sábado, 17 de agosto de 2019

AMARGA VERDAD: CAPITULO 13




Cuando Pedro se fue a su apartamento, había oscurecido pero seguía haciendo calor. El cielo estaba violeta y abrió todas las ventanas para que entrara el perfume de las flores.


Tenía que mirar unos cuantos documentos y hacer varias llamadas. No le apetecía nada. Había sido un día de comida, vino y enfados sin ejercicio. Decidió salir a correr.


Vio que la luz del contestador estaba parpadeando, pero no hizo caso. Se cambió, agarró una toalla y se fue a hacer su circuito de ocho kilómetros.


Estaba convencido de que tal esfuerzo haría que Paula Chaves se le quitara de la cabeza, pero lo acompañó todo el tiempo. Su voz, su boca, su pelo.


Por su culpa, estaba engañando a Hugo. Era razón más que suficiente para que no le gustara aquella mujer. Para colmo, se sentía fascinado por ella, lo que lo frustraba todavía más. Era decidida, independiente e impredecible. Todo lo que no le gustaba en una mujer. Si la dejaba a su aire, iba a alterar la vida de todos los que la
rodeaban.


Estaba convencido de que no les acarrearía más que problemas. Por enésima vez, deseó que nunca hubiera aparecido en sus vidas.


Tras una hora dando vueltas en la cama, Paula se levantó. Tenía demasiadas preguntas sin respuesta. ¿Por qué su madre no le había hablado nunca de Hugo? Aquel hombre estupendo la había recibido con los brazos abiertos. Aquello no concordaba con el hecho de que nunca la hubiera buscado.


Había intentado preguntarle por qué había dejado que otro hombre la criara, pero él se había mostrado esquivo. Le estaba ocultando algo. Además, había algo que había herido a Hugo profundamente y no sabía qué era.


Se acercó a la ventana y vio una luz encendida en el apartamento que ocupaba Pedro. Estaba en casa.


Miró hacia la derecha y vio las estrellas reflejadas en la superficie de la piscina. Se puso el bañador y salió en silencio.


El jardín estaba oscuro excepto el camino que llevaba a la piscina. Eso creyó hasta que, de pronto, se encendieron otras dos luces y se dio cuenta de que no estaba sola.


Una cabeza morena salió del agua y oyó una voz que le resultaba muy familiar.


—¿Quién está ahí?


—Yo —contestó ella—. Venía a darme un baño.


—Pues yo he llegado primero.


—La piscina es lo suficientemente grande como para que quepamos los dos.


—Tal vez pueda hacer que cambies de parecer. 


Paula dejó la toalla, se quitó las
sandalias y se fue directa al trampolín.


—Lo dudo. Nunca me he dejado impresionar por los gallitos.


— ¡No des un paso más, Paula!


—¿Por qué?


—Porque si quieres meterte en el agua, vas a tener que quitarte el bañador.


—¿Es una norma de la casa? —preguntó sarcástica


—Esta noche, sí.


— ¿Y por qué?


—¿Cómo?


—Lo que has oído.


—¿El terrible Pedro Alfonso está desnudo?.


—Exacto y, si insistes en nadar tú también, tendrás que hacer lo mismo.


— ¡Ni lo pienses! No voy a hacerlo —contestó bajando del trampolín y yendo hacia donde había dejado sus cosas.


En ese momento, él la agarró del tobillo.


— ¡Gallina!


Ella se arrodilló y lo miró a los ojos.


— Si eres tan valiente, sal y deja que vea qué me estoy perdiendo.


Pedro se rio, la agarró de la cintura y la tiró de cabeza al agua. Sus piernas y sus cuerpos se enmarañaron, al igual que sus bañadores.


— ¡Mentiroso! —exclamó furiosa—. ¡Llevas bañador!


— Y tú estabas completamente excitada ante la posibilidad de que estuviera desnudo.


— ¡No te lo crees ni tú!


—Ya.


Paula se sentía completamente desconcertada por cómo Pedro le miraba la boca.


Sintió un intenso calor dentro de ella que no tenía nada que ver con la temperatura de la noche.


— ¿Qué pasa? —le espetó porque no dejaba de mirarla.


—Estoy intentando saber qué se esconde bajo esa cara tan inocente —contestó acercándose todavía más a ella—. Venga, Paula, estamos solos, dime lo que has venido a buscar de verdad.


—Ya te lo he dicho —dijo intentando separarse de aquel cuerpo musculoso y bronceado que la estaba volviendo loca en contra de lo que le dictaba su cerebro. Pedro lo impidió poniéndole un brazo a cada lado. Paula intentó mirar al horizonte, pero aquellos ojos azules la tenían hipnotizada—. ¿Por qué no me crees?


—Porque he aprendido a fiarme de mi instinto — contestó él acercándose hasta que ella aspiró el aroma a Oporto de su boca— y me dice que no nos vas a traer más que problemas.


Paula estaba hecha un lío. Se notaba el puíso a mil por hora y le costaba respirar. No sabía qué hacer con las manos. Temía que si las movía tocara aquel cuerpo y sabía que eso no sería un movimiento inteligente.


—Antes de que termine el verano, te vas a tragar esas palabras —apuntó ella sin moverse.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario