martes, 17 de septiembre de 2019

CENICIENTA: CAPITULO 36




Paula creyó incluso oír el sonido de trompetas y un coro de ángeles cantar. Pedro Alfonso le había pedido que fuera su esposa. El cosmos estaba perfectamente alineado. ¿No se deberían oír los sonidos de las trompetas?


Con una sonrisa, bajó su cabeza y lo miró. Más guapo no podía ser. Y además, en aquel momento, sus ojos tenían un cierto aire de vulnerabilidad. Él le agarró la mano. Era evidente que estaba emocionado. ¿Por qué no se oían las trompetas?


—¿Paula? —Pedro parecía inseguro, lo cual no era tan grave, para alguien que estaba tan seguro siempre de sí mismo.


—Oh, Pedro. Claro que sí. Me encantaría ser tu esposa.


La cara se le iluminó de alegría. Se puso de pie y le apretó las manos.


—No nos conocemos desde hace mucho tiempo, pero no creo que por esperar un poco vaya a quererte más.


Decía cosas muy románticas. Justo las que ella quería oír.


—Oh, Pedro —Paula no estaba diciendo nada interesante, pero Pedro parecía no darse cuenta.


La tenía agarrada de las manos. ¿No deberían besarse?


Aquel pensamiento pareció ocurrírsele a los dos al mismo tiempo. Paula se inclinó hacia adelante al mismo tiempo que Pedro. Los dos se empezaron a reír e inclinaron sus cabezas hacia un lado. El problema fue que los dos la inclinaron hacia el mismo y se dieron de narices. 


Pedro le sostuvo la cabeza con mucha suavidad y la besó, con inmensa dulzura. 


Habían cerrado el compromiso. Paula suspiró.


—Tengo un regalo para ti —Pedro se metió la mano en el bolsillo y sacó una cajita de terciopelo—. Me fijé en él, cuando fui a la ciudad esta mañana —abrió la caja.


Paula casi tuvo que cerrar los ojos por el destello de una luz blanca que se reflejaba del diamante. Se quedó boquiabierta. El tamaño de aquella piedra era impresionante.


Pedro sacó el anillo, le agarró la mano izquierda y se lo colocó en el anular.


—¡Es inmenso!


—Sí, lo es.


—¿Le has dicho a tus padres que nos vamos a casar?


—No con esas palabras. No lo sabía ni yo cuando te invité a venir. Pero mi madre debió oír algo que te dije y ha organizado una fiesta para anunciar nuestro compromiso.


—¿Para eso vienen todos esta noche?


—Lo único que esperan es una señal nuestra —Pedro le agarró de la mano otra vez—. Paula, si no te gusta este anillo, podemos cambiarlo por otro.


—Es precioso —le dijo ella—. Estoy emocionada —sonrió, se puso de puntillas y lo besó en la mejilla—. Gracias.


—Yo también estoy emocionado. Yo nunca me imaginé que fuera una persona tan impulsiva —le dijo, mirándola con dulzura—. ¿Has visto en lo que me has convertido?


Él se lo dijo como un cumplido. Ella se dio cuenta. Pero no le había hecho nada. A excepción de ponerse en su camino cuantas veces fue necesario, para que se diera cuenta de su presencia. Estaba claro de que se había enamorado de ella. Le había propuesto matrimonio.


Y ella lo había aceptado. Se iba a casar con aquel joven dinámico, increíblemente guapo llamado Pedro Alfonso. Se iba a convertir en la señora de Pedro Alfonso.


Como si le estuviera leyendo el pensamiento, Pedro la agarró del brazo.


—¿Está preparada la futura señora Pedro Alfonso para conocer a todo el mundo?


—Sí —suspiró Paula, agarrándose a su brazo. Su fantasía, su sueño, se había hecho realidad. 


Ella era la cenicienta y él, el príncipe encantado.


—No te preocupes, vas a gustarle a todo el mundo —le dijo, dándole unos golpecitos en el brazo.


—Eso espero —más de lo que él se hubiera imaginado.


Cuando se dispusieron a salir del estudio, Paula revisó mentalmente todo lo que había estado leyendo durante las dos últimas semanas. Todos la iban a juzgar.


