martes, 12 de noviembre de 2019

PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 22




El sábado por la noche, Paula se miró en el espejo momentos antes de que Pedro pasara a recogerla. Se alegraba de que Silvia la hubiera acompañado de compras. Paula nunca se habría probado aquel traje. Era un vestido de tubo, corto y con escote redondeado. Resaltaba su bonita figura y dejaba al descubierto sus largas piernas. Tenía una chaqueta a juego con largas solapas y un solo botón. Silvia la había convencido de que era el modelito perfecto para la ocasión. Paula se puso unos pendientes que había hecho ella, y en el último momento decidió ponerse en la chaqueta el broche que le había prestado Rosa.


Decidió llevar el pelo suelto y se maquilló un poco. La dependienta de la sección de perfumería le había enseñado a ponerse poco maquillaje, pero con mucho resultado, de forma que Paula se sintiera a gusto.


Cuando se puso los zapatos de tacón, se preguntó por qué se había tomado tantas molestias. ¿Para evitar la duda de que no estuviera lo suficientemente guapa para Pedro


Eso no era una buena excusa, Pedro le había dicho que le gustaba tal y como era. Esperaba que así, le gustara aún más.


Momentos más tarde, cuando Paula abrió la puerta para saludarlo, la expresión de Pedro le dijo por qué había llegado tan lejos.


—Estás preciosa —dijo él, y la miró fijamente—. ¿Cómo voy a fijarme en las obras de arte? Voy a estar distraído toda la noche contigo.


—No seas tonto —dijo Paula mientras él le ayudaba a ponerse el abrigo. Pero sus cumplidos hicieron que se sintiera muy atractiva, y cuando llegó al coche se sentía como si estuviera flotando.


El museo estaba precioso por la noche. La entrada estaba decorada con luces brillantes que anunciaban la nueva exposición, y las luces exteriores resaltaban el diseño arquitectónico del edificio. Paula se imaginó que estaba entrando en un castillo.


En el recibidor, había una multitud de hombres y mujeres muy elegantes que bebían champán. 


Paula se puso un poco nerviosa. No le gustaban las fiestas, ni siquiera cuando conocía a la mayoría de los invitados. Pedro notó que se estaba poniendo nerviosa y le dio la mano.


—No te preocupes, Paula, va a ser divertido —le susurró al oído—. Hay algunas personas que quiero presentarte. Gente que puede ayudarte en tu profesión. Nadie te va a comer, te lo prometo —bromeó.


Ella se rio y dijo:
Pedro, no seas tonto.


—Todos menos yo, claro —añadió con una sonrisa—. Pero eso será más tarde.


Paula lo miró y una ola de deseo se apoderó de ella. Aquella tarde sería algo más aparte de la primera vez que salían juntos como pareja. 


¿Eran una pareja? Todo sucedía demasiado deprisa. Si no tenía cuidado, pronto se convertiría en la amante de Pedro. A pesar de que él le había prometido tener paciencia…


Pedro, me alegro de verte —un hombre se acercó a Pedro con una sonrisa.


—David, yo también me alegro de verte. Esperaba encontrarte aquí —lo saludó—. Paula, éste es David Martin. Es el propietario de la galería Pendleton-Martin, la que está en Pace Street.


—¿Cómo estás, Paula? —dijo David, y le tendió la mano.


—Encantada de conocerte —dijo Paula, y le estrechó la mano.


—Y por cierto, solo soy el dueño de la mitad, la parte de Martin —aclaró David entre risas—. Mi socio, Tomas Pendleton, se enfadaría si me llevo todo el mérito.


—Bueno, según tengo entendido, tú eres el que elige las exposiciones —dijo Pedro—. Paula es una artista con mucho talento. Una escultora. Tienes que echar un vistazo a sus obras. Es muy buena, de veras.


Paula no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Por qué Pedro no le había advertido que iba a presentarle al dueño de una galería? Cuando David la miró, sintió que se le secaba la garganta.


—Últimamente hay mucha demanda de esculturas. Todos los jóvenes ejecutivos tienen que decorar sus despachos y sus mansiones —bromeó—. Nosotros siempre buscamos nuevos talentos —le dijo—. ¿Trabajas para alguna otra galería, Paula?


—Uh… no. No, durante los últimos años he participado en varias exposiciones, pero realmente soy diseñadora de joyas… así es como me gano la vida.


David sonrió con indulgencia, y Paula pensó que lo había estropeado todo.


—Sobre todo, trabajo el metal. Ahora estoy haciendo obras muy grandes. Utilizo objetos fundidos y diferentes clases de metal —añadió.


