viernes, 21 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 6




Pedro Alfonso se había enamorado dos veces en su vida.


La primera había sido a los siete años, cuando había conocido lo que se convertiría en su vida: la música más maravillosa jamás creada, el rock. Ese año pasó las vacaciones de Navidad en casa de sus abuelos en Nueva Inglaterra y a su primo le regalaron un álbum de Van Halen. 


Para Pedro fue amor al primer acorde. Nada más escucharlo, advirtió que el bajista Miguel Antonio tenía un don.


Pedro se sintió cautivado al instante. A sus padres, que sólo escuchaban ópera italiana, no les hizo ninguna ilusión. Sobre todo cuando encontraron a su hijo ofreciendo una vehemente interpretación del tema Hot for teacher para todos los niños del vecindario.


Sus padres se dieron cuenta de su fabulosa habilidad para la música, pero intentaron reconducir sus gustos musicales y lo apuntaron a clases de piano. Le echaron de la academia de música cuando, en el recital de fin de curso, interrumpió la pieza clásica que estaba tocando y se puso a interpretar Bohemian Rhapsody de Queen.


A los diez años se pasaba el día haciendo como que tocaba la guitarra. A los doce, después de cinco años rogando a sus padres, tuvo su primer bajo auténtico, y desde entonces no se había separado de él.


Sí, el rock había sido su primera obsesión inmediata.


Paula Chaves había sido la segunda.


Esa noche, mientras sus colegas de la banda y él ofrecían su concierto al público, Alfonso dedicó una parte de su atención sólo para ella. 


Para la mujer que lo había dejado sin aliento desde el momento en que la había visto por primera vez.


Era fácil seguirle la pista, ella destacaba claramente entre las demás personas. Bajo la luz de la sala, su pelo parecía de plata. De vez en cuando se apartaba algún mechón de la cara con gracia y dejaba ver su rostro perfecto. 


Alfonso no estaba lo suficientemente cerca como para perderse en sus ojos verdes. Pero sí disfrutó del movimiento grácil de su cuerpo delgado, enfundado en unos vaqueros ajustados y un top blanco sin mangas, también ajustado y tan tentador como los pantalones.


Paula se movía con soltura detrás de la barra, como si hubiera nacido allí. No necesitaba ni mirar las botellas y nunca se equivocaba de bebida. Hablaba animadamente con todo el mundo y sonreía a menudo, con esa sonrisa deslumbrante que lo dejaba sin aliento cada vez que la veía. Hubo un momento en que él distinguió su risa entre el resto de ruidos. La identificó porque despertó en él una alerta instantánea, un hambre repentina, un ardor fulminante.


Ella lo afectaba igual que la música: en lo más profundo de sí mismo, casi a nivel físico.


Pero no era sólo eso. A él le gustaba verla sonreír y escuchar su risa porque entonces ella relajaba su rostro y se olvidaba de encorvarse ligeramente, como protegiéndose. Era evidente que algo la preocupaba, y él estaba decidido a averiguar qué era.


—¡Este lugar es bárbaro! —gritó Rodrigo Garrity desde el otro extremo del escenario.


La multitud aplaudía entusiasmada después de unos cuantos temas. Si las paredes no se iban abajo por la canción de Aerosmith que acababan de tocar, lo harían por los vítores y los aplausos.


—¿Crees que nos dejarán tomarnos un descanso, Alfonso?


Pedro asintió, metió su amada Fender en su funda y apagó su amplificador. Ramiro tocaba la guitarra y cantaba como solista la mayoría de los temas. Pedro tocaba el bajo, hacía coros y alguna voz solista. Pero parecía que las canciones que había cantado él habían tenido más éxito y tenía la garganta seca de gritar.


—Si no lo hacen, vamos a quedarnos todos sin voz —comentó él.


Ramiro asintió y se dirigió al público, que en la última hora había llenado el local hasta abarrotarlo.


—Seguid disfrutando de la noche, tomaos alguna copa y sed pacientes. Regresamos en veinte minutos —gritó a través del micrófono intentando hacerse oír por encima del vocerío.


El público protestó un poco, pero fue tranquilizándose poco a poco. Se produjeron las típicas colas en el aseo y delante a la barra para conseguir bebida. Y se reanudaron las conversaciones que habían quedado suspendidas a causa de la buena música.


—El local no es lo único bárbaro aquí —dijo el baterísta, Jeremias, levantándose de su banqueta—. La morena de la minifalda vaquera que estaba sentada frente a mí no llevaba ropa interior. Era como si quisiera que yo viera... todo.


Pedro contuvo una sonrisa ante la perplejidad del chico. Jeremias era el hermano pequeño de Ramiro y el último que se había incorporado al grupo. Tenía diecinueve años y aún no sabía que las groupies, o seguidoras de las bandas de rock, no sólo acompañaban a los grupos más famosos. A veces, grupos más pequeños, como el suyo, tenían sus propias fans. Había muchas caras conocidas para ellos entre la multitud esa noche.


