viernes, 13 de septiembre de 2019
CENICIENTA: CAPITULO 21
La cena fue algo más que una idea maravillosa.
Fue algo mágico. Vestidos con la ropa de tenis, Paula y Pedro se fueron al restaurante del hotel y estuvieron hablando de todo, menos de Bread Basket. Y cuanto más hablaban, más convencida estaba Paula de que Pedro era para ella.
Intentó averiguar con exactitud el momento en que sus sentimientos se cristalizaron en amor y se dio cuenta de que había estado enamorada desde el primer momento en que lo vio.
Lógicamente, ella no creía en los flechazos.
Creía que el amor era algo que crecía poco a poco en su interior. Era algo que aparecía al cabo del tiempo de conocer a una persona.
Pero, cuando Pedro se reía por algo que ella había dicho, o sus ojos se iluminaban cuando los dos emitían el mismo punto de vista sobre algo, Paula no pudo evitar pensar que no podía llegar a estar más enamorada de él de lo que estaba. Estaban hechos el uno para el otro.
—Doy una clase de técnicas comerciales en la universidad de Rice los jueves por la tarde —mencionó él—. De esa forma estoy siempre al día y puedo conocer a los futuros y brillantes ejecutivos.
—¿Tus competidores? —preguntó Paula.
Pedro empezó a reírse a carcajadas.
—Si no les contrato yo primero.
A Paula no se le ocurrió ninguna razón por la que no quisieran trabajar para él.
—Así que te has inscrito en un curso de arte.
—Me interesa mucho el arte. Y quiero aprender más —lo cual era cierto. También quería aprender, para así hablar con más autoridad sobre el tema. Se imaginó rodeada de amigos de Pedro, hablando de las últimas tendencias.
—¿Quieres un café? —le preguntó él.
Paula estuvo a punto de decir que no, pero al final pidió un capuchino. Nunca había probado uno en su vida.
—Yo encuentro a los artistas un tanto... artistas —dijo Pedro, riéndose a carcajadas.
—¿Qué quieres decir?
—Oh, ya sabes, con toda esa gente en el circuito.
¿Qué circuito? Paula estaba tratando de averiguar a qué se refería Pedro, cuando apareció el camarero con sus capuchinos.
—¡Qué bien huele! —exclamó Paula.
—Eso es lo que me gusta de ti, Paula —dijo Pedro—. Disfrutas con las cosas más sencillas. Y cuando estoy a tu lado, yo también las disfruto más —alargó su mano por encima de la mesa y le agarró las suyas—. No cambies nunca
jueves, 12 de septiembre de 2019
CENICIENTA: CAPITULO 20
Paula empezó a cojear. El destino había intervenido de nuevo, aunque Paula había tardado unos minutos en darse cuenta de ello.
Cuando Pedro vio que estaba sentada en el banco, empezó a recoger sus cosas, colgarse las dos bolsas sobre el hombro y ofrecerle la mano a Paula.
Paula se concentró en recordar con qué pie tenía que cojear.
—Voy a decirle mi opinión al director del hotel sobre el estado de las pistas de tenis —juró Pedro.
Paula guardó silencio. Ella se había caído.
Aunque no se había hecho daño, otro podría haberse herido.
—Últimamente ha estado lloviendo. A lo mejor no saben que ha aparecido una grieta.
—Tienen suerte de que seas tú la que te has caído —le dijo Pedro, apretándole el hombro—. Cualquier otro se habría puesto inmediatamente al habla con su abogado.
—Los accidentes son inevitables —dijo Paula.
—Ojalá toda la gente opinara lo mismo —contestó Pedro.
Cuando estuvieron dentro del vestíbulo del hotel, el recepcionista salió corriendo de detrás de su mostrador. Cuando vio a Pedro, el hombre empezó a balbucear:
—¿Puedo ayudarles en algo?
—La señorita Chaves se ha caído por culpa de una grieta que había en la pista de tenis —contestó Pedro muy enfadado, dejando claro que el hotel era responsable de aquel accidente—. ¿Está el médico del hotel?
—Oh, Pedro, por favor —Paula se sintió desbordada, por el rumbo que estaban tomando los acontecimientos.
—Paula, deja que yo me ocupe de esto —le dijo él.
Y ella así hizo.
