domingo, 18 de agosto de 2019

AMARGA VERDAD: CAPITULO 17




Pedro se quedó sin palabras y Paula, sorprendida porque ella no había hablado con nadie de aquel episodio en particular.


—Eso —acertó a decir para seguirle la corriente a Natalia.


Pedro parecía más anonadado que nunca, pero, en aquel momento oyeron las ruedas del coche de Hugo y Cynthia sobre la gravilla.


— Vamos a dejarlo —dijo Pedro—. Hay que terminar con esto —añadió agarrando un jarrón con gladiolos—. ¿Qué hago con esto, Paula? —«No me tires de la lengua porque ya te puedes imaginar por dónde te diría que te los metieras», pensó ella—. Sé lo que has pensado y no ha sido nada agradable — sonrió él maquiavélico.


Paula sintió enormes deseos de darle una patada donde más le doliera, decirle que era el
hombre más arrogante y controlador que conocía y que lo odiaba. ¡Lo odiaba! El problema era que no era verdad y fingir lo contrario tampoco le reportaría ningún beneficio.


Paula tomó aire e hizo un gran esfuerzo para sobreponerse a sus sentimientos encontrados.


—Vamos a parar de pelearnos constantemente, Pedro, vamos a intentar llevarnos bien.


—¿Por qué?


—Por Hugo y por tu madre. Ellos quieren que seamos amigos.


—¿Me estás diciendo que es solo por ellos?


—¿Qué quieres decir? —preguntó ella intentando reírse—. ¿Te crees que me gustas o
algo así? 


Pedro la miró lánguidamente.


—¿Es así?


Paula no sabía dónde mirar ni qué contestar. El hecho de que él hubiera percibido algo que ella creía bien disimulado le rompía los esquemas.


—Pon los gladiolos sobre el piano —contestó— y deja de preguntar tonterías.


Tras los brindis, Pedro decidió apartarse de la fiesta y se fue al jardín a charlar con Forbes Maynard, el socio de su padre, que también estaba jubilado.


Intentó no pensar en la mujer que hacía estragos en las vidas de todos los que la rodeaban, pero le fue imposible. 


Acostumbrado a verla en pantalones cortos,
camiseta y cola de caballo, se había quedado sin aliento cuando la había visto arreglada.


Iba vestida de morado, con un vestido de tirantes, escote en pico por delante y hasta la cintura por detrás. Para quitar el hipo.


Llevaba una cadena de oro y pendientes a juego. Pedro se dio cuenta de que las amatistas y los diamantes eran de gran valor y que también llevaba una pulsera de oro. Se preguntó si se lo habría regalado algún novio.


Pensó en el informe que le había llegado el día anterior.


5 de agosto: nace fruto de la unión de Camila y Hugo Presión. 27 de julio: Su apellido pasa, por adopción, a ser Chaves. No ha estado casada nunca ni se le conocen relaciones significativas. Tiene alquilado un ático en un edificio antiguo en Vancouver. Lleva viviendo allí seis años. Tiene una minivan desde hace tres años a nombre de El Rincón de Flores de Paula.


Desde luego, no parecía una gran derrochadora ni parecía haber ningún novio en la sombra. Aquello último le sorprendió, dado que estaba siendo el centro de atención aquella noche. Los muchachos revoloteaban a su alrededor como abejas alrededor de un tarro de miel.


Aquello hizo que el champán que estaba bebiendo le pareciera vinagre. Aunque ellos bailaran con ella entre sus brazos y se les salieran los ojos intentando mirarle el escote, no sabían, como él, que la piel de su cintura era suave como el terciopelo ni que él, al besarla, la había hecho temblar.


— ¿Qué estabas diciendo, Pedro? —preguntó Forbes.


— Ya —apuntó el hombre siguiendo la mirada de Pedro, viendo que no le quitaba los ojos de encima a Paula—. Hace que todo lo demás se te olvide, ¿verdad? Tengo entendido que es la hija desaparecida hace mucho tiempo.


— Así es —contestó un tanto sofocado. ¿De dónde diablos habría sacado aquel vestido?


—Una mujer muy guapa, ¿verdad?


— Supongo.


—Me parece que viene para acá —dijo Forbes. Al ver que Pedro había dado un respingo, le puso la mano en el brazo—. Preséntamela, la quiero conocer.


«¡Tú lo que quieres es comértela con los ojos!».



AMARGA VERDAD: CAPITULO 16




Así transcurrieron un par de semanas. El día de la fiesta de cumpleaños de Hugo, Paula se levantó al borde de las lágrimas por las continuas muestras de antipatía de Pedro


Temía que la humillara delante de los invitados. 


