sábado, 17 de agosto de 2019
AMARGA VERDAD: CAPITULO 14
Pedro abrió la boca. Paula sabía que le iba a soltar una mala contestación, pero la volvió a cerrar. Sus miradas se entrelazaron y, de pronto, todo lo que los rodeaba dejó de existir y se hizo el más absoluto de los silencios.
Paula no estaba preparada para lo que ocurrió a continuación. No sabía quién había dado el primer paso, pero lo cierto era que se encontró con aquellos labios, que había esperado crueles a juzgar por el comportamiento de aquel hombre, pero que resultaron ser de lo más cálidos.
Pedro le pasó la mano por la cintura y ella sintió mil alfileres en la espalda. Sus caderas se tocaron y Paula se dio cuenta de que lo que estaba pasando encima de la superficie tenía consecuencias en lo que había debajo del agua.
Aquello era de locos. No se caían bien, no se fiaban el uno del otro, pero sus cuerpos no podían ignorar la atracción que sus cabezas no querían reconocer. Sus cuerpos estaban tan perfectamente compenetrados que Paula temió que la engañara.
«Esto no ha sido una atracción irresistible, no ha sido lujuria, lo tenía todo calculado para seducirme».
Se apartó y vio en sus ojos algo que no supo si era fuego o hielo.
—Quizás —dijo él entrecortadamente—, deberíamos parar.
—No, quiero que me expliques qué querías decir antes en la biblioteca con aquello de que no todas las mujeres tienen la moralidad de una gata callejera.
¿Es esta tu forma de llevar la teoría a la práctica?
AMARGA VERDAD: CAPITULO 13
Cuando Pedro se fue a su apartamento, había oscurecido pero seguía haciendo calor. El cielo estaba violeta y abrió todas las ventanas para que entrara el perfume de las flores.
Tenía que mirar unos cuantos documentos y hacer varias llamadas. No le apetecía nada. Había sido un día de comida, vino y enfados sin ejercicio. Decidió salir a correr.
Vio que la luz del contestador estaba parpadeando, pero no hizo caso. Se cambió, agarró una toalla y se fue a hacer su circuito de ocho kilómetros.
Estaba convencido de que tal esfuerzo haría que Paula Chaves se le quitara de la cabeza, pero lo acompañó todo el tiempo. Su voz, su boca, su pelo.
Por su culpa, estaba engañando a Hugo. Era razón más que suficiente para que no le gustara aquella mujer. Para colmo, se sentía fascinado por ella, lo que lo frustraba todavía más. Era decidida, independiente e impredecible. Todo lo que no le gustaba en una mujer. Si la dejaba a su aire, iba a alterar la vida de todos los que la
rodeaban.
Estaba convencido de que no les acarrearía más que problemas. Por enésima vez, deseó que nunca hubiera aparecido en sus vidas.
Tras una hora dando vueltas en la cama, Paula se levantó. Tenía demasiadas preguntas sin respuesta. ¿Por qué su madre no le había hablado nunca de Hugo? Aquel hombre estupendo la había recibido con los brazos abiertos. Aquello no concordaba con el hecho de que nunca la hubiera buscado.
Había intentado preguntarle por qué había dejado que otro hombre la criara, pero él se había mostrado esquivo. Le estaba ocultando algo. Además, había algo que había herido a Hugo profundamente y no sabía qué era.
Se acercó a la ventana y vio una luz encendida en el apartamento que ocupaba Pedro. Estaba en casa.
Miró hacia la derecha y vio las estrellas reflejadas en la superficie de la piscina. Se puso el bañador y salió en silencio.
El jardín estaba oscuro excepto el camino que llevaba a la piscina. Eso creyó hasta que, de pronto, se encendieron otras dos luces y se dio cuenta de que no estaba sola.
Una cabeza morena salió del agua y oyó una voz que le resultaba muy familiar.
—¿Quién está ahí?
—Yo —contestó ella—. Venía a darme un baño.
—Pues yo he llegado primero.
—La piscina es lo suficientemente grande como para que quepamos los dos.
—Tal vez pueda hacer que cambies de parecer.
Paula dejó la toalla, se quitó las
sandalias y se fue directa al trampolín.
—Lo dudo. Nunca me he dejado impresionar por los gallitos.
— ¡No des un paso más, Paula!
—¿Por qué?
—Porque si quieres meterte en el agua, vas a tener que quitarte el bañador.