Con la ayuda de Pedro, logró llegar cojeando hasta una de los despachos del hotel. Por fortuna, el médico del hotel se había ido, ante lo cual Pedro hizo algunos comentarios de reprobación.
De pronto se agachó y le quitó el calcetín.
—Se te está empezando a poner rojo el tobillo. ¿Dónde está ese hielo? —gritó al conserje—. Espera un poco, que voy a ver lo que pasa con él.
Nada más salir Pedro por la puerta, Paula se miró el pie. No le dolía, pero a lo mejor era verdad que se había hecho daño. Se quitó la zapatilla y se quitó el calcetín, revelando un pie con un tono verdoso.
El calcetín. Había desteñido el calcetín. Se volvió a colocar la zapatilla. Tendría que haber lavado los calcetines antes de ponérselos.
—Aquí estoy —dijo Pedro, cuando apareció de nuevo, con una toalla llena de hielo—. Le pedí esto al camarero, mientras el conserje ha ido a buscar el botiquín de primeros auxilios. ¿Qué tal? ¿Te duele?
—No siento nada—le respondió Paula, con sinceridad.
—Te empezará a doler más tarde. Sé lo que digo —se levantó, acercó una silla de una secretaria y se sentó en ella.
—¿Te has lesionado muchas veces? —preguntó Paula, intentando que se olvidara de su pie.
Pedro estiró sus piernas y apuntó a una raja con pequeñas cicatrices de los puntos de sutura, a lo largo de ella.
—Ésa fue la peor. Cuando estaba en el colegio, tuve una rotura de tendones y me tuvieron que intervenir —le dijo sonriendo—. A lo mejor me salvó de cometer una estupidez, como hacerme profesional, por ejemplo.
—¿Y cómo reaccionaste?
—Bien —le respondió, mirando para atrás, cuando escuchó que alguien se acercaba.
El conserje le entregó unas cuantas cajas a Pedro.
—Esto es todo lo que he podido conseguir —explicó—. Espero que sea suficiente.
—Está bien —respondió Pedro, al tiempo que abría una caja. Con un gesto, le indicó a Paula que apoyara su pierna en las suyas—. No soy médico, pero sé cómo poner una venda.
El conserje recogió las vendas que sobraron y se fue.
—Yo creo que estás armando demasiado alboroto por nada —le dijo a Pedro, mientras él le quitaba el zapato. Aunque él ni siquiera le miró el pie, Paula lo estiró hacia delante, para que él no se lo viera.
—Sí y no —le dijo—. Seguro que mañana no está esa grieta en la pista —a los pocos segundos, Paula tenía una venda en su tobillo—. Intenta ponerte de pie.
Paula obedeció.
—No me duele —como si alguna vez le hubiera dolido.
—Por suerte no se te ha hinchado mucho—dijo Pedro, recogiendo el hielo—. ¿Te apetece ir a cenar? Si no recuerdo mal, íbamos a discutir lo de Bread Basket esta noche.
—Me parece una idea maravillosa —contestó Paula.
CENICIENTA: CAPITULO 19
—¿Qué tal el viaje? —preguntó Pedro, saludando a Paula con un beso en la mejilla.
¡La había besado! Se sintió emocionada. Pero, por otra parte, pensó que tampoco era para tanto.
—Compré algunos vestidos —le informó, feliz de decirle por primera vez algo que era totalmente cierto—. Es una de las épocas más ajetreadas de la temporada.
—Entonces, soy doblemente afortunado de que hayas podido venir a jugar conmigo.
Paula lo miró y casi se derrite. Cuando entraron en las pistas de tenis del hotel, Paula se dio cuenta de que Pedro la estaba mirando.
Gracias a Dios había llegado un poco tarde, porque Marcos se había entretenido arreglándole el pelo. Se lo había recogido en una coleta, cuando Connie se fijó en ella y le dijo algo a su novio. Marcos dijo algo sobre su frente y decidió dejárselo suelto.
Paula era la forma sobre la sustancia. Pedro era la forma y la sustancia. Especialmente la sustancia. Estaba impresionante con su camiseta blanca y las dos muñequeras en sus brazos. ¿En qué momento le iba a decir que no se preocupara, que no iba a sudar en todo el juego?
