jueves, 5 de diciembre de 2019
SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 34
PARÍS era todo lo que Paula había imaginado: elegante, emocionante... romántico, pensó, con un gemido de desesperación. París era una ciudad para los amantes. Por todas partes había parejas de la mano, besándose a la sombra de la torre Eiffel...
Siempre se alegraba cuando volvían al hotel, donde sus reuniones con Sebastian Vaughn se convertían en un respiro de tanto romanticismo.
Además, estando en París la tensión que había entre Pedro y ella aumentaba por segundos.
Y se alegraba infinito de tener el traje beige. El hotel era un oasis de grandeur que exudaba clase y riqueza por todas partes y habría estado fuera de lugar con su traje gris.
Esa noche, mientras se ponía el vestido de noche para la fiesta de la abuela de Sebastian, su confianza subió varios enteros. El vestido era sencillo, pero el exquisito corte de la tela y cómo se ajustaba a su cuerpo explicaba el exorbitante precio. A pesar de su sirnplicidad, era un vestido muy sexy... algo en lo que no se había fijado cuando se lo probó en la tienda. Paula estuvo a punto de gritar al ver el escote, que dejaba al descubierto el nacimiento de sus senos, palidos en contrate con la seda negra.
Al oír un golpecito en la puerta, Pedro, que estaba disfrutando de una hermosa panorámica de París, respiró profundamente.
-Pasa.
-Estoy lista... y puntual. Habíamos quedado a las siete.
-Yo también -Pedro no pudo disimular el fuego que había en sus ojos, pero enseguida bajó la cabeza y cuando volvió a mirarla el fuego había desaparecido-. Estás preciosa. Me encanta el vestido.
-Gracias -murmuró Paula, desinflada. ¿Que había esperado? Quería que la encontrase irresistible, le dijo una insidiosa vocecita. Pero no parecía ser el caso.
Aunque se estaba portando muy bien con ella, empeñado en enseñarle sus sitios favoritos en París... Estaba siendo un compañero alegre y divertido, amistoso aunque un poco distante.
Pero Paula era consciente de la tensión que había entre ellos.
En varias ocasiones lo había pillado mirándola con una expresión indescifrable, pero él apartaba la mirada enseguida, como avergonzado. Ella no era ni una obtusa ni una virgen sin experiencia y reconocía el brillo de deseo en sus ojos... un deseo que compartía.
Estaba casi decidida a contarle la verdad sobre Leo, pero algo la detenía. ¿Revelar que estaba divorciada allanaría el camino para qué? ¿Para tener una aventura con el jefe? Qué original.
Quizá ni siquiera una aventura, quizá sólo un revolcón si se dejaban llevar por la atmósfera de la ciudad más romántica del mundo.
-¿Nos vamos? -sonrió Pedro, ofreciéndole su brazo. Al tomarlo, Paula sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el fresco de la noche.
Con el esmoquin y la inmaculada camisa blanca, Pedro estaba increíblemente atractivo... un hecho que no pasó desapercibido a ninguna de las invitadas a la fiesta en el magnífico apartamento de los Campos Elíseos. Pedro Alfonso hacía que cualquier mujer volviera la cabeza. Aunque Paula esperaba disimular un poco mejor que algunas.
-Pedro, cuánto me alegro de verte -la abuela de Sebastian sonrió mientras le ofrecía la mejilla-. Es mi ochenta cumpleaños, una gran ocasión, ¿verdad?
-Está magnifica, madame. Parece una jovencita.
-Eres un adulador -sonrió la anciana, con unos ojos tan claros y alegres como los de una chica de veinte años-. ¿Vas a ayudar a mi nieto, Pedro? ¿Crees que podrás salvarlo de las consecuencias de una locura momentánea?
-Haré todo lo que pueda.
-Sebastian es un buen hombre en todos los sentidos. Su único delito es que adora a su mujer y quería protegerla de la intrusión de los paparazzi. Fue un gesto desesperado y ahora se enfrenta con la posibilidad de que arruinen su carrera y su buen nombre -suspiró Clotilde Roussel-. Sé que harás todo lo que esté en tu mano por ayudarlo, Pedro.
-Por supuesto.
