jueves, 22 de agosto de 2019

AMARGA VERDAD: CAPITULO 28




Aparentemente, no era la única. El sábado por la mañana, Esmeralda Stanford se presentó allí.


—Oí el mensaje que me dejaste anoche en el contestador cuando he llegado de la guardia —anunció besando a Pedro de manera que quedaba claro que se creía que era el centro de su atención—, y pensé en venir a pasar el día con vosotros porque estas últimas semanas no te he visto mucho.


— Sabes que puedes venir cuando quieras —dijo Cynthia.


—Gracias —contestó sonriendo amablemente a Hugo y a Cynthia. La sonrisa se le congeló en el rostro cuando llegó a Natalia y, por fin, se difuminó cuando llegó a Paula —. Además, una más no creo que se note, ¿no? He traído algunas delicatessen. Esos bocaditos de gambas tan ricos de la tienda que tanto nos gusta, Pedro, y nuestro vino preferido — añadió moviendo las pestañas como si hubiera otras delicatessen que reservara solo para él—. Me gustaría que nos fuéramos a dar una vuelta los dos solos. Podríamos ir a esa isla de la que me has hablado. Así podría descansar y tú también, porque pareces cansado. ¿No has dormido bien?


Aquello ya fue demasiado para Paula. «¡No, no ha dormido porque se ha pasado media noche haciéndome el amor en esa isla que tanto te apetece conocer y, como te lleve, le voy a rebanar el cuello!», pensó.


Como si se diera cuenta de que algo no iba bien, Natalia le dio un codazo.


— Agarra una toalla y vamonos al lago antes de que me ponga a vomitar.


Natalia esperó a estar tumbadas en la orilla tras haberse bañado para volver a hablar del tema.


— Me ha parecido que no soy la única que no soporta a Esmeralda Stanford, Paula.


—¿Tanto se me nota? —dijo Paula poniéndose la toalla de almohada.


—Casi te has puesto verde —se rio Natalia—. ¡Y no me extraña! ¿Te imaginas salir del quirófano y ver su cara? No me extraña que a la gente le den náuseas después de la anestesia. ¡Y anda que la farsa que ha montado con Pedro...!


— Tal vez lo quiera de verdad —apuntó Paula intentando ser objetiva.


— ¿Y nosotros, no? Bueno, cambiando de tema. Tengo algo que decirte, estoy tan contenta que no puedo soportarlo más. Resulta que me han elegido para ir a La India junto con otros ocho estudiantes para trabajar con un equipo de médicos y trabajadores sociales en Bombay. Si acepto...


—¿Cómo que si aceptas? —exclamó Paula—. ¡Natalia, es una gran oportunidad! ¡Tienes que aceptar!


—Tenía la esperanza de que me dijeras esto porque puede que necesite ayuda para convencer a papá y a mamá. Para ellos sigo siendo una niña pequeña, que casi no puede cruzar la calle sola. Tengo que dar una contestación el martes, así que creo que deberíamos sacar el tema esta tarde, mientras Esmeralda esté persiguiendo a Pedro por la isla de las serpientes.


—¿La isla de las serpientes?


—No sé sí se llama así. En realidad, no sé si ni siquiera tiene un nombre oficial, pero nosotros la llamamos así desde que somos pequeños porque había muchas serpientes —le explicó riéndose—. ¡A lo mejor le pica una!


— Si es así, se llamará Pedro —contestó Paula con amargura.


Convencer a Hugo y a Cynthia de que dejaran ir a su hija a pasar seis semanas a miles de kilómetros no fue una tarea fácil, pero, al final, accedieron porque vieron que era una gran oportunidad que no debía dejar pasar.


—Gracias, Paula —le dijo Natalia mientras iban al pueblo a comprar helado para acompañar a las tartaletas de fresas que había hecho Cynthia de postre—. No sé sí lo habría conseguido si no hubiera sido por ti.


Cuando volvieron, ya había oscurecido.


—No sé si va a llover —anunció Hugo mirando el horizonte—. La perra está intranquila y se está levantando viento. Espero que Pedro haya guardado el bote en el cobertizo.


— ¿Está aquí? —preguntó Lily mientras ponía la mesa—. Sí, volvieron al poco de iros vosotras. Esmeralda decidió volver a la ciudad y Pedro fue detrás de ella. Solo vamos a cenar nosotros cuatro.


Cynthia salió de la cocina limpiándose las manos en el delantal.


—Me parece que deberíamos poner cubos arriba. Va a caer una buena y no hemos arreglado la tela asfáltica de la chimenea.


Alrededor de las nueve, comenzó la tormenta. 


Estaban los cuatro jugando al bridge y, de repente, se quedaron sin luz. La perra se metió debajo de la mesa y se puso a aullar mientras Natalia y sus padres corrían a la planta de arriba a poner cubos y Paula salía a ver si todo estaba bien en el lago. A la luz de la linterna vio que la embarcación que utilizaban para hacer esquí acuático estaba guardada dentro del cobertizo, pero el bote estaba atado al embarcadero y estaba dándose golpes contra los pilares de madera.


Como no tenía fuerza para sacarlo ella sola, la única opción que le quedaba era subir a él e intentar meterlo en el cobertizo a través de la puerta que daba al agua. No era fácil y, con la lluvia cayéndole en la cara, menos.


Apenas veía y enseguida se encontró calada hasta los huesos. Le costó Dios y ayuda desatar el bote y, cuando lo había conseguido, se dío cuenta de que había sido un gran error porque había quedado a la deriva.




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