sábado, 22 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 8




A Paula se le erizó el vello de todo el cuerpo y supo exactamente de qué hombre se trataba.


Qué estúpida, se había concentrado tanto en las posibilidades de romance de Dina, que se había olvidado por completo de las suyas propias.


«Ni lo pienses, él no es una opción».


Llevaba diciéndose lo mismo durante dos horas. 


Cada canción llena de sensualidad que tocaba el grupo le recordaba lo peligroso que sería tener una aventura con Alfonso. Incluso aunque él la había hecho derretirse con una canción que ella no había reconocido. Hablaba de hacer el amor en la playa, a la luz de la luna, con una mujer de fuego en la mirada. Al escuchar la canción, Paula había deseado hacer una visita a la playa con él...


Pero no, eso nunca sucedería. Él era un músico de pelo largo que tocaba en bares de poca monta en Texas. Seguramente ni siquiera tenía coche. Alfonso no era el tipo de hombre en quien se podía confiar y con una vida estable que ella se había dicho a sí misma que debía buscar. Era justamente lo opuesto.


No tenía sentido flirtear con él. Ese hombre era todo un monumento, pero todos los hombres guapos la abandonaban al poco tiempo.


Y ella ya había tenido demasiado de eso. Desde aquel momento, su relación con él sería estrictamente profesional. Así que le dirigió una sonrisa impersonal.


—Empezaba a temer que la multitud no os dejara tomaros un descanso —dijo ella.


—Yo también —aseguró él.


Paula abrió una botella de agua helada y se la ofreció a Alfonso sin que él le dijera nada. Él la agarró, asintió a modo de agradecimiento y se la llevó a los labios.


«No pienses en sus labios. Nunca te fijas en los labios del cajero del banco o del supermercado», se dijo ella.


Bajó la mirada y se le aceleró la respiración al observar aquel cuello y aquellos hombros robustos. Tenían una pátina de sudor y seguramente sabrían a salado.


Se obligó a dejar de pensar en eso.


—Gracias —dijo él dejando la botella casi vacía sobre la barra—. Los focos dan mucho calor. Me estaban entrando ganas de quitarme la ropa. Quiero decir... de ponerme algo más ligero, como unos shorts o algo así.


¿Menos ropa? Paula debía terminar con aquello en ese mismo momento. Estaba esforzándose al máximo para ser profesional y mantener la concentración, pero se sentía irremediablemente atraída hacia aquel hombre. No lograría aguantar mucho más sin echarse en sus brazos.


Por lo menos, esa vez Alfonso parecía tan incómodo como ella. Resultaba gracioso cómo se había corregido a sí mismo sobre lo de quitarse ropa. Era como si se hubiera dado cuenta del doble sentido de sus palabras y le hubiera entrado vergüenza.


A Paula le gustaba su expresión compungida. 


Sobre todo, porque era algo inesperado en él.


—Aquí hace mucho calor, ¿no crees? —dijo él por fin, rompiendo el denso silencio.


Paula se sentía como en una burbuja en mitad del alboroto que los rodeaba.


—Sí... Supongo que tantos cuerpos desnudos elevan la temperatura aún más —comentó Paula.


Se mordió la lengua. Había dicho «cuerpos desnudos», ¿verdad? Maldición, aquel hombre la confundía de tal forma, que sólo podía pensar en una cosa.


—Paula, ¿has dicho lo que creo que has dicho? —preguntó él conteniendo una sonrisa—. Porque en mi grupo estamos acostumbrados a tocar en acontecimientos poco habituales, pero un público totalmente desnudo sería una situación... muy inusual.


Paula se ruborizó. Ningún hombre la había hecho ruborizarse nunca.


—Ha sido un lapsus —murmuró ella intentando inventarse una excusa medianamente decente.


—Pues me ha gustado tu lapsus —respondió él en voz baja.


Paula se sintió como si se despeñara por una cuesta abajo y no pudiera hacer nada para evitarlo.


—Sabes a lo que me refiero, ¿verdad? Algunas palabras suelen ir juntas. Como «ostras» y «fritas».


