sábado, 22 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 8




A Paula se le erizó el vello de todo el cuerpo y supo exactamente de qué hombre se trataba.


Qué estúpida, se había concentrado tanto en las posibilidades de romance de Dina, que se había olvidado por completo de las suyas propias.


«Ni lo pienses, él no es una opción».


Llevaba diciéndose lo mismo durante dos horas. 


Cada canción llena de sensualidad que tocaba el grupo le recordaba lo peligroso que sería tener una aventura con Alfonso. Incluso aunque él la había hecho derretirse con una canción que ella no había reconocido. Hablaba de hacer el amor en la playa, a la luz de la luna, con una mujer de fuego en la mirada. Al escuchar la canción, Paula había deseado hacer una visita a la playa con él...


Pero no, eso nunca sucedería. Él era un músico de pelo largo que tocaba en bares de poca monta en Texas. Seguramente ni siquiera tenía coche. Alfonso no era el tipo de hombre en quien se podía confiar y con una vida estable que ella se había dicho a sí misma que debía buscar. Era justamente lo opuesto.


No tenía sentido flirtear con él. Ese hombre era todo un monumento, pero todos los hombres guapos la abandonaban al poco tiempo.


Y ella ya había tenido demasiado de eso. Desde aquel momento, su relación con él sería estrictamente profesional. Así que le dirigió una sonrisa impersonal.


—Empezaba a temer que la multitud no os dejara tomaros un descanso —dijo ella.


—Yo también —aseguró él.


Paula abrió una botella de agua helada y se la ofreció a Alfonso sin que él le dijera nada. Él la agarró, asintió a modo de agradecimiento y se la llevó a los labios.


«No pienses en sus labios. Nunca te fijas en los labios del cajero del banco o del supermercado», se dijo ella.


Bajó la mirada y se le aceleró la respiración al observar aquel cuello y aquellos hombros robustos. Tenían una pátina de sudor y seguramente sabrían a salado.


Se obligó a dejar de pensar en eso.


—Gracias —dijo él dejando la botella casi vacía sobre la barra—. Los focos dan mucho calor. Me estaban entrando ganas de quitarme la ropa. Quiero decir... de ponerme algo más ligero, como unos shorts o algo así.


¿Menos ropa? Paula debía terminar con aquello en ese mismo momento. Estaba esforzándose al máximo para ser profesional y mantener la concentración, pero se sentía irremediablemente atraída hacia aquel hombre. No lograría aguantar mucho más sin echarse en sus brazos.


Por lo menos, esa vez Alfonso parecía tan incómodo como ella. Resultaba gracioso cómo se había corregido a sí mismo sobre lo de quitarse ropa. Era como si se hubiera dado cuenta del doble sentido de sus palabras y le hubiera entrado vergüenza.


A Paula le gustaba su expresión compungida. 


Sobre todo, porque era algo inesperado en él.


—Aquí hace mucho calor, ¿no crees? —dijo él por fin, rompiendo el denso silencio.


Paula se sentía como en una burbuja en mitad del alboroto que los rodeaba.


—Sí... Supongo que tantos cuerpos desnudos elevan la temperatura aún más —comentó Paula.


Se mordió la lengua. Había dicho «cuerpos desnudos», ¿verdad? Maldición, aquel hombre la confundía de tal forma, que sólo podía pensar en una cosa.


—Paula, ¿has dicho lo que creo que has dicho? —preguntó él conteniendo una sonrisa—. Porque en mi grupo estamos acostumbrados a tocar en acontecimientos poco habituales, pero un público totalmente desnudo sería una situación... muy inusual.


Paula se ruborizó. Ningún hombre la había hecho ruborizarse nunca.


—Ha sido un lapsus —murmuró ella intentando inventarse una excusa medianamente decente.


—Pues me ha gustado tu lapsus —respondió él en voz baja.


Paula se sintió como si se despeñara por una cuesta abajo y no pudiera hacer nada para evitarlo.


