lunes, 9 de diciembre de 2019

SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 49




-SE te ha ocurrido enviar estos dibujos a alguna editorial? -preguntó Pedro, mirando los dibujos que había hecho para los cuentos de Maia.


-No los mires, algunos están sin terminar -protestó ella-. Pero a Maia le encantan las hadas -añadió, recordando la cara de sorpresa de Pedro al ver el mural de hadas que decoraba la habitación de la niña-. No creo que le interesen a nadie más.


-Tienes un talento increíble, de verdad -insistió él-. ¿Por qué no terminaste la carrera?


-Porque me quedé embarazada y estaba hasta el cuello de deudas. A Leo, mi ex marido, le gustaba vivir por encima de sus posibilidades. Cuando se marchó, se llevó el coche, el estéreo y todo lo que no estuviera colgado a la pared. Y me dejó las facturas. 


-Menudo canalla.


-Sí, desde luego. Yo estaba tan cegada de amor... o por lo que creía amor, que no supe pararle los pies. Pero estaba embarazada y sola, mis padres tenían sus propios problemas y le agradecí que se quedara a mi lado. Eso duró unos meses. Enseguida me di cuenta de que era un mequetrefe.


-De todas formas, supongo que fue duro para tí.


-Lo fue, sí -suspiró Paula-. Pero todo fue más fácil cuando Leo se marchó. Al menos así sabía lo que me gastaba cada mes.


No quería ni recordar aquellos días trabajando en un supermercado mientras Nora cuidaba de la niña. Decidida a forjarse una vida mejor. 


Paula había hecho un curso de secretariado y se quedaba estudiando durante toda la noche, mientras la niña dormía.


-Deberías sentirse orgullosa de ti misma.


-Y lo estoy.


-Maia es una niña preciosa.- Una niña que en un solo día había despertado su instinto protector. Y algo más. Él nunca había sentido mucho interés por los hijos de sus hermanas, pero Maia era diferente. Y si quería tener una relación con Paula, debía aceptar que para ella su hija siempre sería lo primero.- ¿Tu ex marido ve mucho a Maia?


Paula se encogió de hombros.


- Visitas exporádicas cada seis meses. Él esperaba un niño... alguien a quien pudiera llevar al fútbol, pero en lugar de eso tuvimos a Maia, una niña pequeñita y frágil que no dejaba de llorar porque tenía cólicos.


-Pobre.- Sonrió Pedro.


-La novedad de tener una mujer y una hija se esfumó pronto y Leo me acusó de ser frígida... aunque si quieres que te sea sincera, lo último en lo que pensaba cuando me metía en la cama era en el sexo. Así que mi ex marido empezó a buscarlo en otro sitio.


Luego pensó en hablarle del sorprendente interés de su ex marido por ver a la niña, el cheque que le había dado por todos esos años sin pasar la pensión de manutención... pero decidió que era demasiado para el primer día.


-Te aseguro que no eres frígida -sonrió Pedro.


-Ya lo sé. Creo que eso quedó demostrado en Yorkshire.


-Definitivamente, no eres frígida.


Paula sonrió.


-La verdad es que con Leo nunca fue así. Y no me había acostado con nadie más.


-Y espero que no lo hagas ahora -sonrió Pedro.


-Por supuesto.


Evidentemente, estaban teniendo una relación. 


Pero, ¿dónde iba esa relación? Pedro no le había pedido que saliera formalmente con él, ni siquiera habían hecho planes para verse otro día. Y, sin embargo, no podía decirle que no. Además, a Maia le había caído bien. 


-¿Tienes hambre? No sé si hay algo en la nevera, pero puedes quedarte a cenar.


-Podríamos pedir comida china –sugirió él-. He visto un restaurante cuando venia hacia aca.


-Ah, buena idea. Me encanta la comida china.


Pedro se puso la chaqueta. 


-Vuelvo enseguida.


Quince minutos después Paula contestó al teléfono, segura de que sería él para comprobar si el pedido era de su gusto. Pero no era Pedro.


-Te estoy vigilando, zorra. Tu amante se ha ido, pero yo sigo aquí.


Tenía que ser Leo, pensó Paula mientras colgaba el teléfono. Había intentado disimular la voz, pero era él. Brian, el vecino, debía haberlo llamado por teléfono y seguramente estaría en su casa, pero la idea de que estuvieran vigilándola la ponía enferma.


