sábado, 17 de agosto de 2019
AMARGA VERDAD: CAPITULO 11
A Paula Tampoco le sentó bien.
— ¡Por Dios, pero si estamos en el siglo XXI! No necesito a ningún hombre para ir a una fiesta —dijo limpiándose delicadamente con la servilleta y cambiando de tema—. ¿Has mencionado una finca, Cynthia?
— Sí, está cerca del lago, como a una hora de aquí, pero no vamos mucho.
—No sé por qué no la vendéis —apuntó Pedro.
—Por lo mismo que tú no vendes tu casa del centro — le contestó su madre —. ¿Cuándo ha sido la última vez que has ido?
—Ayer.
Paula agarró el dato al vuelo.
—No sabía que fuera tu casa.
— ¿Te dejó entrar? —preguntó Natalia —. ¡Qué suerte! A mí, nunca me deja pasar de la puerta.
—Paula me esperó fuera porque teníamos prisa — contestó Pedro—. Volviendo al tema del cumpleaños, ¿qué queréis que haga yo?
—No ir con Esmeralda Stanford, para empezar —dijo su hermana riéndose.
—Niña, compórtate —la reprendió su madre en broma—. ¿Qué tal la langosta, Paula?
—Está maravillosa —contestó dándose cuenta de que Pedro la miraba y se reía—. ¿De qué te ríes, Pedro? ¿Tengo algo en la cara?
— Pues, la verdad es que sí. Tienes mantequilla en la barbilla.
— ¡Pedro! —exclamó Cynthia.
— Bueno, es mejor que lo sepa y se limpie para que no le caiga en el vestido.
—Esto es lo malo de la langosta —apuntó Hugo poniendo paz—. Ven, Paula —dijo limpiándola con su servilleta—. Ya está.
El resto de la cena transcurrió sin incidentes. Pedro se mantuvo al margen de la conversación e intentó mantener los ojos también en otro sitio. En cuanto pudo, dejó a las tres mujeres hablando de la fiesta y se fue con Hugo al despacho para tomar una copa.
— Bueno, ¿qué te parece? —preguntó Hugo encendiendo el único puro que le permitía el médico fumar al día y sentándose.
—¿Qué te parece a ti? —preguntó Pedro con una copa de Oporto en la mano.
—Me parece muy generosa y deseosa de perdonar.
—No tiene nada que perdonarte, Hugo. Fue a ti a quien traicionaron.
—Pero eso ella no lo sabe. Ella cree que la abandoné y dejé que otro hombre se hiciera cargo. Parece que Nicolas Chaves lo hizo muy bien.
—¿Cómo le explicaste que te tuviste que ir?
—No le he dicho nada —contestó Hugo aceptando el vaso que le tendía Pedro—. Le he contado una versión resumida de la verdad y le he dicho lo mucho que siento no haber podido desempeñar mis labores paternas.
— Tú no te tienes que sentir culpable por nada, Hugo, y eso ella debería saberlo.
— Llevo veintiséis años sintiéndome culpable. ¿Qué habría ocurrido si Nicolas no hubiera querido hacerse cargo de ella por no ser su hija? ¿Y si hubiera dejado a Camila y lo hubieran pasado mal? Si no hubiera podido hacerse cargo de su hija, habría tenido que dejarla en un centro de acogida y, entonces, la habría perdido para siempre.
—¿Por qué te torturas así? Nada de eso ha ocurrido.
— Pero no lo he sabido hasta hace unos meses. Ni siquiera sabía si Camila había tenido una niña o un niño. A pesar de todas las cosas buenas que me han sucedido en la vida, siempre he sentido el vacío de mi hija.
—Camila sabía dónde encontrarte. Si las cosas le hubieran ido mal, lo habría hecho. Por lo menos, se habría puesto en contacto contigo para que la ayudaras con la niña. Por lo que me has dicho, ante todo, era una superviviente.
—Hasta que la traicionó la suerte —dijo mirando la ceniza del puro—. Siempre he apreciado tu lealtad, Pedro. Eres la persona que más me ha ayudado cuando el pasado me agobiaba. He hablado contigo de cosas de las que no lo he hecho con tu madre. Prométeme que nunca dejarás que lo que sabes sobre Camila influya en tus sentimientos hacia Paula.
—Eso es mucho pedir, dadas las circunstancias. Tú intentaste ponerte en contacto con ella cuando tenía quince años, ¿no?
—Cuando acababa de cumplir catorce y recuerda que hablé con su madre, nunca con ella.
Pedro se encogió de hombros.
—Era mayorcita para decidir por ella misma y decidió no conocerte.
— Estás asumiendo que su madre se lo contó, pero, por lo que he sacado en claro de la conversación de antes de la cena, no fue así. Si buscas un culpable, Pedro, soy yo. Podría haber insistido, pero renuncié a conocer a mi primogénita. Es una lástima que haya sucedido a raíz de la muerte de sus padres. Aun así, estoy muy agradecido de haber tenido esta oportunidad.
—No quiero estropearte este momento, pero no puedo evitar sentir que ha accedido a venir por algún tipo de conveniencia y eso me preocupa. No quiero que te vuelvan a hacer daño.
—Intenta ser abierto de mente, Pedro. ¿Lo harás?
— Sí, sí no me da razones para cambiar de opinión, aceptaré la persona que parece ser.
Era lo más cercano a lo que Hugo quería oír sin llegar a mentir, pero Pedro estaba más decidido que nunca a investigarla.
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