—Sabes a lo que me refiero, ¿verdad? Algunas palabras suelen ir juntas. Como «ostras» y «fritas».


Él esbozó una medio sonrisa.


—La mayoría de la gente uniría «fritas» con «patatas», pero si tú prefieres las ostras...


—No. No prefiero las ostras, a pesar de su... buena fama —dijo ella.


¿Por qué había tenido que sacar un alimento de los más afrodisíacos que había, habiendo tantos otros? Podía haber dicho beicon con huevos, o nachos con guacamole...


—Yo tampoco, son muy desagradables —dijo él refiriéndose a las ostras.


Paula asintió.


—Tan húmedas y viscosas... —comentó ella.


Él enarcó una ceja.


—¿Húmedas y viscosas?


Paula quiso que la tragara la tierra por estar internándose en un camino que no debían recorrer. Cerró los ojos, sintiéndose incapaz de pronunciar una sola palabra más. Sólo logró sacudir la cabeza consternada. Nunca le había sucedido nada parecido, ella siempre sabía salir de las situaciones.


Alfonso rompió a reír en voz baja y sensual y Paula se estremeció.


—Te ofrecería una pala, pero no llevo ninguna encima —comentó él—. Además, tú sola ya estás cavando suficientemente profundo tu propio hoyo sin mi ayuda.


—Si me disculpas un momento, creo que voy a pegarme un tiro.


—Acabo de decirte que no he traído la pala, Paula.


—¿Entonces no puedes enterrarme?


—Me temo que no.


Ella se quedó pensativa un instante y luego se rindió y se unió a la risa de él.


—¿Qué te parece si retrocedemos diez minutos en el tiempo y comenzamos de nuevo nuestra conversación?


Alfonso se acodó en la barra y se acercó a Paula.


—Hola, gracias por el agua. ¿Qué te ha parecido la música?


—Sois muy buenos —afirmó ella, encantada ante la posibilidad de mantener la charla en un terreno neutral.


—Gracias —dijo él acercándose más a ella sobre la barra—. Nosotros también lo hemos pasado muy bien tocando.


La gente se había acercado a la barra y pedían sus bebidas. Paula reanudó su trabajo y sirvió copas y jarras de cerveza, se quitó de encima a algunos pesados y volvió a concentrarse en el bajista que estaba en la esquina de la barra.


—Me ha gustado mucho la canción sobre la muchacha de fuego en la mirada y la luna en su pelo. ¿De quién es? No la he reconocido.


Alfonso se encogió de hombros y bebió otro trago de agua. Luego dejó la botella sobre la barra y se secó la boca con el dorso de la mano.


Paula lo observó embobada, aquel hombre era poesía en movimiento. Y ninguna charla intrascendente lograría ocultar ese hecho.


—No la has reconocido porque es mía, la he escrito yo —respondió él.


¿Él escribía poesía? Paula parpadeó un par de veces, intentando recordar de qué estaban hablando antes de quedarse embobada viéndolo beber. Entonces lo recordó.


—¿Tú has escrito esa canción? ¿La que hablaba de la tórrida noche y los susurros en la oscuridad?


Vaya, ella nunca lo hubiera dicho. No sólo porque la música era muy buena, sino además por la emoción contenida de las palabras. Era una canción muy poderosa.


—Estoy impresionada. Debiste de estar muy inspirado para escribir una canción tan potente.


Paula se dijo que no estaba intentando averiguar detalles. No era asunto suyo qué le había inspirado a él a escribir aquella balada tan ardiente y sensual. Pero aun así contuvo el aliento, esperando que él no le contestara que la había escrito para el amor de su vida. ¡Por favor, que no tuviera esposa!


Cuando él respondió, Paula no pudo evitar cierta desilusión. Él habló con la mirada perdida y con pasión en su voz.


—La escribí para una chica de la estuve locamente enamorado hace mucho tiempo.




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