jueves, 30 de abril de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 2





El tono del hombre relajó a Paula como si fuera un animal nervioso. Si estiraba el cuello podía ver vagamente el contorno de su rostro, pero desde tan cerca resultaba demasiado borroso. 


Cuando relajó los músculos del cuello y dejó de mirarlo, su boca y su frente presionaron contra la tela de su camisa.


—Se me está durmiendo el brazo —dijo. 


También se le estaba durmiendo la pierna herida, pero esta se encontraba demasiado lejos como para preocuparse por ella.


—Tratemos de movernos.


—¿Cómo?


—Planificación y comunicación. Las claves de cualquier operación conjunta.


Paula trató de reír, pero lo que surgió fue más parecido a un sollozo.


—Ya que estamos en ello, ¿por qué no nos planteamos también una meta definida? —logró decir.


—Buena idea. Mi meta fundamental en estos momentos es sacar los dedos de debajo de tus costillas. Las tienes muy duras.


—He... He perdido peso últimamente. Me llamo Paula.


—Ah, sí, bueno... no hace falta que te disculpes, Paula. No habríamos encajado aquí si pesaras quince kilos más.


—¿Y tú? ¿Cómo te llamas?


—Alfie.


—Alfie —repitió Paula, y saboreó el viril sonido—. Alfie, ¿puedo mover mi brazo? —Lo sentía frío y duro como el mármol—. ¿Y mi mochila?


—¿Es eso lo que palpo con los dedos? Cuero, ¿no?


—Sí.


—¿Tienes algo útil dentro? ¿Comida, o algo de beber?


—Un poco de agua mineral y una barra de chocolate —Paula había sido exploradora. Siempre, o casi siempre, estaba preparada.


—De manera que he rescatado a la persona adecuada, ¿no?


—Solo que no me has elegido. Solo ha sido...


—No, no te he elegido. Ha sido instintivo. He gritado a los otros y te he hecho rodar hasta esta cavidad porque eras la única a la que podía alcanzar. Tú y yo éramos los únicos que estábamos bajo la maldita grúa y su estúpido operador.


—¿Trabajas en esta obra?


—No, solo estaba de visita. Menuda bienvenida.


—Yo también acababa de llegar. Estaba buscando al capataz. ¿Se ha librado el resto de la gente?


—No lo sé. Un par de ellos ya estaban lo suficientemente apartados, pero no creo que se hayan librado todos.


—Yo tampoco.


Permanecieron un momento en silencio. No se oían voces, ni gritos, ni se percibía movimiento. 


Se escuchaba una sirena en la distancia, pero debía estar sonando en algún otro sitio. No había pasado suficiente tiempo como para que hubiera llegado algún auxilio, pero ambos sabían que llegaría pronto.


—¿Cuánto tiempo tardarán en sacarnos? —Paula no sabía por qué sentía la necesidad de pedir la opinión de su compañero. Aquella experiencia tenía que ser tan nueva para él como para ella, y no había muchas personas en su vida a las que pidiera su opinión.— No sabemos cuánto ha caído, ni quién más está bajo los escombros.


—No, claro que no. Lo siento; no tienes por qué tener todas las respuestas.


—No importa. ¿Por qué no nos centramos en tratar de sacar ese chocolate?


Resolvieron el asunto como habían acordado. 


Se propusieron una meta, planearon una estrategia y se comunicaron. Primero, Alfie tenía que sacar los dedos de debajo de Paula. Ella notó como los deslizaba por su costado y acababan apoyados contra la parte baja de su estómago. Oyó que Alfie gruñía.


—Espero que esto no vaya a ser peor —dijo—. ¿Puedes volver a colocar tu brazo?


—Creo que sí —Paula rozó el cemento con el codo—. Pero no sé dónde ponerlo —rio y en su risa hubo un matiz de histeria que ambos captaron.


—Tranquilízate —dijo él —. En torno a mi hombro, ¿de acuerdo?


—De acuerdo —fue agradable apoyar la mano allí. La camisa de franela de Alfie era suave, y los músculos que había debajo grandes y cálidos.


—De acuerdo. Ahora voy a tratar de retirar esa mochila de tus hombros.


—¡Sí, por favor! Dime qué necesitas que haga.


Les llevó varios minutos de dolor y esfuerzos, y sus cuerpos tuvieron que entrar en contacto íntimo. En determinado momento, el rostro de Alfie estaba presionado contra los pechos de Paula, que estaban extrañamente plenos y sensibles. Un minuto después, ella tuvo que mover las caderas contra las de él para poder cambiar de posición y sintió la repentina tensión de Alfie cuando rozó su entrepierna.


Pero el hecho de tener que tocarse no les produjo ninguna incomodidad. De hecho, hubo momentos en los que les pareció que aquella era la única prueba de que estaban vivos. Hacía tiempo que Paula no sentía una necesidad tan urgente de contacto físico.




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