domingo, 27 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 16




Mientras caminaba hacia la tienda de antigüedades, Pedro iba pensando en todo lo que podía hacer para impresionar a una mujer sin gastarse mucho dinero. Otra rosa, aunque a lo mejor era mimarla demasiado darle una rosa al día… Un par de sándwiches… Y, por último, un té frío con mucha cafeína porque, a pesar del sonoro despertar de por la mañana, seguía necesitando algo que le despejara la cabeza. 


Sonrió al acordarse del concierto matinal; tenía que reconocer que aquella mujer tenía agallas. 


En lugar de protestar a la casera, había decidido contraatacar.


-Tenemos que hablar -le dijo Paula a bocajarro nada más verlo entrar-. Anoche no dormí nada.


-Yo tampoco -murmuró él, pero ella no debió ni oírlo porque continuó hablando como si no hubiera dicho nada.


-… y llevo todo el día pensando. Necesito saber hacia dónde va todo esto. A ver… no quiero que pienses que te estoy presionando, es solo que tengo dos hijos…


-Lo sé -consiguió decir en mitad de aquel torrente de palabras. Le resultaba muy difícil olvidar a aquellos dos roedores que se pasaban el día gastándole las peores bromas.


-… y tengo que pensar en ellos antes que en mí misma. Ya han sufrido bastantes trastornos, ahora debo intentar que las cosas sean lo más fáciles posibles y para eso necesito estabilidad. Tú me gustas mucho, de verdad. Pero no quiero empezar algo que… que… -hizo una pausa para tomar aire antes de añadir-: Bueno, si quieres que seamos solo amigos, por mí no hay problema… supongo.


«Vaya, maldita sea».


¿De verdad era esa la misma mujer que la noche anterior lo había besado apasionadamente? La veía mover las manos con nerviosismo y le parecía imposible que esas mismas manos se hubieran paseado libremente por su espalda. Intentó sonreír con dulzura, pero no pudo hacer desaparecer por completo el gesto tenso.


-Cariño, no hay un solo hombre sobre la faz de la tierra que quiera ser «solo amigo» de una mujer -según hablaba, se iba acercando a ella y ella iba a su vez poniendo más distancia entre ellos-. ¿Sabes? Estoy empezando a descubrir un ritual que se ha establecido entre nosotros.


-¿Un ritual? No nos conocemos lo bastante como para tener ningún tipo de ritual.


-Sí, estás actuando exactamente igual que anoche cuando llegaste al restaurante: apareces acelerada y deseando dejar todo muy claro para que yo no pueda llegar a ninguna conclusión errónea. Tratando de hacer que yo me sienta tan desconcertado como pareces estarlo tú -notó que el rostro de Paula estaba adquiriendo un tono rojizo-. Ahora es mi turno. No sé hacia dónde nos lleva esto. Ni siquiera he pensado en tus hijos, pero estoy casi seguro de una cosa… tú tampoco quieres que seamos solo amigos.


-¿Ah, no?


-No -contestó firmemente mientras se acercaba a ella lo suficiente para estrecharla entre sus brazos-. ¿Quieres que te lo demuestre?


-No -dijo ella sin poder dejar de mirarlo a la boca.


-Mentirosa -y diciendo eso, empezó a besarle el cuello, donde podía sentir los latidos de su corazón golpeándole las venas. Sabía tan dulce, era tan sexy. Paula relajó su cuerpo con un suspiro que también tranquilizó a Pedro.


-¿Necesitas más pruebas?


-Bueno, a lo mejor una más.


Que él recordara, aquella era la primera vez que deseaba reírse con una mujer y besarla al mismo tiempo; pero las ganas de reír desaparecieron en el momento en el que Paula aproximó su boca a la de él. Ambos se vieron arrastrados por la necesidad de dar rienda suelta a la pasión y dejar que sus manos se movieran libremente por el cuerpo del otro. Pedro deseaba con todas sus fuerzas encontrar una cama y…


Sus lenguas empezaron a juguetear y Paula le pasó los brazos por el cuello. Sin dejar de besarla, Pedro miró a su alrededor intentado dar con algo parecido a una cama, un sofá, cualquier cosa blandita. La condujo hacia una especie de sofá y allí se recostaron para continuar besándose. Aunque necesitaba mucho más, empezó a acariciarle el cuello y fue bajando hasta el escote de la camisa; una vez allí buscó a tientas los botones de la camisa. 