Tan pronto como Paula y Pedro pisaron el salón, la señora Pedro corrió hacia ellos.


—¡Oh! —se puso frente a ellos y juntó sus manos—. No tenéis que decir nada. Lo puedo leer en vuestras caras.


Pedro miró a Paula y ella sonrió. De pronto, se le arrasaron los ojos de lágrimas.


—¡Atención todo el mundo! —dijo la señora Alfonso, dando unas palmadas—. Tengo que anunciar un compromiso. ¿Felipe, dónde estás?


—Aquí, Nadia —la gente se apartó, para dejar pasar al señor Alfonso, que, cuando apareció, estrechó la mano de su hijo. A Paula le dio un inmenso abrazo.


—Bueno, bueno —dijo la señora Alfonso, para poner fin a aquella escena tan emocionante—. Os quiero presentar a Paula, que muy pronto se va a convertir en nuestra nuera.


Un rumor, expresando felicitaciones, surgió en el salón.


—¡Champán! —dio el señor Alfonso—. ¿Habéis puesto champán a enfriar, Nadia?


—¡Claro! —respondió ella, al tiempo que con unas palmadas llamaba a un camarero.


Paula se vio rodeada de gente que no había visto nunca, estrechándole la mano y fijándose en el diamante que llevaba en el anillo.


Una mujer de pelo negro, no mucho mayor que Paula, levantó las cejas y dijo:
—Los negocios te deben ir bien —le dijo a Pedro. Se acercó a Paula y le dio un beso al aire—. Has cazado una buena pieza, cariño.


—Yo soy el que ha cazado una buena pieza —le respondió Pedro. La había oído. Y para recalcarlo más, la abrazó de nuevo.


Con una sonrisa un tanto despectiva, la mujer los dejó solos.


—No le hagas caso —le dijo Pedro al oído—. Deborah es la segunda mujer de Philip y nunca ha encajado mucho con toda esta gente.


Nadia oyó lo que dijo su hijo.


Pedro, ese hombre se divorció de Charlotte después de treinta años de estar casados, para casarse con esa advenediza—dijo la señora Alfonso—. La aguantamos porque está casada con Philip, pero nada más.


Paula se sintió incómoda. Se quedó observando a Deborah Alderman, caminando entre toda aquella gente. Algunos ni siquiera la miraban, otros miraban a otro sitio cuando pasaba a su lado.


Qué horrible sería sentirse rechazada de aquella manera. Paula no sería capaz de soportarlo. 


Tendría que concentrarse en decir lo correcto, para que nadie la despreciara.


La gente empezó a acercarse. Paula se pegó a su lado. Se sentía más segura así. Más aceptada.


—¿Dónde será la boda?


—¿Cuándo será la boda?


—¿La vais a celebrar en el club?


—¿Y en qué otro sitio lo vamos a celebrar?


—¿Son del club los padres de ella?


—¿Quiénes son sus padres? ¿Los conocemos?


—¿Dónde viven?


Le hacían tantas preguntas y tan rápido, que era imposible responderlas, excepto la última.


—En Tejas, al este —les gritó ella, para que todos la pudiera oír.


—¡Qué horror! —dijo una mujer, vestida con un traje azul—. No hay ningún sitio decente en Tejas para celebrar una boda.


Paula ni siquiera había tenido tiempo de pensar dónde lo iban a celebrar. En sus sueños siempre se había imaginado que sería en una iglesia, con bonitas cristaleras y con un órgano. Y por supuesto, con el vestido de novia que ella había alquilado a Stephanie. En la pequeña iglesia de su pueblo no cabía la cola de aquel vestido. Y ella estaba decidida a casarse con él, pasara lo que pasara. Suspiró. El vestido de sus sueños y el hombre de sus sueños. Qué bonita era la vida. Miró a Pedro. Él inclinó la cabeza hasta que la tuvo muy cerca de la de ella. Paula olió el fresco aroma de su loción de afeitado.


—Yo prefiero casarme en Houston —le dijo ella.


—¿Estás segura?


—Es donde vivo ahora—dijo.


Pedro le apretó la mano.


—La boda se va a celebrar en Houston —dijo Pedro en voz alta.