La única esperanza que tenía era que solo tuviera ojos para su acompañante, Esmeralda Stanford. Sin embargo, cuando se lo confesó a su hermana mientras arreglaban las flores, Natalia se mostró un tanto ambigua.


—Eso quiere él que creamos, pero yo creo que últimamente no está tan pendiente de ella. Yo creo que le gusta otra mujer.


—¿De verdad? ¿La conozco yo? —preguntó intentando ignorar las mariposas que le revoloteaban por el estómago.


— Sí... tú la conoces mejor que nadie —se rio Natalia—. Bueno, me parece que he hablado más de la cuenta. Pedro me mataría si supiera que estamos hablando de esto. No le gusta que se sepan sus cosas.


—No, prefiere que sean un secreto —puntualizó Paula.


—¿No te gusta, Paula? —le preguntó curiosa.


Era una pregunta muy sencilla, pero la respuesta era de lo más complicada.


¿Le gustaba? Demasiado, quizá, a pesar de lo mal que se llevaban. ¿Sería mutuo? ¿Se pelearían constantemente para no dejar aflorar sus verdaderos sentimientos? Si fuera así, ¡menuda chiquillada!


—No lo sé —contestó al fin—. Es una persona muy difícil y parece resentido hacia mí.


—Eso es por cómo tu madre trató a mi... —Natalia se interrumpió, se puso roja como un tomate y se tapó la boca—. Perdón, Paula, no tendría que haber dicho eso.


Paula sintió que le daba un vuelco el corazón. Primero, Hugo cambiaba de tema cuando le había preguntado por su madre, luego Pedro se había callado como un muerto y Natalia estaba actuando como si solo mencionar el nombre de
Camila fuera pecado.


—Ya has empezado, así que termina.


—No puedo, se lo prometí a papá —dijo mirando el reloj—. ¡Uy, qué tarde es! Son las once y papá y mamá están a punto de volver del club de golf. No hemos empezado siquiera con la decoración de las mesas. Vete empezando tú y yo voy a cortar más flores.


Paula la vio alejarse sorprendida. ¿Qué era aquello que todos sabían, o creían saber, y que no querían decirle?


Cuando Natalia volvió con las flores, Paula estaba decidida a descubrir la verdad.


—Escucha, nunca te pediría que rompieras una promesa y quizá eso te impida hablar sobre mi madre, pero déjame que yo te cuente lo que sé de ella.


— Preferiría que no lo hicieras. Olvida que he mencionado su nombre.


—No. No se merece que la apartemos de nuestras vidas como si nunca hubiera existido —contestó acariciando el brazo de su hermana—. Era una esposa maravillosa y una madre estupenda. Cuando llegaba del colegio, siempre me estaba esperando. Siempre me preguntaba qué tal me había ido el día y siempre estaba encantada de que llevara amigos a casa. Hizo de nuestro hogar un lugar lleno de amor y risas y me duele que todos vosotros tengáis un mal concepto de ella.


—La gente no es siempre lo que parece, Paula.


—Lo sé. ¿Por qué crees que me puse en contacto con Hugo en mayo? Porque había una parte de la vida de mi madre de la que no sabía nada. Tenía muchas preguntas sin respuesta.


— ¿No ves que el problema está justo ahí? Tus padres murieron en septiembre y tú esperaste ocho meses para ponerte en contacto con papá. Si querías saber qué pasó, ¿por qué no hablaste con él antes?


—Porque no supe que era mi padre hasta que se leyó el testamento y eso llevó varios meses. Luego tuve acceso a la caja de seguridad que mis padres tenían en un banco y allí encontré el sobre — Suspiró al recordar aquella mañana.


—Si no quieres, no sigas.


— ¡Sí, tengo que hacerlo! Quiero que entiendas que tengo que cerrar una etapa de mi vida antes de poder seguir adelante —contestó, parpadeando furiosamente para evitar que le cayeran las lágrimas. Sin embargo, no pudo evitar sentirse embriagada por la misma nostalgia que la había invadido cuando había abierto la caja—. Las bolsitas de terciopelo en las que mi madre había guardado sus objetos
más queridos seguían oliendo a ella. Vi un pelo suyo rubio aprisionado en el cierre de una cadena de oro, junto con un camafeo con una foto suya y otra de Nicolas. Había documentos con sus firmas, las escrituras de la casa, una copia de su testamento, un seguro de vida. Fue como si, de repente, estuvieran ambos allí, dándome ánimo para seguir adelante. Su presencia era tan fuerte que aquello era... desconcertante, insoportable —se interrumpió y se puso la mano sobre los temblorosos labios—. En el fondo de la caja, encontré el sobre y me enteré de que Nicolas no era mi padre y de que no había sido el único marido de mi madre. Me sentí traicionada por las dos personas a las que más quería.


