jueves, 5 de diciembre de 2019

SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 33




Pedro apretó el volante con fuerza al recordar el moratón que tenía en la frente y cómo Paula se había colocado el pelo para taparlo. Estaba palida y le habría gustado parar el coche y abrazarla... Su matrimonio no iba bien, eso estaba claro pero no podía obligarla a que le contase nada.


Paula lo estaba mirando en ese momento y sabía que lo odiaría para siempre si decía en voz alta las sospechas que tenía. No debería sentirse avergonzada, por Dios bendito, todo lo contrario, lo que debería hacer era denunciar a su marido. Pero Paula era una mujer orgullosa y querría resolver sus problemas por sí misma. Lo único que podía esperar era ganarse su confianza poco a poco... aunque eso era risible considerando que no podía mirarla sin que se le pusiera el corazón en la garganta.


La jornada continuó en silencio. Paula miraba por la ventanilla, perdida en sus pensamientos, hasta que llegaron al aeropuerto.


-Pensé que saldríamos de Gatwick. ¿Donde estamos?.- preguntó, al ver que era un aeropuerto privado.


-En el aeródromo de Elstree. Tengo mi avión aquí.


-¡Un avión! ¿Tienes un avión privado? -exclamó Paula.


Cuando Pedro señaló una avioneta Cessna de dos motores todas las preocupaciones sobre Leo y Maia desaparecieron de su cabeza.


-Yo no voy a París en eso.


-Tengo un título de piloto. Y hecho esa travesía muchas veces.


-Me da igual que seas el Barón Rojo. No me gusta viajar en avión y esa cosa parece de cartón...


-¡Paula! -era asombroso lo persuasivo que sonaba su nombre en labios de Pedro Alfonso-. Pensé que eras una valiente tigresa, no me decepciones.


-¿Cómo que una tigresa? ¿Qué quieres decir con eso?


-Que no pareces asustarte de nada. Desde luego, a mí no me tienes ningún miedo.


¿Había una nota de admiración en su voz? Pedro era un hombre con voluntad de hierro y quizá le gustaban las mujeres como él. De repente, Paula era una tigresa. ¿Que diferencia había entre un avión comercial y una avioneta? Mientras permaneciera en el aire...


-Muy bien, lo intentaré.


-Eres estupenda.


Parecía tan relajado, tan diferente del estirado abogado al que veía todos los días en el despacho, que aquel cumplido la hizo sentir escalofríos.


-¿Por qué tienes que mover las alas? ¿Es que se van a caer por el camino?- pregunto, nerviosa.


- No, claro que no. Venga, sube. Ya verás como te gusta. Si te da miedo, prometo apretar tu mano.


-No, tu deja las manos sobre los mandos o como se llame eso.- Paula miró todos aquellos botones y palancas y la tigresa se convirtio en una gatita.


¿Sería capaz de llevarla sana y salva a París? 


Por supuesto, Pedro manejaba la avioneta como lo hacía todo, con seguridad y confianza pero aun así Paula cerró los ojos mientras despegaban.


-No ha estado tan mal, ¿verdad? Venga, ya puedes abrir los ojos, tonta.


Paula observó las copas de los árboles y los campos que empezaban a volverse pequeñitos... Hacía un día precioso y no había una sola nube en el cielo, de modo que, poco a poco, se fue relajando.


-¿Quieres llevar tú los controles?


-¡No!


Pedro rió, apretando su mano. 


-No es tan difícil. Quizá podría hacer un par de piruetas...


-¡No te atrevas! Pedro, prométemelo. Sólo quiero llegar a París sana y salva, así que vuela en linea recta. Nada de tonterías.


Podría acostumbrarse al sonido de su risa, pensó, con el corazón encogido. Podría hacerse adicta a él. Pero, decidida, apartó la mano y se concentró en el paisaje.



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