Él esbozó una medio sonrisa.


—La mayoría de la gente uniría «fritas» con «patatas», pero si tú prefieres las ostras...


—No. No prefiero las ostras, a pesar de su... buena fama —dijo ella.


¿Por qué había tenido que sacar un alimento de los más afrodisíacos que había, habiendo tantos otros? Podía haber dicho beicon con huevos, o nachos con guacamole...


—Yo tampoco, son muy desagradables —dijo él refiriéndose a las ostras.


Paula asintió.


—Tan húmedas y viscosas... —comentó ella.


Él enarcó una ceja.


—¿Húmedas y viscosas?


Paula quiso que la tragara la tierra por estar internándose en un camino que no debían recorrer. Cerró los ojos, sintiéndose incapaz de pronunciar una sola palabra más. Sólo logró sacudir la cabeza consternada. Nunca le había sucedido nada parecido, ella siempre sabía salir de las situaciones.


Alfonso rompió a reír en voz baja y sensual y Paula se estremeció.


—Te ofrecería una pala, pero no llevo ninguna encima —comentó él—. Además, tú sola ya estás cavando suficientemente profundo tu propio hoyo sin mi ayuda.


—Si me disculpas un momento, creo que voy a pegarme un tiro.


—Acabo de decirte que no he traído la pala, Paula.


—¿Entonces no puedes enterrarme?


—Me temo que no.


Ella se quedó pensativa un instante y luego se rindió y se unió a la risa de él.


—¿Qué te parece si retrocedemos diez minutos en el tiempo y comenzamos de nuevo nuestra conversación?


Alfonso se acodó en la barra y se acercó a Paula.


—Hola, gracias por el agua. ¿Qué te ha parecido la música?


—Sois muy buenos —afirmó ella, encantada ante la posibilidad de mantener la charla en un terreno neutral.


—Gracias —dijo él acercándose más a ella sobre la barra—. Nosotros también lo hemos pasado muy bien tocando.


La gente se había acercado a la barra y pedían sus bebidas. Paula reanudó su trabajo y sirvió copas y jarras de cerveza, se quitó de encima a algunos pesados y volvió a concentrarse en el bajista que estaba en la esquina de la barra.


—Me ha gustado mucho la canción sobre la muchacha de fuego en la mirada y la luna en su pelo. ¿De quién es? No la he reconocido.


Alfonso se encogió de hombros y bebió otro trago de agua. Luego dejó la botella sobre la barra y se secó la boca con el dorso de la mano.


Paula lo observó embobada, aquel hombre era poesía en movimiento. Y ninguna charla intrascendente lograría ocultar ese hecho.


—No la has reconocido porque es mía, la he escrito yo —respondió él.


¿Él escribía poesía? Paula parpadeó un par de veces, intentando recordar de qué estaban hablando antes de quedarse embobada viéndolo beber. Entonces lo recordó.


—¿Tú has escrito esa canción? ¿La que hablaba de la tórrida noche y los susurros en la oscuridad?


Vaya, ella nunca lo hubiera dicho. No sólo porque la música era muy buena, sino además por la emoción contenida de las palabras. Era una canción muy poderosa.


—Estoy impresionada. Debiste de estar muy inspirado para escribir una canción tan potente.


Paula se dijo que no estaba intentando averiguar detalles. No era asunto suyo qué le había inspirado a él a escribir aquella balada tan ardiente y sensual. Pero aun así contuvo el aliento, esperando que él no le contestara que la había escrito para el amor de su vida. ¡Por favor, que no tuviera esposa!


Cuando él respondió, Paula no pudo evitar cierta desilusión. Él habló con la mirada perdida y con pasión en su voz.


—La escribí para una chica de la estuve locamente enamorado hace mucho tiempo.




CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 7





Si el bar hubiera tenido noches como aquélla más a menudo, habrían podido contratar a un abogado mejor para luchar contra el cierre del local. La gente se agolpaba en la barra pidiendo bebida y comida. Zeke, su cocinero, no dejaba de preparar los platos del limitado menú tan rápidamente como podía.