—Parece interesante —contestó David—. ¿Dónde montas las obras?


—Tengo un estudio en State Street, en un almacén.


—¿Puedo pasar por allí algún día? ¿O quizá puedas enviarnos algunas diapositivas? —sugirió.


—Claro. Es decir, cualquiera de las dos cosas me parece bien.


—Tenemos una exposición de grupo en diciembre. Quizá alguna de tus obras encaje en ella. Llámame.


Le dio una tarjeta y le dedicó otra sonrisa.


—Muchas gracias —contestó ella.


—Si no te llama ella, te llamaré yo —le prometió Pedro.


David se rio. Miró a Pedro y después a Paula. «Así es como la gente te mira cuando eres una pareja», pensó Paula.


—Si la contrato, tendrás que pedirle una comisión, Pedro —bromeó David.


—Soy un gran admirador —Pedro miró a Paula y ella sintió que se sonrojaba.


—Sí, estoy seguro —dijo David, y miró a Paula—. Encantado de conocerte. Pasadlo bien.


Cuando David se marchó, Paula seguía un poco asombrada. El dueño de una conocida galería de arte se había ofrecido para ver su trabajo. 


¿Cómo podía haber sucedido con tanta facilidad? Levantó la vista y vio que Pedro la estaba mirando.


Pedro podía hacer cosas como esas con solo chasquear los dedos. Conocía gente importante. Tenía influencias.


—¿Te has enfadado conmigo porque te haya presentado a David? —le preguntó.


—Se ha ofrecido para ver mi trabajo, así que creo que sería una desagradecida si me enfadara contigo —dijo ella.


Pedro se rio.


—Había pensado en decírtelo antes —admitió—, pero no estaba seguro de si iba a estar aquí o no, y no quería que te hicieras ilusiones.


—¿Ni que me pusiera nerviosa por si me enfadaba contigo? —añadió ella con una sonrisa.


—Bueno… había pensado en esa posibilidad —admitió.


Tendría que haberse enfadado con él, pero con lo atractivo que era y su maravillosa sonrisa, no había nadie que pudiera hacerlo.


Pedro la agarró por los hombros y la miró.


—Solo quería ayudarte un poco. Aun así, eso no significa que quiera que cambies, Paula —le prometió en un susurro.


—Lo sé.


La miró durante un instante y después dijo:
—Vamos a ver la exposición, ¿vale? —la tomó del brazo y se dirigieron hacia la primera sala.



PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 21





Paula no esperaba que Pedro la llamara mientras estaba de viaje, pero no podía evitar echarlo de menos. Pensó en él durante toda la semana, y por las noches no conseguía dormir. 


El viernes por la noche se acostó temprano, pero el teléfono la despertó. Miró el reloj. Era casi medianoche. La única persona que podía llamarla a esas horas era su madre, que nunca se acordaba de que en California era dos horas más temprano que en Indiana.


—¿Diga? —contestó Paula medio dormida.


—¿Te he despertado? Lo siento. Acabo de llegar y quería oír tu voz.


Era Pedro. El sonido de su voz despertó a Paula de golpe. Se sentó en la cama y sonrió.


—Me alegro de que hayas llamado. ¿Qué tal el viaje?


—Agotador. Pero he avanzado mucho —le contó un par de detalles sobre su negocio y sobre los problemas con que se había encontrado. Paula estaba encantada de que confiara en ella—. Estoy rendido… pero quería decirte hola.


—Hola —dijo Paula. Deseaba que estuviera junto a ella.


Él dio un largo suspiro.


—Te he echado de menos.


—Yo también te he echado de menos —admitió ella—. Gracias por las rosas, son preciosas.


—Me alegro de que te gustaran. Cuatro días es mucho tiempo. No quería que te olvidaras de mí.


Ella se rio.


—Buena idea. Creo que ha funcionado —bromeó.


—¿Mañana por la noche nos vamos a ver? —preguntó él. Paula notó una sombra de duda en su voz, como si esperara que ella tuviera alguna excusa para decirle que no.


—Sí, por supuesto. Tampoco me he olvidado de eso —le dijo.


—Bien —dijo Pedro. Su voz era cálida y Paula podía imaginar el brillo en sus ojos oscuros. Hablaron un poco más y quedaron en que Pedro pasaría a recogerla—. Buenas noches —se despidió—. Que tengas dulces sueños.


Sin duda sus sueños iban a ser mucho más dulces.