Paula se colocó la bolsa en el hombro. A lo mejor si se concentraba de verdad en la pelota, como Connie le había dicho, lograba devolver algunos tantos.
Pedro estaba diciéndole algo a lo que ella respondía sólo con monosílabos.
—... buena raqueta. ¿Cuánto tiempo llevas jugando?
—No mucho —aunque el sol calentaba, ella sintió un escalofrío. Connie tenía razón. Se lo tendría que haber confesado a Pedro—. La verdad es que no sé jugar muy bien.
—Ya —le dijo Pedro sonriendo, mostrándole unos dientes tan blancos como su camisa—. Cada vez que alguien me dice eso, sé que voy a tener que correr.
Cuando llegaron a la línea divisoria de las dos pistas, dejaron sus bolsas en un banco. En la pista de al lado había una pareja. Cuando Paula sacó la raqueta, el hombre se colocó detrás de la mujer, agarró la raqueta y le demostró cómo había que dar un revés. Una y otra vez, practicaron juntos. Le estaba enseñando a jugar al tenis. Los dos estaban muy pegados.
Ésa habría sido la solución más sencilla. Le tendría que haber dicho que no sabía jugar al tenis, pero que le encantaría aprender. “¿Por qué no me enseñas, tú?” A los hombres siempre les encantaba demostrar su superioridad.
Le quitó la funda a la raqueta. Como era de segunda mano, seguro que Pedro se fijaba en los arañazos que tenía y pensaba que se los había hecho ella.
—¿Puedo probarla? —le preguntó Pedro, estirando la mano.
Ella se la dio y se quedó observando cómo comprobaba su peso y equilibrio. A continuación, trazó un golpe en el aire, que la dejó boquiabierta.
No tenía nada que hacer.
—Buena raqueta —comentó él, devolviéndosela.
Paula sonrió y agarró la raqueta, notando el calor que había dejado su mano. La de ella estaba helada como el hielo.
Pedro sacó un bote con pelotas y tiró de la anilla. Paula oyó el sonido que hizo la lata cuando se llenó de aire, antes de percibir el olor a goma. Aquello estaba ocurriendo de verdad, y no podía hacer nada por evitarlo.
—¿Cara o cruz? —le preguntó Pedro, colocándose la raqueta en la cabeza.
—¿Cara? —¿a qué diablos se referiría?
Pedro lanzó hizo girar la raqueta y cayó a la pista.
—Cara dijo, levantándola—. ¿Sacas o eliges la pista?
—Te dejaré que saques tú primero—dijo Paula, empezando a temblar.
Qué más daba, si no iba a pasar ninguna bola por encima de la red.
Se dio la vuelta, cerró los ojos y se dirigió a su pista. “Tengo que conseguirlo. Lo único que hay que hacer es devolver la pelota”.
Pero, desgraciadamente, o por fortuna, Paula estaba tan concentrada, que se olvidó de abrir los ojos y cuando se dio cuenta, estaba en el suelo, donde fue después de haber tropezado con algo.
—¡Paula!
Paula levantó la cabeza y logró girarla, momento en el que vio que Pedro se dirigía corriendo hacia ella. Cuando llegó, se colocó a su lado.
—¿Estás bien?
—Creo que sí —aparte de estar avergonzada y haberse puesto perdida, no le dolía nada.
—Fíjate en esa grieta —Pedro dijo, disgustado—. Tendrían que mantener estas pistas en mejores condiciones —se agachó y la ayudó a levantarse.
Pegada como estaba al cuerpo de Pedro, Rose decidió no precipitarse diciendo que no se había hecho daño. Hizo algunos movimientos con el codo y se limpió las manos. Pedro se las agarró y le miró las palmas. Tenía algunos arañazos, pero sólo uno parecía estar a punto de sangrar.
Él se lo acarició.
—Has tenido suerte —le dijo, sonriendo.
—Sí, he tenido suerte —suspiró ella.
Tenía la cara pegada a la de ella. Paula ni se movió. No quería que nada estropeara aquel momento, que no terminara nunca. Quería que Pedro se quedara allí a su lado, para siempre.
La opresión en su pecho le dificultaba la respiración. El corazón le latía con fuerza y los brazos le temblaban. ¿Podría notar él aquel temblor?
