sábado, 26 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 13





«Vamos, no es para tanto», intentó decirse Pedro a sí mismo al ver a Paula entrar en el restaurante. «De acuerdo, no habías contado con que se pusiera un vestido tan sexy, un vestido que se ceñiría exactamente en los lugares clave. Tampoco se te había ocurrido que, al soltarse el pelo, darían ganas de sumergir en él los dedos. Bueno, ahora hay que mantener la calma».


-Me alegro de que hayas venido -dijo por fin.


-Gracias -respondió ella mientras tomaba asiento.


Pedro apenas había tenido tiempo de volver a silla cuando ella se lanzó a un monólogo atropellado que, en su estado de nervios, era incapaz de seguir.


-… Pero quiero que sepas que, solo porque haya venido, no quiere decir que esto sea una cita en toda regla ni nada de eso. Quiero decir que hay otras muchas razones que han podido llevarme a bajar a cenar contigo. Puede que simplemente tuviera hambre o que necesite una noche sin los niños, o…


Pedro levantó las manos en un gesto de burlona rendición.


-Tranquila, tranquila. En ningún momento he dicho que esto fuera una cita, en realidad no me has dado tiempo para que dijera nada de nada -diciendo eso le tendió la mano como si quisiera empezar de nuevo. Después de unos segundos, Paula también extendió la suya, pero la retiró apenas se hubieron rozado.


Pedro optó por escenificar lo que había estado ensayando toda la tarde.


-Me llamo Pedro Miller. Tengo treinta años y soy soldador cuando consigo encontrar trabajo. Bueno, creo que ahora estamos en paz.


Paula respondió a aquella presentación con una sonrisa que lo dejó helado. Pedro tenía el pulso acelerado como un coche de carreras. No le habían sudado tanto las manos desde que era un adolescente e intentaba seducir a Brandi Johnson en el asiento trasero de su viejo Chevrolet.


¿Por qué se sentía así? No podía ser por las insignificantes mentiras que le había contado; después de todo, era un juego inocente con el que nadie iba a verse perjudicado. «Pero Paula no tiene ni idea de que está jugando, estúpido», le recriminó la voz de su conciencia.


-¿Quieres un poco de vino? -ofreció él en un intento por no escuchar los consejos que le venían de dentro.


-Claro, aunque solo un poco.


-Y cuéntame, Sherlock -dijo mientras le servía una copa de delicioso Chianti-. ¿Has vuelto a ver a tu misterioso vecino?


-Verlo no lo he visto, pero lo que sí he hecho ha sido oírlo, y mucho. Pero no quiero estropear la noche hablando de ese bicho raro.


«¿Bicho raro?» A lo mejor se estaba excediendo en su actuación.


-De acuerdo. Entonces cuéntame qué haces cuando no estás persiguiendo a tus hijos ni cuidando de la tienda. ¿Qué haces para divertirte?


-¿Divertirme? -repitió extrañada, como si le hubiera hablado en un idioma que no entendía-. Me imagino que coser.


-¿Coser?


-Sí, este vestido por ejemplo lo he hecho yo - dijo señalando el increíble atuendo.


-Es… está muy bien -consiguió decir él, consciente de que no sería una buena idea confesarle que lo que realmente le apetecía era arrancárselo con los dientes.


-Gracias. Estoy intentando montar mi propio negocio, pero no consigo ayuda de ningún banco y, por lo visto, no tengo ninguna abuela de la que recibir una cuantiosa herencia. Si consigues algún amable benefactor, no dudes en decírmelo.


Pedro tuvo que volver a limpiarse las manos. 


Sentía verdadero pánico, aunque sabía que no era justo por su parte reaccionar de aquella manera, pero era incapaz de controlarlo. No quería que Paula supiera nada de su dinero.


-Pues no, yo y toda la gente que conozco sobrevivimos gracias al sueldo mensual. Inténtalo con la lotería -añadió en un tono más distendido.


-Eso es como tirar el dinero por la ventana. Además, todo lo que gano va destinado a ahorrar para las vacaciones. He calculado que, si empiezo a ahorrar ya, podré llevar a Abril y a Marcos a Disneylandia antes de que sean demasiado mayores. Prefiero no pensar todavía en lo que me va a costar la universidad; espero que consigan unas cuantiosas becas, si no…


-¿Y su padre? ¿No estaría dispuesto a ayudarte un poco? -Pedro decidió interrumpirla antes de que tuviera un ataque de ansiedad o algo parecido.


-¿Aldo?


-¿Aldo? ¿Tu ex marido se llama Aldo? -sabía que existían muchos nombres como aquel, pero jamás habría imaginado a Paula con alguien llamado Aldo. Ella estaba a años luz de los vestidos conservadores y los collares de perlas que le venían a la cabeza al pensar en la esposa de un Aldo. Seguramente lo había pasado muy mal teniendo que comulgar con algo así, ella, con su pelo de gitana y su ropa exótica.


-Sí, así se llamaba -confirmó Paula frunciendo el ceño-. Y no, no estaría dispuesto a ayudarme.


Fin de la conversación. Estupendo. Pedro no quería saber nada más sobre su ex marido ni sobre su precaria situación económica; del mismo modo que no quería que ella supiera nada sobre su cuenta bancaria, aunque eso le hacía sentir como una verdadera rata.


-Lo siento, he sido un poco brusca.


¿Se estaba disculpando?


-Mira, no es asunto mío. Solo tenía curiosidad sobre…


-¿Su padre? -le preguntó con firmeza-. Pues zanjemos el tema cuanto antes. Aldo es abogado y mucho mayor que yo. Lo conocí porque vino a buscar posibles empleados a la Universidad de Michigan.