—Buenas noches, Pedro —susurró Paula, y colgó el teléfono.





lunes, 11 de noviembre de 2019

PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 20





—Uau, ¿quién te ha enviado estas rosas? —preguntó Silvia cuando entró en el despacho de Paula el martes por la mañana.


El gran ramo de flores que había sobre la mesa no podía pasar desapercibido, y por supuesto, Silvia quería saber todos los detalles.


—Un… cliente —contestó Paula. Intentó contener la sonrisa que le salía cada vez que pensaba en Pedro, pero no lo consiguió. Las rosas le habían llegado esa mañana con una nota que decía: Te echo de menos, Pedro. Ella la había guardado en su bolso para que no la viera nadie.


Por algún motivo, no le quería contar a nadie lo que había pasado entre ella y Pedro. Ni siquiera a Silvia. Pero Silvia la conocía muy bien, y sabía a qué se debía el brillo de sus ojos. 


Paula intentó cambiar de tema.


—¿Me he perdido algo importante en la reunión de esta mañana?


Como tenía que trabajar en la Colección Para Siempre y en el encargo de Pedro, su jefe le había dicho que no hacía falta que asistiera a la reunión. Paula le estaba agradecida por ello.


Silvia se sentó junto a la mesa de dibujo de Paula y cruzó las piernas.


—Nada nuevo. Han tratado de fijar un calendario de producción para la Colección Para Siempre, pero estoy segura de que eso te lo contará Franco —Silvia la miró dejando claro que no pensaba cambiar de tema—. Entonces, ¿hay alguna relación entre que llegaras tarde esta mañana y ese invernadero móvil?


—Quizá —admitió Paula.


—¿Y este cliente, es el mismo que te envió un jersey la semana pasada? —continuó Silvia.


Paula miró a su amiga.


—En serio, Silvia, deberías abrir una agencia de detectives. Eres muy buena.


Silvia se encogió de hombros y dijo:
—Es Pedro Alfonso, ¿verdad? Él fue quien te compró en la subasta, y Yanina me dijo que la semana pasada te llamó para que lo atendieras en la sala de exposiciones. No llegué a verlo en la subasta, pero Yanina dice que es muy atractivo. ¿Por qué no nos has contado que estás saliendo con él?


Paula se reclinó en el asiento y dijo:
—Por el amor de Dios, sí, me compró en la subasta, pero lo único que hicimos después fue tomar un café. Desde entonces lo único que hemos hecho ha sido cenar juntos. Una cena de negocios —añadió—. En serio, no ha pasado nada —insistió. Pero Silvia la miraba como si no tuviera escapatoria—. Bueno… prácticamente nada. Quiero decir, no ha sucedido nada que la gente pueda pensar que es algo… Pero, por supuesto, como yo no salgo mucho con chicos, bueno no salgo nada… a mí me parece algo. Aunque, en realidad no fue…


—Paula, estás balbuceando —la interrumpió Silvia—. Ese hombre te gusta de verdad, ¿no?


—Sí… me gusta —admitió Paula—. Y eso me asusta, Silvia. Es tan… tan…


—¿Perfecto? —preguntó Silvia.


—Es demasiado perfecto —contestó Paula con un suspiro—. Es inteligente, amable, considerado… Anoche me dijo que no iba a permitir que tuviera ninguna excusa para alejarme de él. Creo que lo dice en serio.


—Parece como si ya te conociera muy bien —dijo Silvia entre risas—. Pero si es tan maravilloso, ¿por qué ibas a querer separarte de él?


—Tienes una visión muy optimista acerca de las relaciones. Ojalá yo pudiera hacer lo mismo. Pero yo no tengo mucha suerte con los hombres. Da igual lo maravillosos que parezcan, después nunca me sale bien.


Silvia miró a Paula con cara de lástima. No le dio más consejos ni le hizo más preguntas, solo le tomó la mano y le dio una palmadita. Paula no tenía muchos amigos, y en esos momentos apreciaba mucho el apoyo de Silvia.


—¿Vas a volver a verlo?


Paula asintió.


—El sábado por la noche vamos a ir a una inauguración en el Bentley Museum. Dan un cóctel para los donantes importantes.


—Uau, no puedes faltar. ¿Qué te vas a poner?


—Aún no lo he pensado. Me ha dicho que no era un acto formal. ¿Pero qué significa eso para un millonario?


Después de repasar el vestuario de Paula, las dos mujeres decidieron ir de compras el jueves por la tarde. Silvia tenía mucho estilo y Paula estaba encantada de que su amiga la aconsejara.


—Entonces… después del sábado, ¿no vas a volver a verlo? ¿Eso es lo que piensas hacer?