—¿Es una norma de la casa? —preguntó sarcástica
—Esta noche, sí.
— ¿Y por qué?
—¿Cómo?
—Lo que has oído.
—¿El terrible Pedro Alfonso está desnudo?.
—Exacto y, si insistes en nadar tú también, tendrás que hacer lo mismo.
— ¡Ni lo pienses! No voy a hacerlo —contestó bajando del trampolín y yendo hacia donde había dejado sus cosas.
En ese momento, él la agarró del tobillo.
— ¡Gallina!
Ella se arrodilló y lo miró a los ojos.
— Si eres tan valiente, sal y deja que vea qué me estoy perdiendo.
Pedro se rio, la agarró de la cintura y la tiró de cabeza al agua. Sus piernas y sus cuerpos se enmarañaron, al igual que sus bañadores.
— ¡Mentiroso! —exclamó furiosa—. ¡Llevas bañador!
— Y tú estabas completamente excitada ante la posibilidad de que estuviera desnudo.
— ¡No te lo crees ni tú!
—Ya.
Paula se sentía completamente desconcertada por cómo Pedro le miraba la boca.
Sintió un intenso calor dentro de ella que no tenía nada que ver con la temperatura de la noche.
— ¿Qué pasa? —le espetó porque no dejaba de mirarla.
—Estoy intentando saber qué se esconde bajo esa cara tan inocente —contestó acercándose todavía más a ella—. Venga, Paula, estamos solos, dime lo que has venido a buscar de verdad.
—Ya te lo he dicho —dijo intentando separarse de aquel cuerpo musculoso y bronceado que la estaba volviendo loca en contra de lo que le dictaba su cerebro. Pedro lo impidió poniéndole un brazo a cada lado. Paula intentó mirar al horizonte, pero aquellos ojos azules la tenían hipnotizada—. ¿Por qué no me crees?
—Porque he aprendido a fiarme de mi instinto — contestó él acercándose hasta que ella aspiró el aroma a Oporto de su boca— y me dice que no nos vas a traer más que problemas.
Paula estaba hecha un lío. Se notaba el puíso a mil por hora y le costaba respirar. No sabía qué hacer con las manos. Temía que si las movía tocara aquel cuerpo y sabía que eso no sería un movimiento inteligente.
—Antes de que termine el verano, te vas a tragar esas palabras —apuntó ella sin moverse.
AMARGA VERDAD: CAPITULO 12
Cuando salieron del despacho una hora más tarde, se encontraron a Natalia estudiando.
—Mamá se ha ido a dar un baño de espuma —le dijo a su padre.
—¿Y Paula?
—Está paseando a Katie.
—Bueno, voy a reunirme con tu madre. El baño le hará bien a mi espalda.
Pedro lo vio alejarse cojeando y andando con cuidado.
—Le duele —apuntó.
—Lo sé —dijo Natalia—. Por eso no pudo ir a buscar a Paula al aeropuerto, con la ilusión que le hacía. Mejor para ti, ¿eh?
—¿Y eso?
— Ya sabes...Tú y Paula... ¡Solos!
—¿Qué dices?
— Venga, pero si no puedes dejar de mirarla y, cuando ella te mira, te quedas petrificado.
—¿Qué?
—¿Te creías que no me iba a dar cuenta? Te conozco demasiado bien, hermanito. Estás colado.
—Has tomado demasiado el sol. Puede que los niños que revolotean a tu alrededor se pasen el día bebiendo los vientos por vosotras, pero los hombres de mí edad... ¡pero, bueno, no sé qué hago dándote explicaciones!
— Eso mismo me estaba preguntando yo —bromeó.
—Estudia y deja lo del psicoanálisis para los expertos — le dijo acariciándole un rizo—. No has dado ni una.
—¿Te vas antes de que Paula vuelva del paseo?
—Por supuesto. Ya la he visto demasiado por hoy.
—Hazme un favor, mira a ver si hay este libro en la biblioteca. Papá me ha dicho que creía que sí —le dijo dándole una hoja de papel.
—Claro.
Al llegar a la biblioteca, se encontró la puerta entreabierta. Al entrar, vio a Paula Chaves arrodillada junto a una de las vitrinas.
La observó. Estaba absorta. Tenía varios álbumes apilados junto a ella, así que debía de llevar allí un rato.
—No sabía que los perros, aunque fueran tan inteligentes como Katie, quisieran aprender a leer —dijo.
Paula dio un respingo y se le cayó el libro que tenía en las rodillas.
—¡Dios,me has dado un susto de muerte!.
—Eso parece. ¿Se puede saber qué estás haciendo aquí?
—Estoy viendo fotos antiguas. Hugo tiene fotos de hace más de cien años. Hay algunas de mi tatarabuelo de niño. ¡Y mira! —dijo levantando uno de los álbumes que había en el suelo—. Esta es mi bisabuela cuando tenía más o menos mi edad. Nos parecemos, ¿verdad? Tenemos el mismo óvalo de cara y los mismos ojos.
Pedro ni se inmutó.
— Se suponía que estabas paseando a la perra. O, por lo menos, eso es lo que le dijiste a Natalia.
— Sí, pero Katie quería meterse en el río y no sabía si la podía dejar, así que decidí dar por terminado el paseo.
—Y venirte a fisgar. Parece ser que cotillear es tu deporte favorito, ¿no?
—Hugo me ha dado permiso para ver los álbumes cuando quiera. ¿Cómo crees si no que sabía dónde estaban? ¡Además, mira quién fue a hablar! Nadie de tu familia conoce tu casa de la ciudad porque allí vive la otra, que está embarazada.
Normalmente, Pedro nunca se quedaba sin respuesta, pero, en aquella ocasión, no sabía por dónde salir.
—¿La otra?
— Sí, la otra, que está embarazada. No te olvides de ese detalle. Os vi abrazaros y besaros. Además, estuviste un buen rato dentro mientras yo me moría de frío... — se interrumpió mordiéndose el labio inferior.
—No te pares ahora, Paula. Quiero oírlo todo.
—Fuisteis arriba —continuó sin mirarlo a los ojos—. Vi la luz de la habitación encendida.
—Qué pena que no hubiera una escalera de mano apoyada en la pared de la casa para que pudieras haberlo visto todo y haberme hecho luego chantaje.
— Pedro, no hace falta que te pongas irónico —contestó ella—. Supongo que estará casada y por eso no quieres que nadie lo sepa. No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo.
— Muchas gracias. La mujer que viste, efectivamente, está casada, pero no es mi amante y el hijo que espera tampoco es mío. Es una amiga mía y cliente de un colega, que ha sufrido malos tratos y está escondida de su marido porque la ha amenazado con quitarle a su hijo de tres años y sacarlo del país. El niño se
despertó cuando yo estaba allí y subimos a verlo. Por eso viste la luz en la planta de arriba. Lo siento si la verdad no es lo suficientemente morbosa para tu imaginación.
— Ah —dijo Paula sorprendida—. Me parece que te debo una disculpa.
— Desde luego —contestó él buscando el libro que le había encargado Natalia — De todas formas, mantener encuentros sexuales rápidos entre reunión y reunión no va conmigo. A mí me gusta tomarme mi tiempo para seducir a una mujer.
Paula se sonrojó como un tomate, lo que supuso un inmenso placer para Pedro.
—Por cierto, otra cosa —dijo yendo hacia la puerta con el libro en la mano—. Aunque te cueste creerlo, no todas las mujeres son como gatas callejeras, que se meten en la cama con el primero que encuentran.
AMARGA VERDAD: CAPITULO 11
A Paula Tampoco le sentó bien.
— ¡Por Dios, pero si estamos en el siglo XXI! No necesito a ningún hombre para ir a una fiesta —dijo limpiándose delicadamente con la servilleta y cambiando de tema—. ¿Has mencionado una finca, Cynthia?
— Sí, está cerca del lago, como a una hora de aquí, pero no vamos mucho.
—No sé por qué no la vendéis —apuntó Pedro.
—Por lo mismo que tú no vendes tu casa del centro — le contestó su madre —. ¿Cuándo ha sido la última vez que has ido?
—Ayer.
Paula agarró el dato al vuelo.
—No sabía que fuera tu casa.
— ¿Te dejó entrar? —preguntó Natalia —. ¡Qué suerte! A mí, nunca me deja pasar de la puerta.
—Paula me esperó fuera porque teníamos prisa — contestó Pedro—. Volviendo al tema del cumpleaños, ¿qué queréis que haga yo?
—No ir con Esmeralda Stanford, para empezar —dijo su hermana riéndose.