-Elisa no está con nosotros esta noche -siguió la señora Roussel-. No ha querido viajar porque está a punto de dar a luz y sé que Sebastian está impaciente por volver con ella, pero está tan preocupado por el caso... Por favor, intentad que olvide sus problemas por una noche.
-Lo haremos, no se preocupe.
SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 33
Pedro apretó el volante con fuerza al recordar el moratón que tenía en la frente y cómo Paula se había colocado el pelo para taparlo. Estaba palida y le habría gustado parar el coche y abrazarla... Su matrimonio no iba bien, eso estaba claro pero no podía obligarla a que le contase nada.
Paula lo estaba mirando en ese momento y sabía que lo odiaría para siempre si decía en voz alta las sospechas que tenía. No debería sentirse avergonzada, por Dios bendito, todo lo contrario, lo que debería hacer era denunciar a su marido. Pero Paula era una mujer orgullosa y querría resolver sus problemas por sí misma. Lo único que podía esperar era ganarse su confianza poco a poco... aunque eso era risible considerando que no podía mirarla sin que se le pusiera el corazón en la garganta.
La jornada continuó en silencio. Paula miraba por la ventanilla, perdida en sus pensamientos, hasta que llegaron al aeropuerto.
-Pensé que saldríamos de Gatwick. ¿Donde estamos?.- preguntó, al ver que era un aeropuerto privado.
-En el aeródromo de Elstree. Tengo mi avión aquí.
-¡Un avión! ¿Tienes un avión privado? -exclamó Paula.
Cuando Pedro señaló una avioneta Cessna de dos motores todas las preocupaciones sobre Leo y Maia desaparecieron de su cabeza.
-Yo no voy a París en eso.
-Tengo un título de piloto. Y hecho esa travesía muchas veces.
-Me da igual que seas el Barón Rojo. No me gusta viajar en avión y esa cosa parece de cartón...
-¡Paula! -era asombroso lo persuasivo que sonaba su nombre en labios de Pedro Alfonso-. Pensé que eras una valiente tigresa, no me decepciones.
-¿Cómo que una tigresa? ¿Qué quieres decir con eso?
-Que no pareces asustarte de nada. Desde luego, a mí no me tienes ningún miedo.
¿Había una nota de admiración en su voz? Pedro era un hombre con voluntad de hierro y quizá le gustaban las mujeres como él. De repente, Paula era una tigresa. ¿Que diferencia había entre un avión comercial y una avioneta? Mientras permaneciera en el aire...
-Muy bien, lo intentaré.
-Eres estupenda.
Parecía tan relajado, tan diferente del estirado abogado al que veía todos los días en el despacho, que aquel cumplido la hizo sentir escalofríos.
-¿Por qué tienes que mover las alas? ¿Es que se van a caer por el camino?- pregunto, nerviosa.
- No, claro que no. Venga, sube. Ya verás como te gusta. Si te da miedo, prometo apretar tu mano.
-No, tu deja las manos sobre los mandos o como se llame eso.- Paula miró todos aquellos botones y palancas y la tigresa se convirtio en una gatita.
¿Sería capaz de llevarla sana y salva a París?
Por supuesto, Pedro manejaba la avioneta como lo hacía todo, con seguridad y confianza pero aun así Paula cerró los ojos mientras despegaban.
-No ha estado tan mal, ¿verdad? Venga, ya puedes abrir los ojos, tonta.
Paula observó las copas de los árboles y los campos que empezaban a volverse pequeñitos... Hacía un día precioso y no había una sola nube en el cielo, de modo que, poco a poco, se fue relajando.
-¿Quieres llevar tú los controles?
-¡No!
Pedro rió, apretando su mano.
-No es tan difícil. Quizá podría hacer un par de piruetas...
-¡No te atrevas! Pedro, prométemelo. Sólo quiero llegar a París sana y salva, así que vuela en linea recta. Nada de tonterías.
Podría acostumbrarse al sonido de su risa, pensó, con el corazón encogido. Podría hacerse adicta a él. Pero, decidida, apartó la mano y se concentró en el paisaje.
miércoles, 4 de diciembre de 2019
SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 32
Pedro la miró en silencio, furioso. El golpe en la cabeza no había sido accidental, estaba seguro, y la tensión que notaba en ella, la manera en la que evitaba su mirada, lo dejaba bien claro.