Pedro levantó una mano y le acarició la mejilla con los nudillos.
—Te has quedado con parte de la pista en la cara.
—No me sorprende —le respondió, mientras ella se limpiaba el otro lado.
—¿Y cómo sientes el resto del cuerpo? —Pedro se inclinó y le agarró de los tobillos.
—¿Te duele? —le preguntó.
—No.
—¿Y aquí?
—No, no. De verdad, estoy bien.
—¿Quieres intentar ponerte de pie?
Paula asintió y Pedro la agarró por la cintura.
Ella se apoyó en su hombro. Era un hombre sólido y fuerte. Se sintió muy femenina. Le encantaba estar cerca de él y quiso prolongar ese momento.
—Apóyate poco a poco sobre ese pie —dijo Pedro, cuando se incorporó.
Ella obedeció y fue apoyándolo poco a poco, no queriendo que se apartara de ella. ¿Por qué no se atrevería a darle un beso en la boca y acabar con todo aquel juego? ¿Cuándo llegaría ese momento?
Nunca antes se había sentido de aquella manera, y menos con Horacio, por supuesto.
Cada vez que lo miraba le entraban ganas de comérselo a besos.
Por desgracia, cuando empezaran a jugar al tenis, toda aquella magia se habría desvanecido.
Sobre todo, cuando él viera su juego.
Cuando ella apoyó la pierna completamente en el suelo, él la soltó y retrocedió un paso.
—¿Estás bien?
—Mmm —no pudo responder de otra manera, ni tampoco se atrevió a mirarlo a los ojos.
—Intenta caminar.
Él le agarró de la mano, en el mismo instante en que ella empezó a dar el primer paso. Al sentir el contacto de su mano, ella suspiró.
—Lo sabía. Tú no estás bien, pero quieres convencerme de que sí lo estás.
—Pedro, de verdad que...
—No discutas —le puso la mano sobre el hombro y la ayudó a sentarse en el banco—. Y se acabó el tenis por hoy.
—¿No jugamos al tenis?
—No.
¡No jugamos al tenis!
CENICIENTA: CAPITULO 18
El domingo por la tarde, cuando Paula había abandonado el hotel Post Oak y había hecho una reserva para el jueves por la noche, descubrió que no sólo le recogían los mensajes, sino que además les encantaba hacerlo. Al parecer, la petición de Paula no les extrañaba lo más mínimo.
Cuando llamó el lunes por la mañana, le dijeron que Pedro había llamado y había dejado dicho que tenían pista para el miércoles a las cuatro y media en el hotel Post Oak. Le gustó aquella hora. Seguro que él ya habría terminado su trabajo y tendría toda la tarde libre.
Cuando estuvo hospedada en el hotel, Paula no se había dado cuenta de que había pistas de tenis. Llamó por teléfono y reservó una habitación para el miércoles por la noche.
El lunes por la tarde, Paula se fue a la tienda de deportes y se compró todo el equipo necesario para jugar al tenis, con banda para el pelo incluida. Le pidió prestada la raqueta de una amiga de Connie, por lo menos se ahorró eso.
Pero acabó comprando un par de juegos de pelotas, una botella de agua, una toalla haciendo juego y una bolsa para llevarlo todo.
Cuando vio a lo que ascendía todo, casi se desmaya. Pero siguió repitiéndose que era una inversión de futuro.
El martes por la mañana la amiga de Connie llamó e, incomprensiblemente, pidió que le devolviera la raqueta. Paula no tuvo más remedio que ir a una tienda de segunda mano y comprar una usada. El precio que tuvo que pagar le puso los pelos de punta, pero por lo menos a partir de ese momento, si Pedro la invitaba otra vez, podría aceptar sin problemas.
El martes por la tarde, la llamaron los de la tarjeta de crédito, para verificar que no se la hubieran robado, porque habían apreciado movimientos pocos corrientes en su cuenta.
Paula verificó todos los gastos, y por primera vez se enteró del coste de su campaña para atraer la atención de Pedro. Decidió olvidarse de ello, ya que, de todas maneras, ya no tenía remedio.