Necesitaba saber si su piel era tan suave como la había imaginado. Paseó la yema de los dedos por los suaves bordes del sujetador.


Sí, su piel era tersa, suave, deliciosa…


Dejó que su boca ocupara el lugar de sus manos y el corazón le dio un vuelco cuando oyó cómo ella susurraba su nombre y se acercaba aún más a él. Pedro sabía cómo iba a acabar esa situación… exactamente como él deseaba que acabara. Fue entonces cuando se oyeron las campanillas de la puerta de la tienda.


-Paula, tengo tres mujeres más que se mueren por tus vestidos. Paula…, ¿estás ahí dentro? -la voz de aquella mujer se escuchaba demasiado cerca.


-Estoy aquí, Male -dijo abrochándose los botones de la camisa a toda prisa-. Dame solo un segundo. ¡Levántate de ahí! -le pidió a Pedro en un susurro casi inaudible.


Él obedeció, pero lo primero que tenía que hacer al ponerse en pie era intentar volver a controlar la situación porque Paula había conseguido hacerlo olvidarse de dónde estaba y hasta de quién era. Claro que, por su culpa, tampoco ella sabía quién era realmente Pedro. Aquello lo hizo darse cuenta de que tenía que acabar con aquella estupidez cuanto antes; no tenía por qué contarle toda la verdad; lo del dinero, por ejemplo, no necesitaba saberlo, pero sí tenía que decirle que era su vecino. Aunque no quería pararse a pensar en lo que Paula significaba para él, sí que sabía que no merecía que le mintieran de ese modo.


-Tenías razón, tenemos que hablar.


-Más tarde -murmuró ella justo antes de salir de la trastienda-. ¿Qué ocurre, Male? -la oyó decir en un tono de voz inusualmente alto, casi hablaba como sus hijos.


Pedro creyó que no había motivo para esconderse, así que él también salió de allí. Al aparecer en la tienda, la amiga de Paula lo miró con una sonrisa de complicidad.


-Pues parece que nada tan interesante como lo que ocurre aquí.


-Te acuerdas de Pedro, ¿verdad, Male? -preguntó completamente ruborizada. Al mirarla, Pedro vio cómo el rubor subía desde el cuello de… «¡Dios mío!»… de su camisa mal abrochada-. Claro que te acuerdas de él, lo conociste ayer mismo.


-Pero cuánto pueden cambiar las cosas en un solo día, ¿eh, Pedro?


Como no se le ocurrió una respuesta que no avergonzara a Paula más de lo que estaba, prefirió simplemente sonreír.


-Pedro me ha traído la comida -explicó ella señalando los paquetes todavía sin abrir-. Ya ves, se trata de una visita amistosa.


-Sí, está claro que sois muy buenos amigos -contestó Malena con los ojos llenos de tierna malicia-. Bueno, como no quiero interrumpir… nada, me voy a ir ya. Luego te cuento lo de las nuevas clientas que pronto vas a tener haciendo cola en tu puerta. Cuando no estés tan… ocupada -añadió dirigiéndose hacia la puerta. 
Cuando Pedro empezaba a creer que se había librado de una escena desagradable, Malena volvió a darse la vuelta hacia ellos-. Una cosa más. Normalmente no habría dicho nada, pero como sé lo cuidadosa que eres con la ropa… La camisa, Paula.


-¿La camisa?


Su amiga le señaló los botones de la blusa.


-No creo que sea así como quieras llevarla -dijo riéndose mientras Paula, con el rostro enrojecido, comprobaba, el estado de la camisa-. Os dejo que sigáis… con la comida.


En cuando salió de la tienda, Paula se volvió hacia Pedro.


-¿Y tú por qué no has dicho o has hecho algo?


-Lo he intentado, pero tampoco podía hacer mucho. No creo que te hubiera gustado que hiciera esto delante de tu amiga -respondió mientras le abrochaba correctamente los botones.


Ella le retiró la mano suavemente en cuanto hubo terminado.


-Anda, vamos a comer.