Paula se levantó de la silla y paseó de un lado a otro del despacho.


—No sé. No sé qué hacer.


Silvia también se puso en pie.


—¿Por qué no te relajas… y vas poco a poco? Ya lo irás viendo.


—Al menos una de nosotras confía en mi instinto para los hombres.


—Confía en tu corazón, Paula —le aconsejó Silvia con una sonrisa.


Silvia cambió de tema y se puso a hablar de la subasta. Había sido un éxito y había servido para unir un poco más a los empleados de Colette. Paula admitió que se alegraba de que sus amigas la hubieran convencido para que participara.


Cuando Silvia se marchó, Paula se quedó a solas con las rosas y reflexionó sobre el consejo que le había dado su amiga.






PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 19





Minutos más tarde, estaban paseando por el parque bajo la luz de la luna. Lucy iba trotando junto a ellos, olisqueando todos los árboles que había en el camino.


—El parque está muy bonito por la noche —dijo Pedro—. Me alegro de haberte acompañado.


Paula lo miró y sonrió.


—Yo también —dijo ella. Después, él le rodeó los hombros con el brazo y siguieron caminando en silencio.


Cuando llegaron al lago, el agua estaba tranquila y en ella se reflejaban las estrellas.


Se sentaron en un banco que había en la orilla. 


Pedro la atrajo hacia sí y Paula se relajó y apoyó la cabeza en su hombro. Sintió que él le besaba la cabeza.


Volvió la cara y sus bocas se encontraron. 


Durante un buen rato, se besaron y abrazaron de manera apasionada.


Finalmente, Pedro levantó la cabeza. Respiraba deprisa y Paula sintió que trataba de mantener el control para no ceder ante el deseo que sentía por ella.


—¿Ibas a invitarme a subir esta noche? —preguntó él.


Ella se rio.


—No sé… no estaba segura —contestó—. Es decir, me apetecía… pero…


—Tenías miedo de lo que podía pasar —dijo él.


Ella asintió y se apoyó sobre su pecho. Él la agarró de la barbilla e hizo que lo mirara.


—No iba a subir, aunque me invitaras —admitió él—. Aunque he de decirte que me habría costado muchísimo. No estaba seguro de poder controlarme una vez estuviéramos a solas. Te deseo tanto —confesó—. No quiero darte excusas para que te alejes de mí, Paula. No quiero perderte.


Paula no sabía qué decir. Llevaba toda la tarde tratando de convencerse de que no quería nada romántico con Pedro. Pero al parecer, él no pensaba lo mismo.


—Como te he dicho antes, estaré fuera de la ciudad hasta finales de semana —dijo él. «Menos mal», pensó ella. Necesitaría una semana para recuperarse de ese encuentro—. ¿Podemos vernos el sábado por la noche? Tengo que asistir a una inauguración en el museo, aquí en el parque. No es nada formal. Será divertido, sobre todo si me acompañas —sugirió él.


—Me encantaría ir —dijo Paula.


Ella visitaba el museo a menudo, pero nunca había asistido a una inauguración. Suponía que Pedro donaba grandes sumas de dinero a la organización y que por eso lo invitaban a ese tipo de eventos. Participaba en muchas obras benéficas, y era evidente que quería utilizar su dinero para ayudar a los demás. Era otra de sus buenas cualidades. Cuando más lo conocía, más lo admiraba y más se contradecían sus prejuicios acerca de los hombres ricos.


—Supongo que tenemos que irnos —dijo Paula al cabo de un rato.


Pedro asintió.


—Supongo que sí.


Se separó de ella despacio, y la besó un par de veces antes de soltarla del todo. Paula sabía cómo se sentía, porque ella también sentía lo mismo. Ambos deseaban quedarse allí, abrazados hasta el amanecer.


Se pusieron de pie. Lucy estaba tumbada junto al banco desde hacía un rato, y miró a Paula.


—Es una perra bien entrenada —comentó Pedro con una sonrisa—. Ha sido muy considerada al no interrumpirnos.


—Sí, se ha portado muy bien —Paula no sabía por qué—. No le habrás dado galletas a escondidas ¿verdad?


—No… pero me aprenderé ese truco para la próxima vez —dijo Pedro. Tomó la mano de Paula y comenzó a caminar.


Paula se reía, pero por dentro estaba temblando. Él había prometido que tendría paciencia. Y también que no la dejaría escapar. 


Tenía que fiarse de él, pero sabía que la próxima vez no conseguiría librarse de sus abrazos con tanta facilidad como aquella noche.


