jueves, 4 de julio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 47




Cuando Pedro llegó a La Tentación el jueves por la tarde, encontró a Paula sumida en un mar de actividad.


Vicki, la amiga de Paula, que había estado de camarera unas semanas antes, había regresado. Junto a Paula había un anciano que parecía prestar atención a todo lo que ella decía. 


En realidad, estaba más pendiente de las piernas de Vicki, que llevaba unos shorts vaqueros ajustados.


Pedro ahogó una risa. Escuchó un poco y supo que Paula le estaba enseñando al hombre cómo preparar un cóctel. Cuando ella agarró la botella de crema irlandesa, Pedro tosió fingidamente y se preguntó si le estaría enseñando a preparar la mezcla que él había derramado por encima y después limpiado del cuerpo de Paula otra noche.


—¡Ya has vuelto! —exclamó ella y una sonrisa le iluminó el rostro.


Menuda sonrisa... Él podría alimentarse de ella y de nada más durante el resto de su vida.


—Ya he vuelto —contestó él.


Atravesó el local y dejó sobre la barra un sobre muy grueso.


—Ese anticuario se ha vuelto loco con las dos máquinas de pinball que dijiste que estaban aquí desde la ley seca. Y también le ha encantado el caballo de tiovivo.


A Paula se le iluminaron los ojos.


—¿De veras?


Abrió el sobre y comenzó a contar el dinero.


 Levantó la mirada anonadada.


—¿Tanto le han gustado las cosas?


Bueno quizás no «tanto», quizás él había añadido un poco de dinero extra. Pero aun así los objetos habían obtenido un buen precio.


—Había una pequeña fortuna en los objetos que el otro hombre se ofreció a «ayudarnos a deshacernos de ellos» por un precio exiguo.


Ella salió de detrás de la barra, se lanzó en sus brazos y le dio un beso delante de todos los demás.


—Ya tengo una razón más para estar agradecida de que atravesaras la puerta de mi bar hace dos semanas, Pedro Alfonso.


—Es Alfonso —murmuró él, dándose cuenta de pronto de que aún no le había dicho cuál era su nombre auténtico.


—Debería haberlo imaginado —comentó ella y lo besó de nuevo—. Gracias de nuevo, Pedro Alfonso.


Ella hizo amago se soltarse, pero él la sujetó firmemente por la cintura.


—Me alegro de estar siendo de ayuda. Y me quedaré aquí hasta que hayamos vendido la última silla y la última lámpara.


Ella desvió la mirada, como si las palabras de él la hubieran molestado en lugar de consolarla.


—¿Paula?


—¿Vais a pasaros así todo el día o vas a terminar de enseñarme cómo preparar estos cócteles para nenas? —preguntó el anciano tras la barra, con una expresión entre hosca y de diversión.


—Perdona, tío Rafael —dijo ella y se soltó de Pedro—.Pedro, éste es mi tío Rafael, atendía el bar junto con mi madre. Se jubiló sin haber aprendido los cócteles básicos.


—¿Y sabe cómo preparar un Pezón Resbaladizo? —preguntó él bajando la voz.


—¿Ha dicho lo que creo que ha dicho? —preguntó tío Rafael.


Dina y Vicki sonrieron, pero ninguna dijo nada.


—No, no lo ha dicho —contestó Paula.


Se puso de puntillas y le susurró al oído a Pedro:
—Tiene mejor oído que mi madre cuando yo quería escabullirme de casa después del toque de queda.


Él rió, tal y como ella pretendía, pero después de oírla pronunciar su nombre auténtico por primera vez, estaba tenso. Si ella comenzaba a atar cabos, descubriría quién era él.


Aquello era una locura, tenía que aclarar las cosas con ella. Cada día que pasaba se acercaban al final de su vida en La Tentación, y al futuro. Un futuro que él quería pasar junto a ella.


«¿Entonces, por qué no se lo dices?», se preguntó.


Había muchas razones para no hacerlo. Todavía quedaba trabajo por hacer. Además, sospechaba que Paula lo necesitaría afectivamente cuando echara el cierre por última vez.


Y también estaba el hecho de que era un cobarde. No quería perderla. No quería ver su expresión de desilusión, o peor, de indiferencia, cuando supiera que él no se subiría ni borracho a la Harley que había en el aparcamiento.


—¿Y esta clase a qué viene? —preguntó él cuando Paula se reunió con su tío detrás de la barra de nuevo.


—Tío Rafael va a sustituirme el sábado por la noche.


Pedro se sentó en uno de los taburetes y la miró con curiosidad.


—¿Y qué sucede el sábado por la noche?


—Tengo que marcharme de la ciudad.


Pedro se quedó atónito. ¿Paula iba a marcharse de la ciudad y a dejarlo a él allí, dentro de dos días? ¿Y justo el último fin de semana que el bar iba a estar abierto?


—Es una broma, ¿no?


Ella se encogió de hombros.


—No tengo elección. La familia es lo primero.


Pedro se preocupó. Alguien de su familia debía de estar muy enfermo, era la única explicación que se le ocurría. Se sintió un egoísta por haber pensado sólo en su situación cuando Paula debía de estar atravesando una crisis familiar.


—Lo siento mucho. ¿Es grave?


—Es una locura.


—Yo también te sustituiré, haré lo que necesites.


Paula lo miró sorprendida y se sonrojó.


—Esperaba que vinieras conmigo, si tú quieres.


Él no dudó, contento de que ella lo quisiera a su lado durante su tragedia familiar. Era exactamente donde él deseaba estar.