Un golpecito en la puerta señaló el regreso de Pedro, que frunció el ceño al ver su expresión.


-¿Que ha pasado?


-Nada, nada. Es que ya no tengo hambre -contestó Paula-. Lo siento, pero estoy agotada. Si no te importa, me gustaría irme a la cama.


-¿Qué pasa, Paula?


-Nada.


El teléfono volvió a sonar y ella se sobresalto.


-¿Qué pasa?


-Nada, nada...


Cuando Paula iba a contestar, Pedro le quitó el teléfono y escuchó la retahila de insultos con total calma.


-No sé si sabes que la compañía de teléfonos está vigilando esta línea, amigo. Y esta llamada ha sido grabada. Estás hablando con el representante legal de Paula Chaves. Nos veremos en los tribunales -dijo antes de colgar.


-Qué horror...


-No es la primera vez que pasa, ¿verdad?


-No, no es la primera vez -suspiró ella dejándose caer sobre el sofá.


-¿Y quién crees que es, tu ex marido?


-No lo sé. Sí, bueno, yo creo que es Leo. Pero ahora has empeorado las cosas.


-¿Yo?


-Sé que intentas ayudarme, pero Leo se pondrá furioso y eso siempre es malo para mi hija... Hay que usar el sentido común con los psicópatas y mi ex marido lo es.


-Mañana a primera hora tienes que llamar a la compañía de teléfonos para que cambien tu número. Y luego yo llamaré a la policía. Cariño, hay leyes que impiden que un canalla como tu ex marido siga asustándote.


-No lo entiendes. Leo es muy listo. Seguramente le dirá a la policía que yo estoy loca o algo así. Les dirá que soy una mala madre para Maia. Haría lo que fuera para quitarmela.


-¿Quiere quitarte la custodia de la niña?


-No estaba interesado hasta que conoció a esa mujer... no puede tener hijos y, como tiene dinero, Leo ha decidido que van a formar una familia.


-Pero ningún juez le daría la custodia. Tú tienes trabajo, puedes mantener a tu hija y lo has hecho desde que nació... no te preocupes, se esta tirando un farol. Tengo amigos especializados en derecho de familia y te aseguro que tendrás él mejor abogado.





SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 48




-Así que ya está.- le dijo a Chris una hora después-. Vio a Maia y se marchó a toda velocidad.


-Supongo que se ha llevado una sorpresa.


-No le has visto la cara. Miraba a Maia como si fuera la hija de Frankenstein, Chris. Por alguna razón, odia a los niños. No puedo seguir trabajando para él, claro, pero dentro de dos semanas es Navidad... ¿Qué voy a hacer?


Entonces sonó el timbre y mientras Chris iba a abrir, Maia se subió a un taburete y miró a su madre solemnemente.


-¿Pedro es un hombre bueno, mamá?


-No, es arrogante, impaciente, irritante...


-Gracias por la descripción.-oyó una voz a su lado-. Pero seguro que se te ocurrirán adjetivos mejores.


-… Fisgón, engreido… - siguio Paula, sin asustarse. Aunque mentalmente admitía también «guapísimo» y «sexy». Su presencia en la cocina la dejaba reducida al tamaño de una casita de muñecas y era tan inesperada que tuvo que tragar saliva-. ¿Que haces aquí? Pensé que odiabas a los niños.


-¿Y de dónde has sacado esa idea?


-Margarita me dijo durante la entrevista que no querías contratar a nadie que tuviera hijos o que pensara quedarse embarazada. Yo estaba desesperada por conseguir un trabajo y...


-Y mentiste.


-A veces hay que mentir cuando uno necesita algo -replicó Paula-. Y, por lo visto, tú te niegas a contratar a mujeres con hijos...


-No me niego...


-Me pregunto qué habría pensado tu madre si se hubiera visto obligada a trabajar para sacar adelante a su familia.


Pedro se pasó una mano por el pelo.


-Mira, no es que no me gusten los niños. La verdad es que nunca he tenido mucho contacto con ellos. Pero Maia... es preciosa. ¿Ha heredado tu mal carácter?


-No, Maia es más tranquila que yo.


-Deberías haberme advertido el primer día que mi vida no volvería a ser la misma después de conocerte -dijo Pedro entonces. 


Desde el salon, Paula podía oír a Chris leyendole un cuento a su hija. Era la hora del almuerzo y había muchas cosas que hacer, pero se sentía como anclada al suelo, incapaz de moverse.


