viernes, 23 de agosto de 2019

AMARGA VERDAD: CAPITULO 32




—Un poco arreglada —le dijo Cynthia refiriéndose al cóctel de los Anderson—. Winona no es de mucha ceremonia, pero le gusta hacer las cosas con estilo.


Por lo que había visto, Paula pensó que todo lo que rodeaba a los Prestón y a sus amistades se hacía con estilo y elegancia.


—Si me fuera a quedar aquí mucho más tiempo, tendría que renovar todo mi armario —murmuró mientras se miraba por última vez en el espejo de su habitación.


Había dado buen uso a aquel vestido negro entallado últimamente, pero pensó que con el collar y los pendientes de perlas y el anillo que sus padres le habían regalado por su último cumpleaños el conjunto estaba bien.


Sin embargo, la mirada que le ofreció Pedro cuando, por fin, consiguió escaparse del cóctel le hicieron pensar que tal vez no fuera bien vestida.


— ¿Estabas durmiendo? —le preguntó decepcionada porque solo le diera un beso
en la mejilla—. Pareces un poco... estás un poco raro.


—No, es que hay unas cuantas cosas que me gustaría aclarar contigo —El cariño con el que le había hablado hacía unas horas se había esfumado —. ¿Quieres beber algo?


— Sí, Perrier, si tienes —contestó ella incómoda. Aquella situación le recordó la primera y única que había estado antes en su casa. La diferencia era que, en aquella ocasión, ella quería información y él seducirla y, en esta, parecía que los papeles se habían invertido.


— ¿Qué tal el cóctel?


—Muy bien.


Pedro le sirvió y le indicó que se sentara en el sofá donde habían hecho el amor por primera vez. Él no parecía tener prisa por sentarse a su lado aunque aquella mañana sus palabras y sus gestos le habían hecho creer que estaba deseando explorar el aspecto romántico de su relación.


—¿Has conocido a gente nueva?


—A algunos, pero nadie lo suficientemente interesante como para quedarme allí más de lo necesario — contestó ella paseando la mirada por la habitación. No entraba la luz de la luna, no había velas, ni música, ni vino.


«Tengo que organizar mi fiesta», le había dicho. 


Había una lámpara sobre la mesa, que estaba llena de papeles, pero aquello no era suficiente como para crear un ambiente romántico. Si seguían así, Pedro le iba a indicar la puerta mucho antes de lo previsto.


«¡No pienso dejar que eso suceda!». Habían llegado demasiado lejos. Paula quería saber qué tenía Pedro en la cabeza.


—¿Qué te pasa, Pedro? —le preguntó dejando el vaso en la mesa y acercándose a él —. ¿Es por Natalia? Dijo que tenía que estudiar mucho para no ir al cóctel, pero me parece que estaba un poco deprimida. ¿Seguías enfadado por lo de esta mañana?


— No —contestó él con una mirada helada—. Gracias a ti, nos hemos peleado por otra cosa.


—¿Por mí? —dijo casi riéndose—. ¿Qué he hecho esta vez?


—Muchas cosas. ¡La última, meterte en los asuntos de esta familia! ¿Quién te crees que eres animándola a irse a esa locura de La India?


—O sea que es eso. No parece que te guste mucho la idea.


—No, no me gusta.


— Bueno, a veces no se puede estar de acuerdo en todo, Pedro, pero no por eso tenemos que ser enemigos —dijo no tomándole demasiado en serio a pesar de su expresión.


—Esto es algo más. Se trata de una niña de diecinueve años que besa por donde tú pisas. No me gusta la influencia que tienes sobre ella. Estoy empezando a pensar que tenía razón por pensar lo que pensaba de ti al principio... Hubiera sido mucho mejor para nosotros si nunca hubieras aparecido.


—Me parece que estás exagerando —contestó ella al tiempo que se esfumaba toda esperanza y rastro de optimismo. Si los separaba una cosa así, sería porque, después de todo, no estaban hechos para estar juntos—. Tú eres su ídolo, Pedro, no yo, y tu influencia es mucho mayor que la mía. Pero sigue, me muero de ganas por oír el resto.


—Natalia te hace caso en todo y creo que tú deberías ser responsable a la hora de darle consejos —añadió mirándola furioso—. No tenías que haberla animado a correr ese riesgo. 


