Pedro no volvió a la oficina durante toda la semana y Paula se dijo a sí misma que así al menos podría trabajar tranquila. No habría forma de escapar de la conversación que tenían pendiente, desde luego, y había decidido que no habría más secretos entre ellos. Le contaría todo, incluida la existencia de su hija.
Su relación con Pedro Alfonso no había empezado con buen pie y, por supuesto, tampoco iba a acabar bien. De modo que debería ir buscando otro trabajo.
El Sábado amaneció frío pero con sol y Paula aprovechó el buen tiempo para barrer las hojas del jardín, mientras Maia trotaba tras ella con su carretilla de juguete.
Esa era su vida, se recordó a sí misma mientras observaba a la niña correr entre las hojas. Su hija era lo mas importante del mundo para ella, pero no podía contener el dolor que sentía cada vez que pensaba en Pedro. Un dolor que la hacía sentir como si sólo estuviera viva a medias.
Lo echaba tanto de menos, que le dolía. Si cerraba los ojos podía ver su cara... ¿Como iba a olvidarlo?
Aunque encontrase un trabajo nuevo al día siguiente y no volviera a verlo nunca, jamas podría olvidarse de él. Pedro Alfonso era su otra mitad y sin el se sentía incompleta, pero no era suyo. Pedro amaba a otra mujer e iba a casarse con ella. De modo que tendría que aprender a vivir sin él.
*****
Pedro aparcó el coche y se miró un momento en el espejo retrovisor, maldiciendo en voz baja al ver el corte que se había hecho en la barbilla mientras se afeitaba por la mañana.
Mientras apretaba el timbre de Paula, se pasó una mano por el pelo, revelando el gesto una tensión que intentaba disimular.
Volvió a llamar al timbre, pero aparentemente Paula no estaba en casa... Entonces oyó una vocecita en el jardín y bajó los escalones para echar un vistazo.
-Tú no eres el lechero- le dijo una niña con el pelo del mismo color que el de Paula-. Ni el cartero. ¿Quien eres, Santa Claus?.
Pedro trago saliva.
- No, me temo que no. Soy Pedro. ¿Quien eres tú?
-Maia Juana Chaves.- contestó la niña-. Vivo en el numero sesenta y tres de la calle Cedar y mi conejo se llama Borrón.
-¿Maia? ¿Con quién estas hablando? - Paula apareció de repente y se quedó parada-. ¡Pedro!
Él parecía horrorizado, no había otra forma de describir su expresión.
-Ésta es mi hija, Maia.
-Lo sé, acabamos de presentarnos. Muy bien, bueno, yo me voy...
-¡Pedro, espera!
Pero él no esperó y Paula lo vio alejarse en su coche. No había querido que se enterase de esa forma, pero... quizá era lo mejor.
Pedro no estaba por ninguna aparte cuando por fin Paula reunió valor para bajar al pub. La propietaria, la señora Pike, le explicó que se había ido con su marido en el tractor para intentar recuperar el coche.
A media mañana oyeron el ruido del tractor en la carretera. El Bentley iba enganchado con una cuerda y el corazón le dio un vuelco al ver a Pedro salir del coche y dirigirse al pub. Si había esperado que hacer el amor con él la liberase de aquella fascinación, estaba mas que equivocada
Era como si su cuerpo reconociera a su pareja y quisiera redescubrir el dulce placer que podía darle...
-El coche no arranca, pero el señor Pike me va a prestar su Land Rover para que te lleve a la estación. Puedes tomar el primer tren a Londres y yo iré dentro de un par de días, cuando el Bentley esté reparado.
Paula asintió sin palabras y lo oyó suspirar.
-Paula, tenemos que hablar...
-El desayuno está listo -los interrumpió la señora Pike.
Cualquier cosa mejor que hablar con Pedro, pensó ella.
Permaneció en silencio mientras iban a la estación. Pedro estaba demasiado ocupado intentado que el Land Rover no patinase en la carretera como para decir nada. Solo cuando estaban en el andén, a punto de subir al tren, Paula lo miró y se quedó sorprendida por su expresión de tristeza.