La música de los 4E parecía haber tenido un efecto llamada sobre los residentes de Kendall. 


Muchos de los asistentes eran clientes habituales antes de que comenzaran las obras de ampliación de la carretera. La Tentación no había estado tan abarrotada desde la primavera, cuando alguien hizo correr el falso rumor de que iba a realizar un concurso de camisetas mojadas.


Si eso hubiera ayudado a salvar el bar, Paula se habría planteado organizar el concurso.


—Creo que mataré a Tamara cuando regrese, si es que regresa.


Paula colocó dos cervezas, un vodka con limón y un mojito en una bandeja y dirigió una sonrisa de conmiseración a Dina, la camarera.


—Nadie de nosotras esperábamos que fuera a haber noches como ésta en nuestras últimas semanas antes de cerrar. Estoy segura de que Tamara y Luciana se hubieran quedado si hubieran sospechado que íbamos a tener esta multitud.


Paula estaba firmemente convencida de eso. 


Aún estaba enfadada con Luciana por haberse marchado a fotografiar los incendios de los campos de California. Por otro lado, le alegraba que Luciana hubiera ido allí y pudiera ayudar a su tía Jeny, cuya casa había ardido en llamas. 


Además, Luciana llevaba mucho tiempo diciendo lo mucho que le gustaría que una de sus fotos fuera portada de la revista para la que trabajaba, Century. Quizás ésa fuera su oportunidad. Así que, aunque Paula estaba molesta por que no estuviera a su lado, en el fondo se alegraba por ella.


Y en cuanto a Tamara, la otra camarera... con ella nunca se sabía qué podía suceder. Había empezado a trabajar en La Tentación unos cuantos años antes para pagar su cuenta en el bar y ya no se había marchado de allí.


Tamara era impredecible. Así que el que decidiera marcharse el martes de viaje porque había recibido una herencia no pilló a Paula de sorpresa. Por lo menos, Tamara le había preguntado antes si le importaba que se fuera, e incluso le había ofrecido parte de su recién descubierta riqueza.


Paula no había aceptado el dinero, ya no iba a servirle de mucho. Pero sí que le había importado que su amiga se marchara. No tanto porque necesitara su ayuda, ni la de Luciana, sino porque se había imaginado a las cuatro llorando juntas las últimas semanas antes de que el bar cerrara para siempre.


No les había dicho nada de eso a Tamara ni a Luciana. De hecho, había animado a Tamara a que se fuera de viaje. En cuanto a Luciana... después de su discusión no le había extrañado que su hermana se marchara.


Las echaba de menos, mucho más de lo que esperaba. Lo cual era una tontería, ya que ella era consciente de que más pronto o más tarde todo el mundo la abandonaba: sus abuelos, su padre, su madre, casada en segundas nupcias, su hermana...


Paula sabía que inevitablemente se quedaría sola, pero siempre había creído que al menos tendría el bar.


Dina chasqueó la lengua y sacudió la cabeza.


—Aún no logro entender por qué se han ido. ¿Estás segura de que no quieres que avise a tu madre?


—Ni se te ocurra —le advirtió Paula mientras servía dos botellas de cerveza a dos hombres sentados en la barra—. Ella ya está suficientemente triste con que vayan a cerrarnos el bar. Lo último que necesito es que venga a ayudarnos. Sabes que sus intentos de ayudar siempre me sacan de quicio.


Dina, que era amiga íntima de la madre de Paula desde el instituto, rió.


—Sabes que le importas mucho y que se preocupa por ti.


—Ella se preocupa por mí y yo pierdo los nervios. Sin Luciana por aquí para que interceda entre nosotras, sería una pesadilla.


—¿Crees que todo el fin de semana será como esta noche? —preguntó Dina—. Porque si es así, vamos a necesitar ayuda. Tamara dijo que estaría cerca, en Austin.


Paula negó con la cabeza.


—No te preocupes, ya me he ocupado de ello. Mañana por la noche nos echará una mano una amiga.


Dina, que ya superaba los cincuenta años, suspiró aliviada.