La verdad era que Paula sabía que no querría librarse…




PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 18





El brillo de sus ojos le aclaró lo demás. El pensaba que ella lo estaba considerando como una posibilidad para el matrimonio.


La idea era… absurda. Paula bebió un sorbo de agua y se atragantó.


Hijos. Por supuesto.


Seguro que él sería un buen padre. Debía de tener unos cuarenta años, y muchos hombres formaban una familia a esa edad. Estaba segura de que había muchas mujeres dispuestas a casarse con él.


Pero tendría que borrar su nombre de la lista. Paula pensaba que la maternidad no era para ella.


A veces sentía ganas de tener un bebé, pero otras pensaba que como madre sería un desastre. No era algo que se pudiera aprender, sino algo que había que sentir. Estaba convencida de que sería incapaz de criar a un niño y de darle todo el cariño que un hijo necesita para convertirse en una persona feliz y segura de sí misma.


No, los niños no eran para ella. Y ese era otro de los motivos que harían que su relación con Pedro fracasase.


Paula se quedó en silencio, pensativa.


—¿Pasa algo? —preguntó Pedro—. Te he aburrido con la historia de mi vida y eres demasiado educada para admitirlo, ¿verdad?


Ella sonrió y le acarició la mano.


—Para nada. Todavía tengo un montón de preguntas que hacerte.


Él parecía halagado.


—La única cosa que creo que no te he contado es mi grupo sanguíneo. ¿Qué más quieres saber de mí?


—Muchas cosas —Paula se encogió de hombros—. ¿Cuál es tu segundo nombre?


Él sonrió.


—No te lo puedo decir. Me da vergüenza.


—No puede ser peor que el mío.


—¿Cuál es el tuyo?


Paula respiró hondo.


—Agatha.


—Sí, ése no está mal —dijo, y le guiñó el ojo—. Supongo que tendré que decirte el mío. Es Sherman.


—¿De verdad? No tienes pinta de llamarte Sherman.


—Gracias. Tú tampoco tienes pinta de llamarte Agatha.


Ella se rio.


—Quizá porque me llamo Maria, de segundo nombre.


—¿Me has engañado?


—Me temo que sí.


—Voy a tener que tener cuidado contigo.


—Sí, eso me temo… Sherman.


Tomaron un taxi para volver a casa de Paula, y aunque ella trató de convencer a Pedro de que se quedara con el taxi y siguiera hasta su casa, él se empeñó en bajarse y en acompañarla hasta la puerta.


Le temblaban las manos mientras abría con la llave. Sentía que él estaba muy cerca. ¿Iba a besarla cuando ella se diera la vuelta? ¿Debía invitarlo a subir? Era tarde, y ambos tenían que trabajar al día siguiente. ¿Qué hora era? Se lo había pasado tan bien que había perdido la noción del tiempo.


Cuando abrió la puerta, miró el reloj.


—Cielos… pobre Lucy. Debe de estar muñéndose por salir —sin esperar a Pedro, Paula comenzó a subir por las escaleras.


Pedro la siguió. Lucy no había salido en todo el día, y normalmente, cuando Paula no volvía a casa después del trabajo, le pedía a alguna de sus amigas que la sacaran a pasear. Pero la imprevista cita con Pedro había hecho que se olvidara de todo.


Paula abrió la puerta de su casa, y Lucy salió a recibirla. Paula tomó la correa y se la puso al cuello.


—Vas a sacarla a pasear… ¿ahora? —preguntó Pedro. Paula salió corriendo porque Lucy se apresuró a salir de casa.


—Por supuesto. Voy a darle un paseo por el parque. La pobre lleva todo el día sin salir.


Subieron al ascensor y Pedro dijo:
—Son más de las once. No puedes pasear por el parque a estas horas, Paula. No es un lugar seguro.


Su tono paternal la pilló desprevenida. No estaba acostumbrada a que nadie cuidara de ella. Ni a que le dijeran lo que podía o no podía hacer.


—No seas tonto. Estaré bien —contestó Paula. Llegaron al piso de abajo y salieron del ascensor.


—Puedo sacarla yo. No me importa —insistió Pedro.


—En serio, no es necesario —contestó Paula. Salieron a la calle y Lucy tiró de Paula para dirigirse al parque—. Bueno, aquí puedes esperar a un taxi —le dijo a Pedro.


—De ninguna manera —insistió él—. Si no me dejas pasear al perro, te acompañaré.


—En serio, Pedro


—Insisto —Paula se dio cuenta de que no tenía sentido discutir.