jueves, 4 de julio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 47




Cuando Pedro llegó a La Tentación el jueves por la tarde, encontró a Paula sumida en un mar de actividad.


Vicki, la amiga de Paula, que había estado de camarera unas semanas antes, había regresado. Junto a Paula había un anciano que parecía prestar atención a todo lo que ella decía. 


En realidad, estaba más pendiente de las piernas de Vicki, que llevaba unos shorts vaqueros ajustados.


Pedro ahogó una risa. Escuchó un poco y supo que Paula le estaba enseñando al hombre cómo preparar un cóctel. Cuando ella agarró la botella de crema irlandesa, Pedro tosió fingidamente y se preguntó si le estaría enseñando a preparar la mezcla que él había derramado por encima y después limpiado del cuerpo de Paula otra noche.


—¡Ya has vuelto! —exclamó ella y una sonrisa le iluminó el rostro.


Menuda sonrisa... Él podría alimentarse de ella y de nada más durante el resto de su vida.


—Ya he vuelto —contestó él.


Atravesó el local y dejó sobre la barra un sobre muy grueso.


—Ese anticuario se ha vuelto loco con las dos máquinas de pinball que dijiste que estaban aquí desde la ley seca. Y también le ha encantado el caballo de tiovivo.


A Paula se le iluminaron los ojos.


—¿De veras?


Abrió el sobre y comenzó a contar el dinero.


 Levantó la mirada anonadada.


—¿Tanto le han gustado las cosas?


Bueno quizás no «tanto», quizás él había añadido un poco de dinero extra. Pero aun así los objetos habían obtenido un buen precio.


—Había una pequeña fortuna en los objetos que el otro hombre se ofreció a «ayudarnos a deshacernos de ellos» por un precio exiguo.


Ella salió de detrás de la barra, se lanzó en sus brazos y le dio un beso delante de todos los demás.


—Ya tengo una razón más para estar agradecida de que atravesaras la puerta de mi bar hace dos semanas, Pedro Alfonso.


—Es Alfonso —murmuró él, dándose cuenta de pronto de que aún no le había dicho cuál era su nombre auténtico.


—Debería haberlo imaginado —comentó ella y lo besó de nuevo—. Gracias de nuevo, Pedro Alfonso.


Ella hizo amago se soltarse, pero él la sujetó firmemente por la cintura.


—Me alegro de estar siendo de ayuda. Y me quedaré aquí hasta que hayamos vendido la última silla y la última lámpara.


Ella desvió la mirada, como si las palabras de él la hubieran molestado en lugar de consolarla.


—¿Paula?


—¿Vais a pasaros así todo el día o vas a terminar de enseñarme cómo preparar estos cócteles para nenas? —preguntó el anciano tras la barra, con una expresión entre hosca y de diversión.


—Perdona, tío Rafael —dijo ella y se soltó de Pedro—.Pedro, éste es mi tío Rafael, atendía el bar junto con mi madre. Se jubiló sin haber aprendido los cócteles básicos.


—¿Y sabe cómo preparar un Pezón Resbaladizo? —preguntó él bajando la voz.


—¿Ha dicho lo que creo que ha dicho? —preguntó tío Rafael.


Dina y Vicki sonrieron, pero ninguna dijo nada.


—No, no lo ha dicho —contestó Paula.


Se puso de puntillas y le susurró al oído a Pedro:
—Tiene mejor oído que mi madre cuando yo quería escabullirme de casa después del toque de queda.


Él rió, tal y como ella pretendía, pero después de oírla pronunciar su nombre auténtico por primera vez, estaba tenso. Si ella comenzaba a atar cabos, descubriría quién era él.


Aquello era una locura, tenía que aclarar las cosas con ella. Cada día que pasaba se acercaban al final de su vida en La Tentación, y al futuro. Un futuro que él quería pasar junto a ella.


«¿Entonces, por qué no se lo dices?», se preguntó.


Había muchas razones para no hacerlo. Todavía quedaba trabajo por hacer. Además, sospechaba que Paula lo necesitaría afectivamente cuando echara el cierre por última vez.


