lunes, 9 de diciembre de 2019

SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 48




-Así que ya está.- le dijo a Chris una hora después-. Vio a Maia y se marchó a toda velocidad.


-Supongo que se ha llevado una sorpresa.


-No le has visto la cara. Miraba a Maia como si fuera la hija de Frankenstein, Chris. Por alguna razón, odia a los niños. No puedo seguir trabajando para él, claro, pero dentro de dos semanas es Navidad... ¿Qué voy a hacer?


Entonces sonó el timbre y mientras Chris iba a abrir, Maia se subió a un taburete y miró a su madre solemnemente.


-¿Pedro es un hombre bueno, mamá?


-No, es arrogante, impaciente, irritante...


-Gracias por la descripción.-oyó una voz a su lado-. Pero seguro que se te ocurrirán adjetivos mejores.


-… Fisgón, engreido… - siguio Paula, sin asustarse. Aunque mentalmente admitía también «guapísimo» y «sexy». Su presencia en la cocina la dejaba reducida al tamaño de una casita de muñecas y era tan inesperada que tuvo que tragar saliva-. ¿Que haces aquí? Pensé que odiabas a los niños.


-¿Y de dónde has sacado esa idea?


-Margarita me dijo durante la entrevista que no querías contratar a nadie que tuviera hijos o que pensara quedarse embarazada. Yo estaba desesperada por conseguir un trabajo y...


-Y mentiste.


-A veces hay que mentir cuando uno necesita algo -replicó Paula-. Y, por lo visto, tú te niegas a contratar a mujeres con hijos...


-No me niego...


-Me pregunto qué habría pensado tu madre si se hubiera visto obligada a trabajar para sacar adelante a su familia.


Pedro se pasó una mano por el pelo.


-Mira, no es que no me gusten los niños. La verdad es que nunca he tenido mucho contacto con ellos. Pero Maia... es preciosa. ¿Ha heredado tu mal carácter?


-No, Maia es más tranquila que yo.


-Deberías haberme advertido el primer día que mi vida no volvería a ser la misma después de conocerte -dijo Pedro entonces. 


Desde el salon, Paula podía oír a Chris leyendole un cuento a su hija. Era la hora del almuerzo y había muchas cosas que hacer, pero se sentía como anclada al suelo, incapaz de moverse.


- Vas a casarte con Celina.


-No, rompí el compromiso en cuanto volví de Yorkshire.


-¡Oh, no! Pedro, no puedes... Celina debe de haberse quedado destrozada.


-¿Y qué esperabas que hiciera? ¿Cómo voy a casarme con Celina si le he sido infiel incluso antes de pasar por el altar? Está dolida y furiosa, claro, pero eso es mi problema, Paula. Mi responsabilidad. Tú no puedes hacer nada al respecto.


-Entonces, ¿qué pasa ahora? Lo que ocurrió entre nosotros fue un error. Yo no estoy dispuesta a acostarme contigo cada vez que tengamos que salir de viaje.


-Muy bien -dijo él-. Porque no quiero esperar a un viaje para acostarme contigo otra vez.


-Pedro, yo tengo a Maia, una hipoteca, responsabilidades... No puedo tener una aventura contigo.


-¿Puedes negar que hay algo entre nosotros. Dime que no sientes nada por mí, que la noche que pasamos juntos fue sólo sexo y te prometo que me marcharé.


-No, no puedo decir eso.


-Yo te he deseado desde que caíste en mis brazos aquél día, durante la tormenta. Te miré a los ojos y supe que estaba perdido. Y luego, cuando te vi en mi despacho supe que quería algo mas que una relación Jefe-secretaria. Pero entonces me dijiste que estabas casada...


-Sí, bueno, lo que pasó en el parque me dejo un poco asustada y pensé que lo mejor sería decirte que estaba casada para que no pensaras que intentaba cazarte o algo así. Margarita me había advertido que habíais despedído a una secretaría porque queria ligar contigo...
Ahora todo suena absolutamente absurdo, pero en ese momento me pareció lo mejor. Aunque lo siento.


-¿Cuánto lo sientes? ¿Tanto como para darme un beso?


Pedro la tomó entre sus brazos y buscó su boca con ansiedad. Era como volver a casa después de una larga ausencia, pensó Paula, enredando los brazos en su cuello.


-Mami, tengo hambre.


Paula se apartó de un salto. 


-Ahora mismo, cariño. Pedro, yo...


-No te preocupes. Iremos paso a paso -sonrió él, dándole un beso en la nariz-. Eso es todo lo que te pido. Descubrir que tenías una hija ha sido una sorpresa, desde luego. Y no sé dónde va esto, cariño... Si alguien me hubiera dicho que iba a estar así hace un par de meses me habría reído. Pero aquí estoy, pidiéndote una oportunidad para tener un sitio en tu vida y en la de tu hija.


-Paula, he Puesto un DVD para Maia.- la llamo su hermano desde el salón-. Voy a tomar una cerveza al pub. ¿Te parece bien?


-Sí, claro.


-Puedo quedarme si quieres.


-No, no hace falta -le aseguró ella, divertida al ver como Pedro y su hermano se miraban-. Pedro se queda a comer.


Paula metió un par de pizzas en el horno y preparó una ensalada mientras escuchaba las voces en el salón: una masculina, la otra una voz de niña, su niña.


Pedro había sido sincero al admitir que no sabía dónde iba aquella relación, pero estaba segura de que no le haría daño a Maia.


Y sólo podía rezar para que no le hiciera daño a ella.





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