¡Y pensar que había estado a punto de entregarle su corazón!


— No seas ridículo —le espetó con la hostilidad del principio renovada—. Natalia va a Bombay con un equipo de profesionales para trabajar con niños necesitados, no va a subir al Everest en solitario. ¡Me parece que has perdido la perspectiva, Pedro!


—Cuando quiera tus consejos, ya te los pediré.


—Muy bien, pero, de momento, Natalia me ha pedido consejo y yo se lo he dado.


—¿Pero en qué estabas pensando? ¿No ves que es inmadura, que se comporta como una niña?


—Lo sé, pero no me parece que eso tenga nada de malo. Natalia es lista, inteligente y está dispuesta a aprender. Creo que ese proyecto la ayudaría a madurar.





AMARGA VERDAD: CAPITULO 31




Paula sintió que la recorría una sensación de bienestar ante aquel gesto abierto de afecto. Por primera vez en varios meses, sintió que el gran pesar que llevaba dentro se desvanecía. Miró a todos los que estaban a la mesa con agradecimiento. A Cynthia, que la había aceptado sin reservas; a Natalia, a la que sentía su hermana a pesar de que se conocieran hacía poco tiempo; a Hugo, que se había arriesgado a volverla a perder antes de estropearle el recuerdo que tenía de Camila.


Y, por último aunque primero en su corazón, a Pedro.


Aturdida, bajó la mirada. Estaba hecha un lío. 


Jonathan Speirs la había engañado ypor su culpa la policía la estaba investigando. Confiaba en la justicia y esperaba que su reputación saliera ilesa de todo aquello.


Sus padres estaban muertos, no habían sido todo lo perfectos que ella había creído y le habían mentido, pero siempre le dieron buenos consejos.


«No tengas nunca miedo de dejarte guiar por tu corazón. Es lo único que nunca te faltará», le había dicho su madre.


Y tenía razón. Gracias a su corazón, estaba allí, disfrutando de aquel momento.


Llevaba varios días intentando ignorar lo evidente, pero ya no podía negárselo a sí misma por más tiempo. Se había enamorado de Pedro Alfonso. Aunque era un hombre difícil, imposible a veces, era el nombre de su vida. Lo sabía con certeza.


Como si él se acabara de dar cuenta también de que sentía lo mismo, le apretó la mano y se miraron con una sonrisa cómplice que solo los amantes comparten. Tal vez Hugo y Cynthia se dieron cuenta, pero no dijeron nada.


— ¡Uy, uy, uy! Me parece que aquí hay romance—dijo abiertamente Natalia.


Aunque no lo había dicho con mala intención, aquello hizo que el momento se estropeara. 


Muerta de vergüenza, Paula retiró la mano y se levantó de la mesa.


— ¡De verdad, Naty, parece que tienes cinco años!—explotó Pedro mirando a su hermana con fastidio—. ¿Cuándo vas a crecer?


— Perdón. Era una broma. No pensé que... — murmuró ella compungida.


— ¡Exacto, nunca piensas! ¡Abres la boca sin pensar lo que vas a decir!


—Me parece que deberíamos volver a la ciudad.
El cansancio de ayer me está pasando factura hoy — apuntó Hugo intentando poner paz.


—Buena idea —dijo Cynthia—. Si habéis terminado, voy a recoger.


Pedro ignoró a Natalia y fue en busca de Paula, que estaba al final del porche mirando al lago.


—Lo siento, Paula. No se por qué lo ha dicho. Lo último que quiero es que te sientas incómoda.


—También ha sido culpa mía. Si no me hubiera levantado, nos habríamos reído todos y ya está. Se ha quedado hecha polvo.


— Ya se le pasará. No te eches la culpa. Suele meter la pata demasiado a menudo y lo que le he dicho se lo he dicho en serio. Tiene que crecer —le dijo acercándose—. ¿Vienes en el coche conmigo? Tengo que decirte una cosa... en realidad, tengo que decirte muchas cosas.


La urgencia que percibió en su voz hizo que algo se agitara en el interior de Paula.


Nada le hubiera gustado más que estar a solas con él para decirle todo lo que sentía su corazón.


—Es más importante que aclares las cosas con Natalia. Mejor que vaya ella contigo.


