domingo, 27 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 16




Mientras caminaba hacia la tienda de antigüedades, Pedro iba pensando en todo lo que podía hacer para impresionar a una mujer sin gastarse mucho dinero. Otra rosa, aunque a lo mejor era mimarla demasiado darle una rosa al día… Un par de sándwiches… Y, por último, un té frío con mucha cafeína porque, a pesar del sonoro despertar de por la mañana, seguía necesitando algo que le despejara la cabeza. 


Sonrió al acordarse del concierto matinal; tenía que reconocer que aquella mujer tenía agallas. 


En lugar de protestar a la casera, había decidido contraatacar.


-Tenemos que hablar -le dijo Paula a bocajarro nada más verlo entrar-. Anoche no dormí nada.


-Yo tampoco -murmuró él, pero ella no debió ni oírlo porque continuó hablando como si no hubiera dicho nada.


-… y llevo todo el día pensando. Necesito saber hacia dónde va todo esto. A ver… no quiero que pienses que te estoy presionando, es solo que tengo dos hijos…


-Lo sé -consiguió decir en mitad de aquel torrente de palabras. Le resultaba muy difícil olvidar a aquellos dos roedores que se pasaban el día gastándole las peores bromas.


-… y tengo que pensar en ellos antes que en mí misma. Ya han sufrido bastantes trastornos, ahora debo intentar que las cosas sean lo más fáciles posibles y para eso necesito estabilidad. Tú me gustas mucho, de verdad. Pero no quiero empezar algo que… que… -hizo una pausa para tomar aire antes de añadir-: Bueno, si quieres que seamos solo amigos, por mí no hay problema… supongo.


«Vaya, maldita sea».


¿De verdad era esa la misma mujer que la noche anterior lo había besado apasionadamente? La veía mover las manos con nerviosismo y le parecía imposible que esas mismas manos se hubieran paseado libremente por su espalda. Intentó sonreír con dulzura, pero no pudo hacer desaparecer por completo el gesto tenso.


-Cariño, no hay un solo hombre sobre la faz de la tierra que quiera ser «solo amigo» de una mujer -según hablaba, se iba acercando a ella y ella iba a su vez poniendo más distancia entre ellos-. ¿Sabes? Estoy empezando a descubrir un ritual que se ha establecido entre nosotros.


-¿Un ritual? No nos conocemos lo bastante como para tener ningún tipo de ritual.


-Sí, estás actuando exactamente igual que anoche cuando llegaste al restaurante: apareces acelerada y deseando dejar todo muy claro para que yo no pueda llegar a ninguna conclusión errónea. Tratando de hacer que yo me sienta tan desconcertado como pareces estarlo tú -notó que el rostro de Paula estaba adquiriendo un tono rojizo-. Ahora es mi turno. No sé hacia dónde nos lleva esto. Ni siquiera he pensado en tus hijos, pero estoy casi seguro de una cosa… tú tampoco quieres que seamos solo amigos.


-¿Ah, no?


-No -contestó firmemente mientras se acercaba a ella lo suficiente para estrecharla entre sus brazos-. ¿Quieres que te lo demuestre?


-No -dijo ella sin poder dejar de mirarlo a la boca.


-Mentirosa -y diciendo eso, empezó a besarle el cuello, donde podía sentir los latidos de su corazón golpeándole las venas. Sabía tan dulce, era tan sexy. Paula relajó su cuerpo con un suspiro que también tranquilizó a Pedro.


-¿Necesitas más pruebas?


-Bueno, a lo mejor una más.


Que él recordara, aquella era la primera vez que deseaba reírse con una mujer y besarla al mismo tiempo; pero las ganas de reír desaparecieron en el momento en el que Paula aproximó su boca a la de él. Ambos se vieron arrastrados por la necesidad de dar rienda suelta a la pasión y dejar que sus manos se movieran libremente por el cuerpo del otro. Pedro deseaba con todas sus fuerzas encontrar una cama y…


Sus lenguas empezaron a juguetear y Paula le pasó los brazos por el cuello. Sin dejar de besarla, Pedro miró a su alrededor intentado dar con algo parecido a una cama, un sofá, cualquier cosa blandita. La condujo hacia una especie de sofá y allí se recostaron para continuar besándose. Aunque necesitaba mucho más, empezó a acariciarle el cuello y fue bajando hasta el escote de la camisa; una vez allí buscó a tientas los botones de la camisa. 