—¿Había una carta para ti? —preguntó Paula conmovida.


—Si hubiera habido una carta, tal vez no estaría aquí con vosotros en busca de respuestas —sonrió Paula—. No, no había nada para mí. Encontré una fotografía de mi madre. Estaba muy joven, pero la reconocí inmediatamente. Estaba vestida de novia, del brazo de un hombre bastante mayor que ella. Era Hugo. En el reverso ponía «Señor y señora Prestón. Stentonbridge, Ontario» y la fecha... dos años
antes de mi nacimiento.


—¿Solo encontraste eso?


— No, también mi certificado de nacimiento, en el que decía que Hugo Prestón era mi padre, el certificado de matrimonio de mi madre con Nicolas, fechado cuando yo tenía once meses, y los papeles de adopción en los que Nicolas me daba su apellido — concluyó mirando a Paula — . Ya sabes por qué vine. Tengo todos los elementos, pero no tengo respuestas.


—Me temo que no voy ha poder ayudarte en eso. Ojalá no fuera así, pero es que yo solo sé la historia a trozos. Si papá no te lo cuenta, la única persona a la que podrías recurrir es a Pedro. Él sabe todo lo que ocurrió.


—No creo que me lo cuente —contestó Paula sentándose—. No sé a quién pedir ayuda.


—¿Y si yo le digo a Pedro que te ayude?


—No creo que te escuchara —contestó con tristeza.


—Puede que sí. Merece la pena intentarlo —dijo Natalia mordiéndose el labio y dando un puñetazo sobre la mesa—. ¡Se lo voy a decir! ¡Esta misma tarde!


—No lo vas a conseguir.


— ¡Ya verás! Pedro es un hombre justo y creo que puedo convencerlo de que tienes derecho a saber de tu vida. Vas a tener que aguantar mientras cambia de opinión. Voy a tener que buscar una excusa para apartarlo de Esmeralda durante la fiesta. Paula, una cosa más —añadió Natalia inclinándose para decirle algo al oído—. Intenta mostrarte más simpática con él. Así, tal vez, pueda convencerlo antes.


—¿Qué estáis cuchicheando? —preguntó alguien que salió de entre los arbustos. -Creía que estabais con las flores.


—Estábamos... solo hablando —contestó Natalia poniéndose roja.


Pedro la miró curioso y luego miró a Paula.


—¿Ya estabas acosando a mi hermana? ¿Por eso está nerviosa como una gata sobre un tejado de zinc?


— ¡Pedro, deja de meterte con ella! —exclamó Natalia—. También soy su hermana y no me estaba acosando en absoluto. Me estaba contando lo bien que te portaste la noche de la tormenta cuando tuvisteis que dormir en aquel motel tan horrible.




AMARGA VERDAD: CAPITULO 15




OLVIDALO No tenía que haberlo dicho — contestó él, que se alejó nadando.


Antes de que a Paula le diera tiempo de recuperarse del episodio, Pedro había salido de la piscina y había desaparecido por un camino que conducía a las cuadras.


Durante los días siguientes, Pedro evitó tener que tratar con ella. No le fue muy difícil puesto que tenía el despacho en la ciudad, pero, a pesar de estar muy ocupado, sacaba tiempo para vigilarla.


Una mañana, mientras cortaba las flores secas de unos rosales, Paula tuvo la sensación de que la espiaban. Miró a su alrededor y no vio a nadie en el jardín, pero, de pronto, vio a Pedro mirándola desde una ventana. «¿Creerá que me voy a llevar los mejores capullos y los voy a vender o algo?», pensó medio divertida medio molesta.


Una tarde de muchísimo calor estaba disfrutando de la piscina con Natalia, salió del agua y se dirigió corriendo hacia la sombrilla para volverse a dar crema protectora. No se dio cuenta de que Pedro estaba tumbado en una tumbona hasta que lo pisó.


—¿Te diviertes? —preguntó en un tono helado.


— Sí —contestó ella achacando la carne de gallina que se le había puesto a su tono y no a su cercanía—. ¿Te molesta?