—Gracias a Dios. No creo que mis rodillas soportaran otra noche como ésta.


Paula fijó la vista en la jarra de cerveza que estaba sirviendo y trató de sonar desenfadada.


—¿Y qué tal están las rodillas de Zeke?


Silencio.


—Eres una chica mala —gruñó al fin Dina—. Ya me gustaría saber cómo están sus rodillas... Ese hombre es más tímido que una virgen en una residencia universitaria masculina.


Paula sabía que a Dina le gustaba Zeke desde que había entrado a trabajar como cocinero, dos años antes.


—Se te está agotando tu tiempo, ¿eres consciente? —le preguntó Paula frunciendo el ceño—. Si quieres que suceda algo, tendrás que hacer que ocurra mientras los dos todavía trabajáis juntos.


Dina puso los ojos en blanco.


—Cielo, podría bañarme desnuda en la freidora de ese hombre y él ni siquiera me vería.


—No sé... aceite, una cocina caliente, el olor a especias... A mí me resulta muy sexy.


—A mí también —dijo una voz de hombre.




viernes, 21 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 6




Pedro Alfonso se había enamorado dos veces en su vida.


La primera había sido a los siete años, cuando había conocido lo que se convertiría en su vida: la música más maravillosa jamás creada, el rock. Ese año pasó las vacaciones de Navidad en casa de sus abuelos en Nueva Inglaterra y a su primo le regalaron un álbum de Van Halen. 


Para Pedro fue amor al primer acorde. Nada más escucharlo, advirtió que el bajista Miguel Antonio tenía un don.


Pedro se sintió cautivado al instante. A sus padres, que sólo escuchaban ópera italiana, no les hizo ninguna ilusión. Sobre todo cuando encontraron a su hijo ofreciendo una vehemente interpretación del tema Hot for teacher para todos los niños del vecindario.


Sus padres se dieron cuenta de su fabulosa habilidad para la música, pero intentaron reconducir sus gustos musicales y lo apuntaron a clases de piano. Le echaron de la academia de música cuando, en el recital de fin de curso, interrumpió la pieza clásica que estaba tocando y se puso a interpretar Bohemian Rhapsody de Queen.


A los diez años se pasaba el día haciendo como que tocaba la guitarra. A los doce, después de cinco años rogando a sus padres, tuvo su primer bajo auténtico, y desde entonces no se había separado de él.


Sí, el rock había sido su primera obsesión inmediata.


Paula Chaves había sido la segunda.


Esa noche, mientras sus colegas de la banda y él ofrecían su concierto al público, Alfonso dedicó una parte de su atención sólo para ella. 


Para la mujer que lo había dejado sin aliento desde el momento en que la había visto por primera vez.


Era fácil seguirle la pista, ella destacaba claramente entre las demás personas. Bajo la luz de la sala, su pelo parecía de plata. De vez en cuando se apartaba algún mechón de la cara con gracia y dejaba ver su rostro perfecto. 


Alfonso no estaba lo suficientemente cerca como para perderse en sus ojos verdes. Pero sí disfrutó del movimiento grácil de su cuerpo delgado, enfundado en unos vaqueros ajustados y un top blanco sin mangas, también ajustado y tan tentador como los pantalones.


Paula se movía con soltura detrás de la barra, como si hubiera nacido allí. No necesitaba ni mirar las botellas y nunca se equivocaba de bebida. Hablaba animadamente con todo el mundo y sonreía a menudo, con esa sonrisa deslumbrante que lo dejaba sin aliento cada vez que la veía. Hubo un momento en que él distinguió su risa entre el resto de ruidos. La identificó porque despertó en él una alerta instantánea, un hambre repentina, un ardor fulminante.


Ella lo afectaba igual que la música: en lo más profundo de sí mismo, casi a nivel físico.


Pero no era sólo eso. A él le gustaba verla sonreír y escuchar su risa porque entonces ella relajaba su rostro y se olvidaba de encorvarse ligeramente, como protegiéndose. Era evidente que algo la preocupaba, y él estaba decidido a averiguar qué era.