Cuando terminaron los sándwiches, Pedro reunió el valor necesario para empezar a hablar y contarle lo de la pequeña broma que le había gastado.


-¿Alguna vez has empezado algo y luego no has sabido cómo terminar? -le preguntó de carrerilla, consciente de que lo mejor era soltarlo todo de golpe y cuanto antes.


Paula sonrió y él bebió aquella maravillosa sonrisa pensando que seguramente sería la última que viera durante un tiempo, o quizá no volvería a verla sonreírle nunca más.


-Sí, cuando tenía diez años empecé un edredón para mi madre y nunca fui capaz de terminarlo. La pobre sigue teniendo la mitad encima de su cama. ¿Te refieres a algo así?


Notó que no había conseguido ocultar su nerviosismo cuando vio que la sonrisa abandonó el rostro de Paula.


-¿Estás hablando de nosotros? -le preguntó mucho más seria.


Tenía la sensación de estar clavándole un cuchillo en la garganta. La noche anterior le había dejado muy claro que la sinceridad era algo esencial para ella. Sin embargo, él la deseaba con todas sus fuerzas y sabía que la verdad no lo iba a dejar en muy buen lugar. Lo estaba estropeando todo.


-No… no, claro que no -aseguró tartamudeando e intentando ganar tiempo para pensar en una estrategia más hábil-. ¿Qué tal aguantas las bromas?


Paula lo miró desconcertada.


-¿Como llenarle la cara de pasta de dientes a alguien mientras duerme?


-Bueno, algo un poco más sofisticado -pero no mucho más, tuvo que admitir ante sí mismo.


-La verdad es que nunca me han gustado mucho esas cosas.


Pedro cada vez se sentía más tonto. Justo entonces sonó el teléfono y él no supo si estar enfadado o aliviado. No iba a quedarle más remedio que contárselo de una vez por todas, tenía que dejar de dar vueltas.


-Eran de la guardería de los niños -lo informó nada más colgar-. Parece ser que Marcos se ha caído durante el recreo; la profesora dice que no es nada, pero voy a ir a buscarlo para llevarlo al médico. Sé que te parecerá que soy una histérica, pero prefiero quedarme tranquila -resopló con rabia-. En momentos como este me gustaría tener un seguro en condiciones.


Pedro se alegró de que ella no hubiera visto la cara de pavor que se le había puesto. Parecía que los niños devoraban el dinero a más velocidad incluso que Victoria. Sería mejor que siguiera sin contarle lo de su cuenta bancaria. 


¿Cómo sabría si no si lo quería por él o por su dinero?


Eso si quería volver a verlo después de que le contara lo demás.


-Lo siento muchísimo -se disculpó Paula mientras él intentaba deshacerse del nudo de angustia que se había alojado en su garganta-. Son gajes de la maternidad. ¿Quieres acompañarme? Podemos hablar en el camino de vuelta.


¿Contárselo todo delante de un niño que no había dejado de atacarlo desde que lo conoció? 


Prefería no imaginarse qué haría el pequeño si viera que su mamá estaba enfadada con él. No, gracias. Mejor optar por la alternativa más cobarde.


-¿Por qué no mejor desayunamos juntos mañana? Después de que hayas llevado a los niños a la guardería.


-Eh… de acuerdo -respondió ella, distraída-. Aquí están -dijo sacando las llaves de lo más profundo del bolso.


Unos segundos después lo había dejado allí sin mirar atrás y casi sin despedirse de él. Pedro disponía de unas horas más para pensar cómo iba a deshacer aquel entuerto que él mismo había creado.




UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 15




-Mejora esto, Alfonso -murmuró Paula, mientras escuchaba a Abril y a Marcos cantando V1a gritos una canción de la película que habían ido a ver con Malena la noche anterior. Incluso se unió a ellos golpeando una cuchara de madera contra una cazadora; a lo mejor no era tan funky como lo que hacía su vecino, pero no estaba nada mal para un concierto en la cocina a las siete de la mañana.


El señor Alfonso había llegado tarde la noche anterior, exactamente a la una y media. Paula lo sabía con total seguridad porque a esa hora ella había estado dando vueltas sobre la cama, recordando por vigésima vez el beso que se habían dado Pedro y ella. Al ritmo de la armónica del cretino de su vecino, se había convencido a sí misma que la forma en la que había reaccionado a aquel beso era completamente natural. Después de todo, había pasado mucho tiempo, mucho, mucho tiempo, desde la última vez que la habían besado otros labios que no fueran los siempre pegajosos de los gemelos.