El martes por la tarde, Paula hizo uso de su tarjeta de crédito de nuevo y se apuntó a un curso en la universidad de Rice. La clase era los jueves por la tarde, pero empezaba media hora antes que la clase de Pedro. Hubiera preferido que las dos clases hubieran empezado al mismo tiempo, pero por lo menos tenía suerte de haber conseguido un curso el mismo día. Tendría bastantes posibilidades de encontrarse con Pedro.
El mismo martes intentó poner al día la tienda.
Casi la había abandonado y había que tomar algunas decisiones que Connie no podía tomar por sí sola.
Había una pila de ropa aguardándola, para que seleccionara la que quería comprar y alquilarla y la que quería aceptar en comisión de venta.
También tenía que preparar los anuncios que iba a poner en los periódicos locales. Podría utilizar los del año pasado, pero le apetecía diseñar algo más atractivo.
Seguro que Pedro podría hacerle un anuncio perfecto, pero Paula nunca se lo podría pedir. Su relación era diferente. Paula se había presentado como una mujer de negocios y en realidad lo era, pero no a la escala que Pedro se habría imaginado.
Pero, justo en ese momento, no le apetecía pensar en la reacción que Pedro tendría de enterarse de su verdadera situación. Tenía problemas más inmediatos que resolver.
Suspiró y se acordó del partido de tenis.
Recordó la forma de jugar de Pedro, cuando lo observó en el gimnasio. Pedro siempre trataba de devolver todas las pelotas, por muy difíciles que fueran. Le pegaba fuerte y con decisión.
Paula estaba condenada al fracaso.
Pero, por otra parte, a Pedro no le gustaba perder, y por lo menos ganaría seguro.
miércoles, 11 de septiembre de 2019
CENICIENTA: CAPITULO 17
ESTABA totalmente equivocada.
—Pero, ¿no puedes llamarlo y decirle que estás más verde de lo que pensabas? —gritaba Connie, desde el fondo de la pista de tenis.
—¡No! —gritó Paula, golpeando la pelota, que fue directamente a la red—. Es la primera vez que me invita a salir. Si le digo que no sé jugar al tenis, ¿quién sabe cuándo me invitará otra vez?
Connie se fue hacia uno de los lados de la pista y bebió un poco de agua. Paula no había llevado botella, pensando que podría beber de la fuente.
Era evidente que llevar tu propia botella de agua a la pista era lo más moderno. Y ante los ojos de Pedro, ella quería dar la apariencia de chica moderna.
—¿Y quién es ese tipo? —le preguntó Connie, limpiándose la boca con el brazo.
—¿Recuerdas que te dije que quería hacer publicidad de la tienda?
—Sí. ¿Y qué ocurrió?
—Pues que el tipo con el que hablé...
—¡Está saliendo contigo! —exclamó Connie, juntando las manos—. ¡Gracias a Dios, has dejado al horrible Horacio!
—No era horrible —protestó, sorprendiéndole la opinión que Connie tenía del que fue su pretendiente.
—Era horrible —Connie levantó su raqueta y apuntó con ella al extremo opuesto de donde Paula estaba—. Cambiamos de pista.
—¿Por qué?
—Porque la última pelota se te fue a la red y te gané el set.
—¿Tan pronto?
—Normalmente se tarda más en jugar un set, pero eso es cuando el otro jugador logra devolver la pelota. Como ellos —puntualizó, indicando a los chicos que estaban en la pista de al lado.
Paula miró a los chicos que estaba jugando un partido de dobles.
—No tienen que jugar en toda la pista como yo —protestó Paula, mientras cambiaba de pista.
Connie dio un suspiro tan fuerte que se oyó en toda pista.
Era sábado por la tarde y Connie había accedido a ayudarla a mejorar su juego. Probablemente, estaría arrepentida de haber dedicado la tarde a su jefa.
—Yo saco —dijo Connie, mostrándole las bolas.
—Ya sé cómo son —le dijo Paula, desesperada.
—Te las enseño porque hemos cambiado de pelotas y se supone que es lo que tengo que hacer.
—¿Y yo qué tengo que hacer? —se le habían escapado demasiados detalles del tenis cuando tenía nueve años.
—Lo único que tienes que hacer es devolverme la pelota.
Pero Paula sabía que no era así de sencillo. No sólo tenía que acertar a pegarle a la pelota, sino que además tenía que pasarla por encima de la red. Por lo menos de eso sí que se acordaba.
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