- Vas a casarte con Celina.


-No, rompí el compromiso en cuanto volví de Yorkshire.


-¡Oh, no! Pedro, no puedes... Celina debe de haberse quedado destrozada.


-¿Y qué esperabas que hiciera? ¿Cómo voy a casarme con Celina si le he sido infiel incluso antes de pasar por el altar? Está dolida y furiosa, claro, pero eso es mi problema, Paula. Mi responsabilidad. Tú no puedes hacer nada al respecto.


-Entonces, ¿qué pasa ahora? Lo que ocurrió entre nosotros fue un error. Yo no estoy dispuesta a acostarme contigo cada vez que tengamos que salir de viaje.


-Muy bien -dijo él-. Porque no quiero esperar a un viaje para acostarme contigo otra vez.


-Pedro, yo tengo a Maia, una hipoteca, responsabilidades... No puedo tener una aventura contigo.


-¿Puedes negar que hay algo entre nosotros. Dime que no sientes nada por mí, que la noche que pasamos juntos fue sólo sexo y te prometo que me marcharé.


-No, no puedo decir eso.


-Yo te he deseado desde que caíste en mis brazos aquél día, durante la tormenta. Te miré a los ojos y supe que estaba perdido. Y luego, cuando te vi en mi despacho supe que quería algo mas que una relación Jefe-secretaria. Pero entonces me dijiste que estabas casada...


-Sí, bueno, lo que pasó en el parque me dejo un poco asustada y pensé que lo mejor sería decirte que estaba casada para que no pensaras que intentaba cazarte o algo así. Margarita me había advertido que habíais despedído a una secretaría porque queria ligar contigo...
Ahora todo suena absolutamente absurdo, pero en ese momento me pareció lo mejor. Aunque lo siento.


-¿Cuánto lo sientes? ¿Tanto como para darme un beso?


Pedro la tomó entre sus brazos y buscó su boca con ansiedad. Era como volver a casa después de una larga ausencia, pensó Paula, enredando los brazos en su cuello.


-Mami, tengo hambre.


Paula se apartó de un salto. 


-Ahora mismo, cariño. Pedro, yo...


-No te preocupes. Iremos paso a paso -sonrió él, dándole un beso en la nariz-. Eso es todo lo que te pido. Descubrir que tenías una hija ha sido una sorpresa, desde luego. Y no sé dónde va esto, cariño... Si alguien me hubiera dicho que iba a estar así hace un par de meses me habría reído. Pero aquí estoy, pidiéndote una oportunidad para tener un sitio en tu vida y en la de tu hija.


-Paula, he Puesto un DVD para Maia.- la llamo su hermano desde el salón-. Voy a tomar una cerveza al pub. ¿Te parece bien?


-Sí, claro.


-Puedo quedarme si quieres.


-No, no hace falta -le aseguró ella, divertida al ver como Pedro y su hermano se miraban-. Pedro se queda a comer.


Paula metió un par de pizzas en el horno y preparó una ensalada mientras escuchaba las voces en el salón: una masculina, la otra una voz de niña, su niña.


Pedro había sido sincero al admitir que no sabía dónde iba aquella relación, pero estaba segura de que no le haría daño a Maia.


Y sólo podía rezar para que no le hiciera daño a ella.





SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 47





Pedro no volvió a la oficina durante toda la semana y Paula se dijo a sí misma que así al menos podría trabajar tranquila. No habría forma de escapar de la conversación que tenían pendiente, desde luego, y había decidido que no habría más secretos entre ellos. Le contaría todo, incluida la existencia de su hija.


Su relación con Pedro Alfonso no había empezado con buen pie y, por supuesto, tampoco iba a acabar bien. De modo que debería ir buscando otro trabajo.


El Sábado amaneció frío pero con sol y Paula aprovechó el buen tiempo para barrer las hojas del jardín, mientras Maia trotaba tras ella con su carretilla de juguete.


Esa era su vida, se recordó a sí misma mientras observaba a la niña correr entre las hojas. Su hija era lo mas importante del mundo para ella, pero no podía contener el dolor que sentía cada vez que pensaba en Pedro. Un dolor que la hacía sentir como si sólo estuviera viva a medias.


Lo echaba tanto de menos, que le dolía. Si cerraba los ojos podía ver su cara... ¿Como iba a olvidarlo?