-¿Qué vas a decirle a Chris?
-No lo sé.
-No tienes que quedarte con él, Paula. Sé que tú crees que lo quieres, pero eso no puede ser verdad. Y si él te quisiera, no te haría daño.
Evidentemente, se sentía culpable por Celina, pensó ella. Y saber que él la había ayudado a cometer adulterio sólo servía para que se odiara a sí mismo. Era hora de terminar con aquella charada.
-Yo quiero a Chris, Pedro. Pero no es mi marido. Me divorcié hace años.
-¿Qué? ¿Y entonces quién demonios es Chris?
-Es mi hermano.- contestó Paula mientras subía al tren.
Pero mientras buscaba su asiento, estaba segura de que no podría olvidar la expresión furiosa de Pedro.
Paula se colocó de lado en el viejo sofá maldiciendo entre dientes cuando su cadera choco con un muelle rebelde. El sofá estaba tapizado con un tejido curioso... no le extrañaría que fuera pelo de caballo. Y mientras se daba la vuelta intentando encontrar una posición más cómoda, la manta se le cayó al suelo.
-Pedro, ¿estás despierto?
Ningún sonido llegó desde la cama. Debía de dormir como un tronco. Pero, claro, él estaba durmiendo en una cama doble mientras ella tenía que dormir en el sofá más incómodo del mundo.
Aunque estaba durmiendo allí por decisión propia.
-La cama es suficientemente grande para los dos -había insistido él, negándose a dormir en el sofá-. Por favor, Paula. Estoy harto de caminar, agotado. Mi libido es lo último que me preocupa en este momento... y verte con ese camisón de algodón tampoco es que incite mi deseo precisamente.
-No pienso compartir cama contigo y se acabó. Prefiero dormir con una víbora.
-Como tú quieras -sonrió Pedro, desabrochando su camisa.
Pero cuando empezó a quitarse los pantalones. Paula entró corriendo en el baño.
Estaba helado.
Mientras intentaba recuperar la manta del suelo, maldecía a Pedro Alfonso, pero su negativa a compartir cama no era por miedo a que él se aprovechara de la situación. Como él mismo había dicho aquel camisón de Mujercitas no era precisamente para volver loco de deseo a nadie.
Pero al ver su torso desnudo, sus hormonas se habían vuelto locas. Era de sí misma de quien tenía miedo.
Al oír que suspiraba de contento al darse la vuelta, Paula se sentó en el sofá y le dio un puñetazo a la almohada.
-Duerme como un tronco.
Pedro sonrió.
Cinco minutos más y tendría que hacerse cargo de la situación, pensó. Pero no tuvo que hacerlo, porque unos segundos después notó que el colchón se hundía y la oyó meterse entre las sábanas.
El colchón tenía que ser tan viejo como el sofá, pensó Paula, agarrándose al borde para no caer rodando sobre su compañero de cama. Pero estaba calentito. Podía sentir el calor que emanaba del cuerpo de Pedro y se alejó un poco más para evitar la tentación. Era lo mejor.
Pero se le cerraban los ojos y estaba tan cansada... al final, cayó rodando hacia Pedro y se acurrucó en su costado.
Seguía oscuro cuando Paula despertó, pero la luz de la luna se colaba por las cortinas lanzando sombras sobre la habitación. Estaba calentita y cómoda, pero al estirarse tocó algo duro y cuando volvió la cabeza descubrió que estaba durmiendo en los brazos de Pedro.
Debería moverse, pensó. Pero él seguía dormido, así que ¿qué daño podía hacer robar unos minutos de placer? Tenía la sábana sobre el pecho y Paula no pudo evitar levantarla un poco para mirar...
Debería estarse quieta, le dijo una vocecita.
Pero la tentación de empujar la sábana un poco más hacia abajo era demasiado fuerte...
-¡Serás cotilla!
Paula soltó la sábana a toda velocidad.
- ¿Desde cuando estás despierto?