La mujer con el vestido azul se agarró del brazo de Nadia Alfonso.


—Tienes que decirle a Yve que se encargue de todo.


—¿Yve? —preguntó Paula.


La mujer con vestido azul siguió diciendo:
—Nadia, tendrás que hablar con la madre de ella. Mantente en tus trece. Ya sabes que las madres de las novias quieren controlar todo —dijo, dirigiendo otra mirada a Paula.


—¡Yve! —dijo otra mujer, que llevaba un montón de turquesas—. Si quieres que la boda salga bien, lo mejor será que llames a Yve.


—Estoy segura de que la madre de Rose y yo organizaremos todo perfectamente —murmuró Nadia Alfonso.


Todo había ocurrido tan deprisa que a Paula no se había acordado de llamar a sus padres. 


Aquello les iba a dejar de piedra. Ni siquiera ella se había imaginado que aquel mismo fin de semana iba a ocurrir lo que estaba ocurriendo.


—Yo sólo pensaba en algo sencillo, como una copa y una tarta —dijo Paula.


Un silencio saludó su comentario.


—¡A la salud de los futuros señor y señora Pedro Alfonso! —dijo Felipe levantando su copa—. Les deseo toda la felicidad del mundo.


Paula bebió champán. Estaba bueno. Muy bueno. Aquello la reconfortó. Las burbujas la animaron. Se lo bebió todo.


Cuando bajó el vaso, se fijó en que todas las mujeres la miraban de una manera un tanto rara. ¿Qué ocurría?


—¿Y qué? —señaló Nadia Alfonso al camarero—. ¿Por qué no va a beber? —les preguntó a todas las demás mujeres, de forma desafiante—. Yo siempre he pensado que era ridículo que no bebiera la persona por la que los demás estaban brindando.


—¡Oíd todos! —dijo el señor Felipe.


No tenía que haberse bebido el champán. No se había acordado. Miró con cara de preocupación a Pedro. Él no había bebido, pero cuando la miró, lentamente se puso la copa en los labios y bebió.


Paula se sonrojó y supo que no había nada que ella pudiera hacer. De pronto, el camarero apareció con una bandeja y ella levantó otra copa llena de champán. Pedro hizo lo mismo.


—Y ahora, un brindis por todos vosotros, deseándoos lo mejor.


En ese brindis era cuando le tocaba beber a ella y eso fue lo que hizo, consciente de que Pedro y ella eran los únicos que lo hacían.


A lo mejor todos se olvidaban de su error y lo achacaban a los nervios. A lo mejor si no se confundía más, todos la aceptarían. Prefería morir, antes que avergonzar a Pedro y a sus padres.


Toda aquella tensión la estaba dando dolor de cabeza. Se preguntó si todo aquello, alguna vez, sería la forma normal de comportarse para ella.


—Te llamas Paula, ¿no?


Paula asintió a la mujer que estaba mirando su anillo.


—Nadia nos ha contado que tienes una boutique en Village.


—Sí —aquel era un terreno bastante peligroso, pero Paula no iba a dar más importancia a su tienda de la que tenía.


—Stephanie Donahue sacó su vestido de novia de la tienda de Paula —le dejo Nadia a la mujer.


—Oh —por el tono de la mujer, estaba claro que aquello la impresionó—. Un vestido impresionante.


—¿Y es de esa misma tienda de dónde has sacado esa preciosa chaqueta? —le preguntó.


—Pues sí —Paula admitió, un poco tímidamente.


—Es gracioso, Joyce. Nunca te gustó esa chaqueta cuando yo la llevaba.


Todo el mundo giró la cabeza y miró a Deborah Alderman, que estaba de pie, alejada un poco de todos. Estaba bebiendo tranquilamente champán.


—Puede ser que le quede mejor a Paula de lo que te quedaba a ti —respondió Joyce—. Tanto que ni siquiera me he dado cuenta de que era la misma chaqueta —le dijo, dirigiéndole una sonrisa letal.


—Yo sí que me di cuenta —continuó Deborah—. Pero no te preocupes, porque no me verás con ella otra vez, porque la llevé a una pequeña tienda de ropa de segunda mano, cuando se me cayó el botón de arriba.


