domingo, 18 de agosto de 2019
AMARGA VERDAD: CAPITULO 16
Así transcurrieron un par de semanas. El día de la fiesta de cumpleaños de Hugo, Paula se levantó al borde de las lágrimas por las continuas muestras de antipatía de Pedro.
Temía que la humillara delante de los invitados.
La única esperanza que tenía era que solo tuviera ojos para su acompañante, Esmeralda Stanford. Sin embargo, cuando se lo confesó a su hermana mientras arreglaban las flores, Natalia se mostró un tanto ambigua.
—Eso quiere él que creamos, pero yo creo que últimamente no está tan pendiente de ella. Yo creo que le gusta otra mujer.
—¿De verdad? ¿La conozco yo? —preguntó intentando ignorar las mariposas que le revoloteaban por el estómago.
— Sí... tú la conoces mejor que nadie —se rio Natalia—. Bueno, me parece que he hablado más de la cuenta. Pedro me mataría si supiera que estamos hablando de esto. No le gusta que se sepan sus cosas.
—No, prefiere que sean un secreto —puntualizó Paula.
—¿No te gusta, Paula? —le preguntó curiosa.
Era una pregunta muy sencilla, pero la respuesta era de lo más complicada.
¿Le gustaba? Demasiado, quizá, a pesar de lo mal que se llevaban. ¿Sería mutuo? ¿Se pelearían constantemente para no dejar aflorar sus verdaderos sentimientos? Si fuera así, ¡menuda chiquillada!
—No lo sé —contestó al fin—. Es una persona muy difícil y parece resentido hacia mí.
—Eso es por cómo tu madre trató a mi... —Natalia se interrumpió, se puso roja como un tomate y se tapó la boca—. Perdón, Paula, no tendría que haber dicho eso.
Paula sintió que le daba un vuelco el corazón. Primero, Hugo cambiaba de tema cuando le había preguntado por su madre, luego Pedro se había callado como un muerto y Natalia estaba actuando como si solo mencionar el nombre de
Camila fuera pecado.
—Ya has empezado, así que termina.
—No puedo, se lo prometí a papá —dijo mirando el reloj—. ¡Uy, qué tarde es! Son las once y papá y mamá están a punto de volver del club de golf. No hemos empezado siquiera con la decoración de las mesas. Vete empezando tú y yo voy a cortar más flores.
Paula la vio alejarse sorprendida. ¿Qué era aquello que todos sabían, o creían saber, y que no querían decirle?
Cuando Natalia volvió con las flores, Paula estaba decidida a descubrir la verdad.
—Escucha, nunca te pediría que rompieras una promesa y quizá eso te impida hablar sobre mi madre, pero déjame que yo te cuente lo que sé de ella.
— Preferiría que no lo hicieras. Olvida que he mencionado su nombre.
—No. No se merece que la apartemos de nuestras vidas como si nunca hubiera existido —contestó acariciando el brazo de su hermana—. Era una esposa maravillosa y una madre estupenda. Cuando llegaba del colegio, siempre me estaba esperando. Siempre me preguntaba qué tal me había ido el día y siempre estaba encantada de que llevara amigos a casa. Hizo de nuestro hogar un lugar lleno de amor y risas y me duele que todos vosotros tengáis un mal concepto de ella.
—La gente no es siempre lo que parece, Paula.
—Lo sé. ¿Por qué crees que me puse en contacto con Hugo en mayo? Porque había una parte de la vida de mi madre de la que no sabía nada. Tenía muchas preguntas sin respuesta.
— ¿No ves que el problema está justo ahí? Tus padres murieron en septiembre y tú esperaste ocho meses para ponerte en contacto con papá. Si querías saber qué pasó, ¿por qué no hablaste con él antes?
—Porque no supe que era mi padre hasta que se leyó el testamento y eso llevó varios meses. Luego tuve acceso a la caja de seguridad que mis padres tenían en un banco y allí encontré el sobre — Suspiró al recordar aquella mañana.