—Cuando eso interfiere en los estudios de mi hermana, sí. Puede que tú no tengas nada mejor que hacer que correr bajo el sol, pero ella tiene que examinarse dentro de un mes porque pretende hacer en la vida algo más interesante que cortar flores.


—Natalia es una adulta —puntualizó ella sin entrar a decirle que tenía un título en horticultura ni intentar explicarle que no era la ligera de cascos que él creia—. Además, Natalia es tan hermana mía como tuya, así que será mejor que tengas claro que yo también quiero lo mejor para ella.


Pedro se quitó las gafas y la miró fríamente. Paula se preguntó cómo podía tener aquellos ojos tan maravillosos. La hacían olvidar que era su enemigo.


—Puede que engañes a los demás con eso, pero a mí, no, así que ahórratelo.


Aquello le dolió más que un bofetón, aunque sabía que debería de haber estado acostumbrada a que la tratara así.


—Tu problema es que tienes celos porque se te ha olvidado divertirte, si es que alguna vez en tu vida te has divertido, claro —le dijo sacudiéndose el pelo y mojándole su impoluto pantalón—. Y te voy a decir otra cosa. Te crees que Natalia es tuya y te fastidia que haya aparecido yo y la tengas que compartir conmigo.


—No te hagas falsas ilusiones, Paula. Eres la novedad, nada más.


Paula no pudo soportar que él se quedara tan tranquilo mientras ella sufría por sus ataques y aquello le llevó a decirle algo que, de otra manera, nunca le habría dicho.


— La novedad, ¿eh? ¿Por eso me besaste la otra noche?


Pedro se levantó lentamente y se acercó a ella.


—Te besé porque me estabas aburriendo con tu charla, pero, no te preocupes, no pienso volver a cometer el mismo error. Vuelve a tus juegos infantiles, preciosa. No tienes nada que hacer conmigo.


—¿Y qué ibas a hacer sin mí, Pedro? Si yo no estuviera aquí no tendrías pasatiempo.


—No sé de qué me hablas.


— ¡Claro que lo sabes! ¿Te crees que no me he dado cuenta de que me vigilas entre los arbustos como un espía de tercera?


— ¡Dios mío! —exclamó sonriendo —. No sabía que entre tus cualidades estuviera la paranoia. Gracias por advertírmelo.


Se volvió a ir de nuevo habiendo dicho la última palabra.



sábado, 17 de agosto de 2019

AMARGA VERDAD: CAPITULO 14




Pedro abrió la boca. Paula sabía que le iba a soltar una mala contestación, pero la volvió a cerrar. Sus miradas se entrelazaron y, de pronto, todo lo que los rodeaba dejó de existir y se hizo el más absoluto de los silencios.


Paula no estaba preparada para lo que ocurrió a continuación. No sabía quién había dado el primer paso, pero lo cierto era que se encontró con aquellos labios, que había esperado crueles a juzgar por el comportamiento de aquel hombre, pero que resultaron ser de lo más cálidos.


Pedro le pasó la mano por la cintura y ella sintió mil alfileres en la espalda. Sus caderas se tocaron y Paula se dio cuenta de que lo que estaba pasando encima de la superficie tenía consecuencias en lo que había debajo del agua.


Aquello era de locos. No se caían bien, no se fiaban el uno del otro, pero sus cuerpos no podían ignorar la atracción que sus cabezas no querían reconocer. Sus cuerpos estaban tan perfectamente compenetrados que Paula temió que la engañara.


«Esto no ha sido una atracción irresistible, no ha sido lujuria, lo tenía todo calculado para seducirme».


Se apartó y vio en sus ojos algo que no supo si era fuego o hielo.


—Quizás —dijo él entrecortadamente—, deberíamos parar.


—No, quiero que me expliques qué querías decir antes en la biblioteca con aquello de que no todas las mujeres tienen la moralidad de una gata callejera.


¿Es esta tu forma de llevar la teoría a la práctica?



AMARGA VERDAD: CAPITULO 13




Cuando Pedro se fue a su apartamento, había oscurecido pero seguía haciendo calor. El cielo estaba violeta y abrió todas las ventanas para que entrara el perfume de las flores.


Tenía que mirar unos cuantos documentos y hacer varias llamadas. No le apetecía nada. Había sido un día de comida, vino y enfados sin ejercicio. Decidió salir a correr.


Vio que la luz del contestador estaba parpadeando, pero no hizo caso. Se cambió, agarró una toalla y se fue a hacer su circuito de ocho kilómetros.