Y también estaba el hecho de que era un cobarde. No quería perderla. No quería ver su expresión de desilusión, o peor, de indiferencia, cuando supiera que él no se subiría ni borracho a la Harley que había en el aparcamiento.


—¿Y esta clase a qué viene? —preguntó él cuando Paula se reunió con su tío detrás de la barra de nuevo.


—Tío Rafael va a sustituirme el sábado por la noche.


Pedro se sentó en uno de los taburetes y la miró con curiosidad.


—¿Y qué sucede el sábado por la noche?


—Tengo que marcharme de la ciudad.


Pedro se quedó atónito. ¿Paula iba a marcharse de la ciudad y a dejarlo a él allí, dentro de dos días? ¿Y justo el último fin de semana que el bar iba a estar abierto?


—Es una broma, ¿no?


Ella se encogió de hombros.


—No tengo elección. La familia es lo primero.


Pedro se preocupó. Alguien de su familia debía de estar muy enfermo, era la única explicación que se le ocurría. Se sintió un egoísta por haber pensado sólo en su situación cuando Paula debía de estar atravesando una crisis familiar.


—Lo siento mucho. ¿Es grave?


—Es una locura.


—Yo también te sustituiré, haré lo que necesites.


Paula lo miró sorprendida y se sonrojó.


—Esperaba que vinieras conmigo, si tú quieres.


Él no dudó, contento de que ella lo quisiera a su lado durante su tragedia familiar. Era exactamente donde él deseaba estar.


—Por supuesto, te acompañaré a donde sea.


—Genial. ¿Tienes un traje?


¿Un traje? Eso significaba que alguien había muerto...


—¿Quién...?


—Luciana.


Luciana, su hermana. La fotógrafa que había ido a retratar los incendios de California... Pedro saltó de su asiento y abrazó a Paula por encima de la barra.


—Paula, cariño, lo siento mucho.


Paula se soltó y lo miró a los ojos como si se hubiera vuelto loco.


—Alfonso, mi hermana va a casarse.


Pedro cerró los ojos y contó hasta diez para saborear su alivio y ocultar su vergüenza por haber llegado a conclusiones precipitadas. 


Cuando los abrió, vio que todo el mundo lo miraba.


—¡Menos mal, Paula, creí que estabas pidiéndome que te acompañara a un funeral!


Paula lo miró sorprendida.


—Lo siento, creo que me supera todo. Desde que ella ha telefoneado para anunciarme que se casa el sábado en Georgia, todo está siendo una locura.


—¿En Georgia? ¿Tu hermana se casa este fin de semana, y en otro estado?


Paula debió de advertir la indignación en su voz. 


A juzgar por las expresiones de los demás, todos debían de estar preguntándose lo mismo: ¿cómo podía haberse olvidado su hermana, o haber ignorado, lo que ese fin de semana suponía para Paula?


—Está locamente enamorada —justificó Paula y se encogió de hombros—. ¿Y sabes qué? Le estoy agradecida.


Ella contempló la sala, las paredes desnudas, el lugar donde habían estado las máquinas de pinball y de nuevo a Pedro.


—Si me hubiera quedado aquí, habría estado todo el tiempo llorando y preocupándome. Pero ahora tengo algo maravilloso que hacer el sábado en lugar de lamentarme por algo que no puedo cambiar.


Habló con sinceridad y al final sonrió. Pedro supo que por fin Paula estaba preparada para despedirse del bar, y que ya tenía proyectos de futuro.


—De acuerdo —dijo él—. Puedo conseguir un traje. ¿Cuándo salimos?


—Voy a comprar los billetes de avión en cuanto hable con nuestro proveedor de bebidas. Llevo llamándole toda la mañana pero no doy con él —dijo ella y lo detuvo con un gesto—. Y seré yo quien pague tu billete de avión. Estás haciéndome el favor de acompañarme y así me sentiré mejor. Aunque es una minucia en comparación con la cantidad de horas que has trabajado y lo bien que lo has hecho. De no ser por ti, habría sacado mucho menos dinero por las cosas.


Él no estaba dispuesto a volver a tener esa discusión, y menos delante de todo el mundo. 


Pero en cuanto le confesara quién era en realidad, se aseguraría de devolverle el dinero.