Paula cerró los ojos. «¡Qué excusa tan pobre!» En realidad, sabía perfectamente que no había sido la falta de costumbre lo que había hecho que aquel beso la hubiera derretido hasta los huesos. No, el cielo y la tierra se habían puesto a dar vueltas solo por él, por Pedro Miller. Y eso seguía resultando tan increíble como la noche anterior.


Una cosa era hacer un receso en su decisión de alejarse de los hombres, y otra muy distinta enamorarse como una niña en cuanto alguien la besara. Apenas conocía a ese tipo. Desde luego, la química que surgía con algunas personas era algo apasionante… y aterrador.


-¿Estás bien, mami? -Abril y Marcos la miraban preocupados-. Hemos dejado de cantar hace un buen rato y te has quedado ahí atontada.


Esa era una buena definición de su estado emocional.


-Estaba pensando en las musarañas.


-Yo no veo ninguna araña de esas.


Paula se echó a reír. No podía haber nadie más literal que un niño.


-Tienes razón, cariño. Bueno, os dejo que cantéis la canción una vez más y luego os tomáis el desayuno. 


¿Qué debería hacer con Pedro? A pesar de lo que ella pensara, en realidad no le gustaban los riesgos, y no podía imaginar riesgo mayor que dejar su corazón desprotegido. Tampoco le gustaba andar jugando… Toda esa incertidumbre la estaba volviendo loca. No tenía la menor idea de qué esperaba Pedro de ella, como no sabía qué esperaba ella de él. Quizá un par de besos como el de la noche anterior, pero solo para comprobar que lo que había sentido no habían sido imaginaciones suyas, por supuesto.


Paula frunció el ceño ante su propia mentira y de pronto se acordó de la frase que solía decirle su madre cuando era solo una niña: «la sinceridad siempre es la mejor solución». De acuerdo, si tenía que ser sincera, lo cierto era que no quería solo un par de besos más; quería romance, flores y largos paseos románticos. Quería alguien con quien compartir su vida… quería al guapísimo, fuerte y sexy Pedro. Pero solo si él comprendía que ella formaba parte de un conjunto que también incluía a Abril y a Marcos.


Quizá si se quitara de encima todas sus dudas y lo hablara con él, podría volver a conciliar el sueño. Quizá él pudiera responderle con sinceridad, eso no era mucho pedirle a un hombre, ¿verdad? La canción de los niños fue in crescendo hasta la estrofa final. En cuanto dieron la última nota, se oyó un aplauso que provenía del apartamento de al lado.


-Al menos juega limpio -murmuró Paula esperando que también Pedro Miller fuera capaz de lo mismo.




sábado, 26 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 14





Pedro se quedó de pie junto a ella en la puerta del apartamento, a pesar de que ya había metido la llave en la cerradura. Se moría de ganas de volver a besarla, en realidad quería empezar a besarla y no parar jamás.


Probablemente sería mejor no empezar, especialmente ahora que la veía tan vulnerable; estaba muy pálida y tenía los labios enrojecidos por el beso de antes. ¡Y qué beso! Eso había sido una especie de milagro, no un beso cualquiera.


-Necesito volver a verte. Mañana.


Ella parpadeó sorprendida y meneó la cabeza como si estuviera saliendo de un sueño.


-Abril y Marcos…


Aquellas dos palabras eran como un jarro de agua fría.


-Comamos juntos entonces. Porque los niños tendrán que ir al colegio, ¿no?


-Sí, están en la guardería hasta por la tarde, pero tengo que trabajar.


Sabía que estaba insistiendo demasiado para los dos, pero no podía controlarse. Ya se las arreglaría para solucionar el problema de su falsa identidad más tarde, después de haber vuelto a verla.


-Te llevaré la comida a la tienda.


-Pedro


-No digas nada. Solo comer juntos. Sin presiones -prometió sonriente.


-Creo que ya he oído eso en algún sitio.


-Y mira lo que he conseguido: una cena maravillosa con la mujer más bella de la ciudad.


Lo miró anonadada, como si nunca se le hubiera ocurrido pensar que era guapa. En ese momento más que nunca quiso llenar su vida de alegría.


-Está bien, pero solo comer.


Jamás pensó que algo así podría hacerlo sentir tan increíblemente dichoso.


-Genial.


-Entonces te veré mañana. Ahora necesito irme a dormir -dijo justo antes de abrir la puerta y desaparecer.


Pedro metió la llave en la puerta de su apartamento pero, cuando estaba a punto de abrir, se dio cuenta de que no era una buena idea que Paula lo oyera entrar en casa justo después que ella.


Había además otro problema añadido: el sueño. 


Estaba completamente convencido de que sería incapaz de pegar ojo en el estado en el que se encontraba y sabiendo que solo una pared separaba su cama de la de Paula. Llevaba demasiados días imaginándola y el beso no había hecho más que avivar su imaginación hasta límites insospechados.


No, estaba claro que dormir no figuraba en sus planes para las próximas horas, así que lo mejor era volver a la calle hasta que desapareciera de su cabeza la imagen de aquella deliciosa boca llena de deseo. Y eso podría llevar mucho tiempo.





UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 13





«Vamos, no es para tanto», intentó decirse Pedro a sí mismo al ver a Paula entrar en el restaurante. «De acuerdo, no habías contado con que se pusiera un vestido tan sexy, un vestido que se ceñiría exactamente en los lugares clave. Tampoco se te había ocurrido que, al soltarse el pelo, darían ganas de sumergir en él los dedos. Bueno, ahora hay que mantener la calma».


-Me alegro de que hayas venido -dijo por fin.


-Gracias -respondió ella mientras tomaba asiento.


Pedro apenas había tenido tiempo de volver a silla cuando ella se lanzó a un monólogo atropellado que, en su estado de nervios, era incapaz de seguir.


-… Pero quiero que sepas que, solo porque haya venido, no quiere decir que esto sea una cita en toda regla ni nada de eso. Quiero decir que hay otras muchas razones que han podido llevarme a bajar a cenar contigo. Puede que simplemente tuviera hambre o que necesite una noche sin los niños, o…


Pedro levantó las manos en un gesto de burlona rendición.


-Tranquila, tranquila. En ningún momento he dicho que esto fuera una cita, en realidad no me has dado tiempo para que dijera nada de nada -diciendo eso le tendió la mano como si quisiera empezar de nuevo. Después de unos segundos, Paula también extendió la suya, pero la retiró apenas se hubieron rozado.


Pedro optó por escenificar lo que había estado ensayando toda la tarde.


-Me llamo Pedro Miller. Tengo treinta años y soy soldador cuando consigo encontrar trabajo. Bueno, creo que ahora estamos en paz.


Paula respondió a aquella presentación con una sonrisa que lo dejó helado. Pedro tenía el pulso acelerado como un coche de carreras. No le habían sudado tanto las manos desde que era un adolescente e intentaba seducir a Brandi Johnson en el asiento trasero de su viejo Chevrolet.


¿Por qué se sentía así? No podía ser por las insignificantes mentiras que le había contado; después de todo, era un juego inocente con el que nadie iba a verse perjudicado. «Pero Paula no tiene ni idea de que está jugando, estúpido», le recriminó la voz de su conciencia.


-¿Quieres un poco de vino? -ofreció él en un intento por no escuchar los consejos que le venían de dentro.


-Claro, aunque solo un poco.


-Y cuéntame, Sherlock -dijo mientras le servía una copa de delicioso Chianti-. ¿Has vuelto a ver a tu misterioso vecino?


-Verlo no lo he visto, pero lo que sí he hecho ha sido oírlo, y mucho. Pero no quiero estropear la noche hablando de ese bicho raro.


«¿Bicho raro?» A lo mejor se estaba excediendo en su actuación.


-De acuerdo. Entonces cuéntame qué haces cuando no estás persiguiendo a tus hijos ni cuidando de la tienda. ¿Qué haces para divertirte?


-¿Divertirme? -repitió extrañada, como si le hubiera hablado en un idioma que no entendía-. Me imagino que coser.


-¿Coser?


