viernes, 1 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 5





«Dios mío, ¿cómo voy a lograr que pare?», se preguntó Pedro. «Sufre alguna clase de conmoción. Va a odiarse por haber dicho todo lo que ha dicho».


Cada dolorosa palabra. Estaba seguro de ello porque él ya se odiaba por haber pronunciado aquellas cuatro palabras: «Culpa más que pena».


¿Cómo era posible que hubieran alcanzado aquel nivel emocional tan rápido?


Paula Chaves había llegado a la obra hacía una media hora. Él la había visto desde la ventana de las oficinas, donde estaba examinando los planos del sistema de seguridad del edificio.


Sabía que se trataba de Paula Chaves, hija y heredera del dueño de la empresa de mobiliario y maquinaria Chaves. Había acudido a ver la construcción de la nueva tienda de la empresa y su visita había sido programada hacía una semana.


Pedro sentía curiosidad respecto a ella y había buscado una buena excusa para acudir a la obra a echarle un vistazo de cerca. Su padre había sido sargento en la compañía del padre de Paula en Corea, y aunque apenas se habían mantenido en contacto, la relación era lo suficientemente fuerte como para que Otie Chaves hubiera oído hablar de la creciente empresa de Pedro y le hubiera encargado el sistema de seguridad para el nuevo edificio.


Paula había aparcado su caro coche junto a la acera y había avanzado animadamente por el abrupto terreno de la obra, marcado por las profundas huellas de docenas de camiones pesados. Le había parecido muy guapa con su blusa roja de seda y sus elegantes pantalones negros, que realzaban el castaño brillante de su pelo y su piel blanca. Llevaba una mochila de diseño a su espalda y alguien le entregó un casco de protección, aunque no tuvo tiempo de ponérselo.


Un minuto más tarde, el hombre que manejaba la grúa no se había fijado lo suficiente en lo que estaba haciendo y Pedro había llegado justo a tiempo de arrojarse junto a ella en la cavidad en la que se encontraban.


En aquellos momentos, su pecho estaba presionado con fuerza contra dos generosos senos, hinchados y especialmente sensibles. 


Sus muslos aprisionaban los de ella. También notaba una incómoda sensación de inflamación justo debajo del cinturón, pero esperaba con toda su alma que ella no lo hubiera notado.


Más abajo aún notaba cierta humedad espesa empapando la tela de sus vaqueros. 


Sospechaba que era sangre, sangre de Paula, pero no quiso decir nada. Ella no lo había mencionado, de manera que era posible que no supiera que estaba herida.


Era tan agradable estar junto a ella, sentir su calidez, su delicioso olor... ¿Cuánto tiempo hacía que no estaba tan cerca de una mujer? Aquello explicaba la hinchazón en sus vaqueros. Solo hacía cuatro meses que Barby había muerto, pero antes ya llevaban meses sin tocarse.


Un hombre lo necesitaba. Lo echaba de menos. 


Los abrazos y achuchones que intercambiaba con sus pequeños no eran lo mismo. Pero los chicos eran estupendos. Sí, quería a sus hijos con todo su corazón, y le hubiera gustado que supieran que estaba vivo, aunque dudaba que su madre se hubiera enterado ya del accidente.
Niños...


No dejaba de pensar que le habría gustado echar el guante al tal Benjamin para soltarle unas cuantas verdades.


« ¡Estás comprometido con ella, amigo! Vas a casarte en menos de una semana, y esa no es forma de reaccionar cuando tu prometida te dice que está embarazada. Por muchas dudas que tengas, por malo que sea el momento, lo primero que debes hacer es abrazarla y hacer que se sienta bien, decirle que eres feliz, de manera que ella no sienta que es la única a la que le está pasando. Incluso si después empiezas a echar humo por la cabeza y a maldecirte por haber dejado la protección exclusivamente en manos de ella...»


Notó que Paula estaba temblando de nuevo. Le habría gustado abrazarla mejor, con más fuerza, pero no era posible.


No creía que ella supiera quién era y se preguntó si le habría dicho que se llamaba Alfie por algún instinto de autoprotección. Todos sus amigos lo llamaban así. Incluso su madre solía llamarlo así ocasionalmente. Sin embargo, su nombre oficial era Pedro Alfonso, nombre que Paula habría reconocido. Entonces habría sabido que el hijo del viejo camarada de guerra de su padre no lamentaba la muerte de su esposa.


Pedro deseó no saber la mitad de lo que le estaba contando Paula sobre sus oscuros secretos. Resultaba doloroso. Nunca hubiera esperado que una mujer como ella poseyera tal vulnerabilidad interna. La desnuda honestidad de sus afirmaciones resultaba devastadora.


¿Y pensaba que era culpa suya que su prometido y ella no lo pasaran bien en la cama? ¿Que era demasiado cerebral en ciertos aspectos? Desde el punto de vista de Pedro, consciente de cada deliciosa parte de su cuerpo en aquellos momentos, aquello no parecía muy probable.


—Tranquilízate, cariño... tranquilízate —rogó con ternura.


—Lo único que me importa es no perder al bebé —susurró Paula—. Papá ni siquiera lo sabe todavía, y lleva tanto tiempo deseando un nieto...


—Para, por favor... no hablemos más de eso.


—Ayúdame... No logro dejar de temblar...


—Lo sé. Lo sé, cariño.


—No dejo de pensar que, tal vez, Benjamin se sentiría aliviado si... si lo perdiera. —De pronto, Pedro supo que solo podía hacer una cosa para silenciarla. Movió su boca un par de centímetros hacia abajo y otro par hacia delante y apagó las descarnadas palabras de Paula con un beso.


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