miércoles, 4 de diciembre de 2019
SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 30
Paula volvió a casa esa noche preocupada por el viaje a París, pero la carta del abogado de su ex marido la hizo olvidar el viaje de inmediato.
La carta le recordaba brevemente que, según los términos del divorcio, Leo podía visitar a su hija cada dos fines de semana y que, si seguía impidiendo que viera a la niña, el asunto terminaría en los tribunales.
-Yo nunca he impedido a Leo que viera a la niña -le explicó a su hermano, furiosa. - Al principio, cuando firmamos el divorcio lo animaba a que viniera a verla. Quería que tuvieran una buena relación. Pero no te puedes fiar de Leo. O aparecía cuando no le correspondía o no llegaba cuando lo esperábamos... y después de un tiempo dejé de llamar para recordarle cuándo debía venir a ver a Maia. Así que no entiendo esta carta. ¿Por qué no me ha llamado para decirme que pensaba venir a verla? ¿Por qué me manda una carta su abogado?
-Está jugando contigo.- contestó Chris-. Siempre ha sido un canalla y un manipulador. Detrás de esa imagen de niño bonito, hay un cerebro muy retorcido.
-Dímelo a mí. ¿Pero por qué esta carta ahora? Nosotros no hemos discutido nunca por la niña y Leo nunca se ha interesado por ella. Sólo quería dinero. Por eso pedí una ampliación de la hipoteca... para darle su parte. Estoy segura de que busca algo.
Paula intentó olvidarse de la carta y un paseo por el parque con Maia el sábado por la mañana ayudó a poner las cosas en perspectiva.
Pero la tranquilidad duró poco.
-Hola Paula qué guapa estás -Leo estaba apoyado en el capó de su coche cuando llegaron a casa.
-Vaya, que sorpresa- Paula estaba decidida a mantener la calma, pero la sacaba de quicio que la mirase con aquella expresión desdeñosa-. Supongo que has venido a ver a Maia.
-Claro que sí. Hola, Maia, ¿no le das un besito a papá?
La niña parpadeó solemnemente antes de volverse hacia su madre
-¿Papá? -pregunto inocentemente.
Paula sonrió para animarla.
- Papá ha venido a visitarte, cariño. ¿No te gusta que haya venido?
Pero Maia no se movía de su triciclo, insegura.
—No quiere darme un beso -murmuró Leo.
-No esperaras que se eche en tus brazos después de tanto tiempo. No te reconoce.
—Pues ya es hora de arreglar eso -replicó su ex marido-. A partir de ahora vendré cada dos fines de semana... quizá más a menudo si el juez me da la razón. Y me la llevaré a casa.
-¿A qué viene ese repentino interés por la niña?
-Es mi hija, ¿no?
-Es hija tuya desde hace casi cuatro años -replicó Paula-. Y no hacía falta que hablaras con tu abogado. Yo nunca he puesto ninguna pega para que vinieras a verla, todo lo contrario. ¿Qué buscas. Leo? No te has molestado en atender a la niña desde que nació. ¿Por qué esa repentina determinación de convertirte en padre modelo?
Leo se pasó una mano por el pelo rubio, con cuidado para no estropearse el peinado.
-Voy a casarme otra vez y quiero que Maia tenga una vida estable... no que se quede en casa de los vecinos mientras tú te tiras a tu novio en el coche.
Paula lo miró con una mezcla de horror e incredulidad.
- ¿Cómo sabes...?
Pero no termino la frase. No pensaba darle explicaciones a su ex marido.
-Me lo ha contado un pajarito. No hay nada que yo no sepa, cariño. Y no pienso dejar que a mi niña la críen una sucesión de «tíos»... aunque tengan coches caros.
Paula se había quedado tan sorprendida por la visita de Leo que estuvo a punto de llamar a Pedro para decirle que no podía ir con él a París. Pero, ¿qué excusa podía inventar? Pedro Alfonso la había contratado creyendo que no tenía hijos. Y si se lo contaba y la despedían, Leo podría conseguir la custodia de Maia...
El sentido común le decía que su ex marido no podría quitársela. Pero Leo era listo y manipulador. Y, aunque odiaba admitirlo, siempre le había tenido miedo.
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