-¿A tu marido le ha molestado que viajes conmigo? Si quieres, puedo hablar con el.
-No. déjalo, por favor. Hay muchas cosas que no entiendes.
Un tenso silencio cayó sobre ellos y Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para no pisar el acelerador al límite mientras iban al aeropuerto.
-¿Por qué vamos a París? -preguntó Paula-. Quizá deberías darme algún detalle. Para saber qué hago allí.
-Sebastian Vaughn, mi cliente, es un viejo amigo. Fuimos jumos a la universidad y ahora mismo está en París con su abuela. Mañana es el ochenta cumpleaños de Madame Roussel y Seb no quiere perderselo. pero tengo que repasar unos detalles con él antes de que su caso se vea en los tribunales el viernes.
-Ah, muy bien.
-Seb está casado con Elisa Trent una famosa modelo -siguió Pedro- Parecen una pareja que lo tiene todo, pero la realidad es que llevan cinco años intentando tener un hijo. Elisa ha sufrido numerosos abortos, pero esta vez el embarazo iba bien... hasta que un paparazzi la persiguió para hacerle unas fotografías. En su desesperación por escapar de él, Elisa salió a la carretera y fue atropellada por un coche.
-Qué horror. ¿Y qué pasó?
-Al principio temieron por la vida del niño, pero todo va bien. Seb se dedica a la política y es conocido por sus opiniones pacifistas, pero aquel día lo vio todo rojo. Atacó al fotógrafo y le rompió la cámara... y ahora se enfrenta con una denuncia por agresión.
-Y tú vas a defenderlo.
-Naturalmente.
-Pero supongo que habría testigos...
-Sí, compañeros de profesión. Y todos van a testificar contra Seb.
-¿Cómo vas a defenderlo?
-Tengo que demostrar que había circunstancias atenuantes para su comportamiento. Si le condenan, su carrera política habrá terminado. Los medios de comunicación le crucificarán...
-Cada uno defiende lo suyo, claro.
-Algunos medios actúan con la mayor indecencia. Seb y Elisa son personas conocidas y solo por eso se convierten en objetivo para las revistas del corazón, que hablan de su vida privada como si tuvieran derecho a hacerlo. Y la ley no hace nada para protegerlos.
-Es evidente que este caso te importa de verdad -sonrió Paula.
-Claro que me importa. Además, Seb sólo estaba haciendo lo que haría cualquier
hombre decente... proteger a su mujer.
-¿Detecto una nota de romanticismo? -bromeó ella. Pero la había emocionado. Sería maravilloso sentirse amada y protegida de esa forma-. Nunca lo habría imaginado.
Pedro se encogió de hombros.
-A lo mejor soy un anticuado, pero yo daría mi vida por proteger a mi mujer... si la tuviera.
-¿En serio?
-Yo creo que el matrimonio es un compromiso para siempre. Especialmente, si hay niños de por medio.
-¿No crees en el divorcio?
También ella había creído en el matrimonio como algo para siempre. E hizo lo que pudo.
Más que eso. Había soportado a Leo cuando debería haberlo echado de casa a patadas. Pero Leo no era como Pedro y el amor fue una ilusión que se rompió al poco de casarse. Al final, fue ella quien exigió el divorcio, pero Leo se había marchado sin mirar atrás y sin interesarse por su hija en absoluto. Su repentina decisión de reanudar el contacto con Maia era extrañísima y Paula sospechaba que había alguna razón oculta tras el interés de su ex marido.
-Claro que creo en el divorcio. Hay muchas razones para divorciarse y la violencia domestica es una de las más importantes.
SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 31
El ruido del deportivo de Pedro podía oírse por la Calle mucho antes de que se detuviera en la puerta de su casa el lunes por la mañana y Paula tomo su bolsa de viaje y salió corriendo.
No sabía cómo Leo era capaz de conocer cada uno de sus movimientos y quizá sólo lo había dicho para asustarla, pero no quería arriesgarse.
No quería que supiera que se había ido del país sin Maia.
-¿Por qué tanta prisa? No llegamos tarde.
