viernes, 21 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 5




Normalmente era ella quien dominaba su relación con los hombres, a menos que decidiera cederles el lugar. Y aquel hombre de pelo negro, sonrisa traviesa y guitarra en ristre había logrado la ventaja con una simple mirada.


Por eso mismo, después de atender al cliente, Paula no supo qué decirle al músico. El silencio entre ellos había sido una clara invitación, un desafío, una promesa. Y ella no debía aceptar ninguna de las tres.


Pero era tan tentador imaginárselo...


Si continuaba flirteando con él, estaría aceptando todo lo que él le había propuesto con la mirada. Pero si no lo hacía, se arrepentiría toda su vida.


Por fin él le dio una tregua y llevó la conversación a terreno neutral.


—Estoy en el sitio correcto, ¿verdad? Estáis esperando a 4E, ¿no?


4E... Paula recordó al instante el grupo musical de Tremont, el pueblo de al lado, al que había contratado para que actuara el fin de semana. 


«Pues claro que es del grupo, tonta. ¿No ves que lleva una guitarra?», se reprendió a sí misma. Carraspeó y asintió.


—Sí, estás en el sitio correcto. Me... Nos alegramos de que hayáis venido.


Desde luego, ella se alegraba de que él estuviera allí. Y se alegraría más de que subiera a su apartamento, o que la acompañara al jardín trasero. O que la poseyera allí mismo, encima de la barra.


Paula desechó la imagen y se prometió que dejaría de leer novelas románticas, de ver películas eróticas de madrugada y de alimentar fantasías durante sus baños de espuma. Era evidente que tenía demasiadas ansias de contacto sexual.


Pero necesitaba darse un respiro. Llevaba un año sin tener relaciones sexuales, aunque fueran insatisfactorias. ¿Y cuánto hacía que no tenía buen sexo? Eso no lograba ni recordarlo. 


Quizás por eso su deseo hacia ese hombre fuera tan potente.


—Gracias. Nos gustó que nos contratarais —dijo Alfonso con una medio sonrisa.


Era evidente que él se había dado cuenta de que ella estaba intentando actuar con desenfado y no lo lograba del todo.


—Aunque no parece que haya mucho público —añadió él.


Había unas veinte personas repartidas por las mesas.


—¿Bromeas? —preguntó ella—. Esto es una multitud para nosotros en estos últimos tiempos, gracias a que han cerrado la entrada más cercana de la autopista, han prohibido aparcar en la calle y han hecho la circunvalación provisional.


—Vaya, sí que necesitas un entretenimiento este fin de semana —comentó él captando el disgusto de ella.


«No tienes ni idea de cuánto lo necesito», pensó Paula. O quizás sí que la tenía. La sonrisa de él le indicó que estaba flirteando de nuevo con ella. 


Pero esa vez Paula se sentía más preparada para manejarlo.


—Soy bastante especial a la hora de... entretenerme.


—¿Hay algo especial que quieras contarme?


Paula se humedeció los labios, se apartó el pelo de la cara y agarró un vaso. Había advertido que el cliente al final de la barra estaba a punto de pedir otra copa. La preparó y se la sirvió.


—No lo creo —contestó ella retomando la conversación con Alfonso al regresar a su lado.


Él sacudió la cabeza.


—Qué pena. Entonces supongo que tendré que dedicar mi espectáculo al resto de los presentes.


—No sé por qué sospecho que a las mujeres de la sala va a gustarles mucho tu espectáculo —contestó ella con tono seco.


—No sé por qué sospecho que no me importa lo que otras mujeres piensen.


Una expresión de cierta ternura cruzó el rostro de él y Paula se sintió algo insegura. Era como si de pronto él ya no estuviera flirteando, sino que hablara en serio. Lo cual era ridículo, ya que se conocían desde hacía escasa media hora.


Paula se sacudió esa sensación.


—Hoy habrá mucho público, habéis venido aquí a petición de la gente. Pedí a los clientes que siguen viniendo a pesar de las obras que votaran a quién querían en estos últimos fines de semana antes de cerrar. La mayoría son grupos de country, pero este fin de semana La Tentación se llena de rock and roll, y vosotros erais los preferidos para tocar.


—Qué suerte para mí —dijo él agarrando su guitarra y mirando hacia la puerta—. Ahora tengo que irme.


Otro músico estaba entrando en la sala. Alfonso iba a estar a unos pocos metros de ella, pero Paula sintió que lo iba a echar de menos. Qué tontería. Quizás fuera porque sabía que en pocos minutos él se convertiría en propiedad de todas las mujeres del local.


—¿Os sirvo algunas copas?


—Sólo agua, por favor.


Él empezó a alejarse, se detuvo y miró hacia atrás. Fijó la vista en algo que había en la pared detrás de Paula y dijo en voz baja:
—Desde luego yo no... y espero que tú tampoco.


Paula se preguntó a qué se refería y por fin cayó en la cuenta. Sobre ella había un cartel que había pintado un artista para decorar el local:
¿Quién puede resistirse a La Tentación?



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