—Tú mandas. Entonces, ¿estaremos de regreso el domingo para el día oficial de clausura del bar?


Ella asintió.


—He pensado que podíamos volar el sábado por la mañana y regresar el domingo por la mañana. Dina, Vicki, Zeke y tío Rafael pueden sustituirnos el sábado por la noche. Estaremos aquí el domingo por la tarde para la clausura oficial. Y luego tendremos la gran fiesta de despedida el lunes.


Paula lo había planeado todo. A Pedro le admiraba su capacidad para adaptarse a los cambios inesperados.


—Has diseñado un buen plan, ¿eh?


Vicki carraspeó.


—Paula, ¿qué proveedor de alcohol utilizas?


—Texas Todd’s —dijo ella acercándose al teléfono—. Aunque, si van a ser tan poco de fiar, debería repensármelo. Lo cual sería una tarea complicada, ya que son los únicos proveedores en cien kilómetros a la redonda.


Vicki la miró preocupada.


—¿No has seguido las noticias últimamente? —le preguntó.


—No, he estado muy ocupada. ¿Por qué? ¿Qué ha sucedido? —preguntó Paula mientras devolvía el auricular a su sitio y miraba a su amiga con prevención.


Pedro vio que Paula apretaba la mandíbula y supo que estaba preparándose para otro desastre. Un desastre enorme. Pedro se puso tenso. ¿Qué iba a caerle encima a Paula esa vez?


—Odio decírtelo —comenzó Vicki, incómoda—, pero en las noticias han dicho que el almacén de Texas Todd’s de Kendall explotó la noche del domingo. Se produjo un cortocircuito y todo el lugar ardió en llamas. Ha quedado completamente destruido.


Se produjo un silencio mientras todos miraban las baldas semivacías de botellas. Pedro respiró hondo mientras procesaba la situación. Aunque Paula lograra encontrar otro proveedor en Texas que pudiera suministrarle la bebida a tiempo para el fin de semana, ¿qué empresa estaría dispuesta a movilizarse por un bar que iba a cerrar al día siguiente? Él sabía que había que rellenar multitud de papeleo y cumplir muchas normas gubernamentales para poder vender alcohol, y ella tendría que negociar duramente las condiciones con un nuevo proveedor. Eso llevaría su tiempo, un tiempo que ella sencillamente no tenía.


A juzgar por la perplejidad y la desilusión en los rostros de los demás, todos habían llegado a la misma conclusión. Pero nadie decía nada. Por fin, tío Rafael carraspeó.


—Supongo que eso significa que no tengo que aprender a preparar cócteles de nenas, después de todo —dijo en tono filosófico.


Paula no respondió. Sólo se dio media vuelta y salió del bar a grandes zancadas.



miércoles, 3 de julio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 46




La mañana del jueves, Paula se dio cuenta de que el pedido que había hecho a su proveedor de bebidas no había llegado. Había estado tan ocupada, que no se había dado cuenta hasta entonces. Aparte del asunto del bar, había comenzado a preparar la mudanza de su apartamento y a buscar uno nuevo. Como había vivido en Kendall toda su vida, sabía bien dónde quería vivir y con un par de visitas encontró uno que le gustó.


El proveedor tenía que haberse presentado el lunes para reaprovisionar al bar después del fin de semana. Llevaba trabajando con el mismo hombre tres años y siempre era puntual a su cita de los lunes. Pero Paula había estado tan atareada, que no había caído en la cuenta de que no había aparecido. Hasta la noche del miércoles, en que un público bastante numeroso había acudido al bar y había sido evidente que estaban quedándose sin suministros.


Paula supuso que la multitud era resultado de que el bar iba a cerrar el siguiente fin de semana. Parecía haberse corrido el rumor, y antiguos clientes estaban pasándose por el lugar para despedirse. Paula vio caras conocidas que no habían vuelto desde que habían comenzado las obras de la carretera.


A causa de todo lo que habían bebido, sólo le quedaban dos barriles de cerveza y muy pocas botellas del resto de bebidas alcohólicas.


Paula estaba a punto de llamar al proveedor y poner el grito en el cielo cuando el teléfono sonó.


—La Tentación, ¿dígame? —contestó ella.