Necesitaba saber si su piel era tan suave como la había imaginado. Paseó la yema de los dedos por los suaves bordes del sujetador.


Sí, su piel era tersa, suave, deliciosa…


Dejó que su boca ocupara el lugar de sus manos y el corazón le dio un vuelco cuando oyó cómo ella susurraba su nombre y se acercaba aún más a él. Pedro sabía cómo iba a acabar esa situación… exactamente como él deseaba que acabara. Fue entonces cuando se oyeron las campanillas de la puerta de la tienda.


-Paula, tengo tres mujeres más que se mueren por tus vestidos. Paula…, ¿estás ahí dentro? -la voz de aquella mujer se escuchaba demasiado cerca.


-Estoy aquí, Male -dijo abrochándose los botones de la camisa a toda prisa-. Dame solo un segundo. ¡Levántate de ahí! -le pidió a Pedro en un susurro casi inaudible.


Él obedeció, pero lo primero que tenía que hacer al ponerse en pie era intentar volver a controlar la situación porque Paula había conseguido hacerlo olvidarse de dónde estaba y hasta de quién era. Claro que, por su culpa, tampoco ella sabía quién era realmente Pedro. Aquello lo hizo darse cuenta de que tenía que acabar con aquella estupidez cuanto antes; no tenía por qué contarle toda la verdad; lo del dinero, por ejemplo, no necesitaba saberlo, pero sí tenía que decirle que era su vecino. Aunque no quería pararse a pensar en lo que Paula significaba para él, sí que sabía que no merecía que le mintieran de ese modo.


-Tenías razón, tenemos que hablar.


-Más tarde -murmuró ella justo antes de salir de la trastienda-. ¿Qué ocurre, Male? -la oyó decir en un tono de voz inusualmente alto, casi hablaba como sus hijos.


Pedro creyó que no había motivo para esconderse, así que él también salió de allí. Al aparecer en la tienda, la amiga de Paula lo miró con una sonrisa de complicidad.


-Pues parece que nada tan interesante como lo que ocurre aquí.


-Te acuerdas de Pedro, ¿verdad, Male? -preguntó completamente ruborizada. Al mirarla, Pedro vio cómo el rubor subía desde el cuello de… «¡Dios mío!»… de su camisa mal abrochada-. Claro que te acuerdas de él, lo conociste ayer mismo.


-Pero cuánto pueden cambiar las cosas en un solo día, ¿eh, Pedro?


Como no se le ocurrió una respuesta que no avergonzara a Paula más de lo que estaba, prefirió simplemente sonreír.


-Pedro me ha traído la comida -explicó ella señalando los paquetes todavía sin abrir-. Ya ves, se trata de una visita amistosa.


-Sí, está claro que sois muy buenos amigos -contestó Malena con los ojos llenos de tierna malicia-. Bueno, como no quiero interrumpir… nada, me voy a ir ya. Luego te cuento lo de las nuevas clientas que pronto vas a tener haciendo cola en tu puerta. Cuando no estés tan… ocupada -añadió dirigiéndose hacia la puerta. 
Cuando Pedro empezaba a creer que se había librado de una escena desagradable, Malena volvió a darse la vuelta hacia ellos-. Una cosa más. Normalmente no habría dicho nada, pero como sé lo cuidadosa que eres con la ropa… La camisa, Paula.


-¿La camisa?


Su amiga le señaló los botones de la blusa.


-No creo que sea así como quieras llevarla -dijo riéndose mientras Paula, con el rostro enrojecido, comprobaba, el estado de la camisa-. Os dejo que sigáis… con la comida.


