lunes, 27 de abril de 2020

CITA SORPRESA: CAPITULO 38





El sonido de unas ruedas en la gravilla del camino hizo que Derek se pusiera a ladrar furiosamente, tomándose muy en serio su papel de perro guardián.


Paula se pasó una mano por el pelo, en un vano intento de controlar los incontrolables rizos.


Estaba muy nerviosa porque iba a conocer a Estela. Pedro y Ariana habían ido a buscarla al
aeropuerto, de modo que había llegado el momento.


Por la mañana, Pedro no dijo nada de la noche anterior y se comportó como se comportaba siempre, con austera amabilidad, quejándose por el estado de la cocina y peleándose con Ariana, que quería recibir a su tía con unos vaqueros manchados de pintura y un jersey roto.


Paula casi se preguntaba si todo habría sido un sueño... pero seguía estremecida por la experiencia. Nerviosa, la conversación durante el desayuno había sido medio incoherente, a juzgar por las miradas de Ariana.


Pero tenía que enfrentarse a la temible Estela. 


Aunque no sería un problema fingirse enamorada de Pedro.


A primera vista, Estela Alfonso tenía poco en común con su hermano. Era unos años mayor y bastante más bajita. Vestía de forma elegante y llevaba el pelo corto, pero tenía los mismos ojos grises.


–¡No te puedes imaginar cuánto me alegra que Pedro haya encontrado a alguien! –fue el cálido saludo de Estela, que la abrazó en el porche–. Pero no me había dicho lo guapa que eres.


¿No le había dicho que era guapa? ¿Qué le habría contado a su hermana exactamente? ¿Que era mona, pero no podía compararse con Ana?


Pedro estaba sacando una enorme maleta del coche.


–No es guapa. –Estela y Paula lo miraron, sorprendidas.


–Vaya, muchas gracias. No sé si lo sabes, pero a veces hay sinceridades que duelen –
murmuró Paula, dolida.


–Es más que guapa. Es preciosa –dijo Pedro entonces–. Y no te lo dije porque pensé que lo verías por ti misma.


–Ah, muy típico de mi hermano. Dice algo que te saca de quicio y luego lo arregla para que no te enfades con él –sonrió Estela.


Ariana estaba deseando presentarle a Derek, que arañaba la puerta para que lo dejasen salir,
pero su tía no pareció impresionada.


–¿Qué clase de perro es?


–Uno muy maleducado –contestó Pedro.


–¡No es maleducado! –exclamó Ariana–. Es muy inteligente y está perfectamente entrenado,
¿verdad, Paula?


–Bueno, perfectamente... –sonrió ella, recordando las veces que tenía que perseguirlo por la casa para que soltase sus zapatillas.


Estela miraba a Derek con cara de asco. No dijo que era el perro más feo que había visto en su vida, pero como si lo hubiera dicho.


–¿De dónde lo habéis sacado?


–Es culpa de Paula. Se cayó encima de un montón de basura... y allí estaba Derek. Y con su cara de cachorro abandonado me está costando una fortuna en comida y visitas al veterinario.


–Papá...


–Es una broma, tonta.


Ariana le echó los brazos al cuello y Estela sonrió, encantada.


–Parece que las cosas han cambiado mucho por aquí. Incluso la casa ha cambiado. Es mucho más... agradable.


Pedro piensa que está hecha un desastre –sonrió Paula.


–La culpa también es de mi prometida –dijo él.


–Pues yo creo que ha mejorado mucho –afirmó Estela.


–¿Lo ves? Ariana, tú eres testigo –rió Paula.


Estela estaba deseando quedarse a solas con ella y rechazó la oferta de Pedro de acompañarla a la habitación.


–Paula, ven tú conmigo.


–Sí, claro.


Cuando llegaron arriba miró alrededor, encantada.


–Está todo muy bonito. Gracias.


Pedro me ha dicho todo lo que hiciste por él desde que su mujer murió.


–Sí, bueno, fue un momento horroroso –suspiró Estela–. Hice lo que pude, pero Pedro era inconsolable. Bueno, ya sabes lo testarudo que es... no dejaba que nadie lo ayudase y me rompía el corazón... llegué a pensar que nunca volvería a verlo feliz.


–Quería mucho a Ana.