—He hecho una locura.


Necesitó un momento para reconocer la voz de su hermana, porque Luciana y la palabra «locura» no solían ir juntas.


—¿Una locura, tú?


—Me he prometido.


Paula se quedó tan atónita, que se le cayó el auricular de las manos. Lo recogió torpemente y se lo colocó de nuevo junto al oído.


—¿Con quién? —preguntó, sin poder creerse aquella inesperada noticia.


—El chico con el que estuve saliendo hace años cuando pasé el verano en casa de tía Jen. Se llama Santiago. ¿Quieres venir a una boda el sábado?


¿El sábado? Caramba, su hermana no sólo iba a casarse, ¡además iba a hacerlo repentinamente! Aquélla no era la Luciana de siempre. Pero la vida de Paula también estaba siendo un poco inusual durante las dos últimas semanas. ¿Quién iba a decirle que iba a enamorarse como una tonta de un músico desheredado?


Entonces advirtió que Luciana estaba esperando que contestara a su invitación. Paula carraspeó.


—Claro, allí estaré. ¿Quién si no iba a ser tu dama de honor?


—¿Lo dices en serio?


—Completamente. A lo mejor incluso voy con compañía, alguien especial.


Esa vez fue Luciana la que se quedó perpleja.


—¿De veras?


—Sí —contestó Paula suavemente, pero no explicó nada más.


Luciana la había llamado para anunciarle su boda, se dijo Paula, no para hablar de su... aventura desenfrenada, porque sólo era eso, una aventura desenfrenada. Quizás si se lo repitiera suficientes veces, comenzaría a creérselo. Pero le parecía muy difícil.


Una vez que su hermana le contó los detalles, Paula supo que tenía que hacer varias cosas cuanto antes. Volar a Georgia para una sola noche no iba ser fácil... ¡sobre todo justo el último fin de semana de La Tentación antes de su clausura definitiva! El hecho de que su hermana hubiera elegido el sábado para su repentina boda le indicó lo loca de amor que debía de estar para hacer algo así.


Como no quería desanimarla, Paula no le recordó que sería la última noche que el bar estaría abierto. Era una coincidencia desafortunada, desde luego, pero ella no se perdería la boda de Luciana por nada del mundo.


—Aún no puedo creerme que vayas a hacerlo —dijo y rió—. ¿Lo sabe mamá?


—Sí, y va a venir —respondió Luciana y siguió contándole más detalles del evento.


—De acuerdo, ya lo tengo —dijo Paula apuntando la información en una servilleta—. El sábado veinticinco, cuenta conmigo.


Paula reconoció que la relación con su hermana estaba cambiando, y con suerte sería para siempre. Ella quería que tuvieran una buena relación, abierta y sincera, sobre todo si Luciana iba a terminar viviendo en otro estado.


—A lo mejor podemos buscar un rato para hablar —dijo, sujetando fuertemente el auricular para darse fuerzas—. A mí también me han sucedido muchas cosas. Estoy planteándome estudiar una carrera. Incluso he presentado los papeles de solicitud en la universidad.


—¡Caray! —exclamó Luciana sorprendida y se quedó en silencio unos instantes—. Entonces el dinero que he ganado con la portada de la revista llega en el momento preciso.


Los sueños de su hermana estaba convirtiéndose en realidad. Paula sabía lo mucho que aquello significaba para la carrera de Luciana.


—¿Te han dado la portada? ¿De verdad?


—Sí. Y es dinero más que de sobra para pagarte los estudios.


Paula lo rechazó inmediatamente.


—Quédate tú el dinero. Empieza a ahorrar para los estudios de tu primer hijo —dijo—. Porque no estarás embarazada, ¿verdad?


Luciana rió.


—Te aseguro que no.


—Mejor, porque no puedo con tantas noticias sobre esta nueva Luciana, impulsiva y alocada —dijo Paula—. Y en cuanto al dinero, no voy a tener problemas, te lo digo en serio. Creo que las dos vamos a conseguir más beneficios de la venta del mobiliario de los que esperábamos.


Luciana suavizó su tono de voz.


—Te estás comportando de forma magnífica, ¿lo sabías? Cuando me marché, me sentía agobiada, como si todo el mundo confiara en que yo podía arreglarlo todo.