Todo el mundo miró el broche que Paula había puesto en la chaqueta.


—Creo, querida—le dijo Deborah con una voz muy falsa—, que a tu chaqueta también le falta el botón de arriba.



CENICIENTA: CAPITULO 35




—Bueno, Paula... —el señor Alfonso se bajó del cochecito para llevar los palos de golf—. Creo que el golf no es lo tuyo.


—Eso parece —Paula trató de no sentirse abatida, pero seguía teniendo en la mente todas aquellas pelotas con el monograma de Felipe Alfonso que había perdido.


—Por lo menos lo has intentado —le dijo el señor Alfonso, para que se tranquilizara—. Vamos a ver lo que Nadia nos ha preparado de comer.


Encontraron a Nadia en la cocina, con Pedro, que ya había vuelto. Por la forma que la miraron, supo que los dos habían estado hablando de ella y se preguntó qué habrían dicho.


—¿Qué tal el golf? —Pedro se acercó y le dio un beso.


—Soy malísima —le dijo Paula.


—Qué más da. Eres buena en otras cosas.


—Es verdad. Ya me ha contado lo de Bread Basket —dijo el señor Alfonso, colocando la bolsa con los palos de golf en la pared—. Felicidades, Pedro.


—Gracias —Pedro miró hacia donde estaba Paula—. Pero es Paula la que se merece ese agradecimiento.


—¿Ves lo que puedes conseguir al lado de una buena mujer? —dijo su padre, dándole un beso en la mejilla de Nadia.


Dejó bastante claro lo que quería decir. Muy claro.


—Sí, pero toda la campaña fue idea de Pedro. Se pasó semanas trabajando en ella —protestó Paula, un poco avergonzada.


—Paula—dijo la señora Alfonso—. He invitado a unos vecinos a merendar esta tarde.


Pedro la miró.


—¡Mamá!


—No protestes, Pedro. Vosotros los jóvenes estáis siempre ocupados. Quién sabe cuándo os voy a volver a ver.


—Espera un momento —empezó a decir Pedro.


—Estaré en el estudio —dijo Felipe, escapando de allí.


Paula deseó seguirlo.


—Mamá, ¿no crees que una fiesta es un poco prematuro? —Pedro miró un tanto incómodo a Paula, mientras hablaba.


—¿Prematuro? Tienes treinta y dos años, y creo que ya es hora de que sientes la cabeza —le dijo, cruzándose de brazos y levantando el mentón.


Paula se sintió incómoda viéndolos discutir.


Pedro, me encantaría conocer a los amigos de tus padres. No importa.


—Entonces, decidido —la señora Alfonso miró con expresión de triunfo a Paula y se sentó en una silla de la cocina.


Por primera vez, Paula se dio cuenta del cuaderno de hojas sueltas en el que había estado escribiendo la madre de Pedro.


Pedro la llevó a un lado y le preguntó:
—¿Estás segura?


—Si eso es lo que le apetece, ¿por qué no?


—Porque mi madre no está pensando en una fiesta con poca gente.


En el momento en que Pedro terminó la frase, Paula oyó el sonido de un coche. Segundos más tarde, Felipe Alfonso sacaba la cabeza por la ventana y gritaba:
—¡Los del servicio de comida han llegado!


—¡Mamá!


Nadia Alfonso miró a Pedro a los ojos.


Para Paula los servicios de comidas sólo se llamaban para celebrar algo importante, como un funeral o un aniversario. Y por supuesto, una boda.


Por la cara que puso Pedro, dedujo que también para aquel círculo social las empresas de servicios de comidas se utilizaban para algo más que para celebrar una sencilla reunión de amigos y vecinos.


—¿Qué has hecho? —preguntó Pedro.


—Todos quieren conocer a Paula—le dijo su madre, con un tono de voz muy pausado.


—Los rumores corren como la pólvora.


Los hombres de la empresa de servicio de comidas aparecieron en la puerta de servicio. 


Pedro les abrió. Paula quedó impresionada con la cantidad de comida y flores que dejaron. 


Pedro se mantuvo en silencio, dirigiendo unas miradas de reproche a su madre, quien se sonrojó.