—Si no quieres, no sigas.
— ¡Sí, tengo que hacerlo! Quiero que entiendas que tengo que cerrar una etapa de mi vida antes de poder seguir adelante —contestó, parpadeando furiosamente para evitar que le cayeran las lágrimas. Sin embargo, no pudo evitar sentirse embriagada por la misma nostalgia que la había invadido cuando había abierto la caja—. Las bolsitas de terciopelo en las que mi madre había guardado sus objetos
más queridos seguían oliendo a ella. Vi un pelo suyo rubio aprisionado en el cierre de una cadena de oro, junto con un camafeo con una foto suya y otra de Nicolas. Había documentos con sus firmas, las escrituras de la casa, una copia de su testamento, un seguro de vida. Fue como si, de repente, estuvieran ambos allí, dándome ánimo para seguir adelante. Su presencia era tan fuerte que aquello era... desconcertante, insoportable —se interrumpió y se puso la mano sobre los temblorosos labios—. En el fondo de la caja, encontré el sobre y me enteré de que Nicolas no era mi padre y de que no había sido el único marido de mi madre. Me sentí traicionada por las dos personas a las que más quería.
—¿Había una carta para ti? —preguntó Paula conmovida.
—Si hubiera habido una carta, tal vez no estaría aquí con vosotros en busca de respuestas —sonrió Paula—. No, no había nada para mí. Encontré una fotografía de mi madre. Estaba muy joven, pero la reconocí inmediatamente. Estaba vestida de novia, del brazo de un hombre bastante mayor que ella. Era Hugo. En el reverso ponía «Señor y señora Prestón. Stentonbridge, Ontario» y la fecha... dos años
antes de mi nacimiento.
—¿Solo encontraste eso?
— No, también mi certificado de nacimiento, en el que decía que Hugo Prestón era mi padre, el certificado de matrimonio de mi madre con Nicolas, fechado cuando yo tenía once meses, y los papeles de adopción en los que Nicolas me daba su apellido — concluyó mirando a Paula — . Ya sabes por qué vine. Tengo todos los elementos, pero no tengo respuestas.
—Me temo que no voy ha poder ayudarte en eso. Ojalá no fuera así, pero es que yo solo sé la historia a trozos. Si papá no te lo cuenta, la única persona a la que podrías recurrir es a Pedro. Él sabe todo lo que ocurrió.
—No creo que me lo cuente —contestó Paula sentándose—. No sé a quién pedir ayuda.
—¿Y si yo le digo a Pedro que te ayude?
—No creo que te escuchara —contestó con tristeza.
—Puede que sí. Merece la pena intentarlo —dijo Natalia mordiéndose el labio y dando un puñetazo sobre la mesa—. ¡Se lo voy a decir! ¡Esta misma tarde!
—No lo vas a conseguir.
— ¡Ya verás! Pedro es un hombre justo y creo que puedo convencerlo de que tienes derecho a saber de tu vida. Vas a tener que aguantar mientras cambia de opinión. Voy a tener que buscar una excusa para apartarlo de Esmeralda durante la fiesta. Paula, una cosa más —añadió Natalia inclinándose para decirle algo al oído—. Intenta mostrarte más simpática con él. Así, tal vez, pueda convencerlo antes.
—¿Qué estáis cuchicheando? —preguntó alguien que salió de entre los arbustos. -Creía que estabais con las flores.
—Estábamos... solo hablando —contestó Natalia poniéndose roja.
Pedro la miró curioso y luego miró a Paula.
—¿Ya estabas acosando a mi hermana? ¿Por eso está nerviosa como una gata sobre un tejado de zinc?
— ¡Pedro, deja de meterte con ella! —exclamó Natalia—. También soy su hermana y no me estaba acosando en absoluto. Me estaba contando lo bien que te portaste la noche de la tormenta cuando tuvisteis que dormir en aquel motel tan horrible.
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