—Niña, compórtate —la reprendió su madre en broma—. ¿Qué tal la langosta, Paula?
—Está maravillosa —contestó dándose cuenta de que Pedro la miraba y se reía—. ¿De qué te ríes, Pedro? ¿Tengo algo en la cara?
— Pues, la verdad es que sí. Tienes mantequilla en la barbilla.
— ¡Pedro! —exclamó Cynthia.
— Bueno, es mejor que lo sepa y se limpie para que no le caiga en el vestido.
—Esto es lo malo de la langosta —apuntó Hugo poniendo paz—. Ven, Paula —dijo limpiándola con su servilleta—. Ya está.
El resto de la cena transcurrió sin incidentes. Pedro se mantuvo al margen de la conversación e intentó mantener los ojos también en otro sitio. En cuanto pudo, dejó a las tres mujeres hablando de la fiesta y se fue con Hugo al despacho para tomar una copa.
— Bueno, ¿qué te parece? —preguntó Hugo encendiendo el único puro que le permitía el médico fumar al día y sentándose.
—¿Qué te parece a ti? —preguntó Pedro con una copa de Oporto en la mano.
—Me parece muy generosa y deseosa de perdonar.
—No tiene nada que perdonarte, Hugo. Fue a ti a quien traicionaron.
—Pero eso ella no lo sabe. Ella cree que la abandoné y dejé que otro hombre se hiciera cargo. Parece que Nicolas Chaves lo hizo muy bien.
—¿Cómo le explicaste que te tuviste que ir?
—No le he dicho nada —contestó Hugo aceptando el vaso que le tendía Pedro—. Le he contado una versión resumida de la verdad y le he dicho lo mucho que siento no haber podido desempeñar mis labores paternas.
— Tú no te tienes que sentir culpable por nada, Hugo, y eso ella debería saberlo.
— Llevo veintiséis años sintiéndome culpable. ¿Qué habría ocurrido si Nicolas no hubiera querido hacerse cargo de ella por no ser su hija? ¿Y si hubiera dejado a Camila y lo hubieran pasado mal? Si no hubiera podido hacerse cargo de su hija, habría tenido que dejarla en un centro de acogida y, entonces, la habría perdido para siempre.
—¿Por qué te torturas así? Nada de eso ha ocurrido.
— Pero no lo he sabido hasta hace unos meses. Ni siquiera sabía si Camila había tenido una niña o un niño. A pesar de todas las cosas buenas que me han sucedido en la vida, siempre he sentido el vacío de mi hija.
—Camila sabía dónde encontrarte. Si las cosas le hubieran ido mal, lo habría hecho. Por lo menos, se habría puesto en contacto contigo para que la ayudaras con la niña. Por lo que me has dicho, ante todo, era una superviviente.
—Hasta que la traicionó la suerte —dijo mirando la ceniza del puro—. Siempre he apreciado tu lealtad, Pedro. Eres la persona que más me ha ayudado cuando el pasado me agobiaba. He hablado contigo de cosas de las que no lo he hecho con tu madre. Prométeme que nunca dejarás que lo que sabes sobre Camila influya en tus sentimientos hacia Paula.
—Eso es mucho pedir, dadas las circunstancias. Tú intentaste ponerte en contacto con ella cuando tenía quince años, ¿no?
—Cuando acababa de cumplir catorce y recuerda que hablé con su madre, nunca con ella.
Pedro se encogió de hombros.
—Era mayorcita para decidir por ella misma y decidió no conocerte.
— Estás asumiendo que su madre se lo contó, pero, por lo que he sacado en claro de la conversación de antes de la cena, no fue así. Si buscas un culpable, Pedro, soy yo. Podría haber insistido, pero renuncié a conocer a mi primogénita. Es una lástima que haya sucedido a raíz de la muerte de sus padres. Aun así, estoy muy agradecido de haber tenido esta oportunidad.
—No quiero estropearte este momento, pero no puedo evitar sentir que ha accedido a venir por algún tipo de conveniencia y eso me preocupa. No quiero que te vuelvan a hacer daño.
—Intenta ser abierto de mente, Pedro. ¿Lo harás?
— Sí, sí no me da razones para cambiar de opinión, aceptaré la persona que parece ser.
Era lo más cercano a lo que Hugo quería oír sin llegar a mentir, pero Pedro estaba más decidido que nunca a investigarla.
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