viernes, 23 de agosto de 2019
AMARGA VERDAD: CAPITULO 31
Paula sintió que la recorría una sensación de bienestar ante aquel gesto abierto de afecto. Por primera vez en varios meses, sintió que el gran pesar que llevaba dentro se desvanecía. Miró a todos los que estaban a la mesa con agradecimiento. A Cynthia, que la había aceptado sin reservas; a Natalia, a la que sentía su hermana a pesar de que se conocieran hacía poco tiempo; a Hugo, que se había arriesgado a volverla a perder antes de estropearle el recuerdo que tenía de Camila.
Y, por último aunque primero en su corazón, a Pedro.
Aturdida, bajó la mirada. Estaba hecha un lío.
Jonathan Speirs la había engañado ypor su culpa la policía la estaba investigando. Confiaba en la justicia y esperaba que su reputación saliera ilesa de todo aquello.
Sus padres estaban muertos, no habían sido todo lo perfectos que ella había creído y le habían mentido, pero siempre le dieron buenos consejos.
«No tengas nunca miedo de dejarte guiar por tu corazón. Es lo único que nunca te faltará», le había dicho su madre.
Y tenía razón. Gracias a su corazón, estaba allí, disfrutando de aquel momento.
Llevaba varios días intentando ignorar lo evidente, pero ya no podía negárselo a sí misma por más tiempo. Se había enamorado de Pedro Alfonso. Aunque era un hombre difícil, imposible a veces, era el nombre de su vida. Lo sabía con certeza.
Como si él se acabara de dar cuenta también de que sentía lo mismo, le apretó la mano y se miraron con una sonrisa cómplice que solo los amantes comparten. Tal vez Hugo y Cynthia se dieron cuenta, pero no dijeron nada.
— ¡Uy, uy, uy! Me parece que aquí hay romance—dijo abiertamente Natalia.
Aunque no lo había dicho con mala intención, aquello hizo que el momento se estropeara.
Muerta de vergüenza, Paula retiró la mano y se levantó de la mesa.
— ¡De verdad, Naty, parece que tienes cinco años!—explotó Pedro mirando a su hermana con fastidio—. ¿Cuándo vas a crecer?
— Perdón. Era una broma. No pensé que... — murmuró ella compungida.
— ¡Exacto, nunca piensas! ¡Abres la boca sin pensar lo que vas a decir!
—Me parece que deberíamos volver a la ciudad.
El cansancio de ayer me está pasando factura hoy — apuntó Hugo intentando poner paz.
—Buena idea —dijo Cynthia—. Si habéis terminado, voy a recoger.
Pedro ignoró a Natalia y fue en busca de Paula, que estaba al final del porche mirando al lago.
—Lo siento, Paula. No se por qué lo ha dicho. Lo último que quiero es que te sientas incómoda.
—También ha sido culpa mía. Si no me hubiera levantado, nos habríamos reído todos y ya está. Se ha quedado hecha polvo.
— Ya se le pasará. No te eches la culpa. Suele meter la pata demasiado a menudo y lo que le he dicho se lo he dicho en serio. Tiene que crecer —le dijo acercándose—. ¿Vienes en el coche conmigo? Tengo que decirte una cosa... en realidad, tengo que decirte muchas cosas.
La urgencia que percibió en su voz hizo que algo se agitara en el interior de Paula.
Nada le hubiera gustado más que estar a solas con él para decirle todo lo que sentía su corazón.
—Es más importante que aclares las cosas con Natalia. Mejor que vaya ella contigo.
Pedro estaba de espaldas a los demás así que se pudo permitir el hacerle caricias en la palma de la mano.
—Pero quiero estar contigo.
Paula se sintió feliz, corno una flor que se abre al sol. Los malos momentos le habían dejado cicatrices. Nada le iba a devolver a sus padres ni iba a hacer que no fuera la socia de un delincuente.
Sin embargo, que Pedro la mirara así le hizo olvidar lo malo para que nada pudiera estropear aquel momento.
— Yo también quiero estar contigo, pero solo será una hora. Llévate a Natalia y arregla las cosas con ella. Podemos quedar más tarde.
Pedro suspiró.
— Va a tener que ser mucho más tarde porque Hugo me ha dicho que los vecinos, Jos Anderson, os han invitado a un cóctel esta noche. Con suerte, terminarás a las nueve o las diez.
Pedro llevaba pantalones cortos y una camisa. Aprovechando que los demás no los veían, Paula le acarició el torso.
—¿Prefieres que nos veamos mañana?
—Ni se te ocurra —contestó él—. ¡Podría montar aquí y ahora un numerito que haría que tu padre y mi madre se pusieran en órbita, por no hablar de Natalia!
— ¡Dios me libre! —dijo ella lanzándole un beso—. ¿Entonces...?
—En cuanto puedas escaparte de lo de los Anderson, ven a mi apartamento.
—¿Tú no vas a ir al cóctel?
—No, cariño, tengo que preparar mi fiesta.
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