Pedro estaba de espaldas a los demás así que se pudo permitir el hacerle caricias en la palma de la mano.


—Pero quiero estar contigo.


Paula se sintió feliz, corno una flor que se abre al sol. Los malos momentos le habían dejado cicatrices. Nada le iba a devolver a sus padres ni iba a hacer que no fuera la socia de un delincuente.


Sin embargo, que Pedro la mirara así le hizo olvidar lo malo para que nada pudiera estropear aquel momento.


— Yo también quiero estar contigo, pero solo será una hora. Llévate a Natalia y arregla las cosas con ella. Podemos quedar más tarde.


Pedro suspiró.


— Va a tener que ser mucho más tarde porque Hugo me ha dicho que los vecinos, Jos Anderson, os han invitado a un cóctel esta noche. Con suerte, terminarás a las nueve o las diez.


Pedro llevaba pantalones cortos y una camisa. Aprovechando que los demás no los veían, Paula le acarició el torso.


—¿Prefieres que nos veamos mañana?


—Ni se te ocurra —contestó él—. ¡Podría montar aquí y ahora un numerito que haría que tu padre y mi madre se pusieran en órbita, por no hablar de Natalia!


— ¡Dios me libre! —dijo ella lanzándole un beso—. ¿Entonces...?


—En cuanto puedas escaparte de lo de los Anderson, ven a mi apartamento.


—¿Tú no vas a ir al cóctel?


—No, cariño, tengo que preparar mi fiesta.




AMARGA VERDAD: CAPITULO 30




A MEDIANOCHE, la tormenta había pasado. A la mañana siguiente, Pedro reparó el tejado, Hugo se encargó de recoger el agua que había entrado en la casa y Natalia y Paula se encargaron de limpiar lo de fuera mientras Cynthia preparaba la comida para todos.


Pedro fue el último en sentarse a la mesa. Se sentó en la cabecera, con Natalia a la derecha y Paula a la izquierda. No se había servido todavía la ensalada de pollo, cuando Natalia comenzó a interrogarlo.


—¿Por qué se fue Esmeralda tan pronto? Normalmente, hay que echarla.


— ¡Natalia! —exclamó Cynthia en tono reprobador.


— Mamá, pero sabes que es verdad. Tú misma dijiste que te sorprendía que solo se hubiera quedado un par de horas.


—Puede que tuviera guardia otra vez ayer por la noche — contestó Pedro sonriendo.


—Eso explica que se fuera tan de repente, pero no que tú fueras detrás. ¿O es que necesitaba ayuda para ponerse el uniforme?


— ¡Ten cuidado con lo que dices! —le contestó sin enfadarse. Miró a Paula durante más de lo necesario y con especial ternura—. Tenía que hacer unas llamadas desde la ciudad.


—¿El sábado? —preguntó Natalia incrédula.


—Eran urgentes —contestó Pedro sirviéndose té frío—. Como trabajadora social que eres, deberías saber que no siempre los problemas surgen en horario de oficina.


Pedro, nos estás ocultando algo —dijo Natalia apoyándose en la mesa y señalando a su hermano.


—¿Por qué dices eso?


—Porque estás hablando en plan abogado y solo lo haces en casa cuando te traes algo entre manos. Venga, cuéntanoslo. ¿Qué pasa? ¿Has dejado a Esmeralda?


Pedro volvió a mirar a Paula antes de contestar.


—Hemos hecho un trato.


—¿Y...?


—Hemos acordado que vamos a ser amigos, pero que cada uno tenga su vida. 


En los comentarios que siguieron a la revelación, nadie pareció ver que Pedro y Paula se miraban y que los ojos de él le mandaban un mensaje solo para ella. Paula no sabía si pensar que lo que le estaba intentando decir era que ella había sido la causa de que aquella relación se terminara. ¿El hecho de que no se pudieran quitar las manos de encima el uno del otro en cuanto estaban solos había hecho que terminara con ella?


La sonrisa de Pedro le dejó claro que había sido exactamente así.


—Pero eso no explica por qué volviste ayer por la noche. Podrías haberte quedado a dormir en la ciudad —continuó Natalia.


Pedro se rio.


—Naty, me parece que te has equivocado de profesión. Deberías estudiar derecho porque eres una fantástica fiscal.


