sábado, 17 de agosto de 2019

AMARGA VERDAD: CAPITULO 12





Cuando salieron del despacho una hora más tarde, se encontraron a Natalia estudiando.


—Mamá se ha ido a dar un baño de espuma —le dijo a su padre.


—¿Y Paula?


—Está paseando a Katie.


—Bueno, voy a reunirme con tu madre. El baño le hará bien a mi espalda.


Pedro lo vio alejarse cojeando y andando con cuidado.


—Le duele —apuntó.


—Lo sé —dijo Natalia—. Por eso no pudo ir a buscar a Paula al aeropuerto, con la ilusión que le hacía. Mejor para ti, ¿eh?


—¿Y eso?


— Ya sabes...Tú y Paula... ¡Solos!


—¿Qué dices?


— Venga, pero si no puedes dejar de mirarla y, cuando ella te mira, te quedas petrificado.


—¿Qué?


—¿Te creías que no me iba a dar cuenta? Te conozco demasiado bien, hermanito. Estás colado.


—Has tomado demasiado el sol. Puede que los niños que revolotean a tu alrededor se pasen el día bebiendo los vientos por vosotras, pero los hombres de mí edad... ¡pero, bueno, no sé qué hago dándote explicaciones!


— Eso mismo me estaba preguntando yo —bromeó.


—Estudia y deja lo del psicoanálisis para los expertos — le dijo acariciándole un rizo—. No has dado ni una.


—¿Te vas antes de que Paula vuelva del paseo?


—Por supuesto. Ya la he visto demasiado por hoy.


—Hazme un favor, mira a ver si hay este libro en la biblioteca. Papá me ha dicho que creía que sí —le dijo dándole una hoja de papel.


—Claro.


Al llegar a la biblioteca, se encontró la puerta entreabierta. Al entrar, vio a Paula Chaves arrodillada junto a una de las vitrinas.


La observó. Estaba absorta. Tenía varios álbumes apilados junto a ella, así que debía de llevar allí un rato.


—No sabía que los perros, aunque fueran tan inteligentes como Katie, quisieran aprender a leer —dijo.


Paula dio un respingo y se le cayó el libro que tenía en las rodillas.


—¡Dios,me has dado un susto de muerte!.


—Eso parece. ¿Se puede saber qué estás haciendo aquí?


—Estoy viendo fotos antiguas. Hugo tiene fotos de hace más de cien años. Hay algunas de mi tatarabuelo de niño. ¡Y mira! —dijo levantando uno de los álbumes que había en el suelo—. Esta es mi bisabuela cuando tenía más o menos mi edad. Nos parecemos, ¿verdad? Tenemos el mismo óvalo de cara y los mismos ojos.


Pedro ni se inmutó.


— Se suponía que estabas paseando a la perra. O, por lo menos, eso es lo que le dijiste a Natalia.


— Sí, pero Katie quería meterse en el río y no sabía si la podía dejar, así que decidí dar por terminado el paseo.


—Y venirte a fisgar. Parece ser que cotillear es tu deporte favorito, ¿no?


—Hugo me ha dado permiso para ver los álbumes cuando quiera. ¿Cómo crees si no que sabía dónde estaban? ¡Además, mira quién fue a hablar! Nadie de tu familia conoce tu casa de la ciudad porque allí vive la otra, que está embarazada.


Normalmente, Pedro nunca se quedaba sin respuesta, pero, en aquella ocasión, no sabía por dónde salir.


—¿La otra?


— Sí, la otra, que está embarazada. No te olvides de ese detalle. Os vi abrazaros y besaros. Además, estuviste un buen rato dentro mientras yo me moría de frío... — se interrumpió mordiéndose el labio inferior.


—No te pares ahora, Paula. Quiero oírlo todo.


—Fuisteis arriba —continuó sin mirarlo a los ojos—. Vi la luz de la habitación encendida.


—Qué pena que no hubiera una escalera de mano apoyada en la pared de la casa para que pudieras haberlo visto todo y haberme hecho luego chantaje.


— Pedro, no hace falta que te pongas irónico —contestó ella—. Supongo que estará casada y por eso no quieres que nadie lo sepa. No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo.


— Muchas gracias. La mujer que viste, efectivamente, está casada, pero no es mi amante y el hijo que espera tampoco es mío. Es una amiga mía y cliente de un colega, que ha sufrido malos tratos y está escondida de su marido porque la ha amenazado con quitarle a su hijo de tres años y sacarlo del país. El niño se
despertó cuando yo estaba allí y subimos a verlo. Por eso viste la luz en la planta de arriba. Lo siento si la verdad no es lo suficientemente morbosa para tu imaginación.


— Ah —dijo Paula sorprendida—. Me parece que te debo una disculpa.


— Desde luego —contestó él buscando el libro que le había encargado Natalia — De todas formas, mantener encuentros sexuales rápidos entre reunión y reunión no va conmigo. A mí me gusta tomarme mi tiempo para seducir a una mujer.


Paula se sonrojó como un tomate, lo que supuso un inmenso placer para Pedro.


—Por cierto, otra cosa —dijo yendo hacia la puerta con el libro en la mano—. Aunque te cueste creerlo, no todas las mujeres son como gatas callejeras, que se meten en la cama con el primero que encuentran.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario