viernes, 1 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 6





La boca de Alfie sabía a polvo de ladrillo y a chocolate. Paula dejó escapar un gemido de protesta. Estaba comprometida con Benjamin. 


No había pedido aquello. No lo deseaba. Aquel hombre era un desconocido.


Pero antes de que pudiera apartar la boca, o volver la cabeza, algo cambió.


Sus convulsivos temblores remitieron rápidamente y una intensa sensación de dulzura recorrió su cuerpo. Había algo vital en el contacto con aquella boca, en la imperiosa intensidad de su presión, y en su propia e instintiva respuesta.


En medio de aquella tumba de cemento, del dolor y el miedo, un beso era como la primera semilla germinando en una ladera desnuda de cenizas volcánicas. No tenía nada que ver con el sexo, o la traición. Solo tenía que ver con la vida.


El sonido de su garganta cambió. Ya no era de protesta, sino de reconocimiento. «Sí. Hazlo. Hazme sentir». No dolor e incomodidad, sino algo bueno.


Gradualmente, la presión de los labios de Pedro fue remitiendo. Paula habría podido hablar si hubiera querido, pero no le dijo que parara. En lugar de ello, esperó el momento en que él le hizo entreabrir los labios con la punta de la lengua.


Se exploraron mutuamente como viajeros en una tierra desconocida. Todos los sentidos de Paula estaban centrados en sus bocas unidas.


Era imposible ocultar la creciente y palpable excitación de Pedro en aquellas condiciones, y Paula sintió que sus pechos se endurecían a la vez que una intensa sensación de calor irradiaba desde su bajo vientre.


Podrían haber seguido así horas, pero entonces notaron que el ruido de las máquinas se acercaba más y más, hasta que lo sintieron muy próximo.


Alfie echó la cabeza atrás y Paula oyó cómo golpeaba contra el cemento que había tras él. 


Abrió los ojos, aunque no recordaba cuándo los había cerrado, pero no supuso ninguna diferencia, porque no pudo ver nada. Debía haber anochecido.


—Tú cabeza—dijo.


—Estoy bien—contestó Alfie. Su voz sonó ligeramente ronca, legado del beso que acababan de compartir—. Pero escucha...


—Lo sé. Lo he oído.


Una sirena empezó a sonar en aquel momento.


—Deben haber encontrado a algún otro.


Escucharon en completo silencio durante unos minutos. Paula notó que su cuerpo volvía a enfriarse y empezó a temblar de nuevo.


Inclinó la cabeza y presionó la frente contra el pecho de Alfie para tratar de distanciarse, pero dio lo mismo. Sintió que quería decirle algo y esperó a que lo hiciera.


—Escucha, yo... —se interrumpió él y lo intentó de nuevo —. Eso ha sido... Inesperado. No ha sido planeado.


—Lo sé.


—Parece que ambos lo necesitábamos. Para sentirnos vivos, supongo.


—Yo estaba pensando exactamente lo mismo.


—Entonces, ¿no estás enfadada?


—¿Ha sugerido eso mi boca en algún momento?


—No. Tu boca es... —Alfie rio de repente—... lo mejor que he probado hace mucho. Estaba... haciendo poesía. Cantándola, más bien.


—En ese caso hemos hecho un dueto.


—Pero ahora tu frente está presionando contra mi clavícula. Eso no es poesía. He pensado que tal vez estabas lamentando que haya sucedido.


—No —contestó Paula—. No es eso. Pero puede que me alegre de que haya terminado. De hecho, me alegro —añadió con firmeza—. Voy a tener un bebé de mi prometido. No debería estar... disfrutando de la boca de otro hombre, incluso aunque no lleguemos a salir de esta.


—Saldremos, Paula. Van a rescatarnos. ¡Escucha!


—¿Y si se equivocan?


—No lo harán.


—El operario de la grúa se ha equivocado.


—Es un idiota. Cuando estaba en la oficina he oído murmurar al capataz que pensaba echarlo.


—¡Lástima que no lo hiciera la semana pasada!


Ambos rieron.


—Dime cómo te llamas. Tu nombre completo, Alfie. Quiero saber quién eres.


—No, querida. No voy a hacerlo. No quiero que averigües nada más sobre mí.


Fue como suspender un examen en el que uno esperaba sacar un sobresaliente. Y Paula estaba acostumbrada a sacar sobresalientes en muchas facetas de la vida.


—¿Por qué? —preguntó, tensa.


Pedro volvió a reír con pesar.


Pensó en todo lo que habían hablado antes del beso. Hacía horas. Pensó en la larga confesión de Paula, en la suya. «Culpa más que pesar». Barby no merecía que alguien se enterara de que su marido no había llorado suficientemente su muerte.


Sintió el dolor de Paula, pero supo que no iba a retractarse.


—Porque cuando despiertes mañana en el hospital vas a lamentar muchas de las cosas que has dicho esta noche —dijo, y para suavizar sus palabras la besó en la sien. Ella movió la cabeza y le devolvió el beso en la barbilla—. Las personas suelen lamentar haber abierto su corazón a la persona equivocada —continuó—. Puede resultar perjudicial. Yo también lamento haber dicho un par de cosas esta noche.


Una cosa. Tal vez Paula la había olvidado. 


Esperaba que así fuera.


—No lo lamentaré —dijo Paula—. Necesitaba contarle todo eso a alguien. Sobre el bebé y todo lo demás. Llevaba demasiado tiempo guardándomelo.


—Lo del bebé, sí. Pero no el resto.


—Dime quién eres.


—No, porque no quiero que esta noche empeore aún más para ninguno de los dos, ¿de acuerdo? Lo digo en serio. Y cuando salgamos de esta, no te sorprendas si no me quedo.


—¿Cómo no ibas a quedarte? Habrá ambulancias y el equipo de rescate. Querrán saber si estás herido.


—Creo que eres tú la que está herida, corazón.


Pedro se preguntó qué diablos le pasaba. No había querido decir aquello. Estaba claro que necesitaba una mordaza.


—¿Te refieres a mi pierna? —Preguntó Paula con calma—. ¿Cómo lo has notado?


—He sentido que algo espeso me mojaba el pantalón. Sabía que tenía que ser sangre, y no era la mía. Si lo sabías, ¿por qué no me has dicho nada?


—No tenía sentido preocuparte más —contestó Paula, y Pedro no tuvo más remedio que admirarla por su valor. Aquella mujer no era ninguna frívola dispuesta a vivir a costa del dinero de su padre. Todo el mundo sabía que Otis Chaves tenía intención de cederle el control de la corporación familiar en unos pocos años.


—Se me ha entumecido muy pronto —continuó Paula—. Y no podías hacer nada al respecto. Ahora di me cómo te llamas.


—No. Hablemos de otra cosa.


—¿De qué?


—¿Cuál es tu comida favorita? 


Paula suspiró.


—De acuerdo, lo haremos a tu manera. Mi comida favorita son los guisantes y la sopa de jamón con montones de apio y zanahoria. Mi madre, que murió hace quince años, solía hacerla las tardes de invierno y la acompañábamos con galletas saladas.


—No me vendría mal algo así ahora mismo.


—Dime la tuya.


—¿Mi comida favorita? Cualquier cosa que pueda convertirse en papilla y con la que se pueda alimentar a un niño.


—Eso es perverso.


—No, porque he pasado el último año con papilla de niño por toda la ropa.


—Supongo que en ese caso tiene sentido.


—Mi comida favorita de verdad es la pizza de New York, con champiñones y cebolla, recién sacada de la caja.





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