-Sí, este vestido por ejemplo lo he hecho yo - dijo señalando el increíble atuendo.


-Es… está muy bien -consiguió decir él, consciente de que no sería una buena idea confesarle que lo que realmente le apetecía era arrancárselo con los dientes.


-Gracias. Estoy intentando montar mi propio negocio, pero no consigo ayuda de ningún banco y, por lo visto, no tengo ninguna abuela de la que recibir una cuantiosa herencia. Si consigues algún amable benefactor, no dudes en decírmelo.


Pedro tuvo que volver a limpiarse las manos. 


Sentía verdadero pánico, aunque sabía que no era justo por su parte reaccionar de aquella manera, pero era incapaz de controlarlo. No quería que Paula supiera nada de su dinero.


-Pues no, yo y toda la gente que conozco sobrevivimos gracias al sueldo mensual. Inténtalo con la lotería -añadió en un tono más distendido.


-Eso es como tirar el dinero por la ventana. Además, todo lo que gano va destinado a ahorrar para las vacaciones. He calculado que, si empiezo a ahorrar ya, podré llevar a Abril y a Marcos a Disneylandia antes de que sean demasiado mayores. Prefiero no pensar todavía en lo que me va a costar la universidad; espero que consigan unas cuantiosas becas, si no…


-¿Y su padre? ¿No estaría dispuesto a ayudarte un poco? -Pedro decidió interrumpirla antes de que tuviera un ataque de ansiedad o algo parecido.


-¿Aldo?


-¿Aldo? ¿Tu ex marido se llama Aldo? -sabía que existían muchos nombres como aquel, pero jamás habría imaginado a Paula con alguien llamado Aldo. Ella estaba a años luz de los vestidos conservadores y los collares de perlas que le venían a la cabeza al pensar en la esposa de un Aldo. Seguramente lo había pasado muy mal teniendo que comulgar con algo así, ella, con su pelo de gitana y su ropa exótica.


-Sí, así se llamaba -confirmó Paula frunciendo el ceño-. Y no, no estaría dispuesto a ayudarme.


Fin de la conversación. Estupendo. Pedro no quería saber nada más sobre su ex marido ni sobre su precaria situación económica; del mismo modo que no quería que ella supiera nada sobre su cuenta bancaria, aunque eso le hacía sentir como una verdadera rata.


-Lo siento, he sido un poco brusca.


¿Se estaba disculpando?


-Mira, no es asunto mío. Solo tenía curiosidad sobre…


-¿Su padre? -le preguntó con firmeza-. Pues zanjemos el tema cuanto antes. Aldo es abogado y mucho mayor que yo. Lo conocí porque vino a buscar posibles empleados a la Universidad de Michigan.


-¿Estudiaste en la Universidad de Michigan? -repitió sorprendido-. Es impresionante.


-Estudié allí, pero no acabé la carrera. Conocí a Aldo y empezamos una relación a distancia; solía venir desde Boston cada pocas semanas. La verdad es que los días que estábamos juntos era maravilloso -hizo una pausa para dar un trago de vino, como si fuera a obtener fuerzas de él-. No se me ocurrió preguntarle qué hacía los días que no nos veíamos. Tengo que admitir que tolero bastante mal a los mentirosos.


Pedro creyó que no era buena idea pedirle que definiera «bastante mal».


Paula se puso a jugar con los cubiertos.


-Digamos que Aldo no era demasiado fiel y la cosa no funcionó -concluyó sin levantar la vista del mantel.


Intentó imaginar a alguien lo bastante estúpido como para engañar a una mujer como Paula.


-Siento que tuvieras que pasar por todo eso -lo que no sentía lo más mínimo era que hubiera acabado viviendo en Royal Oaks.


Durante el resto de la velada, ambos estuvieron mucho más relajados y su «no cita» resultó muy divertida porque Paula era así: divertida, valiente e inteligente.


Todavía no era medianoche pero, tras el enésimo café después de la cena, Paula empezó a sentirse como Cenicienta. Tenía que irse a casa corriendo, quitarse el glamuroso vestido rojo y volver a su rutinaria vida…


Quería pasar más tiempo con su príncipe soldador y, como sabía muy bien que era difícil conseguir algo si no lo pedía, decidió dar un paso para lograr lo que deseaba.