-Sí. bueno, pero tenemos que ir al aeropuerto y nunca se sabe con el tráfico.- contestó ella, mirando alrededor como si esperase ver salir a Leo de detrás de un árbol.
Pedro estaba guapo con traje, pero con unos vaqueros negros y un jersey del mismo color estaba impresionante; la chaqueta de pana negra le daba un toque informal al atuendo. En la oficina parecía inaccesible, pero delante de su casa, en vaqueros... Horrorizada, Paula descubrió que le temblaban las piernas.
-Sube. ¿Qué te pasa? Estás muy pálida.
-Estoy bien, no me pasa nada.
-¿Seguro?
-Estoy cansada, nada más. Anoche no dormí bien.
-No me cuentes los detalles -murmuró él. Pero cuando iba a arrancar se fijó en un moratón que tenía en la frente y que intentaba ocultar con el pelo-. ¿Qué es eso?
-Nada. Me he chocado con una puerta. Era la verdad, pero no podía decirle que Leo la había seguido hasta el interior de la casa y se había chocado con ella, deliberadamente, estaba segura, haciendo que se golpeara contra el quicio de la puerta. Un golpe que la hizo ver las estrellas. Durante su matrimonio Leo nunca fue deliberadamente violento, pero era muy rencoroso y Paula había sufrido numerosos accidentes... como cuando cerró la puerta del coche de golpe rompiéndole dos dedos de la mano, por ejemplo.
Un hecho que el juez no pareció tener en consideración cuando dictaminó que Leo podía visitar a Maia dos fines de semana al mes Ni cuando dictaminó que tenía derecho a la mitad de la casa... que Paula había pagado.
La justicia era ciega, desde luego. Y lo único que le quedaba a una mujer en su situación, víctima de un juez injusto o incompetente, era intentar salir adelante de la mejor manera posible.
SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 30
Paula volvió a casa esa noche preocupada por el viaje a París, pero la carta del abogado de su ex marido la hizo olvidar el viaje de inmediato.
La carta le recordaba brevemente que, según los términos del divorcio, Leo podía visitar a su hija cada dos fines de semana y que, si seguía impidiendo que viera a la niña, el asunto terminaría en los tribunales.
-Yo nunca he impedido a Leo que viera a la niña -le explicó a su hermano, furiosa. - Al principio, cuando firmamos el divorcio lo animaba a que viniera a verla. Quería que tuvieran una buena relación. Pero no te puedes fiar de Leo. O aparecía cuando no le correspondía o no llegaba cuando lo esperábamos... y después de un tiempo dejé de llamar para recordarle cuándo debía venir a ver a Maia. Así que no entiendo esta carta. ¿Por qué no me ha llamado para decirme que pensaba venir a verla? ¿Por qué me manda una carta su abogado?
-Está jugando contigo.- contestó Chris-. Siempre ha sido un canalla y un manipulador. Detrás de esa imagen de niño bonito, hay un cerebro muy retorcido.
-Dímelo a mí. ¿Pero por qué esta carta ahora? Nosotros no hemos discutido nunca por la niña y Leo nunca se ha interesado por ella. Sólo quería dinero. Por eso pedí una ampliación de la hipoteca... para darle su parte. Estoy segura de que busca algo.
Paula intentó olvidarse de la carta y un paseo por el parque con Maia el sábado por la mañana ayudó a poner las cosas en perspectiva.
Pero la tranquilidad duró poco.
-Hola Paula qué guapa estás -Leo estaba apoyado en el capó de su coche cuando llegaron a casa.
-Vaya, que sorpresa- Paula estaba decidida a mantener la calma, pero la sacaba de quicio que la mirase con aquella expresión desdeñosa-. Supongo que has venido a ver a Maia.
-Claro que sí. Hola, Maia, ¿no le das un besito a papá?
La niña parpadeó solemnemente antes de volverse hacia su madre
-¿Papá? -pregunto inocentemente.
Paula sonrió para animarla.
- Papá ha venido a visitarte, cariño. ¿No te gusta que haya venido?
Pero Maia no se movía de su triciclo, insegura.
—No quiere darme un beso -murmuró Leo.
-No esperaras que se eche en tus brazos después de tanto tiempo. No te reconoce.