Paula pronunció el nombre de Ana a propósito. Tenía que recordar que lo que había pasado
por la noche no cambiaba nada y que, por muchas historias que le contasen a su hermana, su sitio en aquella casa era sólo temporal.


–Llevo años diciendo que Ariana necesita una figura femenina y fíjate lo alegre que está. Nunca la había visto así de contenta. Y Pedro dice que todo es gracias a ti. Lo que no sabe, porque los hombres no se enteran de nada, es que es él quien ha cambiado. Tú has conseguido que baje la guardia, que sea feliz. Incluso has conseguido meter un perro en casa... ¡pero si a mi hermano ni siquiera le gustan los perros!


–Yo creo que Derek le gusta más de lo que quiere admitir.


–Pues eso. No lo había visto tan feliz en muchos años y todo es gracias a ti –dijo Estela entonces, con lágrimas en los ojos–. Pedro no me lo dirá nunca, ya sabes cómo es, pero me he dado cuenta de que está muy enamorado.


¿Ah, sí? ¿No decía Pedro que su hermana era tan perceptiva?


Pedro Alfonso no la quería, pero sí estaba más relajado. Si era o no feliz... Paula no se atrevía a
preguntárselo.


Durante aquellos días apenas tuvieron tiempo para estar solos y cuando se encerraban en el dormitorio no decían mucho. Lo habían dicho todo durante la primera noche.


Para los dos, todo era un poco irreal. Paula tenía que recordarse a sí misma que aquello era sólo una aventura. No quería estropear la felicidad de aquellas noches pensando en el futuro. Ya habría tiempo para volver a pisar el suelo cuando Estela volviese a Canadá.


Eso era lo que se decía a sí misma, pero cada día estaba más enamorada de Pedro. A veces lo miraba cuando estaba conduciendo, o cuando se ponía las gafas para leer el periódico... y se quedaba sin aire.


Estela era una invitada muy exigente, pero a Paula le caía bien. Era sincera y un poco brusca a veces, pero quería mucho a Pedro y a Ariana. 


Y era una persona llena de entusiasmo. Cuando le dijo que su amiga Paola había organizado una fiesta de compromiso, Estela se mostró encantada.


–Qué buena idea. Se os ve muy enamorados, pero no hacéis ningún plan –dijo durante la cena– ¿Habéis escogido ya fecha para la boda?
Pedro miró a Paula. 


–No tenemos prisa.


–Pero tampoco hay razón para esperar. Los dos sois mayorcitos y estáis viviendo juntos. ¿Por qué no os casáis de una vez?


–Eso es entre Paula y yo –contestó Pedro, irritado.


–Claro, pero deberíais pensar en los demás. Tenéis que avisar con tiempo para que Jorge y los niños puedan venir a Londres. Y los padres de Paula también tendrán que hacer planes...


–Ahora mismo están de vacaciones –la interrumpió Paula–. Y aún no les he hablado de Pedro.


–Pues yo no entiendo por qué tanto secreto –se quejó Estela–. Menos mal que tu amiga va a dar una fiesta de compromiso. Si fuera por vosotros no la haríais.


–Estela, ¿quieres dejar de organizarnos la vida? –protestó su hermano–. Paula y yo somos muy
felices.


–Sí, pero tenéis que pensar en Ariana.


–Ariana está muy contenta con la situación. ¿Verdad que sí, cariño?


–Sí –contestó la niña–. Pero me gustaría que os casarais. Así Paula se quedaría para siempre y
podría cuidar de Derek.


–Tu hija tiene más sentido común que tú, Pedro. No es que la prioridad sea el perro, pero tiene
razón. Si no tienes cuidado, perderás a tu novia. No querrás que te pase eso, ¿no?


Pedro miró a Paula, que parecía incómoda. 


Llevaba uno de esos tops suyos tan alegres, el pelo rizado como siempre, y los brillantes.


–No –dijo entonces–. No quiero eso.


–Yo no pienso irme a ninguna parte –bromeó ella–. Esta casa es muy bonita y Derek un amor. Y supongo que Pedro y Ariana tampoco están mal. ¿Por qué no iba a quedarme para siempre?


–¿Lo prometes? –preguntó Ariana. Paula se aclaró la garganta.


–Lo prometo –contestó, deseando que fuera verdad




domingo, 26 de abril de 2020

CITA SORPRESA: CAPITULO 37





Hicieron el amor sin hablar, con un ritmo antiguo e instintivo que los dejó sin aliento a los dos.