—¡Este lugar es bárbaro! —gritó Rodrigo Garrity desde el otro extremo del escenario.


La multitud aplaudía entusiasmada después de unos cuantos temas. Si las paredes no se iban abajo por la canción de Aerosmith que acababan de tocar, lo harían por los vítores y los aplausos.


—¿Crees que nos dejarán tomarnos un descanso, Alfonso?


Pedro asintió, metió su amada Fender en su funda y apagó su amplificador. Ramiro tocaba la guitarra y cantaba como solista la mayoría de los temas. Pedro tocaba el bajo, hacía coros y alguna voz solista. Pero parecía que las canciones que había cantado él habían tenido más éxito y tenía la garganta seca de gritar.


—Si no lo hacen, vamos a quedarnos todos sin voz —comentó él.


Ramiro asintió y se dirigió al público, que en la última hora había llenado el local hasta abarrotarlo.


—Seguid disfrutando de la noche, tomaos alguna copa y sed pacientes. Regresamos en veinte minutos —gritó a través del micrófono intentando hacerse oír por encima del vocerío.


El público protestó un poco, pero fue tranquilizándose poco a poco. Se produjeron las típicas colas en el aseo y delante a la barra para conseguir bebida. Y se reanudaron las conversaciones que habían quedado suspendidas a causa de la buena música.


—El local no es lo único bárbaro aquí —dijo el baterísta, Jeremias, levantándose de su banqueta—. La morena de la minifalda vaquera que estaba sentada frente a mí no llevaba ropa interior. Era como si quisiera que yo viera... todo.


Pedro contuvo una sonrisa ante la perplejidad del chico. Jeremias era el hermano pequeño de Ramiro y el último que se había incorporado al grupo. Tenía diecinueve años y aún no sabía que las groupies, o seguidoras de las bandas de rock, no sólo acompañaban a los grupos más famosos. A veces, grupos más pequeños, como el suyo, tenían sus propias fans. Había muchas caras conocidas para ellos entre la multitud esa noche.


Ése era uno de los inconvenientes de la industria musical, en opinión de Pedro. Él tocaba porque le gustaba hacerlo, porque su alma lo necesitaba. Nunca le habían interesado las fans, ni el supuesto estilo de vida de los roqueros ni toda la basura que vendía la industria musical. 


Seguramente por eso nunca había llegado lejos con su música.


—¿Vas a ir a hablar con ella, o te vas a quedar mirándola embobado toda la noche?


Pedro se giró hacia Bruno Banks, el otro miembro del grupo, que tocaba los teclados y hacía coros. 


Llevaba unas gafas de pasta que le daban el aspecto de un roquero intelectual. Le gustaba pensar que él era el Lennon del grupo.


A las mujeres parecía gustarles eso. Entre el aspecto intelectual de Bruno y su mirada traviesa, la inocencia y frescura de Jeremias, el estilo surfero de Ramiro y la imagen de rebelde de él, tenían un nutrido grupo de seguidoras a su disposición allá donde quiera que fueran.


Pedro nunca le habían interesado.


Pero a Banks sí, lo cual no era ninguna sorpresa. Desde que se habían conocido en el primer año de universidad, Bruno Banks había demostrado ser dos cosas: un enamorado de las mujeres y el mejor amigo que Pedro había tenido nunca.


Banks estaba mirándolo con una sonrisa sardónica y los ojos brillantes.


—¿Y bien? ¿Vas a ir a por ella? Llevas toda la noche comiéndotela con los ojos.


—Eso son imaginaciones tuyas —murmuró Pedro.


—Venga, hombre, que creí que ibas a provocar un cortocircuito con tanto babear sobre el micrófono cada vez que mirabas a la camarera rubia.


Pedro lo fulminó con la mirada y se metió en la parte trasera del escenario. Se concentró en comprobar que el equipo estuviera apagado.
Banks se unió a él en la tarea.


—Es una mujer impresionante —añadió su amigo sonando contrito, algo muy raro en él, que nunca se arrepentía de sus palabras.


Pedro apretó la mandíbula y le confesó la verdad.