—Por supuesto, te acompañaré a donde sea.


—Genial. ¿Tienes un traje?


¿Un traje? Eso significaba que alguien había muerto...


—¿Quién...?


—Luciana.


Luciana, su hermana. La fotógrafa que había ido a retratar los incendios de California... Pedro saltó de su asiento y abrazó a Paula por encima de la barra.


—Paula, cariño, lo siento mucho.


Paula se soltó y lo miró a los ojos como si se hubiera vuelto loco.


—Alfonso, mi hermana va a casarse.


Pedro cerró los ojos y contó hasta diez para saborear su alivio y ocultar su vergüenza por haber llegado a conclusiones precipitadas. 


Cuando los abrió, vio que todo el mundo lo miraba.


—¡Menos mal, Paula, creí que estabas pidiéndome que te acompañara a un funeral!


Paula lo miró sorprendida.


—Lo siento, creo que me supera todo. Desde que ella ha telefoneado para anunciarme que se casa el sábado en Georgia, todo está siendo una locura.


—¿En Georgia? ¿Tu hermana se casa este fin de semana, y en otro estado?


Paula debió de advertir la indignación en su voz. 


A juzgar por las expresiones de los demás, todos debían de estar preguntándose lo mismo: ¿cómo podía haberse olvidado su hermana, o haber ignorado, lo que ese fin de semana suponía para Paula?


—Está locamente enamorada —justificó Paula y se encogió de hombros—. ¿Y sabes qué? Le estoy agradecida.


Ella contempló la sala, las paredes desnudas, el lugar donde habían estado las máquinas de pinball y de nuevo a Pedro.


—Si me hubiera quedado aquí, habría estado todo el tiempo llorando y preocupándome. Pero ahora tengo algo maravilloso que hacer el sábado en lugar de lamentarme por algo que no puedo cambiar.


Habló con sinceridad y al final sonrió. Pedro supo que por fin Paula estaba preparada para despedirse del bar, y que ya tenía proyectos de futuro.


—De acuerdo —dijo él—. Puedo conseguir un traje. ¿Cuándo salimos?


—Voy a comprar los billetes de avión en cuanto hable con nuestro proveedor de bebidas. Llevo llamándole toda la mañana pero no doy con él —dijo ella y lo detuvo con un gesto—. Y seré yo quien pague tu billete de avión. Estás haciéndome el favor de acompañarme y así me sentiré mejor. Aunque es una minucia en comparación con la cantidad de horas que has trabajado y lo bien que lo has hecho. De no ser por ti, habría sacado mucho menos dinero por las cosas.


Él no estaba dispuesto a volver a tener esa discusión, y menos delante de todo el mundo. 


Pero en cuanto le confesara quién era en realidad, se aseguraría de devolverle el dinero.


—Tú mandas. Entonces, ¿estaremos de regreso el domingo para el día oficial de clausura del bar?


Ella asintió.


—He pensado que podíamos volar el sábado por la mañana y regresar el domingo por la mañana. Dina, Vicki, Zeke y tío Rafael pueden sustituirnos el sábado por la noche. Estaremos aquí el domingo por la tarde para la clausura oficial. Y luego tendremos la gran fiesta de despedida el lunes.


Paula lo había planeado todo. A Pedro le admiraba su capacidad para adaptarse a los cambios inesperados.


—Has diseñado un buen plan, ¿eh?


Vicki carraspeó.


—Paula, ¿qué proveedor de alcohol utilizas?


—Texas Todd’s —dijo ella acercándose al teléfono—. Aunque, si van a ser tan poco de fiar, debería repensármelo. Lo cual sería una tarea complicada, ya que son los únicos proveedores en cien kilómetros a la redonda.


Vicki la miró preocupada.


—¿No has seguido las noticias últimamente? —le preguntó.


—No, he estado muy ocupada. ¿Por qué? ¿Qué ha sucedido? —preguntó Paula mientras devolvía el auricular a su sitio y miraba a su amiga con prevención.


Pedro vio que Paula apretaba la mandíbula y supo que estaba preparándose para otro desastre. Un desastre enorme. Pedro se puso tenso. ¿Qué iba a caerle encima a Paula esa vez?


—Odio decírtelo —comenzó Vicki, incómoda—, pero en las noticias han dicho que el almacén de Texas Todd’s de Kendall explotó la noche del domingo. Se produjo un cortocircuito y todo el lugar ardió en llamas. Ha quedado completamente destruido.


Se produjo un silencio mientras todos miraban las baldas semivacías de botellas. Pedro respiró hondo mientras procesaba la situación. Aunque Paula lograra encontrar otro proveedor en Texas que pudiera suministrarle la bebida a tiempo para el fin de semana, ¿qué empresa estaría dispuesta a movilizarse por un bar que iba a cerrar al día siguiente? Él sabía que había que rellenar multitud de papeleo y cumplir muchas normas gubernamentales para poder vender alcohol, y ella tendría que negociar duramente las condiciones con un nuevo proveedor. Eso llevaría su tiempo, un tiempo que ella sencillamente no tenía.


A juzgar por la perplejidad y la desilusión en los rostros de los demás, todos habían llegado a la misma conclusión. Pero nadie decía nada. Por fin, tío Rafael carraspeó.


—Supongo que eso significa que no tengo que aprender a preparar cócteles de nenas, después de todo —dijo en tono filosófico.


Paula no respondió. Sólo se dio media vuelta y salió del bar a grandes zancadas.



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