-¿Te apetece dar un paseo? Con la buena noche que hace seguro que hay músicos tocando en la calle.


-Me encantaría -respondió con una sonrisa tan sexy, que a Paula se le ocurrieron dos o tres cosas que le apetecería hacer con él. Un par de cosas que hacía mucho tiempo que no hacía…


-Pues vámonos -dijo ella poniéndose en pie y esperando que con la luz de la calle no se notara mucho lo ruborizada que estaba.


Mientras paseaban por la calle central del barrio, Paula fingió que el corazón no había empezado a latirle a mil por hora al notar el contacto de la mano de él sujetando la suya con fuerza. Iban charlando sobre la gente que pasaba o las obras que había expuestas en las galerías de arte de la zona, cuando llegaron a una placita en la que un grupo estaba tocando jazz.


-Debes vivir por aquí -dedujo ella, encantada-. No mucha gente sabe donde encontrar a estos tipos.


-Sí, vivo en el barrio.


Le gustó la idea de tenerlo cerca.


-Yo también. Justo encima de la tienda de antigüedades.


-Qué cómodo -respondió él como ausente y después tiró de ella hacia donde estaban los músicos-. Baila conmigo.


-¿Aquí?


-Sí, aquí -contestó con firmeza mientras la rodeaba con sus brazos.


No le dio tiempo a preguntarse si realmente ella era el tipo de mujer capaz de ponerse a bailar en mitad de la calle, sin otras parejas con las que poder camuflar el nerviosismo. En realidad daba igual, porque aunque tenía la sensación de que no era ese tipo de mujer, sí sabía que quería serlo.


Era muy buen bailarín y resultaba de lo más natural moverse junto a él, al ritmo suave y lento de la música. Las canciones se fueron uniendo unas a otras y, cuando quisieron darse cuenta, estaban rodeados por otras parejas que habían seguido su ejemplo. Pero nada importaba, solo ellos dos.


Lo miró a los ojos y se dio cuenta de que con aquella luz parecía más peligroso que nunca, y mucho, mucho más atractivo. Sus ojos le devolvieron la mirada con el mismo brillo. Paula creyó oírlo maldecir, pero enseguida lo olvidó porque se acercó a ella y sus bocas se juntaron.


Se quedó helada, sencillamente helada. Con los ojos abiertos de par en par y el corazón en vilo. 


¿Cuándo la había besado un hombre por última vez? Ni siquiera lo recordaba, como tampoco podía recordar qué era lo que se suponía que debía hacer. Sin embargo, a medida que los labios de Pedro se movían, fue como si los suyos despertaran de un largo sueño y reaccionaran de forma instintiva. Recordó ciertos movimientos y realizó otros que estaba segura de no haber hecho en su vida.


Tenía los ojos cerrados y eso hacía que lo sintiera todo con mayor intensidad, especialmente la mano que le acariciaba la espalda mientras ella se acercaba a él. Abrió más la boca y, con el primer roce de su lengua, Paula notó cómo le temblaban las rodillas, una excusa perfecta para agarrarse a él con más fuerza.


No podría haber calculado cuánto tiempo estuvieron allí, daba la sensación de que ninguno de los dos quería ser el primero en separarse del otro y acabar con aquella maravillosa locura.


Hubo tiempo suficiente para que se acabara la música y el resto de las parejas comenzara a aplaudir. Cuando por fin despegaron sus bocas y volvieron a la realidad, comprobaron que los aplausos eran para ellos.


Paula hundió el rostro en el pecho de Pedro, que no podía dejar de reír.


-Me siento como si acabara de despertar a la Bella Durmiente -le susurró al oído al tiempo que la apretaba fuertemente contra su cuerpo.


«Ese no es el cuento correcto. Yo me siento como Cenicienta y el reloj está a punto de dar las doce».


-Creo que es hora de que me vaya a casa -anunció con resignación-. Seguramente haya vuelto con los niños hace siglos -la molestaba tener que utilizar a los gemelos para esconder el torbellino de sensaciones que se había apoderado de ella. Pero sí que era cierto que tenía que irse a casa.


Malena tenía razón, aquel era un hombre hecho y derecho. Ahora tendría que idear un plan para mantener su corazón a salvo de él.