—Es Paula Chaves.


Banks se llevó tal sorpresa, que casi se cae de espaldas. Pedro asintió para confirmar lo que acababa de decir y Banks dejó escapar un largo silbido.


—Es «ella», ¿eh? Esa Paula.


Pedro asintió de nuevo. Sabía que no tenía que decir nada más. Banks lo sabía todo sobre su amor por Paula. Él era la única persona que conocía aquella historia, la adoración que Pedro sentía hacia ella desde hacía años.


—¿Sabías que ella estaría aquí?


Pedro negó con la cabeza.


—He reconocido el edificio al llegar. Pertenecía a su familia. Pero el nombre ha cambiado, creí que ella se habría marchado hacía tiempo.


Banks asintió.


—¿Y ella te ha reconocido a ti?


No, no lo había hecho. Y eso lo avergonzaba un poco. Pero Banks no tenía por qué saberlo. 


Pedro se encogió de hombros con desenfado.


—Apenas hemos hablado.


Banks sonrió levemente, conocía demasiado bien a su amigo como para dejarse engañar tan fácilmente. Luego miró por encima de su hombro y asintió al ver a Paula.


—Así que por fin tienes tu oportunidad —murmuró—. La mujer de tus sueños te ha estado devorando con los ojos toda la noche.


Las palabras de Banks provocaron imágenes en la mente de Pedro que él prefirió ignorar. Se concentró en recoger cables para ocultar que las manos le temblaban.


—Todo eso son imaginaciones tuyas —dijo por fin—. Apenas nos ha prestado atención.


Banks soltó una estruendosa carcajada.


—Chico, estás perdiendo facultades si no te has dado cuenta de que ella no te ha quitado los ojos de encima. Lo que pasaba era que, cada vez que mirabas en su dirección, ella apartaba la vista rápidamente.


De acuerdo, podía ser posible... Paula y él habían mantenido una conversación de lo más sugerente antes de que el resto del grupo llegara. Entre ellos había saltado una chispa, se había creado una conexión intensa.


Pedro sonrió al recordarlo. Nunca había conectado tan rápidamente con nadie. Y nunca una mujer le había causado un impacto igual, al menos no en su vida de adulto. Incluso dos horas después, aún podía oler el aroma cálido y seductor del perfume de ella y oír su risa cantarina.


—Si la quieres, es tuya —añadió Banks—. Por fin vas a poder tener lo que siempre has deseado.


Pedro comenzó a negar con la cabeza mucho antes de que su amigo terminara de hablar. 


Banks estaba equivocado, muy equivocado.


Quizás fuera cierto que Paula se sintiera atraída por él, a juzgar por los momentos tan sugerentes que habían compartido antes. Pero en cuanto se diera cuenta de quién era él en realidad, la chispa desaparecería, la intensidad se desvanecería y con ellas su oportunidad. Él lo sabía.


Ella se sentía atraída hacia Alfonso, el músico roquero de actitud arrogante. Pero ese hombre no existía en realidad, era una pura fachada, una careta, un personaje.


En realidad, Pedro Alfonso era un farsante.


CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 5




Normalmente era ella quien dominaba su relación con los hombres, a menos que decidiera cederles el lugar. Y aquel hombre de pelo negro, sonrisa traviesa y guitarra en ristre había logrado la ventaja con una simple mirada.


Por eso mismo, después de atender al cliente, Paula no supo qué decirle al músico. El silencio entre ellos había sido una clara invitación, un desafío, una promesa. Y ella no debía aceptar ninguna de las tres.


Pero era tan tentador imaginárselo...


Si continuaba flirteando con él, estaría aceptando todo lo que él le había propuesto con la mirada. Pero si no lo hacía, se arrepentiría toda su vida.


Por fin él le dio una tregua y llevó la conversación a terreno neutral.


—Estoy en el sitio correcto, ¿verdad? Estáis esperando a 4E, ¿no?


4E... Paula recordó al instante el grupo musical de Tremont, el pueblo de al lado, al que había contratado para que actuara el fin de semana. 