—Me voy a planchar una chaqueta —dijo Paula, dirigiéndose hacia la puerta, y como nadie dijo nada, se fue.


La madre de Pedro no estaba pensando en celebrar una pequeña fiesta. Pedro estaba muy enfadado.


Paula no tenía tiempo de pensar en el significado oculto de su reacción. Dio las gracias por haber metido en la maleta de todo, a excepción de su equipo de tenis.



lunes, 16 de septiembre de 2019

CENICIENTA: CAPITULO 34




Los padres de Pedro se mostraban tan amables con ella como si los dos ya estuvieran comprometidos. Después del postre, Pedro y ella se fueron al embarcadero y se sentaron en las sillas que Paula había visto cuando llegaron. 


Ella se quedó escuchando el sonido del agua contra el embarcadero y trató de imaginarse los momentos que Pedro había pasado haciendo lo mismo.


—Mira las estrellas —dijo ella—. Casi había olvidado cómo eran.


—¿Tú te criaste en el campo?


—Sí —y se había ido a la ciudad para escapar de la tranquilidad que Pedro buscaba—. Tus padres son maravillosos —dijo Paula, para cambiar de conversación.


—Parece que tú les has causado una buena impresión —Pedro cambió de posición y Paula pudo oler el aroma de las pastas de chocolate que se había comido de postre—. A lo mejor pronto puedo conocer a tus padres.


—A lo mejor —Paula se imaginó a Pedro en la granja de sus padres. No se imaginaba a Pedro sentado a la destartalada mesa de la cocina. No podía imaginarse a Pedro ordeñando vacas o domando caballos. No podía imaginárselo en aquel pueblo pequeño de Tejas.


—¿Qué te pasa? —Pedro debió notar la expresión en su cara—. ¿Crees que un chico de ciudad no encaja en una granja?


Paula le miró los músculos del brazo y contestó:
—Yo creo que tú encajas en cualquier sitio.


—Ese tipo de conversación es el que a mí me gusta —le dijo Pedro, mientras se estiraba, acercando su brazo al respaldo de la silla de Paula.


Pero, en vez de apoyarse en él, se fijó en su perfil. Su Pedro. Su amado Pedro. Sintió un escalofrío.


Él debió notar aquel movimiento, porque enseguida volvió la cabeza. Le puso la mano en el hombro.


—Veo la luz de las estrellas en tus ojos —le susurró.


“Eso es amor”, pensó Paula.


Pedro debió pensar lo mismo, porque inclinó un poco la cabeza, le puso la mano en el mentón y le giró la suya. Sus labios se encontraron y Paula notó aquel beso en todos los rincones de su corazón, el cual latía con una fuerza inusitada.


—Parece como si te conociese toda la vida —Pedro le besó el cuello y le pasó los dedos por el pelo.


—A lo mejor me conoces —suspiró Paula.


—¿Tú sientes lo mismo? —le preguntó.


—Sí —Paula le acarició la cara—. Desde el momento en que te vi.


—¿Y cómo es posible que nos hayamos conocido?


—El destino—dijo Paula y le dio otro beso.




CENICIENTA: CAPITULO 33





RODEADA de hectáreas de pinos, la casa de dos pisos de los Alfonso estaba situada junto a un lago. Un camino de césped bajaba hasta un embarcadero, donde había unas barcas amarradas.


Cuando Pedro giraba para meter el coche en el garaje, Paula vio la piscina y el otro ala de aquella enorme casa.


Estaba obligada a decir algo. Sabía que Pedro estaba esperando algún comentario, pero no se le ocurría nada. Aquél era el estilo de vida al que él estaba acostumbrado y daba por descontado que ella también.


Amar a Pedro no iba a ser tan fácil como creía. 


—Es una casa preciosa —aquello no era suficiente—. Veo que hay unas sillas en el embarcadero. ¿Les gusta a tus padres sentarse allí?


—Sí —estacionó el coche y apagó el motor—. Parece que todo está muy tranquilo. Mi madre está acostumbrada a que llegue a cualquier hora, incluso a media noche. Siempre que vengo me paso una hora escuchando el agua en el embarcadero. Me relaja.