—No cambies de tema.


— Me enteré de que iba a haber tormenta y pensé que sería mejor que viniera por si había problemas.


— ¡Menos mal que viniste! Estábamos tan preocupados con el tejado que no nos dimos cuenta de que Paula llevaba mucho tiempo fuera —comentó Cynthia con un escalofrío—. No quiero ni pensar en lo que le habría ocurrido si no llega a ser por ti.


—Es mejor no pensarlo —apuntó Pedro agarrando a Paula de la mano.






jueves, 22 de agosto de 2019

AMARGA VERDAD: CAPITULO 29




No le resultaba fácil mantener el equilibrio. Tenía la linterna en una mano y con la otra intentaba agarrarse el embarcadero. Aquello no tenía buena pinta. De repente, una ola golpeó el bote y lo volcó. Vio a cámara lenta cómo caía al agua y el bote se le iba encima.


La amarra de la boya se le enganchó en el tobillo y el viento golpeaba el bote, que se había dado la vuelta y amenazaba con estrellarla contra los pilares.


Una ola la hundió y se dio cuenta de que estaba en peligro, de que se podía ahogar en una profundidad de tres metros y a unos diez metros de la orilla. Parecía imposible, pero estaba ocurriendo.


¡No, tenía que luchar!


Con gran esfuerzo, consiguió subirse al casco del bote y comenzó a quitarse la cuerda del tobillo. De repente, el bote se ladeó como una criatura prehistórica y comenzó a entrar agua.


La cuerda del tobillo se tensó y Paula sintió un miedo que jamás había experimentado. Gritó y solo un nombre salió de su boca.


— ¡Pedro!


Vio una luz que se movía por el camino que llegaba desde la casa. Era un milagro, estaba allí.


— ¡Olvídate del bote! —le gritó desde el embarcadero—. Aléjate de él, yo te saco.


— ¡No puedo! —gimió—. Me he enganchado con las amarras.


— ¡Dios mío! —exclamó tirando la linterna y metiéndose en el agua.


Paula vio el filo de un cuchillo y sintió que Pedro cortaba la cuerda. La agarró y la condujo a la orilla. Se sintió maravillosamente bien al sentir la arena en las rodillas y en los codos.


Estuvo un buen rato a cuatro patas, sin poder hablar ni moverse. Cuando levantó la cabeza, se lo encontró a su lado, mirándola.


—Vas a tener que dejar de salir a nadar de noche. No se te da muy bien.


— Lo sé —contestó intentando sonreír, pero rompiendo a llorar —. Creía que el bote se iba a hundir y me iba a arrastrar. Creía que no os iba a volver a ver.


— ¡Ni por asomo! Para empezar, el bote está especialmente diseñado para no hundirse. Y, además, no te va a resultar tan fácil deshacerte de nosotros —le dijo acariciándole el pelo y pasándole el brazo por los hombros. Paula levantó la cara y Pedro la besó con ternura—. Te estás convirtiendo en un bonito quebradero de cabeza, ¿sabes? No sé qué voy a hacer contigo.




AMARGA VERDAD: CAPITULO 28




Aparentemente, no era la única. El sábado por la mañana, Esmeralda Stanford se presentó allí.


—Oí el mensaje que me dejaste anoche en el contestador cuando he llegado de la guardia —anunció besando a Pedro de manera que quedaba claro que se creía que era el centro de su atención—, y pensé en venir a pasar el día con vosotros porque estas últimas semanas no te he visto mucho.


— Sabes que puedes venir cuando quieras —dijo Cynthia.


—Gracias —contestó sonriendo amablemente a Hugo y a Cynthia. La sonrisa se le congeló en el rostro cuando llegó a Natalia y, por fin, se difuminó cuando llegó a Paula —. Además, una más no creo que se note, ¿no? He traído algunas delicatessen. Esos bocaditos de gambas tan ricos de la tienda que tanto nos gusta, Pedro, y nuestro vino preferido — añadió moviendo las pestañas como si hubiera otras delicatessen que reservara solo para él—. Me gustaría que nos fuéramos a dar una vuelta los dos solos. Podríamos ir a esa isla de la que me has hablado. Así podría descansar y tú también, porque pareces cansado. ¿No has dormido bien?


