martes, 17 de septiembre de 2019

CENICIENTA: CAPITULO 35




—Bueno, Paula... —el señor Alfonso se bajó del cochecito para llevar los palos de golf—. Creo que el golf no es lo tuyo.


—Eso parece —Paula trató de no sentirse abatida, pero seguía teniendo en la mente todas aquellas pelotas con el monograma de Felipe Alfonso que había perdido.


—Por lo menos lo has intentado —le dijo el señor Alfonso, para que se tranquilizara—. Vamos a ver lo que Nadia nos ha preparado de comer.


Encontraron a Nadia en la cocina, con Pedro, que ya había vuelto. Por la forma que la miraron, supo que los dos habían estado hablando de ella y se preguntó qué habrían dicho.


—¿Qué tal el golf? —Pedro se acercó y le dio un beso.


—Soy malísima —le dijo Paula.


—Qué más da. Eres buena en otras cosas.


—Es verdad. Ya me ha contado lo de Bread Basket —dijo el señor Alfonso, colocando la bolsa con los palos de golf en la pared—. Felicidades, Pedro.


—Gracias —Pedro miró hacia donde estaba Paula—. Pero es Paula la que se merece ese agradecimiento.


—¿Ves lo que puedes conseguir al lado de una buena mujer? —dijo su padre, dándole un beso en la mejilla de Nadia.


Dejó bastante claro lo que quería decir. Muy claro.


—Sí, pero toda la campaña fue idea de Pedro. Se pasó semanas trabajando en ella —protestó Paula, un poco avergonzada.


—Paula—dijo la señora Alfonso—. He invitado a unos vecinos a merendar esta tarde.


Pedro la miró.


—¡Mamá!


—No protestes, Pedro. Vosotros los jóvenes estáis siempre ocupados. Quién sabe cuándo os voy a volver a ver.


—Espera un momento —empezó a decir Pedro.


—Estaré en el estudio —dijo Felipe, escapando de allí.


Paula deseó seguirlo.


—Mamá, ¿no crees que una fiesta es un poco prematuro? —Pedro miró un tanto incómodo a Paula, mientras hablaba.


—¿Prematuro? Tienes treinta y dos años, y creo que ya es hora de que sientes la cabeza —le dijo, cruzándose de brazos y levantando el mentón.


Paula se sintió incómoda viéndolos discutir.


Pedro, me encantaría conocer a los amigos de tus padres. No importa.


—Entonces, decidido —la señora Alfonso miró con expresión de triunfo a Paula y se sentó en una silla de la cocina.


Por primera vez, Paula se dio cuenta del cuaderno de hojas sueltas en el que había estado escribiendo la madre de Pedro.


Pedro la llevó a un lado y le preguntó:
—¿Estás segura?


—Si eso es lo que le apetece, ¿por qué no?


—Porque mi madre no está pensando en una fiesta con poca gente.


En el momento en que Pedro terminó la frase, Paula oyó el sonido de un coche. Segundos más tarde, Felipe Alfonso sacaba la cabeza por la ventana y gritaba:
—¡Los del servicio de comida han llegado!


—¡Mamá!


Nadia Alfonso miró a Pedro a los ojos.


Para Paula los servicios de comidas sólo se llamaban para celebrar algo importante, como un funeral o un aniversario. Y por supuesto, una boda.


Por la cara que puso Pedro, dedujo que también para aquel círculo social las empresas de servicios de comidas se utilizaban para algo más que para celebrar una sencilla reunión de amigos y vecinos.


—¿Qué has hecho? —preguntó Pedro.


—Todos quieren conocer a Paula—le dijo su madre, con un tono de voz muy pausado.


—Los rumores corren como la pólvora.


Los hombres de la empresa de servicio de comidas aparecieron en la puerta de servicio. 


Pedro les abrió. Paula quedó impresionada con la cantidad de comida y flores que dejaron. 


Pedro se mantuvo en silencio, dirigiendo unas miradas de reproche a su madre, quien se sonrojó.


—Me voy a planchar una chaqueta —dijo Paula, dirigiéndose hacia la puerta, y como nadie dijo nada, se fue.


La madre de Pedro no estaba pensando en celebrar una pequeña fiesta. Pedro estaba muy enfadado.


Paula no tenía tiempo de pensar en el significado oculto de su reacción. Dio las gracias por haber metido en la maleta de todo, a excepción de su equipo de tenis.



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