Paula dirigió su mirada hacia el embarcadero y se preguntó si una hora escuchando el agua también la dejaría relajada.


Pedro le tocó la mano y ella volvió la cabeza.


—¿Vamos dentro?


—Sí.


Pedro iba a abrir el maletero del coche cuando una pareja de personas mayores aparecieron a la vista. Los padres de Pedro. Su padre tenía el pelo blanco, su madre mantenía un atractivo color castaño. Aunque los dos tenían los ojos azules, Pedro había heredado la tonalidad de su padre.


—¡Pedro! —Nadia Alfonso le ofreció la mejilla, para que se la besara—. Y tú debes de ser Paula —estrechó la mano de Paula y la miró a los ojos.


Paula no sabía qué decir, ni qué hacer.


Viera lo que viera la madre de Pedro en la expresión de Paula, pareció quedar satisfecha, porque apretándole la mano le dijo:
—Me alegra mucho conocerte.


—Felipe—dijo la señora Alfonso al padre de Pedro—. Ésta es Paula —como si le entregara un objeto frágil y valioso, la señora Alfonso entregó la mano de Paula a su marido, que estaba al lado de Pedro.


Felipe Alfonso le estrechó la mano.


—Un nombre muy bonito, Paula. 


Paula imitó al padre y vio la tierna expresión en la cara de Pedro, que él no trataba de ocultar. El corazón empezó a latirle con fuerza. La quería y se lo estaba diciendo en aquel mismo momento delante de sus padres. Lo miró otra vez y trató de decirle con la mirada que ella también lo amaba.


El señor Alfonso se aclaró la garganta y le soltó la mano. Al mismo tiempo, Pedro dio un paso al frente y la agarró por la cintura.


En esos momentos sintió deseos de echarse a llorar, y sospechó que no era ella la única. 


Nadia Alfonso tenía los ojos brillantes. Le dijo a su hijo que le enseñara a Paula la habitación de los invitados.


Primer obstáculo superado. ¿Por qué habría pensado que aquello iba a ser difícil? El destino estaba de su parte.


El destino, al parecer, pensó que todo estaba hecho y se tomó aquella tarde libre.


Porque la cena fue toda una prueba. Paula se sentía relajada. Estaban todos en el jardín y el señor Alfonso asaba chuletas en la barbacoa. Los asuntos de más importancia se trataron cuando todos estuvieron en la mesa.


—Cuéntanos algo de tu familia, Paula —empezó la señora Alfonso a interrogarla, nada más colocarse la servilleta.


—Mi familia vive en una pequeña granja, al este de Tejas —lo cual era totalmente cierto. Sin embargo, en Tejas todos las granjas o ranchos eran pequeños, aunque tuvieran miles de hectáreas.


—¿Dónde? —le preguntó el señor Alfonso, mientras le ponía una chuleta en el plato.


Y así continuó la conversación. Los Alfonso y los Chaves no tenían amigos en común, como Paula había supuesto, pero aquello no pareció importar a la señora Alfonso.


A Paula no le avergonzaba su pasado, pero iba dispuesta a mantenerse a la defensiva. Se sintió más aliviada al ver que los padres de Pedro no se daban demasiada importancia.


—¿Y cómo os conocisteis? —preguntó la señora Alfonso, pero fue Pedro el que respondió.


—Yo me olvidé mi agenda en la boda de los Donahue. Paula me la devolvió, comimos juntos y, desde ese momento, hemos estado saliendo.


—¿Estuviste en la boda? —le preguntó la señora Alfonso, pero antes de que Paula pudiera responder siguió preguntando—. ¿Te fijaste en el vestido de Stephanie? Era precioso.


A Paula le gustó la señora Alfonso. Mucho. La señora Alfonso entendía de vestidos.


—Claro que vi el vestido—dijo Paula—. Lo sacó de mi tienda.


—Paula tiene una boutique en Rice Village —dijo Pedro, muy orgulloso.


La señora Alfonso pareció quedar sorprendida con aquella información.


—Pues debió costar una fortuna.


Rose abrió la boca para contestar.


—No —la madre de Pedro cerró los ojos e hizo un gesto con la mano—. No me lo digas. No es asunto mío.