—Pues ya es hora de arreglar eso -replicó su ex marido-. A partir de ahora vendré cada dos fines de semana... quizá más a menudo si el juez me da la razón. Y me la llevaré a casa.
-¿A qué viene ese repentino interés por la niña?
-Es mi hija, ¿no?
-Es hija tuya desde hace casi cuatro años -replicó Paula-. Y no hacía falta que hablaras con tu abogado. Yo nunca he puesto ninguna pega para que vinieras a verla, todo lo contrario. ¿Qué buscas. Leo? No te has molestado en atender a la niña desde que nació. ¿Por qué esa repentina determinación de convertirte en padre modelo?
Leo se pasó una mano por el pelo rubio, con cuidado para no estropearse el peinado.
-Voy a casarme otra vez y quiero que Maia tenga una vida estable... no que se quede en casa de los vecinos mientras tú te tiras a tu novio en el coche.
Paula lo miró con una mezcla de horror e incredulidad.
- ¿Cómo sabes...?
Pero no termino la frase. No pensaba darle explicaciones a su ex marido.
-Me lo ha contado un pajarito. No hay nada que yo no sepa, cariño. Y no pienso dejar que a mi niña la críen una sucesión de «tíos»... aunque tengan coches caros.
Paula se había quedado tan sorprendida por la visita de Leo que estuvo a punto de llamar a Pedro para decirle que no podía ir con él a París. Pero, ¿qué excusa podía inventar? Pedro Alfonso la había contratado creyendo que no tenía hijos. Y si se lo contaba y la despedían, Leo podría conseguir la custodia de Maia...
El sentido común le decía que su ex marido no podría quitársela. Pero Leo era listo y manipulador. Y, aunque odiaba admitirlo, siempre le había tenido miedo.
martes, 3 de diciembre de 2019
SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 29
-Si Celina se sale con la suya, Pedro estará todo el día liado con ella -le dijo Margarita a Paula en voz baja-. No literalmente, claro. Aunque conociendo a Celina, todo es posible. Supongo que no le hizo mucha gracia que se fuera a Cannes sin ella.
-Una pena que no se quedara allí –murmuró Paula.
-Pensé que iría a París para reunirse con el cliente. Me he quedado de piedra esta mañana cuando lo he visto aquí. No sé por qué ha vuelto a Londres, la verdad.
Paula no lo sabía y le daba igual. Pero cuando descubrió que en una de las bolsas había un exquisito juego de ropa interior de seda negra se puso furiosa. Un traje para ir a la oficina era una cosa, pero comprarle ropa interior...
No, eso no podía permitirlo. De modo que, sin pensar, entró en el despacho de Pedro con el conjunto de ropa interior en la mano.
-Parece que te has dejado algo en mi... -empezó a decir. Pero se quedó de piedra cuando lo vio abrazado a una imponente rubia-. Ah, perdón. No me acordaba...
Era ridículo sentirse traicionada, pero nada, ni siquiera las numerosas infidelidades de Leo, la habían preparado para el dolor que sintió en aquel momento. Pedro Alfonso no significaba nada para ella, intentaba decirse a sí misma... pero la desesperación debía reflejarse en sus ojos porque él se apartó de inmediato.
-¿No ve que estamos ocupados? -le espetó la joven.
-Perdone, no me había dado cuenta... -murmuró Paula, escondiendo el conjunto de ropa interior a su espalda.
-Ya que estás aquí, quiero presentarte a Celina Carter-Lloyd. Celina, ésta es mi secretaria, Paula Chaves.
La rubia hizo un gesto desdeñoso con la cabeza antes de volverse hacia Pedro para echarle los brazos al cuello. Como si ella no estuviera allí.
Debía de medir un metro ochenta porque su cara estaba casi al mismo nivel que la de Pedro.
Era delgada, de hombros anchos, atractiva más que guapa, con el pelo de color miel y la descuidada elegancia de alguien que ha nacido en una familia con mucho dinero.
-¿Por qué no puedes venir a Hampshire a pasar el fin de semana? Mamá estaba diciendo el otro día que hace siglos que no vas a verla.
-Iré a verla en cuanto pueda, de verdad. Pero voy a estar liado todo el fin de semana preparando un caso.
-Necesitas una esposa, Pedro, alguien que pueda convencerte para que te relajes un poco. No puedes estar trabajando todo el día.