-¿Estudiaste en la Universidad de Michigan? -repitió sorprendido-. Es impresionante.


-Estudié allí, pero no acabé la carrera. Conocí a Aldo y empezamos una relación a distancia; solía venir desde Boston cada pocas semanas. La verdad es que los días que estábamos juntos era maravilloso -hizo una pausa para dar un trago de vino, como si fuera a obtener fuerzas de él-. No se me ocurrió preguntarle qué hacía los días que no nos veíamos. Tengo que admitir que tolero bastante mal a los mentirosos.


Pedro creyó que no era buena idea pedirle que definiera «bastante mal».


Paula se puso a jugar con los cubiertos.


-Digamos que Aldo no era demasiado fiel y la cosa no funcionó -concluyó sin levantar la vista del mantel.


Intentó imaginar a alguien lo bastante estúpido como para engañar a una mujer como Paula.


-Siento que tuvieras que pasar por todo eso -lo que no sentía lo más mínimo era que hubiera acabado viviendo en Royal Oaks.


Durante el resto de la velada, ambos estuvieron mucho más relajados y su «no cita» resultó muy divertida porque Paula era así: divertida, valiente e inteligente.


Todavía no era medianoche pero, tras el enésimo café después de la cena, Paula empezó a sentirse como Cenicienta. Tenía que irse a casa corriendo, quitarse el glamuroso vestido rojo y volver a su rutinaria vida…


Quería pasar más tiempo con su príncipe soldador y, como sabía muy bien que era difícil conseguir algo si no lo pedía, decidió dar un paso para lograr lo que deseaba.


-¿Te apetece dar un paseo? Con la buena noche que hace seguro que hay músicos tocando en la calle.


-Me encantaría -respondió con una sonrisa tan sexy, que a Paula se le ocurrieron dos o tres cosas que le apetecería hacer con él. Un par de cosas que hacía mucho tiempo que no hacía…


-Pues vámonos -dijo ella poniéndose en pie y esperando que con la luz de la calle no se notara mucho lo ruborizada que estaba.


Mientras paseaban por la calle central del barrio, Paula fingió que el corazón no había empezado a latirle a mil por hora al notar el contacto de la mano de él sujetando la suya con fuerza. Iban charlando sobre la gente que pasaba o las obras que había expuestas en las galerías de arte de la zona, cuando llegaron a una placita en la que un grupo estaba tocando jazz.


-Debes vivir por aquí -dedujo ella, encantada-. No mucha gente sabe donde encontrar a estos tipos.


-Sí, vivo en el barrio.


Le gustó la idea de tenerlo cerca.


-Yo también. Justo encima de la tienda de antigüedades.


-Qué cómodo -respondió él como ausente y después tiró de ella hacia donde estaban los músicos-. Baila conmigo.


-¿Aquí?


-Sí, aquí -contestó con firmeza mientras la rodeaba con sus brazos.


No le dio tiempo a preguntarse si realmente ella era el tipo de mujer capaz de ponerse a bailar en mitad de la calle, sin otras parejas con las que poder camuflar el nerviosismo. En realidad daba igual, porque aunque tenía la sensación de que no era ese tipo de mujer, sí sabía que quería serlo.


Era muy buen bailarín y resultaba de lo más natural moverse junto a él, al ritmo suave y lento de la música. Las canciones se fueron uniendo unas a otras y, cuando quisieron darse cuenta, estaban rodeados por otras parejas que habían seguido su ejemplo. Pero nada importaba, solo ellos dos.


Lo miró a los ojos y se dio cuenta de que con aquella luz parecía más peligroso que nunca, y mucho, mucho más atractivo. Sus ojos le devolvieron la mirada con el mismo brillo. Paula creyó oírlo maldecir, pero enseguida lo olvidó porque se acercó a ella y sus bocas se juntaron.


Se quedó helada, sencillamente helada. Con los ojos abiertos de par en par y el corazón en vilo. 


¿Cuándo la había besado un hombre por última vez? Ni siquiera lo recordaba, como tampoco podía recordar qué era lo que se suponía que debía hacer. Sin embargo, a medida que los labios de Pedro se movían, fue como si los suyos despertaran de un largo sueño y reaccionaran de forma instintiva. Recordó ciertos movimientos y realizó otros que estaba segura de no haber hecho en su vida.


Tenía los ojos cerrados y eso hacía que lo sintiera todo con mayor intensidad, especialmente la mano que le acariciaba la espalda mientras ella se acercaba a él. Abrió más la boca y, con el primer roce de su lengua, Paula notó cómo le temblaban las rodillas, una excusa perfecta para agarrarse a él con más fuerza.


No podría haber calculado cuánto tiempo estuvieron allí, daba la sensación de que ninguno de los dos quería ser el primero en separarse del otro y acabar con aquella maravillosa locura.


Hubo tiempo suficiente para que se acabara la música y el resto de las parejas comenzara a aplaudir. Cuando por fin despegaron sus bocas y volvieron a la realidad, comprobaron que los aplausos eran para ellos.


Paula hundió el rostro en el pecho de Pedro, que no podía dejar de reír.


-Me siento como si acabara de despertar a la Bella Durmiente -le susurró al oído al tiempo que la apretaba fuertemente contra su cuerpo.


«Ese no es el cuento correcto. Yo me siento como Cenicienta y el reloj está a punto de dar las doce».


-Creo que es hora de que me vaya a casa -anunció con resignación-. Seguramente haya vuelto con los niños hace siglos -la molestaba tener que utilizar a los gemelos para esconder el torbellino de sensaciones que se había apoderado de ella. Pero sí que era cierto que tenía que irse a casa.


Malena tenía razón, aquel era un hombre hecho y derecho. Ahora tendría que idear un plan para mantener su corazón a salvo de él.





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