«Pues claro que es del grupo, tonta. ¿No ves que lleva una guitarra?», se reprendió a sí misma. Carraspeó y asintió.


—Sí, estás en el sitio correcto. Me... Nos alegramos de que hayáis venido.


Desde luego, ella se alegraba de que él estuviera allí. Y se alegraría más de que subiera a su apartamento, o que la acompañara al jardín trasero. O que la poseyera allí mismo, encima de la barra.


Paula desechó la imagen y se prometió que dejaría de leer novelas románticas, de ver películas eróticas de madrugada y de alimentar fantasías durante sus baños de espuma. Era evidente que tenía demasiadas ansias de contacto sexual.


Pero necesitaba darse un respiro. Llevaba un año sin tener relaciones sexuales, aunque fueran insatisfactorias. ¿Y cuánto hacía que no tenía buen sexo? Eso no lograba ni recordarlo. 


Quizás por eso su deseo hacia ese hombre fuera tan potente.


—Gracias. Nos gustó que nos contratarais —dijo Alfonso con una medio sonrisa.


Era evidente que él se había dado cuenta de que ella estaba intentando actuar con desenfado y no lo lograba del todo.


—Aunque no parece que haya mucho público —añadió él.


Había unas veinte personas repartidas por las mesas.


—¿Bromeas? —preguntó ella—. Esto es una multitud para nosotros en estos últimos tiempos, gracias a que han cerrado la entrada más cercana de la autopista, han prohibido aparcar en la calle y han hecho la circunvalación provisional.


—Vaya, sí que necesitas un entretenimiento este fin de semana —comentó él captando el disgusto de ella.


«No tienes ni idea de cuánto lo necesito», pensó Paula. O quizás sí que la tenía. La sonrisa de él le indicó que estaba flirteando de nuevo con ella. 


Pero esa vez Paula se sentía más preparada para manejarlo.


—Soy bastante especial a la hora de... entretenerme.


—¿Hay algo especial que quieras contarme?


Paula se humedeció los labios, se apartó el pelo de la cara y agarró un vaso. Había advertido que el cliente al final de la barra estaba a punto de pedir otra copa. La preparó y se la sirvió.


—No lo creo —contestó ella retomando la conversación con Alfonso al regresar a su lado.


Él sacudió la cabeza.


—Qué pena. Entonces supongo que tendré que dedicar mi espectáculo al resto de los presentes.


—No sé por qué sospecho que a las mujeres de la sala va a gustarles mucho tu espectáculo —contestó ella con tono seco.


—No sé por qué sospecho que no me importa lo que otras mujeres piensen.


Una expresión de cierta ternura cruzó el rostro de él y Paula se sintió algo insegura. Era como si de pronto él ya no estuviera flirteando, sino que hablara en serio. Lo cual era ridículo, ya que se conocían desde hacía escasa media hora.


Paula se sacudió esa sensación.


—Hoy habrá mucho público, habéis venido aquí a petición de la gente. Pedí a los clientes que siguen viniendo a pesar de las obras que votaran a quién querían en estos últimos fines de semana antes de cerrar. La mayoría son grupos de country, pero este fin de semana La Tentación se llena de rock and roll, y vosotros erais los preferidos para tocar.


—Qué suerte para mí —dijo él agarrando su guitarra y mirando hacia la puerta—. Ahora tengo que irme.


Otro músico estaba entrando en la sala. Alfonso iba a estar a unos pocos metros de ella, pero Paula sintió que lo iba a echar de menos. Qué tontería. Quizás fuera porque sabía que en pocos minutos él se convertiría en propiedad de todas las mujeres del local.


—¿Os sirvo algunas copas?


—Sólo agua, por favor.


Él empezó a alejarse, se detuvo y miró hacia atrás. Fijó la vista en algo que había en la pared detrás de Paula y dijo en voz baja:
—Desde luego yo no... y espero que tú tampoco.


Paula se preguntó a qué se refería y por fin cayó en la cuenta. Sobre ella había un cartel que había pintado un artista para decorar el local:
¿Quién puede resistirse a La Tentación?