-El tiempo suficiente. Y creo que esto está durando demasiado.
Los dos se quedaron callados y el tictac del reloj sonaba como una bomba en la silenciosa habitación.
-¿Qué quieres decir?
-Creo que te has dado cuenta, como yo, de que esto era inevitable desde el principio. Este deseo, esta urgencia, es demasiado fuerte, Paula. Besame.- le ordenó Pedro.
Mientras se besaban, Pedro acariciaba su pelo y sujetaba su cabeza como si temiera que fuese a escapar. Pero ella estaba ahogándose en un mar de sensaciones y agarrarse a sus hombros era su única salvación.
-Quiero hacerte el amor -susurró él, tirando hacia arriba del camisón-. Eres exquisita- añadio después, admirándola a la luz de la luna mientras acariciaba sus pechos con suavidad.
Pero, de repente, Paula no quería que fuese tan suave. Pedro intuyó su deseo y se tumbó sobre ella. El roce de los fuertes muslos sobre su piel, la dureza de su erección en el estómago... fueron suficientes para hacerla sentir más excitada que nunca en toda su vida. Pedro la besó con una pasión que le robaba el aliento y ella le devolvió el beso con un fervor que no le dejó duda alguna. Paula lo deseaba tanto como él. Estaban unidos por un lazo invisible y no había vuelta atrás.
Paula gimió cuando Pedro inclinó la cabeza para lamer sus pezones. Y cuando se metió uno en la boca y empezó a chuparlo tuvo que morderse los labios para no gritar. Luego, separó sus piernas para empezar allí una exploración que la dejó sin aliento...
Lo deseaba, lo deseaba. Era una letanía que se repetía en su cabeza una y otra vez mientras Pedro lanzaba un gemido ronco al encontrarla húmeda y preparada para él.
Cuando se colocó encima, Paula sintió cierta aprensión al ver lo grande que era, pero casi instantáneamente el miedo se disipó... para ser reemplazado por el deseo de sentir lo dentro, de estar unidos como un solo ser.
Pedro deslizó las manos bajo sus nalgas para levantarla un poco y ella abrió las piernas un poco más para acomodarlo, incapaz de contener un gemido cuando él la penetró de una sola embestida. Por un momento se puso tensa, había pasado mucho tiempo y sus músculos ya no estaban acostumbrados, pero Pedro esperó, besándola hasta que la notó relajada. Solo entonces empezó a moverse. El marcaba el ritmo despació al principio, entrando en ella con cuidado para que las olas de placer llegasen una a una, de forma casi imperceptible, hasta que Paula se encontró al borde del abismo, incapaz de creer lo que le estaba pasando.
-¡Pedro! -gritó su nombre mientras él empujaba de nuevo, tan profundamente que estaba segura de que iba a explotar con la intensidad del placer. Nada la había preparado para la exquisita sensación del primer orgasmo y se agarró a Pedro mientras seguía empujando en busca de su propio placer, llevándola con él cuando llegó al final y cayó sobre su pecho.
Cuánto tiempo estuvieron así, uno en brazos del otro, intentando recuperar el ritmo normal de la respiración, no lo sabía, pero cuando por fin Pedro se apartó Paula sintió que le faltaba algo.
-¿Te encuentras bien? ¿Te he hecho daño?
Su voz era ronca y suave, pero Paula no podía hablar. Y se sintió como una tonta cuando sus ojos se llenaron de lágrimas.
-¡Dios mío! ¿Qué he hecho?
Esas lágrimas se le clavaron en el corazón. Pedro quería abrazarla, consolarla... pero ¿qué consuelo podía ofrecerle? Por su culpa había traicionado a su marido... un hombre que le pegaba y la hacia infeliz, pero con el que había jurado estar para siempre, seguramente porque lo amaba.
-¿Me perdonas? -preguntó en voz baja mientras saltaba de la cama para vestirse-. Aunque quiza no es a ti a quien debería preguntar.
Paula tenía tanto frío, que le castañeteaban los dientes y se metió bajo las mantas, sin atreverse a mirarlo.