Eso le dolió un poco a Paula, ya que ella necesitaba mucho a su hermana, pero no para que arreglara nada.


—Si querías marcharte, sólo tenías que decirlo.


—No podía hacerlo. La Tentación significaba mucho para mamá y para ti.


Sí, eso era cierto. Paula tenía que admitir que su hermana había hecho bastantes sacrificios para ayudarla a ella a mantener el negocio en pie.


—Y no te preocupes por la clausura —añadió Luciana—. Estaré allí para ayudarte.


—De verdad, no tienes que hacerlo. Lo tengo todo bajo control


Eso no era cierto, teniendo en cuenta que su vida personal estaba más fuera de control de lo que había estado nunca. Pero se refería al negocio. Luciana no tendría nada que hacer allí.


—¿De verdad? ¿No lo dices por decir?


—De verdad. ¿Hay alguna posibilidad de que vosotros dos os paséis por aquí antes de iros de luna de miel? Me encantaría que estuvierais en la fiesta del lunes, cuando ya estemos oficialmente cerrados. Creo que incluso mamá está pensándose tomar un avión y venir... lo que significa que tendrás que estar aquí para hacer de árbitro entre nosotras.


—No me lo perdería por nada del mundo —contestó Luciana con una sonrisa—. Y Paula, por si cambias de opinión, recuerda que estoy aquí siempre que me necesites.


Paula aprovechó la oportunidad de hacer las paces.


—Lo sé, siempre has estado ahí —afirmó y sonrió levemente—. Te veré el sábado.




CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 45




Ella se quedó unos minutos contemplándose en el espejo. ¿Por qué la idea de que Alfonso hubiera amado a otra mujer, aunque fuera antes de conocerla a ella, le resultaba tan dolorosa? 


Tenía ciertas sospechas al respecto, pero no estaba preparada para admitirlas, ni siquiera a sí misma.


Se secó el pelo, se vistió y salió a buscarlo. El hombre se merecía un agradecimiento... y una explicación. No hacía falta que fuera sincera, pero al menos tenía que decirle algo. Recorrió todo el bar, pero no lo encontró, así que salió a la parte trasera. Y allí lo encontró.


Ella se había acostumbrado a que Alfonso se ocupara de todas las pequeñas cosas de las que había que ocuparse en el local, pero aquello realmente la sorprendió. Él estaba en el jardín, en cuclillas junto a la estatua de Cupido, limpiándola con un cepillo y lejía. Junto a él estaba la pila para pájaros, más limpia y reluciente de lo que ella la había visto nunca.


—¿Qué estás haciendo? —le preguntó ella.


—Limpiando —contestó él.


—¿Crees que merece la pena conservarlos?


Él levantó la vista y la miró a los ojos.


—Desde luego.


Paula sonrió ligeramente. Sabía por qué él estaba tomándose tantas molestias: tenía que ver con las mágicas horas que habían compartido allí el domingo por la noche. Era como si él quisiera guardar algún recuerdo.


Aunque ella no creía que fuera a olvidarse nunca de aquella noche. Había compartido muchos momentos increíbles con Alfonso desde que lo conocía, pero sin duda el episodio del jardín era el más memorable.


Una cosa era segura: ella nunca volvería a ser capaz de beber un Pezón Resbaladizo, y seguramente él no fuera capaz de preparar ninguno. Paula sospechaba que el simple olor de la bebida le haría tener un orgasmo instantáneo.


—Alfonso, gracias por haber cantado para mí. Discúlpame si he actuado como si no me gustara.


Él no dijo nada, sólo la miró con curiosidad, como si adivinara que ella tenía más cosas que decir.


Paula inspiró hondo y admitió la verdad:
—Esto va a sonar muy estúpido.


—Inténtalo.


Ella se acercó a la pila para pájaros y deslizó un dedo por su borde reluciente. Evitó la mirada de él.


—Verás, he tenido un inexplicable momento de celos. Qué tontería, ¿eh? Pero mientras te escuchaba, durante un instante he detestado a la mujer a quien le escribiste la canción.


Él escuchó atónito, como si lo que esperaba que ella dijera fuera algo completamente distinto.