El placer se hacía casi insoportable y cuando por fin terminó, Paula se quedó jadeando con la
cabeza del hombre sobre su pecho.


Unos segundos después, Pedro se apartó, mascullando algo que Ariana habría identificado como una palabrota.


–Lo siento. No quería que pasara esto –murmuró.


–Ha sido culpa mía –dijo ella, intentando parecer contrita. Debería sentirse culpable, pero no era así. Llevaba semanas deseando hacer el amor con Pedro y no se sentía en absoluto culpable.


Todo lo contrario:
–Estaba medio dormida –aquello no era del todo verdad, pero estaba demasiado encantada consigo misma como para preocuparse de detalles–. Supongo que me he dejado llevar un poquito.


–Creo que los dos nos hemos dejado llevar –murmuró él, burlón.


Paula se apoyó en el codo para poder mirarlo bien. 


–¿Lo lamentas?


–No. Y no puedo decir que no supiera lo que estaba haciendo, pero ha sido muy irresponsable por parte de los dos. ¿Y si te quedas embarazada?


–No lo creo. Sigo tomando la píldora.


Seguía sintiéndose asombrosamente bien, relajada y feliz. Y era una sensación que no quería perder. Sabía que Pedro estaba a punto de decir: «Esto no debe volver a pasan», y no estaba segura de poder soportarlo.


–Mira, no le hemos hecho daño a nadie. Creo que los dos necesitábamos un poco de consuelo y lo hemos encontrado. ¿Qué hay de malo en eso?


No quería alarmarlo demostrándole sus sentimientos.


–No significa nada para ninguno de los dos, pero ésa no es razón para que no lo pasemos bien. Sólo estaré aquí durante unas semanas y ya que compartimos habitación... a menos que tú no quieras, claro.


–Yo diría que puedo resignarme –sonrió Pedro


Paula tardó un segundo en darse cuenta de que
estaba bromeando.


–Sólo es algo temporal. Sólo mientras tu hermana esté aquí.


–Claro.


–No pasa nada.


–No –dijo él.


–Ninguno de los dos quiere mantener una relación.


–Ya.


Silencio.


Paula lo estudió, incómoda, sin saber qué decir.


¿Estaba lamentando lo que habían hecho? En
la oscuridad, su expresión era más indescifrable que nunca.


Lo importante era que no la había apartado, razonó. Habría más noches como aquella. No podía pedir más. Sería demasiado egoísta pedir que la amase.


Por el momento, decidió Paula, haría lo que habían acordado. Por el momento era suficiente,
pensó, deseando abrazarlo de nuevo.


–De todas formas, siento haberte despertado.


Pedro le pasó un brazo por la cintura y ella tuvo que disimular un suspiro de placer.


–¿Lo sientes mucho? –Paula sonrió.


–¿Quieres que te demuestre cuánto lo siento?




CITA SORPRESA: CAPITULO 36




Aún no había amanecido cuando Paula se despertó, con un brazo sobre su cintura. Un brazo fuerte, masculino que la apretaba contra el cuerpo de un hombre.


Pedro. Debió de haberse dado la vuelta durante el sueño, pensó. Podía sentir su aliento en la
nunca y eso era suficiente para hacerla estremecer.


Ya no podía volver a dormirse. Era muy tarde. 


Demasiado tarde. Incluso con los ojos cerrados,
notaba cada milímetro de su propio cuerpo, quemando bajo el brazo de Pedro. Le gustaba tanto estar así... Ojalá pudiera volverse para tocarlo, para despertarlo con sus besos... Podría volverse.


Podría besarlo. Podría aparentar que estaba dormida.


Una vez que la idea se asentó en su cabeza, era imposible pensar en otra cosa. Sería una bobada y podría morirse de vergüenza, pensó. Debía mantener las distancias... y darse la vuelta para besarlo era una locura.


Pero le gustaría tanto...


Siempre podía parar, se dijo Paula. No tenía que ir tan lejos. Ni siquiera tenía que despertarlo.


Sólo quena saber cómo era estar entre sus brazos; quería saber si Pedro sonreiría al notar sus labios.


No era pedir demasiado, ¿no?


Paula se movió un poco, pero Pedro seguía respirando rítmicamente, ajeno a su turbación.


