrar en contacto íntimo. En determinado momento, el rostro de Alfie estaba presionado contra los pechos de Paula, que estaban extrañamente plenos y sensibles. Un minuto después, ella tuvo que mover las caderas contra las de él para poder cambiar de posición y sintió la repentina tensión de Alfie cuando rozó su entrepierna.
Pero el hecho de tener que tocarse no les produjo ninguna incomodidad. De hecho, hubo momentos en los que les pareció que aquella era la única prueba de que estaban vivos. Hacía tiempo que Paula no sentía una necesidad tan urgente de contacto físico.
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