Ése era uno de los inconvenientes de la industria musical, en opinión de Pedro. Él tocaba porque le gustaba hacerlo, porque su alma lo necesitaba. Nunca le habían interesado las fans, ni el supuesto estilo de vida de los roqueros ni toda la basura que vendía la industria musical. 


Seguramente por eso nunca había llegado lejos con su música.


—¿Vas a ir a hablar con ella, o te vas a quedar mirándola embobado toda la noche?


Pedro se giró hacia Bruno Banks, el otro miembro del grupo, que tocaba los teclados y hacía coros. 


Llevaba unas gafas de pasta que le daban el aspecto de un roquero intelectual. Le gustaba pensar que él era el Lennon del grupo.


A las mujeres parecía gustarles eso. Entre el aspecto intelectual de Bruno y su mirada traviesa, la inocencia y frescura de Jeremias, el estilo surfero de Ramiro y la imagen de rebelde de él, tenían un nutrido grupo de seguidoras a su disposición allá donde quiera que fueran.


Pedro nunca le habían interesado.


Pero a Banks sí, lo cual no era ninguna sorpresa. Desde que se habían conocido en el primer año de universidad, Bruno Banks había demostrado ser dos cosas: un enamorado de las mujeres y el mejor amigo que Pedro había tenido nunca.


Banks estaba mirándolo con una sonrisa sardónica y los ojos brillantes.


—¿Y bien? ¿Vas a ir a por ella? Llevas toda la noche comiéndotela con los ojos.


—Eso son imaginaciones tuyas —murmuró Pedro.


—Venga, hombre, que creí que ibas a provocar un cortocircuito con tanto babear sobre el micrófono cada vez que mirabas a la camarera rubia.


Pedro lo fulminó con la mirada y se metió en la parte trasera del escenario. Se concentró en comprobar que el equipo estuviera apagado.
Banks se unió a él en la tarea.


—Es una mujer impresionante —añadió su amigo sonando contrito, algo muy raro en él, que nunca se arrepentía de sus palabras.


Pedro apretó la mandíbula y le confesó la verdad.


—Es Paula Chaves.


Banks se llevó tal sorpresa, que casi se cae de espaldas. Pedro asintió para confirmar lo que acababa de decir y Banks dejó escapar un largo silbido.


—Es «ella», ¿eh? Esa Paula.


Pedro asintió de nuevo. Sabía que no tenía que decir nada más. Banks lo sabía todo sobre su amor por Paula. Él era la única persona que conocía aquella historia, la adoración que Pedro sentía hacia ella desde hacía años.


—¿Sabías que ella estaría aquí?


Pedro negó con la cabeza.


—He reconocido el edificio al llegar. Pertenecía a su familia. Pero el nombre ha cambiado, creí que ella se habría marchado hacía tiempo.


Banks asintió.


—¿Y ella te ha reconocido a ti?


No, no lo había hecho. Y eso lo avergonzaba un poco. Pero Banks no tenía por qué saberlo. 


Pedro se encogió de hombros con desenfado.


—Apenas hemos hablado.


Banks sonrió levemente, conocía demasiado bien a su amigo como para dejarse engañar tan fácilmente. Luego miró por encima de su hombro y asintió al ver a Paula.


—Así que por fin tienes tu oportunidad —murmuró—. La mujer de tus sueños te ha estado devorando con los ojos toda la noche.


Las palabras de Banks provocaron imágenes en la mente de Pedro que él prefirió ignorar. Se concentró en recoger cables para ocultar que las manos le temblaban.


—Todo eso son imaginaciones tuyas —dijo por fin—. Apenas nos ha prestado atención.


Banks soltó una estruendosa carcajada.


—Chico, estás perdiendo facultades si no te has dado cuenta de que ella no te ha quitado los ojos de encima. Lo que pasaba era que, cada vez que mirabas en su dirección, ella apartaba la vista rápidamente.


De acuerdo, podía ser posible... Paula y él habían mantenido una conversación de lo más sugerente antes de que el resto del grupo llegara. Entre ellos había saltado una chispa, se había creado una conexión intensa.


Pedro sonrió al recordarlo. Nunca había conectado tan rápidamente con nadie. Y nunca una mujer le había causado un impacto igual, al menos no en su vida de adulto. Incluso dos horas después, aún podía oler el aroma cálido y seductor del perfume de ella y oír su risa cantarina.


—Si la quieres, es tuya —añadió Banks—. Por fin vas a poder tener lo que siempre has deseado.


Pedro comenzó a negar con la cabeza mucho antes de que su amigo terminara de hablar. 


Banks estaba equivocado, muy equivocado.


Quizás fuera cierto que Paula se sintiera atraída por él, a juzgar por los momentos tan sugerentes que habían compartido antes. Pero en cuanto se diera cuenta de quién era él en realidad, la chispa desaparecería, la intensidad se desvanecería y con ellas su oportunidad. Él lo sabía.


Ella se sentía atraída hacia Alfonso, el músico roquero de actitud arrogante. Pero ese hombre no existía en realidad, era una pura fachada, una careta, un personaje.


En realidad, Pedro Alfonso era un farsante.


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