—Nunca antes te ha importado preguntar ese tipo de cosas —dijo el padre.


—¡Felipe!


El señor Alfonso dirigió una mirada cariñosa a su mujer.


—¿Juegas al golf, Paula? —le preguntó el padre de Pedro.


—No, pero me gustaría intentarlo alguna vez —respondió.


—Paula juega al tenis—dijo Pedro.


—¿De verdad? —les preguntó el padre a los dos—. ¿Os habéis traído las raquetas?


—No —respondió Paula con la cabeza.


—Entonces, a lo mejor puedo convencer a Nadia para que nos deje sus palos y Pedro y tú podéis ir a jugar unos hoyos mañana.


—Tengo que ir a hacer un recado que hacer mañana por la mañana —dijo Pedro—. Ya te habrás dado cuenta de que hemos venido en el coche de Paula. El mío lo tengo en el taller.


—Tú ve a lo de tu coche, Pedro —dijo su padre—. Paula y yo jugaremos al golf.


¿La estaba abandonando Pedro? ¿Para ir a ver su coche? A Paula le extrañó mucho aquello. Tampoco le gustaba ir sola a jugar al golf con su padre.


—Sería la primera vez que juego al golf —dijo Paula.


El señor Alfonso la miró con cariño.


—Todo el mundo tiene que empezar a jugar en algún momento.


Cuando acabó la cena, Paula se levantó para limpiar la mesa. Con un plato en cada mano, siguió a la señora Alfonso a una inmensa cocina. 


Las cacerolas de cobre colgaban del techo. Olía a chocolate allí dentro.


Nadia Alfonso le dio una bandeja llena de pastas.


—Son las que más le gustan a Pedro —le dijo, poniéndole la mano en el brazo—. Te daré la receta.



CENICIENTA: CAPITULO 32




Aprendió muchas cosas del negocio de publicidad. Cuando empezaron a aparecer las señales que indicaban la desviación para Woodlands, empezó a preguntarse cómo sería la familia de Pedro.


—Cuéntame algo de tus padres antes de que lleguemos —le pidió.


—¿Estás nerviosa? —Pedro se detuvo en la desviación y sonrió.


—Un poco —bastante.


—No estés nerviosa. Son gente encantadora. Mi padre está retirado. Era ejecutivo en una empresa de petróleo. Le gusta el golf y hace muchos años mi madre y él se vinieron aquí a descansar.


—No están muy lejos de la ciudad —comentó Paula.


—Eso fue lo que les trajo aquí. Mi hermana y su familia viven en Houston. Mis padres no querían estar lejos de sus nietos —le informó. La miró—. Presentes o futuros.


—No sabía que tenías una hermana —comentó Paula. Seguramente estaría su dirección en la agenda, pero Paula no sabía su nombre de casada.


—Sí. ¿Te acuerdas de Jeanette, la que conociste en el concierto?


—¿Era tu hermana?


—No —Pedro se echó a reír—. Pero mi hermana Pamela es médica también. Jeanette y ella fueron a la misma universidad e hicieron las prácticas en el mismo hospital. Conozco a Jeanette hace muchos años.


—Oh.


—Paula —Pedro la miró a los ojos—. Jeanette y yo hemos salido juntos, y ahora somos amigos. A ella sólo le interesa su trabajo y yo no se lo puedo echar en cara —sonrió—. Pero me gusta que te pongas celosa.


—Yo no estoy celosa —sí que lo estaba.


Él sonrió de nuevo.


—¿Y a qué se dedica tu madre? —le preguntó Paula.


—Hace de todo. Juega al golf, se ofrece voluntaria para trabajar en cualquier organización caritativa y pertenece a un millón de organizaciones.


Toda aquella información la dejaba un poco asombrada. La familia de Pedro era una familia adinerada. No iba a poder evitar compararse con ellos durante aquel fin de semana. Y si quería salir bien parada de aquel encuentro, lo mejor sería estar alerta todo el tiempo.


Seguro que lo iba a conseguir. Para ello llevaba varios días estudiando.


—Ésa es —Pedro giró en una carretera de doble sentido y pasó por una puerta de hierro.


Todo iba a salir perfecto. Pero, de pronto, vio la casa.