Aunque encontrase un trabajo nuevo al día siguiente y no volviera a verlo nunca, jamas podría olvidarse de él. Pedro Alfonso era su otra mitad y sin el se sentía incompleta, pero no era suyo. Pedro amaba a otra mujer e iba a casarse con ella. De modo que tendría que aprender a vivir sin él.



*****

Pedro aparcó el coche y se miró un momento en el espejo retrovisor, maldiciendo en voz baja al ver el corte que se había hecho en la barbilla mientras se afeitaba por la mañana. 


Mientras apretaba el timbre de Paula, se pasó una mano por el pelo, revelando el gesto una tensión que intentaba disimular.


Volvió a llamar al timbre, pero aparentemente Paula no estaba en casa... Entonces oyó una vocecita en el jardín y bajó los escalones para echar un vistazo.


-Tú no eres el lechero- le dijo una niña con el pelo del mismo color que el de Paula-. Ni el cartero. ¿Quien eres, Santa Claus?.


Pedro trago saliva.


- No, me temo que no. Soy Pedro. ¿Quien eres tú?


-Maia Juana Chaves.- contestó la niña-. Vivo en el numero sesenta y tres de la calle Cedar y mi conejo se llama Borrón.


-¿Maia? ¿Con quién estas hablando? - Paula apareció de repente y se quedó parada-. ¡Pedro!


Él parecía horrorizado, no había otra forma de describir su expresión.


-Ésta es mi hija, Maia.


-Lo sé, acabamos de presentarnos. Muy bien, bueno, yo me voy...


Pedro, espera!


Pero él no esperó y Paula lo vio alejarse en su coche. No había querido que se enterase de esa forma, pero... quizá era lo mejor.




domingo, 8 de diciembre de 2019

SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 46




Pedro no estaba por ninguna aparte cuando por fin Paula reunió valor para bajar al pub. La propietaria, la señora Pike, le explicó que se había ido con su marido en el tractor para intentar recuperar el coche.


A media mañana oyeron el ruido del tractor en la carretera. El Bentley iba enganchado con una cuerda y el corazón le dio un vuelco al ver a Pedro salir del coche y dirigirse al pub. Si había esperado que hacer el amor con él la liberase de aquella fascinación, estaba mas que equivocada 


Era como si su cuerpo reconociera a su pareja y quisiera redescubrir el dulce placer que podía darle...


-El coche no arranca, pero el señor Pike me va a prestar su Land Rover para que te lleve a la estación. Puedes tomar el primer tren a Londres y yo iré dentro de un par de días, cuando el Bentley esté reparado.


Paula asintió sin palabras y lo oyó suspirar.


-Paula, tenemos que hablar...


-El desayuno está listo -los interrumpió la señora Pike.


Cualquier cosa mejor que hablar con Pedro, pensó ella.


Permaneció en silencio mientras iban a la estación. Pedro estaba demasiado ocupado intentado que el Land Rover no patinase en la carretera como para decir nada. Solo cuando estaban en el andén, a punto de subir al tren, Paula lo miró y se quedó sorprendida por su expresión de tristeza.


-¿Qué vas a decirle a Chris?


-No lo sé.


-No tienes que quedarte con él, Paula. Sé que tú crees que lo quieres, pero eso no puede ser verdad. Y si él te quisiera, no te haría daño.


Evidentemente, se sentía culpable por Celina, pensó ella. Y saber que él la había ayudado a cometer adulterio sólo servía para que se odiara a sí mismo. Era hora de terminar con aquella charada.


-Yo quiero a Chris, Pedro. Pero no es mi marido. Me divorcié hace años.


-¿Qué? ¿Y entonces quién demonios es Chris?


-Es mi hermano.- contestó Paula mientras subía al tren.


Pero mientras buscaba su asiento, estaba segura de que no podría olvidar la expresión furiosa de Pedro.




SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 45




Paula se colocó de lado en el viejo sofá maldiciendo entre dientes cuando su cadera choco con un muelle rebelde. El sofá estaba tapizado con un tejido curioso... no le extrañaría que fuera pelo de caballo. Y mientras se daba la vuelta intentando encontrar una posición más cómoda, la manta se le cayó al suelo. 


-Pedro, ¿estás despierto? 


Ningún sonido llegó desde la cama. Debía de dormir como un tronco. Pero, claro, él estaba durmiendo en una cama doble mientras ella tenía que dormir en el sofá más incómodo del mundo.


Aunque estaba durmiendo allí por decisión propia.