En cuando salió de la tienda, Paula se volvió hacia Pedro.


-¿Y tú por qué no has dicho o has hecho algo?


-Lo he intentado, pero tampoco podía hacer mucho. No creo que te hubiera gustado que hiciera esto delante de tu amiga -respondió mientras le abrochaba correctamente los botones.


Ella le retiró la mano suavemente en cuanto hubo terminado.


-Anda, vamos a comer.


Cuando terminaron los sándwiches, Pedro reunió el valor necesario para empezar a hablar y contarle lo de la pequeña broma que le había gastado.


-¿Alguna vez has empezado algo y luego no has sabido cómo terminar? -le preguntó de carrerilla, consciente de que lo mejor era soltarlo todo de golpe y cuanto antes.


Paula sonrió y él bebió aquella maravillosa sonrisa pensando que seguramente sería la última que viera durante un tiempo, o quizá no volvería a verla sonreírle nunca más.


-Sí, cuando tenía diez años empecé un edredón para mi madre y nunca fui capaz de terminarlo. La pobre sigue teniendo la mitad encima de su cama. ¿Te refieres a algo así?


Notó que no había conseguido ocultar su nerviosismo cuando vio que la sonrisa abandonó el rostro de Paula.


-¿Estás hablando de nosotros? -le preguntó mucho más seria.


Tenía la sensación de estar clavándole un cuchillo en la garganta. La noche anterior le había dejado muy claro que la sinceridad era algo esencial para ella. Sin embargo, él la deseaba con todas sus fuerzas y sabía que la verdad no lo iba a dejar en muy buen lugar. Lo estaba estropeando todo.


-No… no, claro que no -aseguró tartamudeando e intentando ganar tiempo para pensar en una estrategia más hábil-. ¿Qué tal aguantas las bromas?


Paula lo miró desconcertada.


-¿Como llenarle la cara de pasta de dientes a alguien mientras duerme?


-Bueno, algo un poco más sofisticado -pero no mucho más, tuvo que admitir ante sí mismo.


-La verdad es que nunca me han gustado mucho esas cosas.


Pedro cada vez se sentía más tonto. Justo entonces sonó el teléfono y él no supo si estar enfadado o aliviado. No iba a quedarle más remedio que contárselo de una vez por todas, tenía que dejar de dar vueltas.


-Eran de la guardería de los niños -lo informó nada más colgar-. Parece ser que Marcos se ha caído durante el recreo; la profesora dice que no es nada, pero voy a ir a buscarlo para llevarlo al médico. Sé que te parecerá que soy una histérica, pero prefiero quedarme tranquila -resopló con rabia-. En momentos como este me gustaría tener un seguro en condiciones.


Pedro se alegró de que ella no hubiera visto la cara de pavor que se le había puesto. Parecía que los niños devoraban el dinero a más velocidad incluso que Victoria. Sería mejor que siguiera sin contarle lo de su cuenta bancaria. 


¿Cómo sabría si no si lo quería por él o por su dinero?


Eso si quería volver a verlo después de que le contara lo demás.


-Lo siento muchísimo -se disculpó Paula mientras él intentaba deshacerse del nudo de angustia que se había alojado en su garganta-. Son gajes de la maternidad. ¿Quieres acompañarme? Podemos hablar en el camino de vuelta.


¿Contárselo todo delante de un niño que no había dejado de atacarlo desde que lo conoció? 


Prefería no imaginarse qué haría el pequeño si viera que su mamá estaba enfadada con él. No, gracias. Mejor optar por la alternativa más cobarde.


-¿Por qué no mejor desayunamos juntos mañana? Después de que hayas llevado a los niños a la guardería.


-Eh… de acuerdo -respondió ella, distraída-. Aquí están -dijo sacando las llaves de lo más profundo del bolso.


Unos segundos después lo había dejado allí sin mirar atrás y casi sin despedirse de él. Pedro disponía de unas horas más para pensar cómo iba a deshacer aquel entuerto que él mismo había creado.




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