Aunque la frialdad que había en su tono lo decía todo. Claro que no era a ella a quien tenía que pedirle perdón, sino a Celina, su prometida. Pedro era un nombre de honor y debía despreciarse a sí mismo por aquel momento de debilidad. Y a ella por haberlo seducido. Porque había sido ella quien dio pie a lo que acababa de pasar. La había pillado apartando la sábana para mirarlo y con la tensión que había entre ellos desde el primer día...
Era tan culpable como Pedro y, cuando él salió de la habitación y cerró la puerta, enterró la cara en la almohada y se puso a llorar.
De la mano, caminaron por la nieve hasta que Paula apenas podía levantar un pie.
Afortunadamente poco después encontraron un pub aislado en medio de la carretera. Estaba demasiado agotada como para protestar cuando él la tomó en brazos. El propietario del pub, el señor Pike, echó un par de leños en la chimenea mientras llamaba a su mujer.
-No puedo creer que estuvieran en medio de la carretera en una noche como ésta.
Paula intentaba escuchar la conversación pero estaba tan exhausta, que tuvo que cerrar los ojos un momento... Y enseguida notó que Pedro volvía a tomarla en brazos.
-¿Dónde vamos?
-Al menos, tenemos una cama para esta noche.- sonrió él-. La propietaria me ha dicho que usemos la habitación que hay al final del pasillo.
Pero una vez allí, Paula no podía dejar de mirar la cama.
-¿Dónde está tu habitación?
-Tienes que quitarte esta ropa mojada. No me sorprendería que tuvieras hipotermia.
-No pasa nada, Pedro, estoy bien. Te he preguntado dónde vas a dormir esta noche
-Aquí -contestó él.
-Entonces, ¿dónde está mi habitación?
-Ésta es tu habitación. ¿Qué esperabas, el Hilton?
-No voy a compartir cama contigo, Pedro.
En ese momento la propietaria llamó a la puerta, sonriendo alegremente mientras le daba a Paula un camisón de algodón.
-Aquí tiene. Su marido me ha dicho que han dejado las cosas en el coche. Pero hace mucho frio, asi que les recomiendo que se junten bien en la cama para estar calentitos.
La semana siguiente, el pie de Paula seguía morado y caminaba con dificultad, maldiciendo a su ex marido a cada paso. Pero olvido sus problemas por un momento cuando encontró a Margarita deshecha en lágrimas
-¿Qué ocurre?
-Es Jorge. Está deteriorándose rápidamente y no sé si podré soportarlo mucho mas tiempo. Ayer calentó una lata de sopa en el microondas y explotó... Mientras yo lo limpiaba salió por la puerta de atrás y lo encontraron vagando por las calles en pijama...
-Ay, Margarita.
-Ya no se que hacer con él.
- Pensé que estaba en un centro en el que le atendían bien.
-Va durante el día, cuando yo estoy trabajando, pero por las noches y durante los fines de semana está conmigo en casa. Y Pedro quiere que vaya a Yorkshire con él...
-No te preocupes, iré yo. Esa es una de mis obligaciones, ¿no?
-Pero Pedro y tú no os lleváis bien...
-No pasa nada, es una emergencia y a mí no me importa, de verdad. ¿Cuándo tengo que irme?
-Esta tarde.
-Muy bien, de acuerdo.
Paula llamó a Nora para que se quedara con la niña y le explicó su miedo de que Leo se enterase.
-No te preocupes. Si ese cerdo viene por aquí, le diré cuatro cosas -contestó su vecina y amiga-. Eres una madre maravillosa, Paula, pero ya es hora de que te enfrentes a ese canalla.
Pedro estaba esperándola en el coche, le había dicho Margarita. pero cuando bajó al aparcamiento le sorprendió verlo al volante del Bentley.
-Barton tiene gripe, así que conduzco yo.- le explicó-. Pensaba ir en avión, pero el informe del tiempo era atroz. ¿Dónde está Margarita?
Paula le explicó la razón del cambio y él la miró, pensativo.