Aquello ya fue demasiado para Paula. «¡No, no ha dormido porque se ha pasado media noche haciéndome el amor en esa isla que tanto te apetece conocer y, como te lleve, le voy a rebanar el cuello!», pensó.


Como si se diera cuenta de que algo no iba bien, Natalia le dio un codazo.


— Agarra una toalla y vamonos al lago antes de que me ponga a vomitar.


Natalia esperó a estar tumbadas en la orilla tras haberse bañado para volver a hablar del tema.


— Me ha parecido que no soy la única que no soporta a Esmeralda Stanford, Paula.


—¿Tanto se me nota? —dijo Paula poniéndose la toalla de almohada.


—Casi te has puesto verde —se rio Natalia—. ¡Y no me extraña! ¿Te imaginas salir del quirófano y ver su cara? No me extraña que a la gente le den náuseas después de la anestesia. ¡Y anda que la farsa que ha montado con Pedro...!


— Tal vez lo quiera de verdad —apuntó Paula intentando ser objetiva.


— ¿Y nosotros, no? Bueno, cambiando de tema. Tengo algo que decirte, estoy tan contenta que no puedo soportarlo más. Resulta que me han elegido para ir a La India junto con otros ocho estudiantes para trabajar con un equipo de médicos y trabajadores sociales en Bombay. Si acepto...


—¿Cómo que si aceptas? —exclamó Paula—. ¡Natalia, es una gran oportunidad! ¡Tienes que aceptar!


—Tenía la esperanza de que me dijeras esto porque puede que necesite ayuda para convencer a papá y a mamá. Para ellos sigo siendo una niña pequeña, que casi no puede cruzar la calle sola. Tengo que dar una contestación el martes, así que creo que deberíamos sacar el tema esta tarde, mientras Esmeralda esté persiguiendo a Pedro por la isla de las serpientes.


—¿La isla de las serpientes?


—No sé sí se llama así. En realidad, no sé si ni siquiera tiene un nombre oficial, pero nosotros la llamamos así desde que somos pequeños porque había muchas serpientes —le explicó riéndose—. ¡A lo mejor le pica una!


— Si es así, se llamará Pedro —contestó Paula con amargura.


Convencer a Hugo y a Cynthia de que dejaran ir a su hija a pasar seis semanas a miles de kilómetros no fue una tarea fácil, pero, al final, accedieron porque vieron que era una gran oportunidad que no debía dejar pasar.


—Gracias, Paula —le dijo Natalia mientras iban al pueblo a comprar helado para acompañar a las tartaletas de fresas que había hecho Cynthia de postre—. No sé sí lo habría conseguido si no hubiera sido por ti.


Cuando volvieron, ya había oscurecido.


—No sé si va a llover —anunció Hugo mirando el horizonte—. La perra está intranquila y se está levantando viento. Espero que Pedro haya guardado el bote en el cobertizo.


— ¿Está aquí? —preguntó Lily mientras ponía la mesa—. Sí, volvieron al poco de iros vosotras. Esmeralda decidió volver a la ciudad y Pedro fue detrás de ella. Solo vamos a cenar nosotros cuatro.


Cynthia salió de la cocina limpiándose las manos en el delantal.


—Me parece que deberíamos poner cubos arriba. Va a caer una buena y no hemos arreglado la tela asfáltica de la chimenea.


Alrededor de las nueve, comenzó la tormenta. 


Estaban los cuatro jugando al bridge y, de repente, se quedaron sin luz. La perra se metió debajo de la mesa y se puso a aullar mientras Natalia y sus padres corrían a la planta de arriba a poner cubos y Paula salía a ver si todo estaba bien en el lago. A la luz de la linterna vio que la embarcación que utilizaban para hacer esquí acuático estaba guardada dentro del cobertizo, pero el bote estaba atado al embarcadero y estaba dándose golpes contra los pilares de madera.


Como no tenía fuerza para sacarlo ella sola, la única opción que le quedaba era subir a él e intentar meterlo en el cobertizo a través de la puerta que daba al agua. No era fácil y, con la lluvia cayéndole en la cara, menos.


Apenas veía y enseguida se encontró calada hasta los huesos. Le costó Dios y ayuda desatar el bote y, cuando lo había conseguido, se dío cuenta de que había sido un gran error porque había quedado a la deriva.