-La cama es suficientemente grande para los dos -había insistido él, negándose a dormir en el sofá-. Por favor, Paula. Estoy harto de caminar, agotado. Mi libido es lo último que me preocupa en este momento... y verte con ese camisón de algodón tampoco es que incite mi deseo precisamente.


-No pienso compartir cama contigo y se acabó. Prefiero dormir con una víbora.


-Como tú quieras -sonrió Pedro, desabrochando su camisa. 


Pero cuando empezó a quitarse los pantalones. Paula entró corriendo en el baño.


Estaba helado.


Mientras intentaba recuperar la manta del suelo, maldecía a Pedro Alfonso, pero su negativa a compartir cama no era por miedo a que él se aprovechara de la situación. Como él mismo había dicho aquel camisón de Mujercitas no era precisamente para volver loco de deseo a nadie.


Pero al ver su torso desnudo, sus hormonas se habían vuelto locas. Era de sí misma de quien tenía miedo.


Al oír que suspiraba de contento al darse la vuelta, Paula se sentó en el sofá y le dio un puñetazo a la almohada.


-Duerme como un tronco. 


Pedro sonrió.


Cinco minutos más y tendría que hacerse cargo de la situación, pensó. Pero no tuvo que hacerlo, porque unos segundos después notó que el colchón se hundía y la oyó meterse entre las sábanas.


El colchón tenía que ser tan viejo como el sofá, pensó Paula, agarrándose al borde para no caer rodando sobre su compañero de cama. Pero estaba calentito. Podía sentir el calor que emanaba del cuerpo de Pedro y se alejó un poco más para evitar la tentación. Era lo mejor.


Pero se le cerraban los ojos y estaba tan cansada... al final, cayó rodando hacia Pedro y se acurrucó en su costado.


Seguía oscuro cuando Paula despertó, pero la luz de la luna se colaba por las cortinas lanzando sombras sobre la habitación. Estaba calentita y cómoda, pero al estirarse tocó algo duro y cuando volvió la cabeza descubrió que estaba durmiendo en los brazos de Pedro.


Debería moverse, pensó. Pero él seguía dormido, así que ¿qué daño podía hacer robar unos minutos de placer? Tenía la sábana sobre el pecho y Paula no pudo evitar levantarla un poco para mirar...


Debería estarse quieta, le dijo una vocecita. 


Pero la tentación de empujar la sábana un poco más hacia abajo era demasiado fuerte...


-¡Serás cotilla!


Paula soltó la sábana a toda velocidad.


- ¿Desde cuando estás despierto?


-El tiempo suficiente. Y creo que esto está durando demasiado.


Los dos se quedaron callados y el tictac del reloj sonaba como una bomba en la silenciosa habitación.


-¿Qué quieres decir?


-Creo que te has dado cuenta, como yo, de que esto era inevitable desde el principio. Este deseo, esta urgencia, es demasiado fuerte, Paula. Besame.- le ordenó Pedro.


Mientras se besaban, Pedro acariciaba su pelo y sujetaba su cabeza como si temiera que fuese a escapar. Pero ella estaba ahogándose en un mar de sensaciones y agarrarse a sus hombros era su única salvación.


-Quiero hacerte el amor -susurró él, tirando hacia arriba del camisón-. Eres exquisita- añadio después, admirándola a la luz de la luna mientras acariciaba sus pechos con suavidad.


Pero, de repente, Paula no quería que fuese tan suave. Pedro intuyó su deseo y se tumbó sobre ella. El roce de los fuertes muslos sobre su piel, la dureza de su erección en el estómago... fueron suficientes para hacerla sentir más excitada que nunca en toda su vida. Pedro la besó con una pasión que le robaba el aliento y ella le devolvió el beso con un fervor que no le dejó duda alguna. Paula lo deseaba tanto como él. Estaban unidos por un lazo invisible y no había vuelta atrás.


Paula gimió cuando Pedro inclinó la cabeza para lamer sus pezones. Y cuando se metió uno en la boca y empezó a chuparlo tuvo que morderse los labios para no gritar. Luego, separó sus piernas para empezar allí una exploración que la dejó sin aliento...


Lo deseaba, lo deseaba. Era una letanía que se repetía en su cabeza una y otra vez mientras Pedro lanzaba un gemido ronco al encontrarla húmeda y preparada para él. 