No había duda de cómo quería «convencerlo», claro. La mujer tenía la sutileza de un elefante, pero a Pedro no parecía interesarle. Quizá iba a casarse con ella, pensó Paula. Celina, la hija de un juez, sería una esposa muy conveniente.
Esa idea hizo que se le encogiera el corazón y lo miró con expresión helada cuando se acercó a su mesa, después de haber acompañado a Celina a la puerta.
-En el futuro, llama antes de entrar en mi despacho.
-Lo siento, no sabía que estabas... distrayendote.
-Podría haber estado haciendo el amor sobre mi escritorío si hubiera querido. Y no estaba «distrayéndome», estaba dándole un beso de amigo.
-Pues parecía que ibas a cómertela -murmuró Paula.
A pesar de todo, Pedro tuvo que contener la risa.
Nadie se atrevía a replicarle. Incluso Margarita, que llevaba años trabajando para él, usaba una sutil persuasión para influir en sus decisiones.
Pero Paula no tenía esas inhibiciones. Y la admiraba por ello.
De alguna forma, aquella diminuta y energica Pelirroja se le había metido bajo la piel y, como si fuera una irritante erupción, no era capaz de librarse de ella. Paula estaba mirándolo en ese momento con aquellos enormes ojos de Bambi y su sonrisa desapareció.
Habia salido con muchas mujeres guapas... en fin, nunca había presumido de ser un monje.
Pero durante los días que había pasado en Cannes estuvo a punto de unirse a alguna orden eclesiástica. No sentía deseo alguno por Angelina ni por cualquier otra mujer. Su falta de libido había sido francamente embarazosa y tuvo que inventar la excusa de un tema urgente en la oficina para terminar con aquella situación, dejando atrás a una sorprendida Angelina.
Por supuesto, lo lógico habría sido ir a París desde Cannes... y se negaba a reconocer que había ido a Londres sólo para ver a Paula. Por alguna razón, aquella mujer tenía la habilidad de distraerlo incluso cuando estaba en algún juicio y por las noches aparecía en sus sueños, en fantasías eróticas absolutamente inapropiadas.
Porque con el amanecer llegaba la cruda realidad y la realidad era que Paula Chaves estaba casada.
Quiza por eso le intrigaba tanto. El era un hombre competitivo y decidido a conseguir lo que quería en la vida. ¿Quería a Paula porque estaba fuera de su alcance? Pedro se dio la vuelta para volver a su despacho.
¿Estaba pensando romper un matrimonio sólo para salirse con la suya?
SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 28
La dependienta intentaba convencerla de que «Todo» le quedaba de maravilla, pero Paula sólo se dejó convencer para comprar un traje de color beige y un vestido de noche negro que debía admitir, era sensacional. Pero entonces descubrio que no tenia zapatos ni bolso que hicieran juego... y cuando Pedro volvió estaba intentando hacer el cálculo de cuánto iba a costar todo eso.
-Deja de darle vueltas a la cabeza. Piensa en esto como un uniforme de trabajo. Muchas empresas ofrecen a sus empleados ropa para trabajar y esto es lo mismo. Y si te molesta mucho, considéralo un préstamo. Puedes devolver la ropa cuando termine tu contrato.
Pedro le dio su tarjeta de crédito a la joven y Paula palideció al ver el total. Pero le pagaría hasta el último céntimo, se juró a sí misma. No quería estar en deuda con Pedro Alfonso.
Volvieron a la oficina en silencio. El, perdido en sus pensamientos.
-¿Esa ropa podría causarte un problema con Chris?
-Dudo que se dé cuenta -contestó ella, sin pensar.
Había algo muy raro en aquel matrimonio, pensó Pedro. Había intentado no hacer caso de los rumores que corrían por la oficina de que el matrimonio de Paula no era un matrimonio feliz, pero su marido debía de estar ciego. Paula Chaves era una mujer preciosa, incluso enfadada.
Pero prefería que se enfadase a que se sintiera avergonzada cuando llegasen a París.
-La señorita Cárter-Lloyd está esperándote en el despacho -dijo Margarita.
Pedro intentó disimular un suspiro de resignación.
- Gracias.
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