¿Cómo podía estar durmiendo cuando ella estaba temblando de deseo? ¿No podía intuir cómo lo deseaba?


Podía estar tumbada toda la noche, sin moverse, o podía ver qué pasaba si tomaba la iniciativa.


Respirando profundamente, dejó escapar un leve suspiro y se dio la vuelta. Pero Pedro, sin despertarse, se tumbó de espaldas y apartó el brazo.


Qué típico. Paula lo miró, frustrada. Incluso en sueños parecía dispuesto a resistirse. «Bueno, ya veremos», pensó ella. Pedro era mucho más alto que ella de pie, pero tumbados armonizaban a la perfección. Entonces puso un brazo sobre el torso masculino y apoyó la cabeza en su cuello,
respirando el olor de su piel. Y él seguía dormido.,,


«Déjalo ya», se dijo Paula. Pero no podía.


Sin pensar, acercó los labios a su cuello y después, suavemente, fue subiendo hasta su cara.


Sus manos también parecían tener voluntad propia porque empezaron a meterse bajo la chaqueta del pijama...


Estaba jugando con fuego y lo sabía, pero le daba igual. Iba a desabrochar el primero botón del pijama cuando notó que la respiración de Pedro se detenía.


Lo había despertado.


Nerviosa, levantó la cara y vio el brillo de sus ojos en la oscuridad. Ya no podía aparentar que
estaba dormida. Seguramente lamentaría aquello por la mañana... o toda la vida, pero en aquel momento no quería pensar.


Pedro se quedó inmóvil, parpadeando, intentando despertarse del todo. Y se quedó mirándola en silencio durante unos segundos. 


Entonces levantó la mano y empezó a acariciar su pelo.


Cuando sus labios se encontraron por fin, el sueño desapareció. Se besaron fervorosamente, una y otra vez, como para compensar el tiempo perdido. La mano de Pedro se deslizaba insistentemente por el camisón de satén, buscando el bajo; y cuando lo encontró tiró hacia arriba y acarició sus muslos, la curva de sus caderas...


Al sentir la mano del hombre en su piel desnuda, Paula emitió un gemido. Intentó desabrochar el pijama, pero le temblaban tanto las manos que, al final, Pedro se lo quitó de un tirón y se colocó 
abruptamente encima. Paula enredó los brazos alrededor de su cuello, apretándolo, disfrutando del roce de su espalda desnuda...


La asustaba que Pedro se diera cuenta de lo que estaban haciendo. Pero quería abandonarse completamente al roce de sus manos, al calor de sus labios, al peso de su cuerpo, que la enardecía.




CITA SORPRESA: CAPITULO 35





Por supuesto, todo parecía muy fácil en la cocina, pero cuando llegó el momento... Al menos había llevado un camisón, pensó. Paula se desnudó en su cuarto y pasó las manos por el delicado satén. Iba a entrar en la habitación de Pedro, iba a tumbarse en su cama... Y estaba nerviosísima.


Cubriéndose con un albornoz, suspiró profundamente y llamó a la puerta.


Pedro la estaba esperando de pie, con un pijama arrugado. Y parecía muy incómodo.


Seguramente no solía dormir con pijama y lo había sacado de algún cajón.


–Yo dormiré en el suelo.


–Pero eso no serviría de nada, ¿no? –murmuró ella, sin mirarlo–. Además, la cama es muy
grande. Hay sitio para los dos. Y supongo que no intentarás propasarte.


Pedro levantó los ojos al cielo.


–Claro que no.


–¿En qué lado duermes?


–A la derecha –contestó él.


Paula se quitó el albornoz y se metió en la cama con aparente tranquilidad. Su profesora de interpretación estaría orgullosa de ella. Lo estaba haciendo como si aquello fuera lo más normal del mundo. Pedro apagó la luz y se tumbó a su lado.


–Buenas noches.


–Buenas noches.


Ya estaba. No había pasado nada. Pedro Alfonso estaba tumbado a su lado y no pasaba nada.


¿Qué iba a pasar? 


Paula se mantuvo tensa, quizá esperando... pero no, unos minutos después sólo podía oír la rítmica respiración de su compañero de cama.


Y poco a poco fue relajándose. Cuando le quedó claro que estaba dormido, se felicitó a sí misma. 


No pasaba nada. No iba a pasar nada en absoluto. Eso era lo que quería, ¿no?