Estaba convencido de que tal esfuerzo haría que Paula Chaves se le quitara de la cabeza, pero lo acompañó todo el tiempo. Su voz, su boca, su pelo.


Por su culpa, estaba engañando a Hugo. Era razón más que suficiente para que no le gustara aquella mujer. Para colmo, se sentía fascinado por ella, lo que lo frustraba todavía más. Era decidida, independiente e impredecible. Todo lo que no le gustaba en una mujer. Si la dejaba a su aire, iba a alterar la vida de todos los que la
rodeaban.


Estaba convencido de que no les acarrearía más que problemas. Por enésima vez, deseó que nunca hubiera aparecido en sus vidas.


Tras una hora dando vueltas en la cama, Paula se levantó. Tenía demasiadas preguntas sin respuesta. ¿Por qué su madre no le había hablado nunca de Hugo? Aquel hombre estupendo la había recibido con los brazos abiertos. Aquello no concordaba con el hecho de que nunca la hubiera buscado.


Había intentado preguntarle por qué había dejado que otro hombre la criara, pero él se había mostrado esquivo. Le estaba ocultando algo. Además, había algo que había herido a Hugo profundamente y no sabía qué era.


Se acercó a la ventana y vio una luz encendida en el apartamento que ocupaba Pedro. Estaba en casa.


Miró hacia la derecha y vio las estrellas reflejadas en la superficie de la piscina. Se puso el bañador y salió en silencio.


El jardín estaba oscuro excepto el camino que llevaba a la piscina. Eso creyó hasta que, de pronto, se encendieron otras dos luces y se dio cuenta de que no estaba sola.


Una cabeza morena salió del agua y oyó una voz que le resultaba muy familiar.


—¿Quién está ahí?


—Yo —contestó ella—. Venía a darme un baño.


—Pues yo he llegado primero.


—La piscina es lo suficientemente grande como para que quepamos los dos.


—Tal vez pueda hacer que cambies de parecer. 


Paula dejó la toalla, se quitó las
sandalias y se fue directa al trampolín.


—Lo dudo. Nunca me he dejado impresionar por los gallitos.


— ¡No des un paso más, Paula!


—¿Por qué?


—Porque si quieres meterte en el agua, vas a tener que quitarte el bañador.


—¿Es una norma de la casa? —preguntó sarcástica


—Esta noche, sí.


— ¿Y por qué?


—¿Cómo?


—Lo que has oído.


—¿El terrible Pedro Alfonso está desnudo?.


—Exacto y, si insistes en nadar tú también, tendrás que hacer lo mismo.


— ¡Ni lo pienses! No voy a hacerlo —contestó bajando del trampolín y yendo hacia donde había dejado sus cosas.


En ese momento, él la agarró del tobillo.


— ¡Gallina!


Ella se arrodilló y lo miró a los ojos.


— Si eres tan valiente, sal y deja que vea qué me estoy perdiendo.


Pedro se rio, la agarró de la cintura y la tiró de cabeza al agua. Sus piernas y sus cuerpos se enmarañaron, al igual que sus bañadores.


— ¡Mentiroso! —exclamó furiosa—. ¡Llevas bañador!


— Y tú estabas completamente excitada ante la posibilidad de que estuviera desnudo.


— ¡No te lo crees ni tú!


—Ya.


Paula se sentía completamente desconcertada por cómo Pedro le miraba la boca.


Sintió un intenso calor dentro de ella que no tenía nada que ver con la temperatura de la noche.


— ¿Qué pasa? —le espetó porque no dejaba de mirarla.


—Estoy intentando saber qué se esconde bajo esa cara tan inocente —contestó acercándose todavía más a ella—. Venga, Paula, estamos solos, dime lo que has venido a buscar de verdad.


—Ya te lo he dicho —dijo intentando separarse de aquel cuerpo musculoso y bronceado que la estaba volviendo loca en contra de lo que le dictaba su cerebro. Pedro lo impidió poniéndole un brazo a cada lado. Paula intentó mirar al horizonte, pero aquellos ojos azules la tenían hipnotizada—. ¿Por qué no me crees?


—Porque he aprendido a fiarme de mi instinto — contestó él acercándose hasta que ella aspiró el aroma a Oporto de su boca— y me dice que no nos vas a traer más que problemas.


Paula estaba hecha un lío. Se notaba el puíso a mil por hora y le costaba respirar. No sabía qué hacer con las manos. Temía que si las movía tocara aquel cuerpo y sabía que eso no sería un movimiento inteligente.


—Antes de que termine el verano, te vas a tragar esas palabras —apuntó ella sin moverse.