—¿Lo dices en serio?


Paula asintió y notó que las mejillas le ardían de vergüenza.


—A veces puedo ser un poco... grosera en mis pensamientos. Sobre todo, cuando pienso en esa otra mujer a la que deseabas tanto.


Él dejó el cepillo en el suelo y se puso en pie lentamente. Sus pantalones estaban mojados y manchados de algas.


—Paula, no lo comprendes. Esa chica... esa canción...


Paula le hizo un gesto para que no continuara hablando.


—Por favor, ahórrame los detalles desagradables.


Él se acercó a ella.


—Eso fue hace muchos años.


Ella sabía que él era casi de su misma edad, así que le resultaba difícil de creer que fuera hacía mucho tiempo. Evidentemente él notó su escepticismo.


—Te lo juro, escribí esa canción cuando tenía quince años —le aseguró él.


Paula se quedó boquiabierta. ¿Sólo quince años, y ya tenía ese prodigioso talento, unas emociones tan maduras y un deseo tan potente?


—¡Es increíble! —exclamó ella abrumada.


—Lo sé. Y, como ya te he dicho, ella nunca se fijó en mí. No he vuelto a sentir nada tan intenso por una mujer en toda mi vida adulta —comentó él y le brillaron los ojos—. Sólo contigo.


Paula esbozó una amplia sonrisa. De pronto la mañana era más luminosa.


—¡Eso me ha gustado!


Él rió al ver su alivio. La tomó de la mano.


—¿Estás lista para tomarte un descanso? Quiero invitarte a comer fuera.


—No me dejas que te pague, aunque estás trabajando sin descanso —comenzó ella con el ceño fruncido—, ¿y crees que voy a permitirte que me invites a comer?


Él sonrió.


—De acuerdo, pues invítame tú. Estoy un poco harto de las hamburguesas de Zeke.


Paula asintió, rendida ante el buen humor de él.


—Espera a que compruebe que Dina está bien en el bar fantasma y luego dame media hora para cambiarme de ropa.


No se lo dijo a Alfonso, pero además tenía que hacer algunas llamadas telefónicas. En los dos últimos días, entre el papeleo de la universidad y los increíbles episodios de sexo, Paula casi se había olvidado del asunto de la moto de Alfonso.


Ella comprendía que él no quisiera aceptar su dinero, ya que eran amantes. Ella se hubiera sentido igual, o sea que no podía culparlo. Pero no iba a permitirle hacer todo aquel trabajo sólo a cambio del mejor sexo que había disfrutado en su vida.


Con aquel recordatorio de la situación de él, se sintió con más fuerzas para quitarle las llaves de la moto y hacer que la revisaran y la repararan. 


Cuando él hubiera terminado de trabajar para ella, se merecía marcharse en una moto que funcionara perfectamente.


Pedro se marcharía.


Ella no quería pensar en eso. El martes, cuando cerrara la puerta de La Tentación por última vez, ya no habría ninguna razón para que Alfonso se quedara junto a ella.


Eso era justo lo que ella había querido, ¿no? Era lo más adecuado, dado su nuevo compromiso con la universidad y con tomarse la vida de forma más responsable.


Entonces, ¿por qué se sentía tan horriblemente mal?


—Eres una completa idiota, Paula Chaves —se dijo a sí misma mientras regresaba al interior del bar.


Se había enamorado de él, total e irrevocablemente.


¿Cómo se le había podido ocurrir que estaría a salvo teniendo una aventura desenfrenada con Alfonso? Aquello no era una aventura desenfrenada, lo que había entre ellos era mucho más trascendental que eso.


Le partía el alma admitirlo, pero sospechaba que se había enamorado por primera vez en su vida de un hombre que saldría muy pronto de ella.




CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 44





Paula rellenó la inscripción a la universidad el lunes y la echó al correo el martes. Pedro no dijo nada, aunque sabía lo que estaba haciendo. 


Cuando la oyó quejarse al intentar recordar algunas de las asignaturas que había estudiado en el instituto, él le apretó suavemente el hombro en señal de apoyo, pero no dijo nada. 