Cuando se colocó encima, Paula sintió cierta aprensión al ver lo grande que era, pero casi instantáneamente el miedo se disipó... para ser reemplazado por el deseo de sentir lo dentro, de estar unidos como un solo ser.


Pedro deslizó las manos bajo sus nalgas para levantarla un poco y ella abrió las piernas un poco más para acomodarlo, incapaz de contener un gemido cuando él la penetró de una sola embestida. Por un momento se puso tensa, había pasado mucho tiempo y sus músculos ya no estaban acostumbrados, pero Pedro esperó, besándola hasta que la notó relajada. Solo entonces empezó a moverse. El marcaba el ritmo despació al principio, entrando en ella con cuidado para que las olas de placer llegasen una a una, de forma casi imperceptible, hasta que Paula se encontró al borde del abismo, incapaz de creer lo que le estaba pasando.


Pedro! -gritó su nombre mientras él empujaba de nuevo, tan profundamente que estaba segura de que iba a explotar con la intensidad del placer. Nada la había preparado para la exquisita sensación del primer orgasmo y se agarró a Pedro mientras seguía empujando en busca de su propio placer, llevándola con él cuando llegó al final y cayó sobre su pecho.


Cuánto tiempo estuvieron así, uno en brazos del otro, intentando recuperar el ritmo normal de la respiración, no lo sabía, pero cuando por fin Pedro se apartó Paula sintió que le faltaba algo.


-¿Te encuentras bien? ¿Te he hecho daño?


Su voz era ronca y suave, pero Paula no podía hablar. Y se sintió como una tonta cuando sus ojos se llenaron de lágrimas.


-¡Dios mío! ¿Qué he hecho? 


Esas lágrimas se le clavaron en el corazón. Pedro quería abrazarla, consolarla... pero ¿qué consuelo podía ofrecerle? Por su culpa había traicionado a su marido... un hombre que le pegaba y la hacia infeliz, pero con el que había jurado estar para siempre, seguramente porque lo amaba.


-¿Me perdonas? -preguntó en voz baja mientras saltaba de la cama para vestirse-. Aunque quiza no es a ti a quien debería preguntar. 


Paula tenía tanto frío, que le castañeteaban los dientes y se metió bajo las mantas, sin atreverse a mirarlo. 


Aunque la frialdad que había en su tono lo decía todo. Claro que no era a ella a quien tenía que pedirle perdón, sino a Celina, su prometida. Pedro era un nombre de honor y debía despreciarse a sí mismo por aquel momento de debilidad. Y a ella por haberlo seducido. Porque había sido ella quien dio pie a lo que acababa de pasar. La había pillado apartando la sábana para mirarlo y con la tensión que había entre ellos desde el primer día...


Era tan culpable como Pedro y, cuando él salió de la habitación y cerró la puerta, enterró la cara en la almohada y se puso a llorar.




SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 44




De la mano, caminaron por la nieve hasta que Paula apenas podía levantar un pie. 


Afortunadamente poco después encontraron un pub aislado en medio de la carretera. Estaba demasiado agotada como para protestar cuando él la tomó en brazos. El propietario del pub, el señor Pike, echó un par de leños en la chimenea mientras llamaba a su mujer.


-No puedo creer que estuvieran en medio de la carretera en una noche como ésta.


Paula intentaba escuchar la conversación pero estaba tan exhausta, que tuvo que cerrar los ojos un momento... Y enseguida notó que Pedro volvía a tomarla en brazos. 


-¿Dónde vamos?


-Al menos, tenemos una cama para esta noche.- sonrió él-. La propietaria me ha dicho que usemos la habitación que hay al final del pasillo. 


Pero una vez allí, Paula no podía dejar de mirar la cama.


-¿Dónde está tu habitación?


-Tienes que quitarte esta ropa mojada. No me sorprendería que tuvieras hipotermia.


-No pasa nada, Pedro, estoy bien. Te he preguntado dónde vas a dormir esta noche


-Aquí -contestó él.


-Entonces, ¿dónde está mi habitación?


-Ésta es tu habitación. ¿Qué esperabas, el Hilton?


-No voy a compartir cama contigo, Pedro


En ese momento la propietaria llamó a la puerta, sonriendo alegremente mientras le daba a Paula un camisón de algodón.


-Aquí tiene. Su marido me ha dicho que han dejado las cosas en el coche. Pero hace mucho frio, asi que les recomiendo que se junten bien en la cama para estar calentitos.