-Pero no podremos volver esta noche y tú no llevas bolsa de viaje.
-Supongo que habrá tiendas en Yorkshire. comprare un cepillo de dientes y todo lo que necesite. ¿Por que tienes que ir allí, por cierto?
-Tengo un cliente en Yorkshire. Es un caso de asesinato.
-¿En serio?
-Jason Doyle fue «presuntamente» asesinado por su esposa. Por lo visto, solía pegarle y ella se hartó de soportar sus palizas.
-¿Y tú vas en contra de la señora Doyle? -preguntó Paula, sorprendida. Lee nunca la había «pegado» literalmente pero ¿cuantos accidentes había sufrido mientras había estado casada con él?
-No, yo defiendo a Susana Doyle. La pobre mujer lo ha pasado fatal y espero conseguir que salga bajo fianza.
Media hora después, Pedro no dejaba de mascullar maldiciones. Había empezado a nevar y el limpiaparabrisas no podía apartar toda la nieve.
-¿Dónde demonios estamos?
-Gira a la derecha -dijo Paula mirando el mapa.
-¿Estás segura? Yorkshire está a la izquierda... puedo ver las luces desde aquí.
-En el mapa dice que gires a la derecha -insistió ella. Pero luego se rindió. Ya estaba acostumbrada a la cabezonería de Pedro Alfonso. Después de media hora perdidos en la carretera, Pedro detuvo el Bentley en el arcén.
-Esto no puede ser. Será mejor que demos la vuelta.
-Te dije que girases a la derecha.
-Bueno, de acuerdo, es culpa mía.
-Pues claro que sí. Si me hubieras hecho caso, ahora estaríamos en el hotel y no perdidos en medio de una tormenta de nieve.
Pedro intentó dar la vuelta, pero las ruedas patinaron en el asfalto helado hasta que perdió el control y el coche cayó en la cuneta.
-Genial. Será mejor que salgas... por si el coche sigue deslizándose.
Paula recibió un golpe de aire helado al abrir la puerta, sus pies hundiéndose en casi medio metro de nieve.
-¿Qué vamos a hacer? -preguntó, mientras Pedro movía el móvil intentando encontrar cobertura.
-Caminar, supongo. Aunque consiguiera hablar con alguien, no creo que pudieran venir a buscarnos.
-Quizá deberíamos esperar en el coche.- murmuró Paula, mirando los campos oscuros a su alrededor.
-¿A quién, a Lassie? ¿Esperas que venga un San Bernardo con un barrilito de brandy al cuello?
-Muy gracioso.
Unos minutos después estaba claro que su abrigo no era suficiente para protegerla del frío y tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para mantener el equilibrio con las botas de tacón alto, su pie magullado le dolía.
-Venga, date prisa.- la llamó Pedro cuando se quedó atrás-. ¿Qué te pasa en el pie?
-Nada... aparte de que se me ha congelado.
-A ver si lo adivino, ¿te has golpeado con otra puerta?
Paula suspiró.
- Se me cayó algo encima cuando estaba descalza.
-Pues debía de pesar mucho porque apenas puedes andar. ¿Qué era?
-Mira, déjalo...
-Espero no conocerlo nunca. Porque si lo conozco... -empezó a decir Pedro, furioso.
No podía entender por qué seguía con aquel hombre. Había pasado horas escuchando el relato de su cliente, acusada de asesinato, horrorizado por la letanía de abusos que había sufrido durante su matrimonio y se ponía enfermo al imaginar a Paula en la misma situación.
Su rabia lo obligaba a dar grandes zancadas pero cuando quiso darse cuenta ella ya no lo seguía y tuvo que volver sobre sus pasos.
-No puedo andar. Tendrás que seguir sin mí.
-No seas tonta. ¿Crees que voy a dejarte aquí tirada?
-Podrías ir a buscar ayuda...
-No voy a dejarte, así que o nos quedamos los dos para que nos encuentren mañana congelados, o me das la mano y seguimos andando hasta que lleguemos a la civilización.