Era como si él se diera cuenta de que ella tenía que hacer aquello por sí misma, pero quería recordarle que la apoyaba.


Ella esperaba que la admitieran, pero de no ser así, siempre podía acudir a la formación profesional. De cualquier forma, ella iba a lograr un título.


Eso la hizo pensar en el futuro de Pedro, en sus sueños y ambiciones. Le había preguntado un par de veces si estaba contento con su vida y hacía dónde se encaminaba, pero cada vez él había logrado eludir la pregunta. Una vez le había respondido que era más feliz que nunca porque estaba con ella. La otra vez, se había quedado callado y se había retraído en sí mismo, murmurando algo de que ella no conocía todo su pasado.


Ella se preguntó si él había sido rechazado en alguna empresa o algo. Desde luego tenía la inteligencia y la iniciativa para ser un profesional de éxito. Además, no sería la primera persona que decidía que prefería ser una estrella del rock en lugar de un abogado o un contable y lo dejaba todo para perseguir su sueño. Ella quería saber más de él, pero Alfonso parecía incómodo cada vez que ella sacaba el tema, y no quería presionarlo.


Una de las cosas que sí hizo fue reunir el valor para pedirle que tocara para ella.


El miércoles por la mañana, Paula salió de la ducha y se encontró a Alfonso sentado en la cama, rasgando su guitarra y cantando una canción en voz baja. Tenía un aspecto arrebatador apoyado sobre las almohadas, vestido solamente con unos pantalones vaqueros. Tenía el pelo mojado de la ducha y el pecho brillante, y estaba descalzo. Era la imagen viva de un hombre de ensueño. Y Paula se sintió al momento hambrienta de él. Quiso abalanzarse sobre él y hacerlo sudar de nuevo para que tuvieran que darse otra ducha, esa vez juntos.


—Es esa canción de nuevo —murmuró ella, y se apoyó en la puerta mientras lo observaba tocar.


—Lo siento —se disculpó él, haciendo ademán de guardar la guitarra.


—¡No, por favor! No pares. Me gustaría escucharte. No te he oído tocar nada más que el bajo.


—Toco un poco de todo —dijo él mientras volvía a acomodarse la guitarra y comenzaba a tocar.


Paula se estremeció al ver la forma en que sus dedos se movían por el instrumento: le recordaban las veces que él había acariciado su cuerpo de la misma forma. Ella suspiró y escuchó durante unos momentos.


—¿Me cantas esa canción? —le pidió, incapaz de resistir más tiempo.


Hubo un silencio y, cuando Paula abrió los ojos, se encontró con que Alfonso la miraba con mucha intensidad.


—Ya sabes a cuál me refiero —dijo ella.


Él asintió. Comenzó a tocar la melodía, que ya era familiar para ella, y luego cantó la letra. Sin el acompañamiento del resto de la banda y el tumulto del público, la canción le pareció más poderosa, mucho más personal. Mucho más sensual. Y cuando él cantó el estribillo, donde hablaba de la chica con fuego en la mirada, Paula creyó que iba a derretirse allí mismo.


Él debió de estar muy enamorado de aquella mujer. Su intensa emoción y su deseo estaban presentes en cada palabra, en cada nota.


Y eso le dolió. Le molestó que él hubiera escrito aquella canción tan conmovedora para otra persona que no fuera ella.


Estaba celosa de alguien con quien él nunca había tenido una relación y que ni siquiera formaba parte de su vida. A Paula no le dolía que él hubiera tenido relaciones sexuales con otras mujeres, Alfonso no era ningún monje y ella comprendía que hubiera tenido sexo en el pasado.


Pero un amor total como aquél le resultaba más difícil de aceptar. Tanto, que cuando él terminó la canción, le dirigió una sonrisa de agradecimiento que ocultaba sus auténticos pensamientos, agarró su ropa y regresó al cuarto de baño para vestirse.


—¿Paula, te he hecho daño al oído o algo así? —le preguntó él.


—No, ha sido fantástico. Es sólo que... tengo cosas que hacer.


Paula contuvo el aliento y se preguntó si él la seguiría. Después de unos instantes de silencio, oyó que él se movía y luego abría la puerta del apartamento y la volvía a cerrar, por fuera.